Tuesday, June 17, 2014

Comentario sobre algunas frases del Papa Francisco en el Congreso Diocesano de Roma


Frases del Papa Francisco, tomadas de la edición de “Periodista Digital”, dentro de la sección "Religión Digital, del 17 de Junio del 2014
 
"La maternalidad de la Iglesia. Si la Iglesia no es madre se torna en una solterona, no es fecunda"
"La identidad de la Iglesia es hacer hijos"
"La Iglesia tiene que cambiar y convertirse y ser madre fecunda"
"No se trata de hacer proselitismo. La Iglesia no crece por el proselitismo, sino por la atracción materna"
 
Comentario
Dos ideas fundamentales: la primera, la necesidad de procreación;  la segunda, la necesidad de que la Iglesia atraiga no a través del proselitismo sino a través de las virtudes maternales; en caso contrario, dice el Papa Francisco, la Iglesia  es “una solterona, no es fecunda” 
 
Mi primera sorpresa es que La Santa Madre Iglesia confiese la necesidad de procreación (entendida en un sentido espiritual) y que además pretenda conseguirlo  sin hacer uso del proselitismo.
A mi modo de ver, las diferentes Iglesias  sólo tienen dos formas naturales de hacer hijos: o a las buenas o a las malas. El proselitismo, (convencer), es la buena manera; la persecución, (obligar), la mala. Hay todavía una tercera: la de que, bien porque se ha perdido, bien porque quiere cenar gratis, alguien llame a la puerta y ya de paso se quede.  En este caso, la Iglesia más que Madre sería una posadera. Considerando que el Papa Francisco no pretende ni lo uno ni lo otro, me pregunto qué otra manera tiene la Santa Madre para procrear por medios no naturales.  Con el ejemplo, dice. ¿Qué ejemplo? ¿El ejemplo de qué ? El ejemplo de la maternidad. Y como antítesis a la maternidad ofrece el ejemplo de la solterona, no fecunda”.
A mí me parece que ese ataque gratuito a las  solteronas está de más. Sobre todo tratándose de una especie en extinción. ¿Qué es una solterona? Tal y como lo hemos aprendido, se trata de una mujer amargada por no haber encontrado el amor de su vida. Bien. ¿Y qué es una madre no casada cuyo hijo es producto de un amor imposible o simplemente de un amor que se ha terminado? Siguiendo nuestras enseñanzas,  es una madre soltera y hasta hace muy poco tiempo una pecadora a la que la sociedad no debía admitir. Sigamos. ¿Y qué es una madre soltera que ha tenido su hijo gracias a un banco de esperma? Sin palabras.
El Papa Francisco habla de las mujeres que no han encontrado el amor de su vida con un desprecio poco merecido. Sobre todo porque la mayoría de ellas ha acatado férreamente las reglas de la Madre Iglesia. “Una solterona, no fecunda”, dice el Papa Francisco. Entre solterona y fecunda hay una coma. Ese “no es fecunda” ¿se refiere a la solterona que no ha parido porque no ha querido o a la solterona que no puede tener hijos porque es infértil? ¿Y qué pasa con las mujeres casadas no fecundas? ¿Hay alguna diferencia de matiz entre “no fecunda” e “infértil”?  ¿Tal vez la misma diferencia que existe entre “el querer” y “el poder”? El Papa Francisco no arremete – o parece que no arremete- contra las solteronas infértiles sino únicamente contra aquéllas que no han fecundado. O sea, aquellas mujeres que pudiendo tener hijos han decidido seguir las normas que dictaban –al menos, hasta hace pocos días- las normas de la Santa Madre Iglesia. Esto es: castidad salvo en el matrimonio.
Con su frase, el Papa Francisco se olvida del papel desempeñado por las solteronas en la Iglesia. Ellas han sido, si, es cierto, las mujeres agrias y agriadas. Esas de las que todos huían porque su presencia resultaba asfixiante y estrangulaba la creatividad. Sin embargo hay que reconocer también que ellas han sido igualmente las mujeres que se han dedicado en cuerpo y alma a esa Madre. En su romanticismo infantil, casi enfermizo, se veían como heroínas de la Fe, como Juanas de Arco enarbolando la bandera de la religión, convirtiendo a los herejes, ayudando a los enfermos, organizando a las mujeres de la comunidad, preparando los cursos de catequesis. Ellas apoyaban las decisiones de los párrocos y colaboraban en todo lo que hiciera falta para ponerlas en práctica. Y ahora.... ¡Su propia Madre las traiciona! En fin... Si yo fuera una de esas mujeres solteronas, una de esas a las que los creyentes siempre se han referido despectivamente como “esas que se han quedado para vestir santos” estaría sumamente desesperada. A pesar del desprecio general que siempre han sufrido, no han dejado de luchar y trabajar. De luchar por sus convicciones, de trabajar para su Madre: la Iglesia. Esa Madre que para ellas era la Madre más bella de todas las Madres y a la que ellas adoraban precisamente porque ellas mismas se sabían feas. Feas desde su nacimiento. Esa Madre a la que ellas amaban incondicionalmente porque era buena y dulce y la única que soportaba el terrible carácter que siempre las había caracterizado. Esa Madre que era Luz aunque ellas fueran oscuras. Si yo fuera una de esas mujeres, digo, me sentiría traicionada por mi Madre y, francamente, no sé qué haría.
Estoy confusa y en mi confusión veo a la Madre Iglesia como esas madres narcisistas que en público repiten cuánto quieren a sus hijas al mismo tiempo que transmiten la idea de que las hijas no las quieren, que son unas desagradecidas. Y un buen dia, la hija, recibe las llamadas de vecinos furiosos por su actitud. La hija no entiende nada. Está consternada. ¿Cómo explicar al vecino los muchos regalos que ha hecho a su madre sin que ésta apreciara ninguno de ellos? ¿Cómo explicarles que  ha llamado a su madre a diario porque necesitaba oír su voz pero que cuando la ha necesitado, su madre estaba demasiado ocupada para ir a verla o tan siquiera llamarla? ¿Cómo explicar que su madre ha ido a cuidar de buena gana a todos los vecinos y parientes porque eso le daba puntos de cara a la galería pero que no dejó de lamentarse de lo duro que estaba el sillón y de lo que le dolían los huesos la única noche que tuvo que quedarse con ella, pobre solitaria, en un hospital? Así que la hija, la pobre y amargada  hija, da por finalizada la conversación sin haber proferido una palabra, o tal vez gritando improperios al vecino inoportuno. En cualquier caso, no puede evitar ser considerada “la mala hija”. Y esa, considerada por la sociedad “mala hija”, es la que en realidad se ha estado preocupando de esa madre que ni siquiera la veía porque era demasiado fea, oscura y aburrida.  Y su madre prefiere disfrutar con los cotilleos de los vecinos y la alegría de la vida, mientras la hija se desangra porque no sabe, no comprende,  por qué razón su madre no la acepta;  por qué  admite a todos menos a ella; por qué no la ha enseñado a maquillarse y a reírse, como hacían las otras madres con sus hijas.  Y de repente, ante el espejo, se pregunta por qué es una solterona, no fecunda. Tal vez lo sea porque su propia Madre, con su desprecio la ha dejado sola ante los embates sociales; tal vez lo sea porque sus esfuerzos nunca han sido valorados por nadie. Ni por su propia Madre. Tal vez porque ha querido tanto a su Madre que no ha sabido rebelarse, como las otras hijas. Y se siente hundida en su doble fracaso: como mujer y como persona.
La frase, repito, me parece injusta. Sobre todo porque es una frase innecesaria. Es cierto que la idea del Papa Franciso, al menos eso creo, no es la de destrozar a las solteronas, no fecundas sino la de animar a la maternidad. A la maternidad espiritual, claro. Lo terrible, sin embargo, es que en su discurso utilice la figura de las solteronas, no fecundas como imagen negativa, en unos momentos en los que la Iglesia deberia pensar que a lo mejor las necesita más que nunca. Son aburridas. Lo sabemos todos. Son de miras estrechas. También. No tienen grandes conocimientos teóricos. Cierto. Pero han sido capaces de mantenerse fiel a los principios aprendidos y a su Madre, a pesar del poco reconocimiento y el mucho desprecio obtenido. ¡Quién sabe! A lo mejor son capaces de proporcionar el contrapeso que nuestra sociedad necesita…
En cualquier caso, en vez de arremeter contra sus solteronas no fecundas, la Iglesia debería detenerse a pensar que ser madre de familia numerosa conlleva grandes quebraderos de cabeza. La Iglesia quiere ser fecunda. Me parece bien, pero la madre que tiene una gran prole tiene solteronas fecundas, no fecundas, homosexuales, adúlteros, adúlteras, drogadictos, delincuentes, santos, santurrones... En fin, hijos e hijas de toda clase y condición. Tal vez antes de empeñarse en ser familia numerosa debería pensar qué tipo de Madre quiere ser ¿La madre abnegada que sufre en silencio o la madre bestia que coge a su hijo por los pelos en cuanto ve que no va por el sitio marcado? (Esto es: el sitio que ella ha marcado) ¿Quiere ser una madre consentidora o una madre que levanta a voces a los hijos que no se levantan temprano para trabajar? ¿La madre que perdona todo o la madre que exige todo?
Hasta hace poco la Santa Madre Iglesia era una madre que aterrorizaba con el infierno hasta por la más pequeña bagatela. Ahora admite a todos. ¿Bajo qué normas? Lo pregunto seriamente. De repente tenemos la impresión de que en la Iglesia es admitido todo aquél que lo desee. La pregunta es: ¿Los admite tal y como son, esto es, aceptando en unos casos su naturaleza – por ejemplo la homosexualidad- y en otros su condición –la de ladrón, por ejemplo- o los admite como pecadores arrepentidos? La Madre debería reflexionar qué tipo de Madre va a ser y para quién va a ser Madre. Antes de pedir más hijos, la Madre debería explicar qué educacion les va a dar y qué exigencias les va a pedir. Suponiendo que les vaya a pedir alguna. Antiguamente se vendía el perdón. Ahora se regala. Es una gran Madre.
A mí, personalmente, me parece fantástico.
Simplemente me arremete la duda: ¿Dónde estamos: en la Iglesia o en una logia masónica?
Pero siguiendo con el tema que nos ocupaba… Curiosamente, hoy mismo, he leído en “Der Spiegel” en su edición digital, un artículo sobre las jovencitas que en Estados Unidos organizan una fiesta para declarar públicamente que se comprometen a llegar virgen al matrimonio. ¡Aleluya!
¿Es verdaderamente necesario hacer de una decisión privada un alarde público? ¿Se recrimina a las solteronas que se consideren más virtuosas que el resto de las mujeres porque han salvaguardado su castidad y se hace un alarde de ello cuando se trata de jovencitas que aún no han empezado a vivir? ¿Saben ellas adónde las puede llevar su amor? ¿Y qué pasa si el amor se acaba? Virgen hasta el matrimonio. Pero ¿y divorcio? ¿Y aborto después del matrimonio? ¿Saben a edad tan temprana que sus convicciones van a ser más fuertes que sus circunstancias? No. No lo saben. Y estoy casi segura que están dispuestas a admitir que no lo saben. Sin embargo deciden expresar ante todos  y en alta voz su resolución. Una resolución que es una proclamación. Una proclamación que hasta hace poco hubiera resultado baladí  y que hoy en día representa un desafío. Un desafío dirigido ¿a quién?, pregunto.
 Y la respuesta, justamente, es lo que el Papa Francisco todavía no ha comprendido. En la actualidad, la figura a superar ya no son las solteronas, no fecundas. En realidad, en lo que a la Iglesia respecta, no lo han sido nunca y para la sociedad, tal vez lo fueron en los tiempos de Huxley y de Woolf, empeñada como estaba en luchar contra todo lo que supusiera un dique a la libertad creadora. Entonces ¿hacia quien se dirige el reto de esas muchachas? No a su familia. No a su religiosa comunidad. Para eso no sería necesario celebrar una fiesta pública ni lanzarlo a los cuatro vientos, o sea, a las redes sociales.

¿A quién, entonces?
A las mismas contra las que Huxley expresaba su preocupación. A esas mujeres de las que ya he hablado en mi blog sobre las “Cartas Persas” o “Contrapunto”:
 ¡A las “it-girls”!
¡Si al menos el Papa Francisco hubiera dicho “it girls, no fecundas”! Entonces lo hubiera entendido. Lo hubiéramos entendido todos.
Los tiempos cambian.
Los hijos, también.
A la maternidad hoy ya no se contrapone la figura de la solterona. Esos son términos obsoletos y caducos. El antagonista absoluto de la madre, su figura opuesta es la de la "it girl".  Mujeres objeto que tienen como meta ser exclusivamente objetos. Su imagen constituye su principio y su fin. Cómo presentarse al mundo es el  "grave" problema al que deben hacer frente diariamente. La estética por encima de la ética... La estética por la estética. Y esto es algo absolutamente distinto al deseo de alcanzar la belleza por la belleza. No hay que olvidar que existe una diosa de la belleza pero ninguna de la estética.
 
Es necesario que la Iglesia decida qué camino a seguir, tanto en su función de madre (consentidora/exigente) como con respecto a sus figuras antagónicas y decidir si prefiere centrarse en la interioridad o exclusivamente en la imagen exterior. Utilizar la imagen de la solterona es tan injusto como equivocado.
 
 Mis mejores deseos en lo que a la maternidad de la Santa Madre Iglesia se refiere.
 
Isabel Viñado Gascón.
 

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