Jorge acaba de
llamarme. Está entusiasmado con el tema. Por un lado, los socialistas alemanes
y los conservadores alemanes discuten por cómo ha de ser el diálogo con Rusia.
Sus posiciones, afirman los socialistas, son las mismas que las de los
conservadores. La forma de la comunicación es el problema. Por otro, en Der Spiegel de ayer día 24 de Noviembre, se
anunciaba un préstamo de nueve millones de euros al partido francés de Marine
Le Pen “Frente Nacional” .- “Estaba esperando tu artículo pero ya veo que no te
atreves” – me grita jubiloso en cuanto descuelgo el auricular- “Tú escribiendo
sobre autarquía y los rusos practicando en Europa el “divide et impera” al
tiempo que protege a la derecha. A la derecha en Europa y al sistema comunista
en Cuba porque lo que entonces dijeron los periódicos es, por una vez en la
vida, totalmente cierto: el día en que la URSS desapareció, desaparecieron las
ideologías y apareció la política postmoderna: aquí y ahora una idea; allí y
luego otra; aquí y luego lo que se me ocurra: allí y ahora lo que se me antoja.
¿Todavía sigues confiando en que los lobos hambrientos y nunca satisfechos
serán capaces de construir una sociedad capaz de mejorar la que tenemos? ¡Ni lo
pienses! Rusia nunca ha sido una buena madre para sus hijos, imagínate para los
que no lo son. Date por vencida. Rusia volverá a caer en algo de lo que nunca
ha terminado verdaderamente de salir: la dictadura. Y esta vez, superado el
comunismo, será a lo zarista liberal. O sea: un poco de internet, un poco de
libertad de expresión y un mucho, mucho de Iglesia ortodoxa. ¡Te lo dije! ¡Te
lo dije!"
Estaba tan
emocionado que ni siquiera sé si se ha despedido.
Rusia y la derecha
separatista europea unidas por acuerdos económicos mientras son observadas por
la Iglesia ortodoxa (¿Tiene algo que decir la Iglesia Católica al respecto?
Por supuesto. Ya lo veremos)
Desde luego el tema no es fácil.
Hasta cierto punto
es lógico que la sociedad alemana esté dividida en sus consideraciones con
respecto a Rusia. Los intereses económicos pero también culturales y humanos
que les unen son numerosos. Incluso en Berlín hay un barrio “Charlottenburg” al
que muchos llaman “Charlottengrado” por la cantidad de rusos que allí viven y
que, curiosamente, sienten por su nación una nostalgia tan profunda como ferréa
es su negativa a volver. Aman a su patria y al mismo tiempo afirman que es
imposible vivir allí.
Los alemanes, lo
digo siempre, son gentes tan idealistas como prácticas. Ello les permite
construir sus visiones.
La inactiva melancolía del ruso les admira al tiempo que les espanta. Ese eslavo de voz suave y melodiosa que es capaz de convertir el tema más trivial en profundos tratados de metafísica sin, no obstante, levantarse del sitio para poner en práctica sus ideas no deja de maravillar al germano amante del comercio y de la actividad empresarial. Al menos desde los tiempos de Catalina “la grande” está esperando que los rusos transformen sus potencias en actos y conviertan a esa dormida nación en un país fuerte y vigoroso, con personas dispuestas no a morir por ideales sino a vivir por ellos. No lo han conseguido. Y al paso que van, no creo que lo consigan. Por otra parte, que ese mismo ser que habla dulce y pausadamente no dude en el momento más inesperado en sacar una pistola y bien asesinar al que tiene delante por un asunto tan trivial como el dinero o asesinarse él mismo por el simple placer de jugar a la ruleta rusa, fascina al alemán tanto como le asusta.
Es innegable que el miedo- fascinación que por un motivo u otro sienten los alemanes por los rusos, es el mismo que les ha llevado a mantener siempre un cierto distanciamento con los americanos. Los americanos les parecen simpáticos, pero para el alemán de pro la simpatía casi nunca es una virtud, sino un modo de esconder las verdaderas intenciones. Simpático es el que quiere algo de nosotros. Esa simpatía que los americanos denominan tolerancia, apertura, afabilidad es lo que enciende en muchos alemanes la sirena roja de “cuidado”. Es posible que el alemán juegue a ser hombre de mundo con los americanos, y finja divertirse con fiestas como “Halloween”, “San Valentin” y similares que divertirle no le divierten pero aumentan sus ingresos. Tal vez parezca sentirse contagiado por los megaloproyectos americanos que será un simple “parecer” porque el hombre alemán huye –igual que huye Jorge- de lo gigantesco. Y posiblemente por los mismos motivos: “Lo grande – repite siempre Jorge- hace que pierdas la noción del tamaño. Lo gigantesco te pierde a tí”. De ahí que los alemanes prefieran dedicar sus energías a la pequeña y mediana empresa en vez de a proyectos que traspasan su posiblidad de ser controlados por sí mismos.
Porque lo cierto es que si alguien considera que el hombre alemán es cosmopolita se equivoca. El hombre alemán es, igual que lo es su cultura, provinciano y bien provinciano. De esto se lamentaba Nietzsche y de esto hay que seguir lamentándose. Este rasgo de carácter es, precisamente, el que lo acerca al eslavo y la que permite trazar un firme puente entre ambas culturas.
La inactiva melancolía del ruso les admira al tiempo que les espanta. Ese eslavo de voz suave y melodiosa que es capaz de convertir el tema más trivial en profundos tratados de metafísica sin, no obstante, levantarse del sitio para poner en práctica sus ideas no deja de maravillar al germano amante del comercio y de la actividad empresarial. Al menos desde los tiempos de Catalina “la grande” está esperando que los rusos transformen sus potencias en actos y conviertan a esa dormida nación en un país fuerte y vigoroso, con personas dispuestas no a morir por ideales sino a vivir por ellos. No lo han conseguido. Y al paso que van, no creo que lo consigan. Por otra parte, que ese mismo ser que habla dulce y pausadamente no dude en el momento más inesperado en sacar una pistola y bien asesinar al que tiene delante por un asunto tan trivial como el dinero o asesinarse él mismo por el simple placer de jugar a la ruleta rusa, fascina al alemán tanto como le asusta.
Es innegable que el miedo- fascinación que por un motivo u otro sienten los alemanes por los rusos, es el mismo que les ha llevado a mantener siempre un cierto distanciamento con los americanos. Los americanos les parecen simpáticos, pero para el alemán de pro la simpatía casi nunca es una virtud, sino un modo de esconder las verdaderas intenciones. Simpático es el que quiere algo de nosotros. Esa simpatía que los americanos denominan tolerancia, apertura, afabilidad es lo que enciende en muchos alemanes la sirena roja de “cuidado”. Es posible que el alemán juegue a ser hombre de mundo con los americanos, y finja divertirse con fiestas como “Halloween”, “San Valentin” y similares que divertirle no le divierten pero aumentan sus ingresos. Tal vez parezca sentirse contagiado por los megaloproyectos americanos que será un simple “parecer” porque el hombre alemán huye –igual que huye Jorge- de lo gigantesco. Y posiblemente por los mismos motivos: “Lo grande – repite siempre Jorge- hace que pierdas la noción del tamaño. Lo gigantesco te pierde a tí”. De ahí que los alemanes prefieran dedicar sus energías a la pequeña y mediana empresa en vez de a proyectos que traspasan su posiblidad de ser controlados por sí mismos.
Porque lo cierto es que si alguien considera que el hombre alemán es cosmopolita se equivoca. El hombre alemán es, igual que lo es su cultura, provinciano y bien provinciano. De esto se lamentaba Nietzsche y de esto hay que seguir lamentándose. Este rasgo de carácter es, precisamente, el que lo acerca al eslavo y la que permite trazar un firme puente entre ambas culturas.
La firme convicción
del americano en un final feliz, su creencia en que el barco va a llegar a buen
puerto porque el destino es inevitable recto y progresivo genera dudas en el alemán y le lleva a
cuestionarse la idoneidad del americano como socio. En efecto: el “ciego”
optimismo americano que se convierte en autodestructiva depresión en cuanto las
coas no salen como ellos habían previsto, le asusta tanto como la inactividad rusa.
El alemán es
pragmático. Esto implica la obligación de detenerse al previo reconocimiento
del terreno así como a prestar una atención especial a los tramos complicados.
La duda alemana nunca es duda: es análisis de los riesgos y de las ventajas que
lanzarse a superar tales escollos van a proporcionar. La filosofía del “do it”
que exige una acción rápida, tendente a minimizar la importancia de los
inconvenientes para detenerse en las facilidades le sobrepasa. Es en ese
momento cuando el discurso melancólico del ruso le resulta más sensato. El
alemán entonces se siente feliz de que alguien le proponga tantos obstáculos a
resolver y se lanza, claro, a la tarea de solucionarlos, mientras el ruso sigue
con sus ojos perdidos en el infinito de los sueños nunca cumplidos. ¿Para qué,
además? – pregunta resignado. Una vez que luchó por hacerlos realidad, se
encontró con una pesadilla que duró setenta
años y de la que todavía no se ha repuesto...
Una cosa es cierta:
el alemán gran amante de su individualidad protestante nunca regalará su alma
ni a los Unos ni a los Otros.
Pero además existe
otra gran cuestión: las relaciones entre Le Pen y Putin.
Al parecer ambos
desean una Europa debilitada. Sus motivos, sin embargo, son sumamente
diferentes. Si Putin pretende desunir a Europa es porque quiere convertirla en
parte de su influencia. Si Marine Le Pen afirma querer abandonar el euro es
porque quiere una Francia fuerte, no una Francia satélite. Así pues, no creo, sinceramente que la
cuestión de una Europa débil y desunida sean los verdaderos motivos que les han
llevado a incrementar sus relaciones.
Francia ha ejercido
siempre una gran influencia cultural en el mundo ruso. En la literatura del
siglo XIX no es difícil encontrar palabras francesas. Gran parte de los nobles
rusos emigraron a París tras la revolución bolchevique de 1917. No sería por
tanto insensato pensar que Marine Le Pen desee retomar esas relaciones. Sin
embargo, hemos de admitir que la cultura no juega hoy el papel dominante que en
su día jugó. Los posibles acuerdos económicos que de tales vínculos puedan
derivarse son, con toda seguridad, otra de las razones a esgrimir. Queda, creo
yo, el más importante: el político. Le Pen quiere recuperar la identidad
francesa. La identidad francesa es en la actualidad sumamente compleja y
plural. Si la Iglesia ortodoxa anda por medio, no me extrañaría que tanto Rusia
como Francia estuvieran pensando – en función de esa identidad identitaria y
comunitarista- en una restitución de la nobleza gobernante por la gracia de
Dios. Los “reyes” no dinásticos en Francia; los “zares” no dinásticos en Rusia.
La siempre dinástica Iglesia ortodoxo-católica en Urbi et Orbe. Dos serían los
objetivos a alcanzar: el restablecimiento de unos valores obsoletos pero
considerados “auténticos” y un dique de contención (y expulsión) a las religiones
no cristianas.
Esto a muchos les
parece un comienzo del restablecimiento del Orden. Yo me pregunto de qué Orden.
¿De ese Orden sagrado e inmutable - unas veces religioso y político, otras ateo
y político- que tantas miserias ha causado? ¿ Ese Orden, en virtud del cual
tantas familias y pueblos enteros se sacrifican y se sigen sacrificando?
Muchos necios
firman la restauración de ese Orden comunitario, idéntico, donde todos
comparten las mismas formas de vida, los mismos valores, las misma religión. Unos se llaman Hooligans, otros islamistas radicales, y otros comunitaristas identitarios restituyentes o qué se yo.
Imaginan que así se acabarán los problemas. ¡Pero qué tonterías! “¡Plural,
plural! Todo plural”, que decía el poeta es lo que en este instante necesitamos
más que nunca. Incentivar el juicio críco es lo importante. Pero eso, claro,
cuesta demasiado esfuerzo. Exige pensar, cavilar, reflexionar. En un mundo
rápido, inseguro como el nuestro eso es demasiado arriesgado. En el mundo
industrial de la uniformización, del que todos nos quejamos pero en el que
todos queremos participar, el juicio crítico supone siempre un gran riesgo para
la persona que lo pone en práctica. A lo más que se llega es al juego del juicio
crítico concertado, o políticamente correcto. Un juicio, en cualquier caso, que
no se salga de los esquemas marcados y que sea, a ser posible, compartido por
otros.
Yo me asombro. Lo
siento, pero sigo asombrada de aquéllos que pretenden que Europa vuelva a ser una Europa cristiana, a poder ser, católica, ¿Se pretende expulsar a la religión musulmana de
Europa cuando las iglesias cristianas están vacías. ¿Pero qué clase de
hipocresía es ésta?
No no es
hipocresía. Es otra vez el uso de la religión para fines políticos. Y la
Iglesia, claro, está deseando participar. Hoy me entero por los periódicos
digitales que el Papa ha visitado el Parlamento Europeo. Y eso que todos,
incluso el señor Pablo Iglesias del en estos momentos maltrecho “Podemos”,
aplauden el discurso del Pontífice. Un discurso, claro, que se caracteriza por
ser, sobre todo, social. A mí me asusta la jerarquía eclesiástica pero mucho
más aún su discurso social. Porque este discurso que con tanta firmeza predica
la igualdad hasta el punto de ser aplaudido por la extrema izquierda, es
siempre un discurso dirigido al otro, al de enfrente. Sigue siendo el eterno
empeño de la Iglesia Católica en decirle a uno lo que tiene que hacer y en
determinar quiénes son los buenos y quiénes los malos. No me extraña que Lutero
terminara explotando. Dicen que a Lutero se le apareció el diablo y que lo
expulsó tirándole el tintero. En esto se ve que el diablo es mucho más tonto
que la Iglesia Católica. La Iglesia Católica nunca se hubiera asustado. Mucho menos habría salido huyendo. La Iglesia Católica hubiera cogido el tintero y con su tinta hubiera escrito una
Encíclica en la que según lo necesitados que estuvieran de tinta, se animaría a donar tinteros, a depositarlos cuidadosamente en la papelera para no lastimar a nadie o a avisar a las autoridades eclesiásticas para que ellas se hicieran cargo del asunto.
¿Entienden ahora
por qué me voy con Lutero? Porque defectos aparte, él me permite lo que la
Iglesia Católica no ha permitido nunca: libertad individual de conciencia y que
no tiene nada que ver con la libertad colectiva de conciencia, que es la que ha
predicado la Iglesia Católica en momentos de crisis. De sus crisis, claro.
La Iglesia Católica
en el Parlamento Europeo.
¿Para cuándo los
otros máximos representantes de las otras religiones?
¡Si Voltaire
levantara la cabeza!
¡Si la levantara
Montesquieu!
¡Si la levantaran
todos aquéllos que lucharon –y murieron- por la separación entre Iglesia y
Estado!
Hay un grupo para
el cual dicha intervención no supone ningún problema: para los representantes
del Uno en el Todo y el Todo en el Uno. Para esos el discurso del Papa puede
equipararse al discurso de Biermann en el Parlamente alemán con motivo del
aniversario de la caída del muro. Pero lamentablemente aunque todo parezca lo
mismo, no lo es. Y no lo es porque tampoco las consecuencias que esas
intervenciones generan lo son. Se ha puesto de moda entre los Organismos
internacionales y nacionales invitar a estrellas de la canción y del cine a ofrecer
sus discursos. ¡Cómo si no tuvieran otros canales para hacerlo! Pero se ha
puesto de moda. Y esto nos obliga a determinar en calidad de qué ha ido el Papa
al Parlamento Europeo. En calidad de Papa o de estrella de cine.
Si ha ido en
calidad de estrella de cine, me parece un insulto a la Iglesia Católica y a los
católicos. Dejémonos de hacer sesiones de marketing y concentrémonos en la
espiritualidad.
Si ha ido en calidad
de Papa, me parece un menosprecio a los practicantes de las otras religiones, a
no ser que también sus máximos representantes sean invitados en un futuro no
muy lejano.
Pero en cualquier
caso tanta religión en el Parlamento Europeo es un insulto a los que creen que
los poderes tienen que estar separados y bien separados. La creencia es algo privado,
privadísimo. Su práctica igualmente privada, aunque se reúna con otros miembros
que comparten esas mismas creencias. Y por tanto no debe olvidar lo
fundamental. “Al César lo que el del César y a Dios, lo que es de Dios.”
El Todo en el Uno y
el Uno en el Todo impide, claro, tan bella distinción.
¿Dónde se han
metido los laicos? Ilustrados o Nihilistas, da igual.Los laicos. ¿Dónde
están?
No los agnósticos,
no los ateos, no esos que contestan “paso, tío” porque ni se han cuestionado la
cuestión de la religión, ni otra que se le parezca.
Es al grupo de los laicos a quienes yo busco.
Es al grupo de los laicos a quienes yo busco.
Habrá que buscar en
los prostíbulos que además de incremetar el PIB, es el único sitio donde parece
ser que se practica la tolerancia y la libertad absoluta.
Estoy segura de que
ni allí los encontraremos. Los laicos ilustrados y nihilistas están dormidos y
bien dormidos, suponiendo que no hayan muerto.
Europa, el viejo
continente compuesto de viejas naciones y gentes cansadas y empobrecidas, va
camino de convertirse en el botín de guerra de las grandes potencias de este mundo.
Una posible alianza con cualquiera de ellas no nos librará de serlo,
simplemente nos obligará a defender sus particulares intereses, se trate de la
potencia que se trate.
Mejor haría Europa
en dejarse de alianzas y empezar a defender sus propios intereses en bloque.
Mientras sigamos diferenciando entre Europa del Sur y Europa del Norte, entre
los que se endeudan y los que pagan las deudas, entre los que tienen una religión
y los que tienen otra, seguiremos siendo las marionetas de los Unos, de los
Otros, de los de Aquí, de los de Allá y si nos descuidamos incluso de los del
Más Allá.
Isabel Viñado
Gascón.
Nota aclaratoria.
Diferencia entre el nihilismo y el ateísmo:
El nihilismo declara a Dios muerto y se olvida de Él. "¡Qué solos se quedan los muertos!", podría exlamarse.
El ateísmo declara que no cree en Dios y no deja, sin embargo, de hablar de Él.
Nota aclaratoria.
Diferencia entre el nihilismo y el ateísmo:
El nihilismo declara a Dios muerto y se olvida de Él. "¡Qué solos se quedan los muertos!", podría exlamarse.
El ateísmo declara que no cree en Dios y no deja, sin embargo, de hablar de Él.
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