Cita recogida de Libertad
Digital. lIBRE MERCADO: 2014-06-25
“En la rueda de prensa, recogida por The Telegraph, Rasmussen aseguró tener fuentes aliadas "que
puedan informar de que Rusia colabora activamente con
las organizaciones ecologistas que trabajan contra el gas de esquisto
para mantener la dependencia europea del gas ruso importado". Pese a que
la OTAN como organización deja claro que esta interpretación de Rasmussen es a
título personal, es muy significativo que la cabeza de la organización militar
de Occidente se haya pronunciado con tanta rotundidad. »
Comentario
Comentario
En mi opinión hay tres tipos de personas que compran periódicos. Las que
disponen de muchísimo tiempo y lo leen como quien se lee una novela al día. Los
que se interesan por una sección determinada y por último, los que los utilizan
para manualidades varias, ya sea empapelar una pared o hacer muñecos con pasta
de papel. En mi niñez, el día destinado en casa a la lectura de los periódicos era el Domingo. Ese día mi padre iba a comprar “sus” periódicos con la
misma religiosidad con la que otros iban a misa. Digo “periódicos” y no
“periódico” porque mi padre compraba varios, cada uno de una tendencia política
diferente, para asegurarse una perspectiva más amplia de los sucesos. Las
tardes eran “sagradas”. Después de comer y con la taza de café aún humeante, mi
madre y él iban al salón a leerlos. No era una lectura silenciosa. Cada cinco
minutos el uno interrumpía al otro para analizar el artículo que estaba leyendo o
para discutir las distintas ideas de cada uno de los comentaristas. Durante ese
tiempo, nosotros, niños, podíamos escuchar pero de ningún modo interrumpir. No
era una cuestión de autoritarismo. Era una cuestión de amor matrimonial. Leer
los periódicos era sagrado porque las mentes de mis padres se encontraban allí
en un diálogo en el que sólo cabían dos. Tres era multitud y más de tres una
pesadilla. Dicha “comunión” se alargaba justo hasta la hora de la cena.Todo
esto ha determinado, seguramente, que guardar silencio mientras leo un
periódico me resulte imposible y que no me conforme nunca con una opinión sino
con varias, a fin de labrarme la mía propia. He de decir que la escolástica no
me gusta, salvo cuando la autoridad citada afirma lo mismo que yo. Aunque lo haya
afirmado quinientos años antes. En esto de buscar distintas opiniones también
ha influído, sin duda alguna, mi “memoria histórica” de la guerra civil, puesto
que cada uno de mis progenitores provenía de una afiliación diferente. Hasta
cierto punto podría afirmarse que la unión de mis padres era una versión con
final feliz de “Romeo y Julieta”. Sin embargo, para no faltar a la verdad, - o
sea - a lo que me han contado, he de añadir que tanto mi abuela materna
(“facha”) como mi abuelo paterno (“rojo”) cayeron en manos del enemigo y – por
causas diversas- fueron las propias manos del enemigo las que los salvaron. Ya que he sacado a colación lo de “memoria
histórica” he de señalar que hace falta paciencia, mucha paciencia, para
aceptar que el significado de “memoria histórica” esté únicamente restringido a
lo que le pasó a mi abuelo en la guerra civil y no lo que le pasó a mi
tatarabuelo en la batalla de Lepanto. Yo, personalmente, me acuerdo tan poco de
la una como de la otra. Y ya que estamos en ello, tampoco entiendo por qué se
le denomina “la” memoria histórica en vez de “mi” memoria histórica si, por lo
que he podido comprobar, cada español tiene una; dos, a lo más: la que su
propia familia le ha contado y la que le cuenta su ideología política.
En cualquier caso, el interés de mi padre por los periódicos fue decayendo
conforme observaba que “todos” decían lo mismo. Al mismo tiempo, la gente dejaba
también de ir a misa. No sé si se debió a una casualidad, a una conspiración de
alguien en la sombra o sencillamente al cansancio que las luchas de ideologías
habían provocado en los ciudadanos durante décadas y que podía, al fin, manifestarse
libremente. La crisis de la Iglesia vino acompañada de la crisis del sistema
político ruso al que ya no sé si calificar de bolchevique, comunista o “sui
generis”: İTantas son las descripciones que nos han dado de él! Lo curioso –
İah! İ¿qué haría el mundo sin la Iglesia Católica?! - es que el empujocito
final que llevó a la URSS al desastre total vino desde Polonia en forma de Papa
y sindicato. ¿Nada de CIA? ¿Nada de Bilderberg? ¿Nada de Illuminatis? ¿Nada de
Logias Masónicas?
En fin, adios a la URSS. Y ahora ¿qué? Fin de las ideologías, fin del comunismo, fin de la Iglesia Católica. Busquemos nuevos proyectos ¿nuevas dictaduras contra las que luchar? ¿nuevos retos universales que vencer? ¿La ecología, tal vez? ¿Qué ecología? ¿No tirar papeles al suelo? Bien ¿Reciclar la basura? Mejor ¿El calentamiento del planeta? İnueva misión de la Humanidad!
Mi mente aceptó cada uno de los retos propuestos hasta llegar a esa extraña
historia de la lucha contra el calentamiento del planeta. Mi amigo Jorge
Iranzo, hijo burgués de padres hippy-intelectuales, dice siempre: “Lo grande te hace perder la noción del
tamaño de las cosas. Lo gigantesco te pierde a tí.” La lucha contra el
calentamiento terráqueo sobrepasó mis ya de por sí limitadas fuerzas. Sobre
todo porque desde los más diversos medios de comunicación y a través de las
formas más rocambolescas posibles, se nos hacía a la población responsable de
algo de lo que ni nos imaginábamos que podíamos serlo. De hecho, al principio no sabíamos
ni de qué nos estaban hablando. Era como en esas películas de detective en las
que uno está tranquilamente cenando y la policía llama a su puerta a
comunicarle que queda detenido porque junto al cadáver se ha encontrado un
papel con sus huellas. Quizás el papel estuviera allí y quizás lo estuvieran
también nuestras huellas, pero desde luego nosotros no habíamos matado al planeta
Tierra. No obstante los remordimientos nos asaltan. Es tan fácil hacer sentir culpable a un inocente... Así que de un
modo u otro los ciudadanos honestos y responsables se prestaron a colaborar en
lo que parecía “misión X: salvar el planeta.” Es una misión fracasada. ¿Cómo no
va a serlo si ni siquiera los representantes de los países se ponen de acuerdo?
Ni siquiera aquéllos que salen en la televisión con cara compungida para
hacer una llamada “desesperada” a la conciencia cívica a fin de evitar el
“desastre total e inminente” Las medidas que se toman son siempre parciales y
hay que seguir discutiéndolas en nuevas conferencias. Y el ciudadano de a pie
termina por pensar que tal vez el desastre que anuncian no vaya a ser ni tan
total ni tan inminente y que a lo mejor le están hablando de eso para que no se
fije en el paro, en la subida de precios o en la bajada de calidad de enseñanza
y educación. Así que termina encogiendo los hombros y yéndose a su casa.
Lo cierto es que el verdadero reto de la Humanidad se conocía al menos desde los años 70.
Sí: la crisis del petróleo. La famosa crisis del petróleo que la energía
nuclear pareció solventar hasta que se descubrió que quizás fuera “peor el
remedio que la enfermedad.” Lo descubrimos con la catástrofe de Chernobyl. Lo
admitimos con la tragedia de Fukushima. Los alemanes, hartos de estar entre
Unos y Otros (y todos sabemos quiénes son los Unos y quiénes son los Otros),
fueron los primeros en Europa que tomaron conciencia del problema que se nos
echaba encima. Los alemanes llevan décadas buscando nuevas posibilidades y
nuevas alternativas para salvar a la desesperada algo que parece que no tiene
remedio. Las energías renovables funcionan pero presentan grandes problemas. El
mayor no es el de que los ciudadanos se nieguen a que sus jardines sean
inundados por los aparatos de las nuevas tecnologías sino el de que no es
posible guardar la energía sobrante. Así que a veces se dispone de demasiada
mientras que en otras ocasiones no se tiene bastante.
El panorama no puede ser más desolador. El petróleo se agota sin que los
beneficios que ha generado hayan repercutido en las poblaciones de los países
productores. La energía atómica es enormemente peligrosa. No sólo su
existencia; también lo es la de almacenar los desechos radiactivos, amén de lo
que cuesta desmantelar las instalaciones que ya no se utilizan. Las nuevas
energías no están suficientemente desarrolladas. Mientras tanto, las
necesidades mundiales aumentan a un ritmo vertiginoso. El capitalismo se ha
devorado a sí mismo. La sobreproducción, una de las enfermedades crónicas del
capitalismo industrial, sólo puede solucionarse con la apertura de mercados que
ofrezcan nuevos clientes. La exigencia capitalista de generar consumo está
ligada inevitablemente a la necesidad de elevar la capacidad adquisitiva de la
población. Los recursos energéticos son uno de los motores de todo este
proceso. Es lo que ha pasado en China, en India y en general en todos los
países en vías de industrialización. El gran desastre es que las necesidades
energéticas han aumentado más rápidamente que las posibilidades de consumo de
la población. Ello ha convertido a estos países en grandes terrenos en
construcción, en los que por un lado aparecen edificios futuristas y lujosos y
por el otro, edificios abandonados y medio caídos en los que se refugian los
que no tienen otro lugar en el que cobijarse. Este paisaje - magnifico y
desolado a la vez- ofrece al espectador una sensación extraña.
La solución que de la noche a la mañana y de forma sumamente silenciosa,
como si de un prodigio divino se tratara, es el fracking. El fracking es la
panacea que, según se dice, permitirá a
los ciudadanos vivir bien hasta que las nuevas energías terminen de ser
desarrolladas por los sesudos científicos. Que consuma enormes cantidades de
agua potable, que se utilicen productos químicos contaminantes que hayan de ser
enterrados dentro de fosas de cemento, que se desconozcan las terribles
consecuencias que causaría en el medio ambiente el hecho de que tales “ataúdes”
se abrieran por causas naturales o no tan naturales, que sea imposible
determinar la cantidad de gas que se va a encontrar antes de perforar, que todo
ello incida negativamente sobre el ecosistema... todo eso, digo, se pasa por
alto; por el bien de una humanidad que ha nacido y crecido oyendo el motor de
la lavadora.
El ciudadano, sin embargo, se opone. Rasmussen (y los de la OTAN) no saben
por qué. No saben que el ciudadano honesto y responsable lleva años escuchando
hablar de la escasez de agua potable, de la obligación de ahorrar agua; y de su atención pacientemente prestada a
cada una de las explicaciones que regularmente le mostraban cómo hacerlo. Rasmussen
(y los de la OTAN), claro, no saben lo preocupado que está el honesto y
responsable ciudadano por el futuro de sus hijos y nietos. Mucho más después de
haber oído cientos de discursos que apelaban a la solidaridad entre las
generaciones y a construir un presente para el mañana. Ahora les vienen con
técnicas que precisan de miles de litros de agua y claro, están que echan
chispas. Rasmussen (y los de la OTAN) no saben que los ciudadanos que, después
de todo tampoco son tan honestos ni tan responsables como dicen ser pero tampoco
tan cínicos como piensan, han llegado a
ese extremo en el que se levantan de la silla
gritan: İbasta ya! İustedes me están volviendo loco! Y a continuación se
van.
A partir de entonces, el ciudadano ya no se cree nada y se ríe de todo. Lo
único que quiere es que le dejen en paz y eso significa “en paz con su programa
favorito de televisión”. Ése en el que la gente cuenta los problemas más
triviales y absurdos del mundo y uno siente vergüenza ajena al oírlos contar de
la forma tan natural y obscena en la que los protagonistas lo están contando. A
partir de ese momento, cualquiera puede llegar y hacer lo que le dé la gana.
Pero hete aquí que el fracking está levantando protestas. Entre ellas, la
mía. Rasmussen (y los de la OTAN) van y dicen que los rusos están infiltrando
opiniones contrarias al fracking. O sea, que estan aleccionando a grupos de
ecologistas para que éstos manipulen a la población a fin de lograr su oposición
al fracking.
Y uno – yo - se desespera. ¿Qué clase de personas está en la OTAN?
Es cierto. No tengo ni idea a qué se dedican los rusos. No sé cuánta
información negativa acerca del francking están introduciendo.Por no saber, no
sé ni quién está detras de las teorías de la conspiración, aunque de algunas
puedo imaginármelo. Pero de una cosa estoy segura: Empeñarse en trazar una
conexión entre la infiltración de noticias rusas tendentes a dañar los
intereses americanos y la oposición de los ciudadanos en contra del fracking es
un error. Y lo es por varios motivos.
En primer lugar constituye un insulto al ciudadano. A su capacidad para
formarse un juicio crítico, sereno y maduro de la situación utilizando los
diversos medios de información a su alcance. Personalmente he de confesar que
ignoraba que los rusos estuvieran a favor o en contra del fracking. Que estén
en contra me alegra. No porque sean rusos, sino porque piensan lo mismo que yo.
Ya lo he explicado antes. Por otra parte, si ellos introducen furtivamente sus
objeciones a tales sistemas no es menos cierto que los americanos también
utilizan los mismos métodos para convencer a la población reticente de sus
ventajas. Infiltrar, infiltran todos. Por eso, algunos ciudadanos andan
empachados y no se les ocurre nada más que improperios. Y ésto, no por
maleducados e incultos, como algunos piensan, sino porque cuando ya no quedan
palabras salen los abruptos. Así de sencillo. Otros que llevan toda su vida
oyendo discutir y argumentar de los mismos temas en sus más variadas formas y
que además han leído a Lutero, a Kant y a unos cuantos más, no conciben cómo
alguien puede creerles tan maleables como para no ser capaces de pensar por sí
mismos y formarse –escuchando a todos y juzgando críticamente- sus propias
opiniones.
En segundo lugar, esta declaración cierra la puerta al debate libre y
abierto. A partir de ahora aquél que se pronuncie en contra del fracking será
sospechoso de ser un agente del Kremlin.
¿Seré un espía ruso? İY yo sin
saberlo!
İQue llamen a McArthur!
En tercer lugar consiguen lo contrario de lo que pretendían. La oposición
rusa al fracking, lejos de enemistar a la población europea con “los rusos”, provoca
un profundo sentimiento de simpatía, anteriormente inexistente debido, entre
otras cosas, a nuestro desconocimiento de ellos.El famoso telón de acero,
¿recuerdan? Lo que sí sabemos, en cambio, es que nosotros, los europeos,
estamos más cerca –territorialmente hablando- de los rusos que de los
americanos. Lo admito, lo mismo dijo Putin. ¿Pero qué puedo hacer si es verdad?
A los americanos no les afecta la degradación medioambiental de Europa. A los
rusos, sí. Los americanos nos ofrecen Monsanto. Muchos europeos nos oponemos a
Monsanto tanto como al fracking. Si los rusos se oponen a Monsanto y si
defienden mantener el cultivo con semillas naturales, ya saben dónde nos
tienen. Sigan diciéndonos de qué están en contra los rusos. Hasta ahora nos
parece bien. Lástima que nos invada la sospecha de que eso no sea cierto y de
que unos y otros estén utilizando pesticidas y productos químicos por doquier
hasta que los Unos, los Otros y Nosotros, terminemos envenenados. ¿Conspiración
de algunos? No. Sólo mediocridad.
En cuarto lugar la declaración de la OTAN implica la existencia real de
conspiraciones. “Atención ciudadanos: los rusos conspiran”. Pero la explicación
que ofrecen es amarga: lo hacen para vender su gas. Sí. Es cierto. Es triste
que el enemigo disponga de recursos de los que uno carece. Suena a envidia.
En quinto lugar es un error hacer de los rusos nuestros enemigos. Cómo dice
el refrán: “éramos pocos y parió la burra.” Estados Unidos ya tiene bastantes
enemigos como para querer incrementar la lista con sus propios aliados. En uno
de mis blogs de literatura: “La casa de Matriona”, comentaba que la diferencia
entre Estados Unidos y Rusia descansaba en el hecho de que en la literatura
americana hay héroes y en la rusa sólo aparecen anti-héroes. Pues bien, he de
hacer un inciso. Lo cierto es que en las últimas películas americanas sobre
héroes (X-Men) estos se han dedicado a pelearse entre ellos. Así que más que
películas y comics de héroes que luchan por la Justicia parece una sesión de
“lucha entre Titanes.”
Señor Rasmussen, señores de la OTAN:
Con todos mis respetos:
Reflexionen.
Isabel Viñado Gascón
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