A mí, la verdad, me
hubiera gustado que otro se hubiera
ocupado del tema para no tener que hacerlo yo. Pero nadie lo ha hecho. O al
menos no he tenido la forturna de encontrar comentarios al respecto. Es una
pena. Nos guste o no (y confieso que como europea no me pueden gustar), lo
cierto es que hay que reconocer que las últimas actuaciones de Putin sólo admiten
un calificativo: genialmente brilantes.
Es lo que tiene el
ajedrez: una ocupación apasionante aunque sumamente compleja. Al comentarista
no le resulta fácil predecir la siguiente jugada y a veces incluso resulta imposible explicar por qué el jugador ha hecho un determinado movimiento y no otro.
A Putin le gusta
jugar al ajedrez. Los europeos están demasiado nerviosos como para comprender
que el juego estratégico es uno de los componentes esenciales de toda política
que se precie. Han preferido restringir sus movimientos al de las sanciones económicas
y con ello han perdido en flexibilidad mental.
Ultimamente “Der Spiegel” muestra y aclara determinadas partidas de ajedrez. Ya era hora. Desde que los ordenadores empezaron a ganar a los mejores jugadores de todos los tiempos, los medios de comunicación habían perdido el interés por un afición reservada sólo a un puñado de mentes. Ýa en aquél entonces me asombró que se concediera tanta importancia a la rapidez de actuación de una máquina. Entre otras razones porque con ello se olvidaba que el ajedrez no resulta interesante por lo que suceda en el tablero de juego, sino por cómo pueda ser utilizado para jugar al juego de la vida. Aquéllos que consideran que jugar al ajedrez es como jugar al Parchís se equivocan. El juego del ajedrez es interesante porque ayuda a analizar fuera del tablero todas las variaciones posibles que la vida ofrece. Yo sólo conozco una actividad que pueda equipararse a la del ajedrez: la de la física. Los físicos que he conocido pueden ser más o menos simpáticos, pero una cosa es cierta: no sólo no han perdido los instintos vitales sino que encima los han desarrollado. Todos los físicos que conozco, incluso aquéllos que se distinguen por sus “malas artes”, hacen gala de una inteligencia admirable consistente en valorar adecuadamente las diferentes posibilidades y actuar lo más sistemáticamente posible para conseguir sus propósitos. Sean éstos del tipo que sean: loables o egoístas.
Ultimamente “Der Spiegel” muestra y aclara determinadas partidas de ajedrez. Ya era hora. Desde que los ordenadores empezaron a ganar a los mejores jugadores de todos los tiempos, los medios de comunicación habían perdido el interés por un afición reservada sólo a un puñado de mentes. Ýa en aquél entonces me asombró que se concediera tanta importancia a la rapidez de actuación de una máquina. Entre otras razones porque con ello se olvidaba que el ajedrez no resulta interesante por lo que suceda en el tablero de juego, sino por cómo pueda ser utilizado para jugar al juego de la vida. Aquéllos que consideran que jugar al ajedrez es como jugar al Parchís se equivocan. El juego del ajedrez es interesante porque ayuda a analizar fuera del tablero todas las variaciones posibles que la vida ofrece. Yo sólo conozco una actividad que pueda equipararse a la del ajedrez: la de la física. Los físicos que he conocido pueden ser más o menos simpáticos, pero una cosa es cierta: no sólo no han perdido los instintos vitales sino que encima los han desarrollado. Todos los físicos que conozco, incluso aquéllos que se distinguen por sus “malas artes”, hacen gala de una inteligencia admirable consistente en valorar adecuadamente las diferentes posibilidades y actuar lo más sistemáticamente posible para conseguir sus propósitos. Sean éstos del tipo que sean: loables o egoístas.
No es por tanto
extraño que la partida de ajedrez que mantienen Putin y Merkel resulte tan
excitante. Hasta ahora, en lo que a política exterior se refiere, es Putin
quien lleva ventaja. No sólo ha
respondido con dolorosas y acertadas contrasanciones a las sanciones
occidentales. No sólo ha prestado ingentes sumas de dinero a Marie LePen. No
sólo ha conseguido despertar el interés del AfD alemán, hasta el punto de que
ayer Der Spiegel anunciaba una reunión de representantes del AfD en la embajada
rusa. No. Ha hecho todavía más. Confieso que su última actuación me divierte como comentarista; como
europea, en cambio, me aturde. Ha potenciado las relaciones comerciales con Turquía. De
repente, una Turquía que se islamiza cada día más y que no oculta sus
resentimientos contra el mundo occidental, se convierte en el granero de Rusia.
Y desde luego con razón. El mejor desayuno que he tomado en toda mi vida fue en
Estambul. A las siete de la mañana uno ya se deleitaba ante la presencia de
verduras frescas de todo tipo, olivas, quesos, mermeladas. sopas exquisitas...
Aquéllo no era un desayuno. ¡Aquéllo era una bendición del cielo!
El tratado con
Turquía, sin embargo, no se limita a las verduras, frutas y legumbres. Los
rusos planean construir una central nuclear en el territorio otomano. Algunos
temen que ello signifique que Turquía se haga con la bomba atómica. Eso no es todo.
La empresa rusa Gazprom ha decidido paralizar las obras de la pipelina que
estaba construyendo para llevar Gas de Rusia a Europa. Y ha dejado a Turquía la
misión de repartir el gas por Europa, en
lo que a la parte Sur respecta. Las grandes perdedoras: Bulgaria y sobre todo
Ucrania, que hasta hace poco cumplía este papel de Nación de tránsito para el
gas ruso.
Una parte de Europa
queda sometida así al capricho turco que puede – en un momento dado- llegar a
algún tipo de acuerdo con Rusia y no repartir el gas previsto.
Eso se llama una buena
jugada. Hay que reconocerlo.
Pero elucidemos.
A ver ¿desde cuándo
son cordiales las relaciones entre Rusia y Turquía?
Desde nunca.
Ni siquiera ahora
lo son.
Por un lado Putin
da dinero a la “conservadora” Marine LePen; por otro, ofrece los negocios que
ofrece a una Turquía cada vez más “conservadora” .
O es cosa de agentes
dobles, o es de locos.
Aun a riesgo de
equivocarme, yo me atrevería a afirmar que nada de eso.
Putin aspira a un
determinado Orden. Lo necesita. Confía en que ese Orden pueda volver a unir al
pueblo ruso disperso a causa de los colectivismos improductivos, un
nihilismo destructivo, un individualismo inútil, la corrupción de las costumbres
y una pobreza transmitida de generación
en generación. Rusia es un país inmensamente rico que lleva desde hace siglos
aniquilando sistemáticamente a su población. La corrupción económica ha sumido
a sus habitantes en una apatía a la que muy pocos logran hacer frente con
éxito. ¿De qué sirve el dinero si las estructuras impiden el funcionamiento de
una sociedad? La pobreza, el vasallaje a los zares, primero y al sistema
bolchevique, después, han creado un sistema dentro del sistema. Salir de allí
es difícil. Se requiere tiempo, paciencia, fortaleza de ánimo, espíritu
renovado y, sobre todo, se necesita FE.
Esto es a lo que,
en mi opinión, aspira Putin. Y en un tiempo en el que el hedonismo, el individualismo,
el nihilismo y todos esos “productos-valores” considerados “occidentales”
empiezan a debilitar a las sociedades por ellas regidos, la idea de un Orden
eterno e inmutable se abre paso con cada vez más fuerza. La libertad se ha convertido
para muchos en una pesada cadena. Para que la libertad se pueda ejercer, hace falta dinero, sí; pero más aún se
necesita la sabiduría y el juicio crítico; para que la libertad pueda existir hace falta información, sí; pero aún más se necesita de la reflexión individual. No sé cuánto reflexiona hoy en día la sociedad
dirigida por los principios arriba enumerado. Si nos atenemos a lo que las redes
sociales muestran, el panorama resulta desolador.
Ese Orden, que a mí
me aterroriza, es el Orden al que aspira Putin. Y vuelvo a repetir. Es que lo
necesita. Necesita la Fe. Y una Fe en el individuo, en sus propias fuerzas, no
llevaría a buen puerto a Rusia. En Rusia,la Fe en el individuo es justamente la fe que guía a los líderes de
la corrupción. Creen en sí mismos y no dudan en actuar contra todo
aquél que se ponga en su camino.
Pretender una Fe laica después de la etapa bolchevique no sé si resultaría pernicioso, pero desde luego sí inefectivo. Intentar introducir el Protestantismo en una tierra, en la que –como decía Spengler en “la decadencia de Occidente”- la culpa se comparte, una Utopía.
Pretender una Fe laica después de la etapa bolchevique no sé si resultaría pernicioso, pero desde luego sí inefectivo. Intentar introducir el Protestantismo en una tierra, en la que –como decía Spengler en “la decadencia de Occidente”- la culpa se comparte, una Utopía.
Por eso Putin
prefiere acudir a la Fe en un Principio Superior al cual se llega siguiendo
unas reglas religiosas que resultan conocidas a todos, aunque
sea de oídas, y que exigen el cumplimiento colectivo, así como la asistencia colectiva a los actos litúrgicos.
El recurrir a la Fe como motor social le une a LePen y le une a Erdogan. Le separa – eso sí- el nombre de la religión encargada de llevar ese Orden al pueblo. Para LePen es el catolicismo. Para Erdogan, el Islam. Para Putin, la religión ortodoxa.
El recurrir a la Fe como motor social le une a LePen y le une a Erdogan. Le separa – eso sí- el nombre de la religión encargada de llevar ese Orden al pueblo. Para LePen es el catolicismo. Para Erdogan, el Islam. Para Putin, la religión ortodoxa.
¿Y qué hace el
inteligente Putin para ganar el tiempo que necesita para implantar el Orden que necesita?
Da dinero a un
partido francés.
Despierta
el interés en uno de los nuevos partidos alemanes.Refuerza a Turquía y la posiciona en una situación de ventaja con respecto a Europa.
Deja
a Europa más silenciosa y confusa de lo que ya lo estaba.
Es decir, mantiene "ocupados" a sus rivales mientras Putin se dedica a sus menesteres domésticos.
Es decir, mantiene "ocupados" a sus rivales mientras Putin se dedica a sus menesteres domésticos.
Una buena jugada. No cabe duda.
Alguien,
sin embargo, ha venido a recordarle a Putin que su Orden no es el Orden ni
querido, ni deseado, ni buscado, sino más bien todo lo contrario.
Hace
tres o cuatro días se cometió en Grozni, capital de la República de Chechenia, un
nuevo atentado llevado a cabo por fuerzas islamistas que se denominan a sí mismas
“islamistas del Emirato del Cáucaso” y que según el periódico digital
Publimetro siguen a un lider llamado Ali Abu Muhamad.
Para
muchos occidentales, Putin debería actuar consecuentemente. Si atendió a las
voces de los separatistas pro-rusos y en consecuencia, accedió a la anexión de
una parte de Ucrania, debería ahora atender a las voces separatistas de los
chechenios.
Putin
no está de ningún modo dispuesto a cosa semejante.
Y
esta negativa, justamente , es la que explica por qué el último movimiento de
Putin consistente en el acercamiento a Turquía resulta tan brillante como
peligroso. No sólo para Europa. También para Rusia. Rusia no puede permitir un
Estado Islamista fuerte.
Las medidas contra los terroristas chechenios, fortalecerán esa brecha islam-no Islam en Rusia.
Las medidas contra los terroristas chechenios, fortalecerán esa brecha islam-no Islam en Rusia.
Putin
debe ser extremadamente cuidadoso.
En
este sentido no me sorprende en absoluto que su decisión de no construir una
pipelina en Europa no haya sido tomada todavía de forma irrevocable.
La
partida de ajedrez sigue.
Cada
movimiento -todo hay que decirlo- es más arriesgado, tanto para los Unos como para los Otros.
Le
toca mover a Europa.
¿O
la moverán?
“Malos
tiempos para la lírica”
Y
eso que la Navidad se acerca.
Veremos.
Isabel
Viñado Gascón
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