Salgo a deambular. Las últimas tormentas han enfriado las temperaturas. Unos pocos ancianos vienen o van a la
compra. Algunas madres regresan tras haber dejado a sus hijos en la guardería.
El precio del oro ha caído y el de la carne va a subir. “No me importa”, dicen
algunos, “si la calidad aumenta”. Que utilicen el condicional “si” en vez del
causal “porque” muestra, aunque ellos mismos lo ignoren, su desconfianza al
respecto. Los ganaderos franceses luchan por una subida de los precios de la carne pero no precisamente para que los cerdos vayan a recibir un trato de nobles porcinos sino para que el dinero que los
intermediarios les paguen cubran, por lo menos eso, los costes de la producción.
No obstante –aseguran
preocupados los sesudos economistas - no hay inflación. Bolsas a punto de
explotar por aquí y por allá pero no hay inflación. Impuestos salidos de la
Nada, descenso en la calidad, intereses negativos en los bancos, pero no hay
inflación. Que los bancos tengan cada vez más ingresos y puedan nuevamente iniciarse en negocios de alto riesgo no es inflación.La inflación - dicen los sesudos economistas - es otra cosa. Lo que tenemos es una deflación. O lo que es lo mismo: no hay extraterrestres sino intraterrestres (seres extraterrestres que habitan en el interior de la Tierra)
No me extraña que mal que les pese, todos aquéllos que en estos momentos se consideran víctimas de los efectos de una inflación encubierta - inflación, porque cada vez pagan más por menos y encubierta porque los expertos afirman una y otra vez que los precios se mantienen a la baja -se sientan como deben sentirse los avistadores de ovnis, ufos y similares: o es cierto que los sentidos les engañan, o el mundo está ciego.
No me extraña que mal que les pese, todos aquéllos que en estos momentos se consideran víctimas de los efectos de una inflación encubierta - inflación, porque cada vez pagan más por menos y encubierta porque los expertos afirman una y otra vez que los precios se mantienen a la baja -se sientan como deben sentirse los avistadores de ovnis, ufos y similares: o es cierto que los sentidos les engañan, o el mundo está ciego.
Digan lo que digan los sesudos economistas, lo cierto es que el I.V.A ha aumentado y el precio de las consumiciones, también. Los camareros
se quejan de la falta de propina y en los comercios hay que tener cuidado con
los despistes de las cajeras que te cobran los artículos que
has comprado, los pagas mecánicamente y luego, a la salida, un sexto sentido te
avisa de que algo no funciona. Miras tu bolsa, miras tu factura y, en efecto,
descubres que te han cobrado dos pantalones, has pagado dos pantalones pero
sólo llevas un pantalón.
Un despiste, claro, lo tiene cualquiera.
Lástima que sean tan frecuentes.
Pero no hay inflación, cosa que preocupa sobremanera a los sesudos
economistas, y por eso los consumidores, los productores y todos los participantes de la
cadena de producción-compra-venta están contentos si, después de dejar unos
euros de más aquí y unos euros de más allá, llegan a fin de mes con el bolsillo
vacio. El único que esta mañana parece estar preocupado es el espectador, que se
afana en pensar en qué puede seguir ahorrando: decoración minimalista,
transporte público, alimentos de oferta, ropa de hace cinco o seis temporadas,
un ordenador tan viejo como él, y una única diversión: la televisión, ese
maravilloso invento que le mantiene conectado al mundo; él, que no tiene a
nadie más que a su soledad.
- “Me estoy haciendo viejo”, suspira, “estoy empezando a sentir lástima de mí mismo. El día que pierda el interés por la televisión será el anuncio de mi muerte.”
- “Me estoy haciendo viejo”, suspira, “estoy empezando a sentir lástima de mí mismo. El día que pierda el interés por la televisión será el anuncio de mi muerte.”
Asustado por su propio pensamiento y tal vez para demorar la llegada de ese desagradable instante , el espectador deja sus
preocupaciones a un lado, encamina
resoluto sus pasos hacia el sillón y se vuelve a acomodar en él para hacer lo
que siempre hace: dormitar arrullado por el ruido monótono que sale de su caja
favorita.
El precio del oro ha caído, es lo último que escucha
decir antes de sumergirse en esa zona gris existente entre la vigilia y el sueño.
El precio del oro ha caído. Hace tres o cuatro años oí comentar a alguien que
el precio del oro seguiría subiendo hasta que empezara a bajar. En ese momento,
todos venderían espantados, los verdaderos especuladores se harían con el poder
del mercado y luego volvería a subir. No llego a tantas profundidades.
Realmente: ¿Esperaban ustedes algo distinto?
Como todos los entendidos saben y los no entendidos sospechan, el oro es
el anti-dólar. Puedo imaginarme que los últimos acuerdos con Irán han proporcionado
nuevas fuerzas a la maltrecha moneda americano-occidental. ¿Cuánto tiempo? Ése
es, sin duda, el enigma a resolver en un
mundo de espejos deformados y deformantes. Nadie lo sabe. Ni siquiera el
ganador. Esta situación me recuerda a un juego que muchos padres alemanes
regalan al amiguito de sus hijos en su cumpleaños. No para que lo juegue el amiguito
de sus hijos - a decir verdad, el cumpleaños es sólo una excusa -, sino para que lo jueguen sus
papás.
El juego es emocionante, exige nervios de acero, un poderoso e indestructible deseo de ganar y ninguna turbación al perder. Se llama “Kuhhandel”, en alemán, “You´re Bluffing”, en inglés, “Pague para ver”, en portugués y “Boursicocotte”, en francés. A mi modo de ver, constituye, sin duda, un buen entrenamiento para iniciarse en los secretos del muno de las finanzas.
A veces, me asalta la sospecha – ya conocen ustedes este surrealista humor mío – de que a eso - a jugar a Kuhhandel- es, en realidad, a lo que se dedican esos serios y encorbatados hombres durante sus reuniones a puertas cerradas.
El juego es emocionante, exige nervios de acero, un poderoso e indestructible deseo de ganar y ninguna turbación al perder. Se llama “Kuhhandel”, en alemán, “You´re Bluffing”, en inglés, “Pague para ver”, en portugués y “Boursicocotte”, en francés. A mi modo de ver, constituye, sin duda, un buen entrenamiento para iniciarse en los secretos del muno de las finanzas.
A veces, me asalta la sospecha – ya conocen ustedes este surrealista humor mío – de que a eso - a jugar a Kuhhandel- es, en realidad, a lo que se dedican esos serios y encorbatados hombres durante sus reuniones a puertas cerradas.
Grecia ha utilizado el dinero que los acreedores le han prestado para
devolverles la deuda. Conocemos la historia: algo parecido sucedió con los Bancos, que hubieron de prestar dinero a los gobiernos para conseguir que éstos les salvaran. Hace
poco me contaron de una conocida que utiliza el dinero que saca de una tarjeta
para pagar las deudas de otra tarjeta y así sucesivamente. No me pregunten cómo
lo consigue. Lo realmente extraordinario es lo similares que están empezando a ser los comportamientos a
pequeña y a gran escala, a nivel individual y a nivel global, lo micro y lo macro.
No me sorprende: Al fin y al cabo, la crisis, esta vez, parece ser global.
No me sorprende: Al fin y al cabo, la crisis, esta vez, parece ser global.
A grosso modo hay tres modos de resolverla:
Una: ir a Marte y establecer allí colonias.
Dos: encontrar extraterrestres, o intraterrestres – e iniciar relaciones comerciales con ellos.
Tres: el follón.
No me extraña que a estas alturas, y dadas las circunstancias, algunos empresarios y agencias espaciales anden organizando futuros viajes al
planeta rojo; otros, como el ruso Milner, se dediquen a donar millones para
colaborar en la búsqueda de vida inteligente en otros lugares del Universo
mientras que Tusk avisa del peligro de las alianzas de los radicales.
El espectador ronca en su sillón.
Isabel Viñado Gascón
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