Wednesday, August 19, 2015

Reflexiones en forma de pregunta

¿Es normal que los jóvenes necesiten de drogas y alcohol  para divertirse porque por sí solos no lo consiguen, para acto seguido tener que recurrir al uso de la viagra porque las grandes dosis de estupefacientes y sustancias varias que han tomado les dejan inútiles para utilizar su cuerpo adecuadamente? ¿Es necesario que haya de elaborarse una viagra femenina para que las mujeres deseen el acto sexual más a menudo porque el amor ya no las estimula lo suficiente o tal vez para que puedan ser violadas con su consentimiento y por tanto ya no se pueda hablar de violación?¿Es comprensible que los viejos utilicen la viagra para alargar una juventud corporal porque están absolutamente convencidos de que ello les permite alargar su salud mental? ¿Se equivocaba Cicerón cuando escribió su obra “De Senectute” (“De la vejez”)? ¿Es la eterna juventud, la lucha por conservarla, el auténtico modelo que ha de servir de guía a las nuevas generaciones o es la constatación de la irresponsabilidad de los nuevos viejos, que se niegan a cumplir la misión que la edad les dicta? ¿Es irrelevante para una sociedad que la industria del porno (que ahora se llama “industria para adultos”) y los video-juegos sean dos de los sectores que más dinero mueven en la economía mundial? ¿Y qué pasa con aquéllos jóvenes que se niegan a seguir todos estos parámetros? ¿Qué pasa con aquellos viejos que se complacen en una vejez serena y reflexiva? ¿Todavía existen? ¿Dónde están? ¿Cómo transcurren las vidas de esos jóvenes y de esos ancianos? ¿En soledad o en guetos religiosos? ¿Son hombres fuertes e inquebrantables o mojigatos timoratos que no se atreven a salir de la fortaleza solitaria en la que se han visto obligados a convertir su vida para no morir asesinados por el mobbing, bullying y todas esas psicosis que tal vez han existido siempre pero que hoy en día los bárbaros se regodean en filmar?
¿Es todo lo que acabamos de decir una simple invención de los periódicos y de los medios de información para vender más titulares? ¿Nada de las denuncias sobre la crisis de la familia es cierto? ¿Es verdad que los niños se recuperan pronto de un divorcio y que se adaptan a las familias “remiendo” de forma rápida y sin traumas porque lo más importante para ellos es ver a sus padres felices, antes que unidos? ¿Entonces por qué todos los amigos profesionales de la educación mueven la cara con preocupación cuando hablamos de este tema y callan; callan por más que sus rostros griten? Callan, sí. Callan, como callan los sacerdotes que saben de las profundas grietas en el alma de sus parroquianos, de sus incurables heridas, de sus irremediables pasiones... Callan y lloran por no poder solucionar los problemas de las almas tiernas e inocentes de los alumnos que tienen ante sus ojos. Discotecas en las que se encuentran los padres con sus amigos y los hijos con los suyos.

¿Preguntar todo esto me convierte en una moralista insoportable? ¿Me han de recordar que no hay nadie perfecto y que “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”? ¿Se trata realmente de una cuestión de pecados y pecadores? ¿Es la historia del mundo la historia de su degradación o es que el hombre está condenado a afrontar la tragedia de permanecer sumido en medio de la batalla eterna de dos seres terribles: Dios y el Diablo? ¿Nos encontramos ante un problema religioso y entonces es verdad que el hombre no tiene la palabra porque en ese caso la lucha que tiene que librar le viene  sin remedio impuesta desde fuera? ¿Se trata, más bien, de una cuestión social y es el hombre el que decide y tiene la última palabra acerca de cómo quiere que sea su sociedad, o simplemente se trata de una cuestión política-económica y el hombre no es juguete de Dios, ni juguete de Satán, ni siquiera controla su voluntad,  sino que es única y exclusivamente marioneta de las fuerzas que dirigen los hilos de las finanzas?

No busco respuestas religiosas, ni siquiera morales. No las busco. No las quiero. No quiero respuestas compactas, tan compactas como inútiles. No quiero un Orden Eterno e inquebrantable. No. No lo quiero. Ese Orden Eterno e inquebrantable es el reverso de ese terrible “Todo en el Uno y Uno en el Todo”, que tantos dolores de cabeza me produce. Mayores aún que los que me causan la esquizofrenia en la que nuestras vidas parecen transcurrir últimamente. Aunque tal vez el mundo siempre fue esquizofrénico. A decir verdad, el maniqueísmo: Bien y Mal siempre fue una forma de esquizofrenia. No quiero el Orden Eterno e inmutable pero tampoco es mi deseo deambular como carne con ojos pero sin alma. Ese empeño de convertir a los robots en individuos es el empeño de convertir a los individuos en robots. La afirmación teológica según la cual somos contigentes y finitos pero tendemos a lo incontigente e infinito parece haber quedado obsoleta. Seguir seguimos siendo contingentes y finitos pero nuestra pretensión no se dirige al Infinito Absoluto sino a mantener lo contigente en perpetuo movimiento. Equiparación de robot y de hombre. Equiparación de hombre y Dios. ¿Equiparación de robot y Dios? 
“a” es “a”. Ese terrible Principio de Identidad, axioma del Orden Inmutable y Eterno.

¿Quién es el “no a”? 

¿El que dicta las normas a seguir o el distinto, el que sobra? 

Ambos. Por eso son enemigos 
¿Qué tienen en común? Su irreverencia al “a”: Ni robot, ni hombre, ni Dios.  
Ellos, sólo ellos, dicen ellos, son y pueden ser Individuos;  individuos con alma. Ante el riesgo que implica que “No a” sea “No a” y ello se transforme en un nuevo Principio de Identidad,  los dictadores de normas y los rebeldes se enfrentan en una eterna lucha en la que tratan de demostrar que “no a” no es “no a”. Ellos, tan obsesionados con ese Principio de Identidad para el resto de los mortales se niegan a aceptarlo porque ambos se guían por el mismo principio, ése que exigía el mejicano rey sin trono ni reina: “Que mi palabra es la ley”

¿Pero qué hacer en un mundo en el que la palabra no es ni ley, ni concepto sino solo sonido?

No sé ni por qué voy a publicar este artículo.

Hay días en las que uno escribe bagatelas sin sentido y aún tiene la osadía de publicarlas para que aumente el volumen de los escritos inservibles.

Hija de mi tiempo, sin duda: un saco de preguntas sobre la mesa que no espera respuesta, que no la busca, que no la quiere.    

Demasiadas falsas respuestas.
                                                  
Me voy al jardín.

Un día oscuro y sin agua.

¿Cómo lo sobrellevarán mis flores?

¿Morirán secas y tristes o conseguirán salir adelante?

¿He de regarlas o es preferible aceptar su destino?

¿He de dirigir su crecimiento o he de abandonarlas a su libertad?

¿Por qué ya casi nadie, ni siquiera los letristas de canciones, tienen dudas excepto en lo que al mal de amores se refiere?

¿Por qué, sin embargo,  los psicólogos tienen las consultas llenas de personas empeñadas en que alguien, aunque sea pagando, se ocupe – lo cual no significa, ni mucho menos, que se preocupe - de sus problemas emocionales? ¿Es eso síntoma de una epidemia hedonista-narcisista o de la profunda soledad que azota al individuo moderno? ¿Sólo al hombre moderno o a todos los hombres desde su aparición?

¿Por qué los misántropos como Carlos Saldaña no necesitan de psicólogos ni de sacerdotes ni de gurús económicos?

¿Por qué hay tantos hombres con ansias de liderazgo y ninguno al que se le pueda considerar lider porque todos, lo sabemos, buscan su propio provecho?

¿Por qué hay tantos falsos profetas?

Me voy al jardín.

A ver qué piensan las flores acerca de su destino.

Quizás ellas tengan algo que decir.

Al paso que vamos ya ni se sabe...

Isabel Viñado Gascón

Tuesday, August 18, 2015

Nosotros y los Otros

No llueve pero afuera me espera un día gris y frio.

Los intelectuales se dedican a luchar por sus derechos de autor y por fingir un aire bohemio y disconforme con los dictámenes socio-políticos mientras beben un Rioja de la mejor cosecha en alguno de los bares de moda de su ciudad; los ciudadanos indignados reivindican la libertad a todas horas y en todo lugar. Una libertad que consiste básica y fundamentalmente en poder disfrutar de una casa en propiedad, coche último modelo y vacaciones de lujo en lugares exóticos; los políticos se centran en las próximas batallas electorales y los financieros se sirven de las matemáticas para explicar que el final del cuento de la lechera es, considerado en términos económicos, falso. El fallo de la joven, aclaran, no radica en sus cálculos sino en la ausencia de un experto que le aconseje convertir los trozos rotos del cántaro en obras de arte bajo el lema: “la ruptura de lo auténtico”, “el fin de la materia”, “el alma rota del hombre moderno”, o algo por el estilo, mientras vende la leche derramada en el suelo a un laboratorio a fin de que los sesudos científicos puedan elaborar un profundo estudio de los efectos que ésta produce sobre la tierra en la que ha caído. Sus ganancias, afirman, hubieran superado sin duda alguna, todas sus pronósticos iniciales. Rusia y Estados Unidos se lanzan a una nueva carrera: esta vez por el Ártico y todo ¿para qué? Para concentrarse en la prospección de nuevos pozos petrolíferos mientras los precios del barril de petróleo se mantienen en bajos históricos. Grecia es salvada “in extremis”. Al día siguiente leemos los titulares que informan de que ha pagado una parte de su deuda con el dinero del rescate recibido, dos días más tarde somos informados del éxito económico de Grecia y tres días después se comenta en algún periódico las riquezas de las que dispone el país heleno. En Alemania se jura y se perjura que no habrá ningún quite de la deuda a Grecia. Ayer leí en “Der Spiegel” que sí existiría finalmente un quite de la deuda, aunque en términos económicos estrictos no hay un quite de la deuda. Locura de locuras, todo es irracionalidad y mi pobre cabeza está a punto de explotar.

El hombre-fuenteovejuna, el hombre masa europeo, que un día se creyó hombre-individuo, hombre-mundo, hombre-universo-universal, despierta de su sueño ilustrado y comprueba horrorizado que  sigue anclado en la barbarie. La suya es una barbarie informatizada, alimentada por un alud de palabras e imágenes que no significan nada y cuya pretensión última no es la de razonar sino la de sugestionar; una barbarie bañada en vocablos inertes e insensibles utilizados como fórmulas mágicas y atendiendo, por eso, más al sonido que al significado. “¿Qué importa lo que signifique “Abracadabra”?”, termina preguntándose, “¿A quién le interesa? Lo importante es que funcione y que nos permita conseguir aquéllo que queremos, lo más rápidamente. Todo lo demás es irrelevante.”

El problema es que el caos parece aproximarse sin remedio. El hombre-fuenteovejuna duda entre bostezar o buscar aprisa y corriendo alguna cueva en la que resguardarse. Ganas de ayudar, lo que se dice “ganas”, no tiene. “Qué otros ayuden a esos "otros"”, declara indignado. Y ese “otros” no tiene nada que ver con los “otros” de Levinás, esos "otros" de los cuales somos responsables total e incondicionadamente, incluso con nuestra vida. Los “otros” a los que se refiere el hombre-funteovejuna tienen más que ver con el “Andere” o con el “Fremd” que aparecen en la novela titulada “El informe de Brodeck” de Philippe Claudel: “Otros” que no tienen nada que ver con “nosotros”, “Otros” que permanecen ajenos a nuestra vida, opuestos incluso a ella, fantasmas sin ojos y sin voz que con su mera presencia nos recuerdan todas y cada una de nuestras miserias y por eso, justamente por eso, deben morir o marcharse.

¿No sería mejor buscar la redención de nuestro pecado?, pregunta un ingenuo. “¿Qué pecado?”, responde el hombre-fuenteovejuna sin mostrar ninguna emoción. “El pecado no es del pecador sino de quien lo padece” – afirma. Y concluye: “Muerto el perro, se acabó la rabia.”

Pero, hoy en día,  ya no es necesario que la víctima muera, ni siquiera que se marche. En la actualiad se ha puesto en marcha un nuevo método: el de la realidad alternativa. Dicho procedimiento permite que el Otro pase de ser víctima para convertirse en verdugo: nuestro verdugo y básicamente descansa en el siguiente argumento: por culpa del Otro nos hemos visto obligados a enfrentarnos al terrible hecho de que miserias que creíamos muertas y enterradas, casi olvidadas, siguen firmes y en pie deambulando alegremente junto a nosotros como sombras desvergonzadas y altivas. Ese Otro es el que nos ha despertado del sueño del olvido y nos devuelve a la realidad trágica, sucia e incómoda. Es ese Otro el que ha roto la armonía en la que creíamos estar envueltos. Por eso, y sólo por eso, ese Otro es culpable.

Así, de una forma tan sencilla, es convertido el verdugo en víctima y la víctima en verdugo. Tu palabra contra la mía. Mi palabra contra la tuya. La diosa Opinión Pública y su fiel sirviente, Fuenteovejuna, declaran al Otro culpable de nuestro infortunio y nuestra tristeza. El “Otro”, aquél “Otro” de Levinás queda hoy, como siempre, oculto, inmóvil y silencioso, en medio de cientos de libros. Lo dije en su momento y lo repito ahora:  Teoría, pura y simple teoría para santos, no para hombres.

 ¿La verdad? Ya ni siquiera nos esforzamos en saber qué es la verdad. A lo sumo alguien levanta la cabeza del ordenador y con tono indiferente inquiere: “¿Qué verdad?”. Lo pregunta impasible, casi desganado, porque sabe que los esquemas del  Todo en el Uno y el Uno en el Todo siempre triunfan. Y por eso, sin esperar respuesta, regresa a su pantalla.

Como mostró Claudel, lo mejor que puede hacer el otro, si no quiere ser convertido en verdugo o en cadáver, es marcharse, simplemente marcharse.

Pero esta vez los “otros” no quieren marcharse; esta vez los “otros” no sólo se quedan sino que además llegan a centenas, a millares. Cada día más. A las sociedades europeas - cada vez ellas mismas más conflictivas pero en las que, paradójicamente, la negativa de los ciudadanos a empuñar un rifle al servicio de su patria disminuye en la misma medida en que aumentan los asesinatos de unos ciudadanos a otros ya sea con armas o a golpes – llegan grupos de hombres, mujeres y niños para los que la vida es sinónimo de violencia y a los que, por tanto, la violencia no les asusta.

Maquiavelo, el pragmáticamente idealista Maquiavelo, advierte en el Segundo Libro de los Discursos que las guerras vienen causadas por dos motivos: una por deseos de expansión y la otra por invasiones de pueblos que, impulsados por la necesidad, guerras y hambre, se ven obligados a abandonar su propio territorio y a buscar nuevas tierras en las que asentarse. Los recién llegados ahuyentan y asesinan a los habitantes originarios. 
“Son pues” –afirma Maquiavelo- peligrosísimos los pueblos que abandonan sus tierras por extrema necesidad y sólo se les puede contener con formidable ejército. Pero cuando los emigrantes no son en gran número, el peligro es menor, pues no pudiendo emplear la fuerza, apelan a la astucia para ocupar algún terreno y, ocupado, mantenerse en él como amigos y aliados.” (Capítulo VIII, Segundo Libro de los Discursos de Maquiavelo. Puede verse en mi Blog “el libro de la semana”) 

A la vista de todo esto, el hombre-fuenteovejuna decide construir vallas y muros alrededor de Europa. Decide hacerlo porque no ha leído los Discursos de Maquiavelo y desconoce lo inútiles que las murallas resultan. 
“Hay que deliberar”, explica el florentino, “si las fortalezas se erigen para defenderse del enemigo o para sujetar a los súbditos. En el primer caso, dice Maquiavelo, resultan inútiles y, en el segundo, perjudiciales porque en este caso el problema es que el príncipe se ha hecho odioso a su propio pueblo (...). Si es para defenderse del enemigo, tampoco sirven de nada porque se pierden, o por traición de quien las guarda, o por fuerza de quien las ataca o por hambre. Lo más importante, pues, es disponer de un buen ejército.” (Capítulo XXIV, segundo Libro de los Discursos)

Y así, los Estados afectados por el caos logístico y social buscan ayuda aquí y allá. La técnica aplicada a las cuestiones civiles tiene la misma eficacia que la técnica empleada en la guerra: no cabe duda de que en los conflictos armados la técnica resulta de utilidad pero no tanto como un ejército valeroso y disciplinado. ¿De qué sirven armas gobernadas por cobardes desorganizados?, viene a preguntarse Maquiavelo. Por eso no es de extrañar que desconfíe de la ayuda de otros estados cuando ellos mismos no son afectados por el conflicto militar (Capítulo XI, segundo libro de los Discursos), se oponga a la contratación de mercenarios (capítulo XX, segundo libro de los Discursos) y considere a la infantería el elemento más importante de un ejército, más aún que la caballería y la artillería (Capítulos XVI-XVIII del segundo libro de los Discursos). 
Y todo ello porque el valor no depende ni de la tecnología ni de los caballos sino de la disciplina.

Así pues, es necesario que la infantería de Europa, esto es, la sociedad europea, decida unida la resolución del conflicto y es imprescindible que lo decida de forma valiente, unida y honesta, sin esperar ayuda de terceros. Es justamente el problema de los refugiados el que va a mostrar y demostrar cuál es el nivel de cohesión interna de la sociedad europea y si los valores que con tanta insistencia ha defendido son también los valores en los que realmente cree.

Porque lo cierto es que este caso, el problema de los refugiados deja al descubierto un problema aún mayor: el de los migrantes, el de los extranjeros. ¿Cómo distinguir uno de otro? Ese principio de identidad del que siempre me lamento expresa una igualdad: "El refugiado “a” es igual al extranjero “a”." Ninguno de los dos habla el idioma del lugar sin acento, los dos buscan un modo u otro, ya sea encontrando un puesto de trabajo o casándose con un lugareño, que les permita asentarse y descansar de tantas fatigas. Los dos aspiran a ser reconocidos por la nueva sociedad y si para ello es necesario utilizar la astucia, se utiliza." Y a esto todavía se hace preciso añadir una identidad más a considerar: la de los ciudadanos de la Unión Europea que se trasladan, poco importa el motivo, a vivir a otro país dentro de la Unión Europea. De tal manera que el refugiado “a” es igual al extranjero “a” igual al ciudadano de la Unión Europea “a”. Y en países como España, en los que algunas Comunidades Autónomas reivindican su independencia, esta identidad se amplía al habitante de la Región de al lado. Al final resulta que todos, incluso en nuestro propio continente, en nuestro propio país, en nuestra propia región, en nuestra propia comarca,  somos extranjeros.

¿Qué vamos a hacer?

Es Maquiavelo el que nuevamente aclara que la indecisión que muestran los estados débiles a la hora de tomar resoluciones únicamente consigue agravar los problemas. (Capítulo XV, segundo libro de los Discursos)  

Así pues, se hace necesario que decidamos rápidamente lo que vamos a hacer con los “Otros”, con esos que día a día desembarcan hasta nuestras costas: o les damos asilo, o no. O les ofrecemos un refugio, o no. Afirmar que los recién llegados no constituyen un riesgo, resulta ingenuo, cuando no cínico. Los recién llegados, sean de la naturaleza que sean, constituyen un riesgo siempre. Son ellos los que nos muestran nuestra fuerza pero también nuestras debilidades. Son ellos los que nos admiran pero también los que con mayor certeza descubren nuestros defectos. Los Otros son el reflejo de nuestras posibilidades pero también de nuestros límites.

Si somos fuertes, podemos acogerles. Si somos débiles, no.

Si somos fuertes, habremos de darle cobijo sin tardanza. La población civil ha de prestar su ayuda solidaria y gratuitamente. Hemos de colaborar con los organismos que se dediquen a acogerlos, poniendo a sus servicios nuestros conocimientos: con el lenguaje, con las cuestiones burocráticas...
Si somos débiles, no podemos prestar ayuda y habremos de buscar otros modos de solucionar el problema. Por ejemplo, devolverlos sanos y salvos a su lugar de origen y tratar “in situ” de paralizar los conflictos bélicos, promover la paz y organizar esquemas que posibiliten la vida. 

El problema de los refugiados implica, lo queramos o no, la confrontación sincera y honesta con nuestras propias posibilidades humanas. No se trata, como siempre digo, de ser ni ángeles ni demonios. Se trata, lisa y sencillamente, de calibrar nuestra fuerza humana. No sólo económica, no sólo política, también social. La fuerza que nos sobra una vez que la hemos dedicado a nuestra propia sociedad.

Mi justificado temor:

Que nuestra fuerza sea menor de la que pensamos.

Que no tengamos fuerza ni para ofrecer refugio a los otros.

Ni para detener el embate del otro.

El hombre-fuenteovejuna sabe, al modo en que saben los profetas,  que esta vez no puede escapar: que los “víctima-verdugo” arribados a las costas europeas no entienden sus frases mágico-slogan y están dispuestos a todo. A todo. Es la muerte lo que los recién llegados han dejado atrás, es la muerte a la que llevan burlando toda su vida impulsados por un deseo de vida que el hombre-fuenteovejuna concentrado en lo gótico, en la cultura de la anti cultura, en la desidia del ocio-aburrimiento-vejez, ya no acierta a entender.

No. No son nuestros vicios los que nos quitan la fuerza. No son los Otros los que nos despojarán de nuestros bienes. No son los Otros los que nos sumirán en la barbarie. No fueron los vicios los que permitieron a las hordas germanas hacerse con el control en Roma.

Es nuestra falta de virtudes la que nos despoja de la fuerza y nos aboca al abismo.

Los vicios son humanos y nos pertenecen. Son ellos los que conforman nuestra naturaleza trágica; los que dan cuenta de nuestra naturaleza débil y al mismo tiempo heroíca. Los Otros luchan por sus intereses como nosotros por los nuestros. Y si existen intereses comunes no tardaremos en luchar unidos.

No. No son nuestros vicios sino nuestra falta de virtudes la que determina que digamos una cosa, hagamos otra y expliquemos la contraria. Todo con tal de evitar enfrentarnos a la realidad. Y la realidad es que los Otros nos han mostrado nuestra debilidad y nuestro cinismo al sorprendernos defendiendo con la lengua lo que nuestros corazones rechazan. Estamos asustados y tenemos miedo. Y queremos vallas, vallas, vallas, al par que gritamos solidaridad, solidaridad, solidaridad.La triste Europa está más vieja de lo que ella misma creía.Si los desvalidos de la vida la asustan, imagínense ustedes qué no la atemorizarán los bestias de Aquí, de Allí y del Más Allá.

Han bastado unos cuantos miles de refugiados para que de repente, el hombre-fuenteovejuna- europeo, aquél que un día soñó en ser hombre-universo-universal, se convierta en el hombre-jardín-seto-valla.

Isabel Viñado Gascón.

Quizás sea necesario aclarar mi punto de vista a todos aquéllos que leen en diagonal, a aquéllos que se sumergen en un texto llevados por sus propios y personales prejuicios, a aquéllos que buscan "el punto" donde no hay más que una reflexión.
En mi opinión es Europa la única que estos momentos puede y debe responder a la cuestión que se le plantea. No la  política Europa sino la sociedad Europa es la que serena y reflexivamente ha de determinar su fuerza a la hora de ayudar a los "otros". A esos "otros" que vienen perseguidos por la violencia, esos "otros" desarraigados de su país, esos que en estos instantes no tienen ni patria, ni idioma, ni suelo.

Nadie sino los propios europeos pueden resolver los problemas europeos. Somos nosotros por tanto,  los ciudadanos europeos, los que hemos de responder a la cuestión de los que arriban a nuestros puertos y ciudades.

Algunos lectores de periódicos dejan entrever la desconfianza que sienten ante los recién llegados. Temen que a la sociedad europea le acabe pasando lo que a veces sucede con esos invitados ingratos e insufribles: que confunden al anfitrión con un posadero y se creen con el derecho a exigir todo sin regatear en gritos y malas formas cuando las cosas no se ejecutan según su capricho en cada momento y en cada situación.

Es verdad, y negarlo sería de necios,  que el riesgo de que se confunda generosidad y  buena voluntad con debilidad y servilismo subsiste siempre. Pero si somos fuertes para ayudar -y es esencial recordar que prestar asistencia exige siempre disciplina, lo cual conforma y moldea el valor- sabremos igualmente defender nuestras posiciones, si se presentan dichas circunstancias.

Otros lectores expresan su miedo a perder su identidad, a la confusión social, a que sus costumbres y creencias se vean alteradas. A éstos, he de recordarles que son, e efecto,  nuestras virtudes - y esto incluye la donación de auxilio tanto como la defensa de nuestras convicciones y nuestras formas de vida- las que en estos instantes se están poniendo a prueba.  Quién dijo que el Paraíso era limpio? Les recomiendo, además, la lectura de mi artículo "Inspector Barnaby en Ferguson" contenido en mi Blog "El libro de la semana".

Mi razonable e individual temor: que no seamos tan fuertes como nos creíamos.
Son los "otros", justamente los "otros" los que nos muestran nuestras posibilidades y nuestras limitaciones. Que sea la zona económica y demográficamente más pobre de Alemania el lugar en el que más conflictos se están produciendo mientras que otros lugares del país germano son desbordados por la ayuda prestada constata lo que digo.