Wednesday, September 2, 2015

La pesadilla surrealista del espectador.

El espectador se despierta envuelto en un sudor frío y su ritmo cardiaco es inestable. Tarda unos minutos en reconocer la habitación en la que transcurre su cotidiana existencia y al final consigue a duras penas levantarse de la cama. Está agotado pero sobre todo, está asustado. Una parte de su espíritu todavía permanece inmersa en la pesadilla vivida durante la noche. Una pesadilla tan nítida, tan real, que es su propio mundo el que ahora se le antoja ilusorio y ficticio. El espectador se mira preocupado en el espejo. Grandes y profundas ojeras, como si de dos grandes moratones producidos por alguna pelea callejera se tratara, marcan su rostro.Se asea para intentar, sin éxito, deshacerse del mal sueño y se dirige a la cocina a prepararse un café con la esperanza, una esperanza que de antemano sabe vana, de que el humeante aroma y el amargo sabor le ayuden a superar el desasosiego que hoy cerca su ánimo.
El espectador se sienta pero enseguida se incorpora debido a la velocidad y dureza con la que las palpitaciones sacuden su corazón. La sangre se agolpa en el pecho, casi llega a la garganta, y muy a su pesar lanza un grito. Apenas logra respirar. Abre la ventana. El frío de la mañana le proporciona un cierto alivio. Inhala el aire con fuerza. Exhausto por las emociones pasadas, se deja caer en su sillón. La televisión permanece apagada. Nota que alguien a sus espaldas le contempla vigilante: es la pesadilla. Su presencia sigue flotando en el ambiente

¿Pero qué es exactamente lo que he soñado? – se pregunta.

El espectador cierra los ojos y regresa al mundo auténtico que el nuevo día le ha permitido abandonar. (¿O es más bien "obligado"?). Sea como fuere el caso es que el espectador se encuentra en una calle oscura y solitaria, limitada a izquierda y derecha por altos edificios de cemento y cristal en los que todas las luces han sido apagadas. A decir verdad, ahora que la observa por segunda vez nota consternado que no hay ni una sola farola, ni un solo coche aparcado. Es una calle recta e interminable. Ningún sonido, ni una leve brisa. Vacío y negrura son las palabras que definen el lugar en que se encuentra. Sus propias vestimentas han adquirido el color de las tinieblas y sus facciones han quedado ocultas por la densidad de la oscuridad que le rodea. El espectador es una sombra.

No tarda, sin embargo, en descubrir que la calle no está tan despoblada como él creía. En la oscuridad comienza a vislumbrar a otras sombras negras y sin rostro que deambulan firmes e imperturbables de un lado a otro. Una de esas sombras le saluda sin emoción y le invita a acompañarle. El espectador le sigue. Bajan unas escaleras. La sombra abre la puerta de su casa. Ninguna luz. Se dirigen a un salón grande y decimonónico. El espectador es incapaz de explicar por qué sabe, pese a las tinieblas que reinan en la estancia, que el salón es grande y decimonónico. Toman asiento. Los sillones están tapizados con terciopelo. El espectador recuerda vagamente haber conversado con el amigo desconocido pero es incapaz de reproducir el diálogo en su totalidad.
Recuerda, eso sí, que la sombra parece sorprendida, o tal vez simplemente divertida, por la consternación que domina al espectador, por su ignorancia respecto a la situación política del momento.
- “Estamos gobernados por un régimen fascista” - le explica la sombra despreocupadamente.
-“¿Un gobierno fascista? –replica el espectador atónito ante la información- ¿y no hay nadie que se levante en contra, nadie que se rebele?”
La sombra no sale de su asombro. - ¿Rebelión? – pregunta admirada- ¿Por qué y para qué?” El espectador calla unos instantes. Quizás estén siendo vigilados, piensa inquieto. . Su acompañante, en cambio, se muestra relajado. Se levanta con la amable agilidad que caracteriza al buen anfitrión y le sirve una copa llena de un extraño líquido rojo parecido al vino. -“No sé qué te pasa hoy.” – le dice al tiempo que le acerca la bebida - "Te veo extraño." El espectador no responde. - “¿Por qué habríamos de alzarnos contra un gobierno que ha permitido nuestra supervivencia?” –pregunta nuevamente la sombra. El espectador está nervioso. El penetrante aliento de la sombra le intranquiliza más y más. -“Debo sufrir algún tipo de amnesia” – reconoce nervioso. El tono de su interlocutor se torna comprensivo. -“Hace unos diez años el mundo sufrió una gran conmoción" -explica-  "Los terroristas islámicos se hicieron cada vez más fuertes, hasta el punto de amenazar con invadir Europa. Rusia y China tenían sus propios problemas. Rusia debía hacer frente a una posible invasión de grupos chinos a través de Siberia y a una ocupación islamista en el Este. Eso, sin contar, con los problemas ocasionados por las sanciones y contrasanciones occidentales. China, por su parte, debía mantener su filosofía política de “la armonía de los contrarios” al tiempo que se veía obligada a solucionar los problemas económicos internos y a constatar que las inversiones en el extranjero no proporcionaban los frutos esperados. En lo que a los Estados Unidos se refiere, viéndose acuciados por deudas, mafias y mafiosi, implantaron la ley marcial. Estaban completamente seguros de que ello les permitiría regresar a las raíces que un día les encumbraron a la hegemonía mundial. Lamentablemente olvidaron el hecho de que la soberanía no la consigue la fuerza bruta sino la fuerza disciplinada, organizada y bien dirigida. La consecuencia de todo este panorama de luchas por aquí y lucha por allá fue un mundo sin luz.” –“Sin energía, querrás decir” – balbucea el espectador. La sombra sonríe. - “Cuando digo “sin luz” quiero decir exactamente eso: sin luz”. El espectador siente la sonrisa benevolente de su interlocutor. “La energía, al menos mientras el Universo sea Universo, es inagotable. En mi opinión seguiría existiendo incluso en el caso de que éste llegara a desaparecer... Pero esto, mi querido amigo, es otro tema que no nos concierne en este instante... En cualquier caso, el mundo se quedó sin luz en unas circunstancias geo-socio-políticas digamos... poco favorables. Los Estados Unidos perdieron la mayor parte de su población en hecatombes climáticas, en terremotos infernales y en enfermedades apocalípticas. Creo que incluso les llegó a caer un meteorito. O tal vez fue un misíl atómico. ¡Quién sabe!” – “¡Dios mío!” –exclama aterrorizado el espectador. La sombra se ríe. “Sí “¡Dios mío” era justamente lo que una y otra vez repetían. De repente sus miedos ancestrales, cada uno de los miedos que habían dejado plasmados en eientos de películas, se hacían realidad. Al día de hoy, los Estados Unidos son un pequeño país sin tan apenas importancia dividido en una inmensidad de provincias y reinos de taifas. Supongo que los que corresponden al número de oligarcas que lo habitan.” – “¿Y Europa?” – pregunta el espectador cada vez más aterrorizado. – “La pobre y vieja Europa despertó de su sueño de bienestar y riqueza y tuvo que hacer frente a unas cruzadas que esta vez iban a tener lugar en su suelo. Por aquéllo de la revancha, ya sabes.” – “¿Y quién venció?”- inquiere el confuso espectador. – “Nosotros, naturalmente, ¿quién si no?” – replica divertida la sombra. “A los gobiernos democráticos europeos les resultó imposible hacer frente a toda aquella masa de guerreros religiosos que se les venía encima. Reconozcámoslo: no lo hubieran conseguido nunca. Demasiados principios, demasiados derechos, demasiados discursos de buena voluntad, pero nada con lo que enfrentarse a un enemigo que creía firmemente que era la mismísima Verdad la que apoyaba sus victorias. Al final no les quedó más remedio que unirse democráticamente y aprobar la formación un régimen fascista. Como alguien afirma una y otra vez “a” no siempre es “a”. - La sombra ríe maliciosamente antes de continuar hablando. “En fin, el mismo fascismo que tantas miserias trajo a Europa es el que ahora le ha otorgado una nueva fuerza. Europa rige el mundo. Su poder se ha extendido a los Estados Unidos, a Rusia y a China. El nuevo fascismo es el que ha devuelto la paz y la prosperidad al planeta.”

La sombra enciende una vela. “Voy a bajar al sótano”, explica, “necesitas beber un poco más.” El espectador permanece paralizado por la imagen que se alza ante sus ojos: la sombra es un vampiro.
- “Eres un vampiro” – balbucea el espectador. La sombra se ríe estrepitosa y jovialmente. – “Tú también”- le señala- “Todos los supervivientes somos vampiros” – “Así pues, los hombres están muertos” – musita el espectador consternado. –“¿Hombres? – pregunta la sombra con extrañeza- ¿hombres? Nosotros somos hombres. Hombres vampiro.” –aclara. “Verdaderamente sufres una profunda amnesia. Intenta al menos hacer memoria. Conforme la energía tradicional se acababa, los alimentos empezaron a escasear. Hambre, guerra y enfermedades sembraron los campos de cadáveres a mitad de morir: o sea, zombis. En este sentido tengo que reconocer que los zombis fueron un peligro conmensurable únicamente con el que suponían los terroristas. Curiosamente, la misma falta de luz que les había hecho surgir de la nada fue también la causa de su desaparición. La total y absoluta oscuridad les espantaba tanto como la luz del día. Los zombis sólo pueden vivir en ese espacio intermedio que constituye la penumbra y puede imaginarse, querido amigo, que en un mundo atroz, empobrecido y bárbaro como aquél las tinieblas no tardaron en hacer su aparición y cubrir el planeta casi en su totalidad. Nuestra llegada determinó el fascismo y consiguió la paz...” - ¿Cuántos inocentes han tenido que morir por la paz?” – tartamudea el espectador.  La sombra vampiresca le mira dulcemente. –“¿Inocentes?”- pregunta- “Ninguno que yo sepa. Los inocentes son siempre los primeros en morir y generalmente mueren por cualquier cosa. O lo que es lo mismo: por nada que pueda denominarse "heroico". En cualquier caso, matar no nos resultó imprescindible. No lo fue y no lo es y esto por dos motivos. Al principio la sangre llegaba a borbotones, hasta el punto de que se hizo preciso crear industrias de envasado y conserva. Más adelante sólo hubo que buscar donantes de sangre. En este momento tenemos superávit...”  – “¿Y qué hay de América Central y del Sur?” pregunta el espectador cada vez más asustado.  - “Una sangre sumamente deliciosa pero muy, muy peligrosa. Ya sabes, el realismo fantástico que padecen sus donantes confiere al plasma propiedades alucinógenas que no todos son capaces de soportar...”

El espectador grita espantado, grita, grita, grita, grita....

Un timbre suena.
Es su joven vecina de quince años.
“¿Sería tan amable de bajar el volumen de su televisión?” – pregunta con una formalidad que de ningún modo pretende esconder su enfado – No puedo concentrarme en mi libro.
“¿Qué libro estás leyendo?” – le pregunta el espectador, deseoso de recuperar la paz vecinal.
“La historia interminable, de Michael Ende” – responde la vecinita, más amable.
“¿Termina bien?”
“Eso espero.” – Su enfado parece haber desaparecido. – “De momento la situación es sumamente complicada. El mundo de la fantasía está desapareciendo consumido por la Nada y  ...”

El espectador ya no escucha.

“Hasta el mundo de la fantasía...” piensa compungido.


Isabel Viñado Gascón

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