Wednesday, June 25, 2014

İBuenos días, Señor Putin!

Cita recogida de Libertad Digital. lIBRE MERCADO: 2014-06-25
“En la rueda de prensa, recogida por The Telegraph, Rasmussen aseguró tener fuentes aliadas "que puedan informar de que Rusia colabora activamente con las organizaciones ecologistas que trabajan contra el gas de esquisto para mantener la dependencia europea del gas ruso importado". Pese a que la OTAN como organización deja claro que esta interpretación de Rasmussen es a título personal, es muy significativo que la cabeza de la organización militar de Occidente se haya pronunciado con tanta rotundidad. »

Comentario

En mi opinión hay tres tipos de personas que compran periódicos. Las que disponen de muchísimo tiempo y lo leen como quien se lee una novela al día. Los que se interesan por una sección determinada y por último, los que los utilizan para manualidades varias, ya sea empapelar una pared o hacer muñecos con pasta de papel. En mi niñez, el día destinado en casa a la lectura de los periódicos era el Domingo. Ese día mi padre iba a comprar “sus” periódicos con la misma religiosidad con la que otros iban a misa. Digo “periódicos” y no “periódico” porque mi padre compraba varios, cada uno de una tendencia política diferente, para asegurarse una perspectiva más amplia de los sucesos. Las tardes eran “sagradas”. Después de comer y con la taza de café aún humeante, mi madre y él iban al salón a leerlos. No era una lectura silenciosa. Cada cinco minutos el uno interrumpía al otro para analizar el artículo que estaba leyendo o para discutir las distintas ideas de cada uno de los comentaristas. Durante ese tiempo, nosotros, niños, podíamos escuchar pero de ningún modo interrumpir. No era una cuestión de autoritarismo. Era una cuestión de amor matrimonial. Leer los periódicos era sagrado porque las mentes de mis padres se encontraban allí en un diálogo en el que sólo cabían dos. Tres era multitud y más de tres una pesadilla. Dicha “comunión” se alargaba justo hasta la hora de la cena.Todo esto ha determinado, seguramente, que guardar silencio mientras leo un periódico me resulte imposible y que no me conforme nunca con una opinión sino con varias, a fin de labrarme la mía propia. He de decir que la escolástica no me gusta, salvo cuando la autoridad citada afirma lo mismo que yo. Aunque lo haya afirmado quinientos años antes. En esto de buscar distintas opiniones también ha influído, sin duda alguna, mi “memoria histórica” de la guerra civil, puesto que cada uno de mis progenitores provenía de una afiliación diferente. Hasta cierto punto podría afirmarse que la unión de mis padres era una versión con final feliz de “Romeo y Julieta”. Sin embargo, para no faltar a la verdad, - o sea - a lo que me han contado, he de añadir que tanto mi abuela materna (“facha”) como mi abuelo paterno (“rojo”) cayeron en manos del enemigo y – por causas diversas- fueron las propias manos del enemigo las que los salvaron.  Ya que he sacado a colación lo de “memoria histórica” he de señalar que hace falta paciencia, mucha paciencia, para aceptar que el significado de “memoria histórica” esté únicamente restringido a lo que le pasó a mi abuelo en la guerra civil y no lo que le pasó a mi tatarabuelo en la batalla de Lepanto. Yo, personalmente, me acuerdo tan poco de la una como de la otra. Y ya que estamos en ello, tampoco entiendo por qué se le denomina “la” memoria histórica en vez de “mi” memoria histórica si, por lo que he podido comprobar, cada español tiene una; dos, a lo más: la que su propia familia le ha contado y la que le cuenta su ideología política.

En cualquier caso, el interés de mi padre por los periódicos fue decayendo conforme observaba que “todos” decían lo mismo. Al mismo tiempo, la gente dejaba también de ir a misa. No sé si se debió a una casualidad, a una conspiración de alguien en la sombra o sencillamente al cansancio que las luchas de ideologías habían provocado en los ciudadanos durante décadas y que podía, al fin, manifestarse libremente. La crisis de la Iglesia vino acompañada de la crisis del sistema político ruso al que ya no sé si calificar de bolchevique, comunista o “sui generis”: İTantas son las descripciones que nos han dado de él! Lo curioso – İah! İ¿qué haría el mundo sin la Iglesia Católica?! - es que el empujocito final que llevó a la URSS al desastre total vino desde Polonia en forma de Papa y sindicato. ¿Nada de CIA? ¿Nada de Bilderberg? ¿Nada de Illuminatis? ¿Nada de Logias Masónicas?


En fin, adios a la URSS. Y ahora ¿qué? Fin de las ideologías, fin del comunismo, fin de la Iglesia Católica. Busquemos nuevos proyectos ¿nuevas dictaduras contra las que luchar? ¿nuevos retos universales que vencer? ¿La ecología, tal vez? ¿Qué ecología? ¿No tirar papeles al suelo? Bien ¿Reciclar la basura? Mejor ¿El calentamiento del planeta?  İnueva misión de la Humanidad!

Mi mente aceptó cada uno de los retos propuestos hasta llegar a esa extraña historia de la lucha contra el calentamiento del planeta. Mi amigo Jorge Iranzo, hijo burgués de padres hippy-intelectuales, dice siempre:  “Lo grande te hace perder la noción del tamaño de las cosas. Lo gigantesco te pierde a tí.” La lucha contra el calentamiento terráqueo sobrepasó mis ya de por sí limitadas fuerzas. Sobre todo porque desde los más diversos medios de comunicación y a través de las formas más rocambolescas posibles, se nos hacía a la población responsable de algo de lo que ni nos imaginábamos que podíamos serlo. De hecho, al principio no sabíamos ni de qué nos estaban hablando. Era como en esas películas de detective en las que uno está tranquilamente cenando y la policía llama a su puerta a comunicarle que queda detenido porque junto al cadáver se ha encontrado un papel con sus huellas. Quizás el papel estuviera allí y quizás lo estuvieran también nuestras huellas, pero desde luego nosotros no habíamos matado al planeta Tierra. No obstante los remordimientos nos asaltan. Es tan fácil hacer sentir culpable a un inocente... Así que de un modo u otro los ciudadanos honestos y responsables se prestaron a colaborar en lo que parecía “misión X: salvar el planeta.” Es una misión fracasada. ¿Cómo no va a serlo si ni siquiera los representantes de los países se ponen de acuerdo? Ni siquiera aquéllos que salen en la televisión con cara compungida para hacer una llamada “desesperada” a la conciencia cívica a fin de evitar el “desastre total e inminente” Las medidas que se toman son siempre parciales y hay que seguir discutiéndolas en nuevas conferencias. Y el ciudadano de a pie termina por pensar que tal vez el desastre que anuncian no vaya a ser ni tan total ni tan inminente y que a lo mejor le están hablando de eso para que no se fije en el paro, en la subida de precios o en la bajada de calidad de enseñanza y educación. Así que termina encogiendo los hombros y yéndose a su casa.

Lo cierto es que el verdadero reto de la Humanidad se conocía al menos desde los años 70. Sí: la crisis del petróleo. La famosa crisis del petróleo que la energía nuclear pareció solventar hasta que se descubrió que quizás fuera “peor el remedio que la enfermedad.” Lo descubrimos con la catástrofe de Chernobyl. Lo admitimos con la tragedia de Fukushima. Los alemanes, hartos de estar entre Unos y Otros (y todos sabemos quiénes son los Unos y quiénes son los Otros), fueron los primeros en Europa que tomaron conciencia del problema que se nos echaba encima. Los alemanes llevan décadas buscando nuevas posibilidades y nuevas alternativas para salvar a la desesperada algo que parece que no tiene remedio. Las energías renovables funcionan pero presentan grandes problemas. El mayor no es el de que los ciudadanos se nieguen a que sus jardines sean inundados por los aparatos de las nuevas tecnologías sino el de que no es posible guardar la energía sobrante. Así que a veces se dispone de demasiada mientras que en otras ocasiones no se tiene bastante.

El panorama no puede ser más desolador. El petróleo se agota sin que los beneficios que ha generado hayan repercutido en las poblaciones de los países productores. La energía atómica es enormemente peligrosa. No sólo su existencia; también lo es la de almacenar los desechos radiactivos, amén de lo que cuesta desmantelar las instalaciones que ya no se utilizan. Las nuevas energías no están suficientemente desarrolladas. Mientras tanto, las necesidades mundiales aumentan a un ritmo vertiginoso. El capitalismo se ha devorado a sí mismo. La sobreproducción, una de las enfermedades crónicas del capitalismo industrial, sólo puede solucionarse con la apertura de mercados que ofrezcan nuevos clientes. La exigencia capitalista de generar consumo está ligada inevitablemente a la necesidad de elevar la capacidad adquisitiva de la población. Los recursos energéticos son uno de los motores de todo este proceso. Es lo que ha pasado en China, en India y en general en todos los países en vías de industrialización. El gran desastre es que las necesidades energéticas han aumentado más rápidamente que las posibilidades de consumo de la población. Ello ha convertido a estos países en grandes terrenos en construcción, en los que por un lado aparecen edificios futuristas y lujosos y por el otro, edificios abandonados y medio caídos en los que se refugian los que no tienen otro lugar en el que cobijarse. Este paisaje - magnifico y desolado a la vez- ofrece al espectador una sensación extraña.

La solución que de la noche a la mañana y de forma sumamente silenciosa, como si de un prodigio divino se tratara, es el fracking. El fracking es la panacea que, según se dice,  permitirá a los ciudadanos vivir bien hasta que las nuevas energías terminen de ser desarrolladas por los sesudos científicos. Que consuma enormes cantidades de agua potable, que se utilicen productos químicos contaminantes que hayan de ser enterrados dentro de fosas de cemento, que se desconozcan las terribles consecuencias que causaría en el medio ambiente el hecho de que tales “ataúdes” se abrieran por causas naturales o no tan naturales, que sea imposible determinar la cantidad de gas que se va a encontrar antes de perforar, que todo ello incida negativamente sobre el ecosistema... todo eso, digo, se pasa por alto; por el bien de una humanidad que ha nacido y crecido oyendo el motor de la lavadora.

El ciudadano, sin embargo, se opone. Rasmussen (y los de la OTAN) no saben por qué. No saben que el ciudadano honesto y responsable lleva años escuchando hablar de la escasez de agua potable, de la obligación de ahorrar agua;  y de su atención pacientemente prestada a cada una de las explicaciones que regularmente le mostraban cómo hacerlo. Rasmussen (y los de la OTAN), claro, no saben lo preocupado que está el honesto y responsable ciudadano por el futuro de sus hijos y nietos. Mucho más después de haber oído cientos de discursos que apelaban a la solidaridad entre las generaciones y a construir un presente para el mañana. Ahora les vienen con técnicas que precisan de miles de litros de agua y claro, están que echan chispas. Rasmussen (y los de la OTAN) no saben que los ciudadanos que, después de todo tampoco son tan honestos ni tan responsables como dicen ser pero tampoco tan cínicos como piensan, han llegado  a ese extremo en el que se levantan de la silla  gritan: İbasta ya! İustedes me están volviendo loco! Y a continuación se van.

A partir de entonces, el ciudadano ya no se cree nada y se ríe de todo. Lo único que quiere es que le dejen en paz y eso significa “en paz con su programa favorito de televisión”. Ése en el que la gente cuenta los problemas más triviales y absurdos del mundo y uno siente vergüenza ajena al oírlos contar de la forma tan natural y obscena en la que los protagonistas lo están contando. A partir de ese momento, cualquiera puede llegar y hacer lo que le dé la gana.

Pero hete aquí que el fracking está levantando protestas. Entre ellas, la mía. Rasmussen (y los de la OTAN) van y dicen que los rusos están infiltrando opiniones contrarias al fracking. O sea, que estan aleccionando a grupos de ecologistas para que éstos manipulen a la población a fin de lograr su oposición al fracking.

Y uno – yo - se desespera. ¿Qué clase de personas está en la OTAN?

Es cierto. No tengo ni idea a qué se dedican los rusos. No sé cuánta información negativa acerca del francking están introduciendo.Por no saber, no sé ni quién está detras de las teorías de la conspiración, aunque de algunas puedo imaginármelo. Pero de una cosa estoy segura: Empeñarse en trazar una conexión entre la infiltración de noticias rusas tendentes a dañar los intereses americanos y la oposición de los ciudadanos en contra del fracking es un error. Y lo es por varios motivos.

En primer lugar constituye un insulto al ciudadano. A su capacidad para formarse un juicio crítico, sereno y maduro de la situación utilizando los diversos medios de información a su alcance. Personalmente he de confesar que ignoraba que los rusos estuvieran a favor o en contra del fracking. Que estén en contra me alegra. No porque sean rusos, sino porque piensan lo mismo que yo. Ya lo he explicado antes. Por otra parte, si ellos introducen furtivamente sus objeciones a tales sistemas no es menos cierto que los americanos también utilizan los mismos métodos para convencer a la población reticente de sus ventajas. Infiltrar, infiltran todos. Por eso, algunos ciudadanos andan empachados y no se les ocurre nada más que improperios. Y ésto, no por maleducados e incultos, como algunos piensan, sino porque cuando ya no quedan palabras salen los abruptos. Así de sencillo. Otros que llevan toda su vida oyendo discutir y argumentar de los mismos temas en sus más variadas formas y que además han leído a Lutero, a Kant y a unos cuantos más, no conciben cómo alguien puede creerles tan maleables como para no ser capaces de pensar por sí mismos y formarse –escuchando a todos y juzgando críticamente- sus propias opiniones.

En segundo lugar, esta declaración cierra la puerta al debate libre y abierto. A partir de ahora aquél que se pronuncie en contra del fracking será sospechoso de ser un agente del Kremlin.
¿Seré un espía ruso? İY yo sin saberlo!
İQue llamen a McArthur!

En tercer lugar consiguen lo contrario de lo que pretendían. La oposición rusa al fracking, lejos de enemistar a la población europea con “los rusos”, provoca un profundo sentimiento de simpatía, anteriormente inexistente debido, entre otras cosas, a nuestro desconocimiento de ellos.El famoso telón de acero, ¿recuerdan? Lo que sí sabemos, en cambio, es que nosotros, los europeos, estamos más cerca –territorialmente hablando- de los rusos que de los americanos. Lo admito, lo mismo dijo Putin. ¿Pero qué puedo hacer si es verdad? A los americanos no les afecta la degradación medioambiental de Europa. A los rusos, sí. Los americanos nos ofrecen Monsanto. Muchos europeos nos oponemos a Monsanto tanto como al fracking. Si los rusos se oponen a Monsanto y si defienden mantener el cultivo con semillas naturales, ya saben dónde nos tienen. Sigan diciéndonos de qué están en contra los rusos. Hasta ahora nos parece bien. Lástima que nos invada la sospecha de que eso no sea cierto y de que unos y otros estén utilizando pesticidas y productos químicos por doquier hasta que los Unos, los Otros y Nosotros, terminemos envenenados. ¿Conspiración de algunos? No. Sólo mediocridad.

En cuarto lugar la declaración de la OTAN implica la existencia real de conspiraciones. “Atención ciudadanos: los rusos conspiran”. Pero la explicación que ofrecen es amarga: lo hacen para vender su gas. Sí. Es cierto. Es triste que el enemigo disponga de recursos de los que uno carece. Suena a envidia.

En quinto lugar es un error hacer de los rusos nuestros enemigos. Cómo dice el refrán: “éramos pocos y parió la burra.” Estados Unidos ya tiene bastantes enemigos como para querer incrementar la lista con sus propios aliados. En uno de mis blogs de literatura: “La casa de Matriona”, comentaba que la diferencia entre Estados Unidos y Rusia descansaba en el hecho de que en la literatura americana hay héroes y en la rusa sólo aparecen anti-héroes. Pues bien, he de hacer un inciso. Lo cierto es que en las últimas películas americanas sobre héroes (X-Men) estos se han dedicado a pelearse entre ellos. Así que más que películas y comics de héroes que luchan por la Justicia parece una sesión de “lucha entre Titanes.”

Señor Rasmussen, señores de la OTAN:

Con todos mis respetos:

Reflexionen.          
                                                                
Isabel Viñado Gascón




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