No llueve pero afuera me espera un día gris y frio.
Los intelectuales se dedican a luchar por sus derechos de autor y por
fingir un aire bohemio y disconforme con los dictámenes socio-políticos
mientras beben un Rioja de la mejor cosecha en alguno de los bares de moda de
su ciudad; los ciudadanos indignados reivindican la libertad a todas horas y en
todo lugar. Una libertad que consiste básica y fundamentalmente en poder
disfrutar de una casa en propiedad, coche último modelo y vacaciones de lujo en
lugares exóticos; los políticos se centran en las próximas batallas electorales
y los financieros se sirven de las matemáticas para explicar que el final del cuento
de la lechera es, considerado en términos económicos, falso. El fallo de la
joven, aclaran, no radica en sus cálculos sino en la ausencia de un experto que
le aconseje convertir los trozos rotos del cántaro en obras de arte bajo el
lema: “la ruptura de lo auténtico”, “el fin de la materia”, “el alma rota del
hombre moderno”, o algo por el estilo, mientras vende la leche derramada en el
suelo a un laboratorio a fin de que los sesudos científicos puedan elaborar un
profundo estudio de los efectos que ésta produce sobre la tierra en la que ha
caído. Sus ganancias, afirman, hubieran superado sin duda alguna, todas sus
pronósticos iniciales. Rusia y Estados Unidos se lanzan a una nueva carrera:
esta vez por el Ártico y todo ¿para qué? Para concentrarse en la prospección de
nuevos pozos petrolíferos mientras los precios del barril de petróleo se
mantienen en bajos históricos. Grecia es salvada “in extremis”. Al día
siguiente leemos los titulares que informan de que ha pagado una parte de su
deuda con el dinero del rescate recibido, dos días más tarde somos informados
del éxito económico de Grecia y tres días después se comenta en algún periódico
las riquezas de las que dispone el país heleno. En Alemania se jura y se
perjura que no habrá ningún quite de la deuda a Grecia. Ayer leí en “Der Spiegel”
que sí existiría finalmente un quite de la deuda, aunque en términos económicos
estrictos no hay un quite de la deuda. Locura de locuras, todo es
irracionalidad y mi pobre cabeza está a punto de explotar.
El hombre-fuenteovejuna, el
hombre masa europeo, que un día se creyó hombre-individuo, hombre-mundo,
hombre-universo-universal, despierta de su sueño ilustrado y comprueba
horrorizado que sigue anclado en la
barbarie. La suya es una barbarie informatizada, alimentada por un alud de
palabras e imágenes que no significan nada y cuya pretensión última no es la de
razonar sino la de sugestionar; una barbarie bañada en vocablos inertes e insensibles
utilizados como fórmulas mágicas y atendiendo, por eso, más al sonido que al
significado. “¿Qué importa lo que signifique “Abracadabra”?”, termina
preguntándose, “¿A quién le interesa? Lo importante es que funcione y que nos
permita conseguir aquéllo que queremos, lo más rápidamente. Todo lo demás es
irrelevante.”
El problema es que el caos parece aproximarse sin remedio. El hombre-fuenteovejuna
duda entre bostezar o buscar aprisa y corriendo alguna cueva en la que
resguardarse. Ganas de ayudar, lo que se dice “ganas”, no tiene. “Qué otros ayuden a esos "otros"”,
declara indignado. Y ese “otros” no
tiene nada que ver con los “otros” de Levinás, esos "otros" de los cuales somos responsables total e incondicionadamente, incluso con nuestra vida. Los “otros” a los que se refiere
el hombre-funteovejuna tienen más que ver con el “Andere” o con el “Fremd” que
aparecen en la novela titulada “El informe de Brodeck” de Philippe Claudel: “Otros”
que no tienen nada que ver con “nosotros”, “Otros” que permanecen ajenos a
nuestra vida, opuestos incluso a ella, fantasmas sin ojos y sin voz que con su
mera presencia nos recuerdan todas y cada una de nuestras miserias y por eso,
justamente por eso, deben morir o marcharse.
¿No sería mejor buscar la redención de nuestro pecado?, pregunta un ingenuo.
“¿Qué pecado?”, responde el hombre-fuenteovejuna sin mostrar ninguna emoción. “El pecado
no es del pecador sino de quien lo padece” – afirma. Y concluye: “Muerto el
perro, se acabó la rabia.”
Pero, hoy en día, ya no es necesario que la víctima muera, ni
siquiera que se marche. En la actualiad se ha puesto en marcha un nuevo método:
el de la realidad alternativa. Dicho procedimiento permite que el Otro pase de
ser víctima para convertirse en verdugo: nuestro verdugo y básicamente descansa
en el siguiente argumento: por culpa del Otro nos hemos visto obligados a
enfrentarnos al terrible hecho de que miserias que creíamos muertas y
enterradas, casi olvidadas, siguen firmes y en pie deambulando alegremente junto
a nosotros como sombras desvergonzadas y altivas. Ese Otro es el que nos ha
despertado del sueño del olvido y nos devuelve a la realidad trágica, sucia e
incómoda. Es ese Otro el que ha roto la armonía en la que creíamos estar
envueltos. Por eso, y sólo por eso, ese Otro es culpable.
Así, de una forma tan
sencilla, es convertido el verdugo en víctima y la víctima en verdugo. Tu
palabra contra la mía. Mi palabra contra la tuya. La diosa Opinión Pública y su
fiel sirviente, Fuenteovejuna, declaran al Otro culpable de nuestro infortunio
y nuestra tristeza. El “Otro”, aquél “Otro” de Levinás queda hoy, como siempre,
oculto, inmóvil y silencioso, en medio de cientos de libros. Lo dije en su
momento y lo repito ahora: Teoría, pura
y simple teoría para santos, no para hombres.
¿La verdad? Ya ni siquiera nos
esforzamos en saber qué es la verdad. A lo sumo alguien levanta la cabeza del
ordenador y con tono indiferente inquiere: “¿Qué verdad?”. Lo pregunta
impasible, casi desganado, porque sabe que los esquemas del Todo en el Uno y el Uno en el Todo siempre
triunfan. Y por eso, sin esperar respuesta, regresa a su pantalla.
Como mostró Claudel, lo mejor que puede hacer el otro, si no quiere ser
convertido en verdugo o en cadáver, es marcharse, simplemente marcharse.
Pero esta vez los “otros” no
quieren marcharse; esta vez los “otros” no sólo se quedan sino que además
llegan a centenas, a millares. Cada día más. A las sociedades europeas - cada vez ellas mismas
más conflictivas pero en las que, paradójicamente, la negativa de los
ciudadanos a empuñar un rifle al servicio de su patria disminuye en la misma
medida en que aumentan los asesinatos de unos ciudadanos a otros ya sea con
armas o a golpes – llegan grupos de hombres, mujeres y niños para los que la
vida es sinónimo de violencia y a los que, por tanto, la violencia no les
asusta.
Maquiavelo, el pragmáticamente idealista Maquiavelo, advierte en el Segundo
Libro de los Discursos que las guerras vienen causadas por dos motivos: una por
deseos de expansión y la otra por invasiones de pueblos que, impulsados por la
necesidad, guerras y hambre, se ven obligados a abandonar su propio territorio
y a buscar nuevas tierras en las que asentarse. Los recién llegados ahuyentan y
asesinan a los habitantes originarios.
“Son pues” –afirma Maquiavelo-
peligrosísimos los pueblos que abandonan sus tierras por extrema necesidad y
sólo se les puede contener con formidable ejército. Pero cuando los emigrantes
no son en gran número, el peligro es menor, pues no pudiendo emplear la fuerza,
apelan a la astucia para ocupar algún terreno y, ocupado, mantenerse en él como
amigos y aliados.” (Capítulo VIII, Segundo Libro de los Discursos de
Maquiavelo. Puede verse en mi Blog “el libro de la semana”)
A la vista de todo esto, el hombre-fuenteovejuna decide construir vallas y
muros alrededor de Europa. Decide hacerlo porque no ha leído los Discursos de
Maquiavelo y desconoce lo inútiles que las murallas resultan.
“Hay que
deliberar”, explica el florentino, “si las fortalezas se erigen para defenderse
del enemigo o para sujetar a los súbditos. En el primer caso, dice Maquiavelo,
resultan inútiles y, en el segundo, perjudiciales porque en este caso el
problema es que el príncipe se ha hecho odioso a su propio pueblo (...). Si es
para defenderse del enemigo, tampoco sirven de nada porque se pierden, o por
traición de quien las guarda, o por fuerza de quien las ataca o por hambre. Lo
más importante, pues, es disponer de un buen ejército.” (Capítulo XXIV, segundo
Libro de los Discursos)
Y así, los Estados afectados por el caos logístico y social buscan ayuda aquí y allá. La técnica aplicada a las cuestiones civiles tiene la misma eficacia que la técnica empleada en la guerra: no cabe duda de que en los conflictos armados la técnica resulta de utilidad pero no tanto como un ejército valeroso y disciplinado. ¿De qué sirven armas gobernadas por cobardes desorganizados?, viene a preguntarse Maquiavelo. Por eso no es de extrañar que desconfíe de la ayuda de otros estados cuando ellos mismos no son afectados por el conflicto militar (Capítulo XI, segundo libro de los Discursos), se oponga a la contratación de mercenarios (capítulo XX, segundo libro de los Discursos) y considere a la infantería el elemento más importante de un ejército, más aún que la caballería y la artillería (Capítulos XVI-XVIII del segundo libro de los Discursos).
Y todo ello porque el valor no depende ni de la tecnología ni de los caballos sino de la disciplina.
Así pues, es necesario que la infantería de Europa, esto es, la sociedad europea, decida unida la resolución del conflicto y es imprescindible que lo decida de forma valiente, unida y honesta, sin esperar ayuda de terceros. Es justamente el problema de los refugiados el que va a mostrar y demostrar cuál es el nivel de cohesión interna de la sociedad europea y si los valores que con tanta insistencia ha defendido son también los valores en los que realmente cree.
Porque lo cierto es que este caso, el problema de los refugiados deja al descubierto
un problema aún mayor: el de los migrantes, el de los extranjeros. ¿Cómo
distinguir uno de otro? Ese principio de identidad del que siempre me lamento expresa una igualdad: "El refugiado “a” es igual al extranjero “a”." Ninguno
de los dos habla el idioma del lugar sin acento, los dos buscan un modo u otro,
ya sea encontrando un puesto de trabajo o casándose con un lugareño, que les
permita asentarse y descansar de tantas fatigas. Los dos aspiran a ser
reconocidos por la nueva sociedad y si para ello es necesario utilizar la astucia,
se utiliza." Y a esto todavía se hace preciso añadir una identidad más a
considerar: la de los ciudadanos de la Unión Europea que se trasladan, poco
importa el motivo, a vivir a otro país dentro de la Unión Europea. De tal
manera que el refugiado “a” es igual al extranjero “a” igual al ciudadano de la
Unión Europea “a”. Y en países como España, en los que algunas Comunidades
Autónomas reivindican su independencia, esta identidad se amplía al habitante
de la Región de al lado. Al final resulta que todos, incluso en nuestro propio continente, en nuestro propio país, en nuestra propia región, en nuestra propia comarca, somos extranjeros.
¿Qué vamos a hacer?
Es Maquiavelo el que nuevamente aclara que la indecisión que muestran los
estados débiles a la hora de tomar resoluciones únicamente consigue agravar los
problemas. (Capítulo XV, segundo libro de los Discursos)
Así pues, se hace necesario que decidamos rápidamente lo que vamos a hacer
con los “Otros”, con esos que día a día desembarcan hasta nuestras costas: o
les damos asilo, o no. O les ofrecemos un refugio, o no. Afirmar que los recién
llegados no constituyen un riesgo, resulta ingenuo, cuando no cínico. Los
recién llegados, sean de la naturaleza que sean, constituyen un riesgo siempre.
Son ellos los que nos muestran nuestra fuerza pero también nuestras
debilidades. Son ellos los que nos admiran pero también los que con mayor
certeza descubren nuestros defectos. Los Otros son el reflejo de nuestras
posibilidades pero también de nuestros límites.
Si somos fuertes, podemos acogerles. Si somos débiles, no.
Si somos fuertes, habremos de darle cobijo sin tardanza. La población civil
ha de prestar su ayuda solidaria y gratuitamente. Hemos de colaborar con los
organismos que se dediquen a acogerlos, poniendo a sus servicios nuestros
conocimientos: con el lenguaje, con las cuestiones burocráticas...
Si somos débiles, no podemos prestar ayuda y habremos de buscar otros modos de solucionar el
problema. Por ejemplo, devolverlos sanos y salvos a su lugar de origen y tratar
“in situ” de paralizar los conflictos bélicos, promover la paz y organizar
esquemas que posibiliten la vida.
El problema de los refugiados implica, lo queramos o no, la confrontación
sincera y honesta con nuestras propias posibilidades humanas. No se trata, como
siempre digo, de ser ni ángeles ni demonios. Se trata, lisa y sencillamente, de
calibrar nuestra fuerza humana. No sólo económica, no sólo política, también
social. La fuerza que nos sobra una vez que la hemos dedicado a nuestra propia
sociedad.
Mi justificado temor:
Que nuestra fuerza sea menor de la que pensamos.
Que no tengamos fuerza ni para ofrecer refugio a los otros.
Ni para detener el embate del otro.
El hombre-fuenteovejuna sabe, al modo en que saben los profetas, que esta vez no puede escapar: que los “víctima-verdugo”
arribados a las costas europeas no entienden sus frases mágico-slogan y están
dispuestos a todo. A todo. Es la muerte lo que los recién llegados han dejado
atrás, es la muerte a la que llevan burlando toda su vida impulsados por un
deseo de vida que el hombre-fuenteovejuna concentrado en lo gótico, en la
cultura de la anti cultura, en la desidia del ocio-aburrimiento-vejez, ya no
acierta a entender.
No. No son nuestros vicios los que nos quitan la fuerza. No son los Otros
los que nos despojarán de nuestros bienes. No son los Otros los que nos sumirán
en la barbarie. No fueron los vicios los que permitieron a las hordas germanas
hacerse con el control en Roma.
Es nuestra falta de virtudes la que nos despoja de la fuerza y nos aboca al
abismo.
Los vicios son humanos y nos pertenecen. Son ellos los que conforman
nuestra naturaleza trágica; los que dan cuenta de nuestra naturaleza débil y al
mismo tiempo heroíca. Los Otros luchan por sus intereses como nosotros por los
nuestros. Y si existen intereses comunes no tardaremos en luchar unidos.
No. No son nuestros vicios sino nuestra falta de virtudes la que determina
que digamos una cosa, hagamos otra y expliquemos la contraria. Todo con tal de
evitar enfrentarnos a la realidad. Y la realidad es que los Otros nos han mostrado
nuestra debilidad y nuestro cinismo al sorprendernos defendiendo con la lengua
lo que nuestros corazones rechazan. Estamos asustados y tenemos miedo. Y queremos
vallas, vallas, vallas, al par que gritamos solidaridad, solidaridad,
solidaridad.La triste Europa está más vieja de lo que ella misma creía.Si los desvalidos de la vida la asustan, imagínense ustedes qué no la atemorizarán los bestias de Aquí, de Allí y del Más Allá.
Han bastado unos cuantos miles de refugiados para que de repente, el
hombre-fuenteovejuna- europeo, aquél que un día soñó en ser hombre-universo-universal,
se convierta en el hombre-jardín-seto-valla.
Isabel Viñado Gascón.
Quizás sea necesario aclarar mi punto de vista a todos aquéllos que leen en diagonal, a aquéllos que se sumergen en un texto llevados por sus propios y personales prejuicios, a aquéllos que buscan "el punto" donde no hay más que una reflexión.
En mi opinión es Europa la única que estos momentos puede y debe responder a la cuestión que se le plantea. No la
política Europa sino la
sociedad Europa es la que serena y reflexivamente ha de determinar su fuerza a la hora de ayudar a los "otros". A esos "otros" que vienen perseguidos por la violencia, esos "otros" desarraigados de su país, esos que en estos instantes no tienen ni patria, ni idioma, ni suelo.
Nadie sino los propios europeos pueden resolver los problemas europeos. Somos nosotros por tanto, los ciudadanos europeos, los que hemos de responder a la cuestión de los que arriban a nuestros puertos y ciudades.
Algunos lectores de periódicos dejan entrever la desconfianza que sienten ante los recién llegados. Temen que a la sociedad europea le acabe pasando lo que a veces sucede con esos invitados ingratos e insufribles: que confunden al anfitrión con un posadero y se creen con el derecho a exigir todo sin regatear en gritos y malas formas cuando las cosas no se ejecutan según su capricho en cada momento y en cada situación.
Es verdad, y negarlo sería de necios, que el riesgo de que se confunda generosidad y buena voluntad con debilidad y servilismo subsiste siempre. Pero si somos fuertes para ayudar -y es esencial recordar que prestar asistencia exige siempre disciplina, lo cual conforma y moldea el valor- sabremos igualmente defender nuestras posiciones, si se presentan dichas circunstancias.
Otros lectores expresan su miedo a perder su identidad, a la confusión social, a que sus costumbres y creencias se vean alteradas. A éstos, he de recordarles que so
n, e efecto, nuestras virtudes - y esto incluye la donación de auxilio tanto como la defensa de nuestras convicciones y nuestras formas de vida- las que en estos instantes se están poniendo a prueba. Quién dijo que el Paraíso era limpio? Les recomiendo, además, la lectura de mi artículo "Inspector Barnaby en Ferguson" contenido en mi Blog "El libro de la semana".
Mi razonable e individual temor: que no seamos tan fuertes como nos creíamos.
Son los "otros", justamente los "otros" los que nos muestran nuestras posibilidades y nuestras limitaciones. Que sea la zona económica y demográficamente más pobre de Alemania el lugar en el que más conflictos se están produciendo mientras que otros lugares del país germano son desbordados por la ayuda prestada constata lo que digo.