Monday, December 8, 2014

Los últimos movimientos de Putin


A mí, la verdad, me hubiera gustado que otro  se hubiera ocupado del tema para no tener que hacerlo yo. Pero nadie lo ha hecho. O al menos no he tenido la forturna de encontrar comentarios al respecto. Es una pena. Nos guste o no (y confieso que como europea no me pueden gustar), lo cierto es que hay que reconocer que las últimas actuaciones de Putin sólo admiten un calificativo: genialmente brilantes.

Es lo que tiene el ajedrez: una ocupación apasionante aunque sumamente compleja. Al comentarista no le resulta fácil predecir la siguiente jugada y a veces incluso resulta imposible explicar por qué el jugador ha hecho un determinado movimiento y no otro.

A Putin le gusta jugar al ajedrez. Los europeos están demasiado nerviosos como para comprender que el juego estratégico es uno de los componentes esenciales de toda política que se precie. Han preferido restringir sus movimientos al de las sanciones económicas y con ello han perdido en flexibilidad mental.
Ultimamente “Der Spiegel” muestra y aclara determinadas partidas de ajedrez. Ya era hora. Desde que los ordenadores empezaron a ganar a los mejores jugadores de todos los tiempos, los medios de comunicación habían perdido el interés por un afición reservada sólo a un puñado de mentes. Ýa en aquél entonces me asombró que se concediera tanta importancia a la rapidez de actuación de una máquina. Entre otras razones porque con ello se olvidaba que el ajedrez no resulta interesante por lo que suceda en el tablero de juego, sino por cómo pueda ser utilizado para jugar al juego de la vida. Aquéllos que consideran que jugar al ajedrez es como jugar al Parchís se equivocan. El juego del ajedrez es interesante porque ayuda a analizar fuera del tablero todas las variaciones posibles que la vida ofrece. Yo sólo conozco una actividad que pueda equipararse a la del ajedrez: la de la física. Los físicos que he conocido pueden ser más o menos simpáticos, pero una cosa es cierta: no sólo no han perdido los instintos vitales sino que encima los han desarrollado. Todos los físicos que conozco, incluso aquéllos que se distinguen por sus “malas artes”, hacen gala de una inteligencia admirable consistente en valorar adecuadamente las diferentes posibilidades y actuar lo más sistemáticamente posible para conseguir sus propósitos. Sean éstos del tipo que sean: loables o egoístas.

No es por tanto extraño que la partida de ajedrez que mantienen Putin y Merkel resulte tan excitante. Hasta ahora, en lo que a política exterior se refiere, es Putin quien lleva ventaja.  No sólo ha respondido con dolorosas y acertadas contrasanciones a las sanciones occidentales. No sólo ha prestado ingentes sumas de dinero a Marie LePen. No sólo ha conseguido despertar el interés del AfD alemán, hasta el punto de que ayer Der Spiegel anunciaba una reunión de representantes del AfD en la embajada rusa. No. Ha hecho todavía más. Confieso que su última actuación me divierte como comentarista; como europea, en cambio, me aturde. Ha potenciado las relaciones comerciales con Turquía. De repente, una Turquía que se islamiza cada día más y que no oculta sus resentimientos contra el mundo occidental, se convierte en el granero de Rusia. Y desde luego con razón. El mejor desayuno que he tomado en toda mi vida fue en Estambul. A las siete de la mañana uno ya se deleitaba ante la presencia de verduras frescas de todo tipo, olivas, quesos, mermeladas. sopas exquisitas... Aquéllo no era un desayuno. ¡Aquéllo era una bendición del cielo!

El tratado con Turquía, sin embargo, no se limita a las verduras, frutas y legumbres. Los rusos planean construir una central nuclear en el territorio otomano. Algunos temen que ello signifique que Turquía se haga con la bomba atómica. Eso no es todo. La empresa rusa Gazprom ha decidido paralizar las obras de la pipelina que estaba construyendo para llevar Gas de Rusia a Europa. Y ha dejado a Turquía la misión de repartir el gas por Europa,  en lo que a la parte Sur respecta. Las grandes perdedoras: Bulgaria y sobre todo Ucrania, que hasta hace poco cumplía este papel de Nación de tránsito para el gas ruso.

Una parte de Europa queda sometida así al capricho turco que puede – en un momento dado- llegar a algún tipo de acuerdo con Rusia y no repartir el gas previsto.

Eso se llama una buena jugada. Hay que reconocerlo.

Pero elucidemos.

A ver ¿desde cuándo son cordiales las relaciones entre Rusia y Turquía?

Desde nunca.

Ni siquiera ahora lo son.

Por un lado Putin da dinero a la “conservadora” Marine LePen; por otro, ofrece los negocios que ofrece a una Turquía cada vez más “conservadora” .

O es cosa de agentes dobles, o es de locos.

Aun a riesgo de equivocarme, yo me atrevería a afirmar que nada de eso.

Putin aspira a un determinado Orden. Lo necesita. Confía en que ese Orden pueda volver a unir al pueblo ruso disperso a causa de los colectivismos improductivos, un nihilismo destructivo, un individualismo inútil, la corrupción de las costumbres y una pobreza  transmitida de generación en generación. Rusia es un país inmensamente rico que lleva desde hace siglos aniquilando sistemáticamente a su población. La corrupción económica ha sumido a sus habitantes en una apatía a la que muy pocos logran hacer frente con éxito. ¿De qué sirve el dinero si las estructuras impiden el funcionamiento de una sociedad? La pobreza, el vasallaje a los zares, primero y al sistema bolchevique, después, han creado un sistema dentro del sistema. Salir de allí es difícil. Se requiere tiempo, paciencia, fortaleza de ánimo, espíritu renovado y, sobre todo, se necesita FE.

Esto es a lo que, en mi opinión, aspira Putin. Y en un tiempo en el que el hedonismo, el individualismo, el nihilismo y todos esos “productos-valores” considerados “occidentales” empiezan a debilitar a las sociedades por ellas regidos, la idea de un Orden eterno e inmutable se abre paso con cada vez más fuerza. La libertad se ha convertido para muchos en una pesada cadena. Para que la libertad se pueda ejercer, hace falta dinero, sí; pero más aún se necesita la sabiduría y el juicio crítico; para que  la libertad pueda existir hace falta información, sí; pero aún más se necesita de la reflexión individual. No sé cuánto reflexiona hoy en día la sociedad dirigida por los principios arriba enumerado. Si nos atenemos a lo que las redes sociales muestran, el panorama resulta desolador.

Ese Orden, que a mí me aterroriza, es el Orden al que aspira Putin. Y vuelvo a repetir. Es que lo necesita. Necesita la Fe. Y una Fe en el individuo, en sus propias fuerzas, no llevaría a buen puerto a Rusia. En Rusia,la Fe en el individuo es justamente la fe que guía a los líderes de la corrupción. Creen en sí mismos y no dudan en actuar contra todo aquél que se ponga en su camino.
Pretender una Fe laica después de la etapa bolchevique no sé si resultaría pernicioso, pero desde luego sí inefectivo. Intentar introducir el Protestantismo en una tierra, en la que –como decía Spengler en “la decadencia de Occidente”- la culpa se comparte, una Utopía.

Por eso Putin prefiere acudir a la Fe en un Principio Superior al cual se llega siguiendo unas reglas religiosas que resultan conocidas a todos, aunque sea de oídas, y que exigen el cumplimiento colectivo, así como la asistencia colectiva a los actos litúrgicos.
El recurrir a la Fe como motor social le une a LePen y le une a Erdogan. Le separa – eso sí-  el nombre de la religión encargada de llevar ese Orden al pueblo. Para LePen es el catolicismo. Para Erdogan, el Islam. Para Putin, la religión ortodoxa.

¿Y qué hace el inteligente Putin para ganar el tiempo que necesita para implantar el Orden que necesita?

Da dinero a un partido francés.
Despierta el interés en uno de los nuevos partidos alemanes.

Refuerza a Turquía y la posiciona en una situación de ventaja con respecto a Europa.

Deja a Europa más silenciosa y confusa de lo que ya lo estaba.

Es decir, mantiene "ocupados" a sus rivales mientras Putin se dedica a sus menesteres domésticos.
 

Una buena jugada. No cabe duda.


Alguien, sin embargo, ha venido a recordarle a Putin que su Orden no es el Orden ni querido, ni deseado, ni buscado, sino más bien todo lo contrario.

Hace tres o cuatro días se cometió en Grozni, capital de la República de Chechenia, un nuevo atentado llevado a cabo por fuerzas islamistas que se denominan a sí mismas “islamistas del Emirato del Cáucaso” y que según el periódico digital Publimetro siguen a un lider llamado Ali Abu Muhamad.

Para muchos occidentales, Putin debería actuar consecuentemente. Si atendió a las voces de los separatistas pro-rusos y en consecuencia, accedió a la anexión de una parte de Ucrania, debería ahora atender a las voces separatistas de los chechenios.

Putin no está de ningún modo dispuesto a cosa semejante.

Y esta negativa, justamente , es la que explica por qué el último movimiento de Putin consistente en el acercamiento a Turquía resulta tan brillante como peligroso. No sólo para Europa. También para Rusia. Rusia no puede permitir un Estado Islamista fuerte.
Las medidas contra los terroristas chechenios, fortalecerán esa brecha islam-no Islam en Rusia.

Putin debe ser extremadamente cuidadoso.

En este sentido no me sorprende en absoluto que su decisión de no construir una pipelina en Europa no haya sido tomada todavía de forma irrevocable.

La partida de ajedrez sigue.

Cada movimiento -todo hay que decirlo-  es más arriesgado, tanto para los Unos como para los Otros.

Le toca mover a Europa.

¿O la moverán?

 
Como Brecht dijo:

“Malos tiempos para la lírica”

Y eso que la Navidad se acerca.

Veremos.

 

Isabel Viñado Gascón

 

 

 

 

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