Wednesday, July 15, 2015

La traición de la neo-izquierda a sí misma

Hubo un tiempo en que estuve convencida de que iban a ser los movimientos ideológicos de izquierda quienes iban a tomar las riendas del poder en Europa. Los recursos limitados del planeta, la crisis económica, la incredulidad de la derecha en sus propios planteamientos, el cansancio moral de los fieles, la ausencia de horizontes espirituales de Fuenteovejuna... Todo ello, digo, me llevó a pensar que una izquierda renovadora, dinámica, moralista, materialista y por materialista austera, tomaría las riendas de Europa y le enderezaría el rumbo. Abajo la Europa perezosa en la que el sueño de los jóvenes consiste en llevar con treinta años la vida inactiva de los jubilados, abajo la Europa en la que los hombres fuertes y sanos no saben adónde ir ni a qué dedicarse.
La cooperación en el trabajo, la puesta en marcha de distintos proyectos que dieran de comer y posibilidades de formar una familia, eso es lo que pensé que iba a hacerse. La propuesta de un casino en los alrededores de Madrid,  igual da americano que chino, me paralizó la respiración. Yo hubiera preferido la agricultura, mecanizada e informatizada, para intentar solucionar el problema del paro; no porque enriquezca sino porque al estar en la base de la producción genera empleo, la población aumenta, se hace necesario renovar casas, construir escuelas, introducir nuevas formas de energías...  

Esta es, sin embargo, una posibilidad que se esfuma día a día porque el campo está dejando de pertenecer a propietarios individuales para pasar a manos de grandes empresas que compran las tierras beneficiándose del hecho de que los antiguos propietarios quieren deshacerse de unas tierras que no producen “más que disgustos”.

Pero la izquierda calló y calla acerca de ese tema, a pesar de que es un problema europeo y bien europeo y he de decir que si yo lo conozco no es por ella sino por los pequeños propietarios que se sienten abandonados por todo y por todos sin que a nadie parezca importarles la concentración de capital que la globalización provoca en el sector agrícola en el que enseguida un propietario de tierra es considerado por la izquierda como terrateniente.

Mis dudas acerca de la neo-izquierda se intensificaron justo cuando todos más ilusionados se mostraban con ella. 
Estando en la India, alguien se acercó a hablarme de “los indignados”, de ese movimiento que se dedicaba a acampar en la Plaza del Sol de Madrid... Sentí arder la sangre. Lo confieso: en ese momento la “indignada” era yo. “¡Un movimiento de indignados que se sienta en el suelo, que acampa durante días, no es un movimiento de indignados!”, protesté encolerizada. Y cuando mi interlocutora, para convencerme de que se trataba realmente de una protesta popular, me comentó que habían acudido incluso ancianos, la exaltación de mi indignación estalló sin remedio. “¡No me digas más!, grité,  ¡Eso que me cuentas es la clásica reunión de desocupados de mi pueblo! Cuando hace buen tiempo se reúnen a las diez de la mañana y no vuelven a casa hasta las dos, después del vino. ¡Si fueran verdaderos indignados no se habrían sentado. Habrían organizado un “Mercado del Trabajo callejero”. Todos a vender pasteles, a tricotar, a editar periódicos aunque sea en internet, a pintar camisetas. ¡Pero no a sentarse!”

Huelga decir que me dejó por imposible. Estar al lado de alguien que expresa su opinión “a viva voce”, cuando esa opinión no es la políticamente correcta, no es de agrado. Lo comprendo.

La segunda vez es ahora, con el asunto griego. No sé ni cuántas veces les he escuchado repetir que Grecia debería salir de la zona euro, que Merkel y los socios comunitarios se equivocaban al querer mantener a Grecia, que eso supondría una recesión en Europa, que era mucho mejor que Grecia recuperara su moneda, que no habría ningún problema, que las convulsiones económicas que aseguraba la Troika que se sucederían en caso de salida,  eran mentiras provocadas para satisfacer los intereses creados de unos cuantos empeñados en la construcción de un tenebroso Nuevo Orden Mundial, todo ello aderezado con palabras como democracia, pueblo y libertad....

De repente, llega al poder del gobierno griego un partido de extrema izquierda y los polos han cambiado de situación de la noche a la mañana, pero no los polos magnéticos de la Tierra, de los que tanto se habla últimamente, sino los políticos. Los políticos griegos negocian sin que Fuenteovejuna sepa muy bien qué negocian: ¿La salida de Grecia? ¿Un recorte de la deuda? Los gobernantes griegos aseguran que las condiciones son inadmisibles y convocan un referendum para que sea Fuenteovejuna la que decida. Y Fuenteovejuna perpleja y confusa contesta lo que el presidente griego recomienda: “No”. El presidente griego quiere democracia y la tiene; quiere un referendum y lo tiene; quiere un No y también lo tiene.

¿Qué más se puede pedir?

Lo contrario de lo que se quería.

Así que el “No”, que es un “No” democráticamente pedido y democráticamente otorgado, se transforma a la mañana siguiente, como por arte de magia en un “Sí”. “Sí” a todas y cada una de las propuestas de Europa que el día anterior se habían rechazado.

La neo-izquierda utiliza y destroza el valor de la palabra y de los actos. Un "no" vale igual que un "sí". Un referendum  no vale nada. Y la culpa, claro, es de los otros. De los otros, o de la coyuntura, o de las estructuras, o ...
Curiosamente la culpa no es de que la palabra de un hombre no valga nada, la culpa no es de que un hombre quiera una cosa y pida otra y haga otra, la culpa no es de que, como ya anunció Nietzsche en su día, los hombres hayan perdido incluso la facultad de tomarse en serio a sí mismos.

La neo-izquierda se ha traicionado a sí misma porque ha traicionado al Logos, a la Razón. La neo-izquierda está sumida en la confusión de "a" igual a "a" y "a" igual a "no a". La neo-izquierda ha terminado hundiéndose en los pantanosos lagos de la dialéctica hegeliana, inspirada en ese terrible "Todo en el Uno y Uno en el Todo", cuya verdad, si la posee, significa un principio o un fin, jamás una potencia en desarrollo. Tendrían que comprenderlo, tendrían que saberlo. Pero los alevines de la izquierda están tan ocupados haciendo política real que terminan hundiéndose sin haber tenido tiempo a aprender a nadar y así, intentan sostenerse en cualquier cosa, aunque sea en la cabeza del de al lado, porque en ese "Todo en el Uno y Uno en el Todo", todo vale.

Pero esta no es la única traición a la democracia, hay más.  

Varoufakis, el gran Varoufakis, elegido por sus ciudadanos abandona el cargo en los momentos más difíciles, no por difíciles sino porque le da la real gana. Se marcha como se marchan los auténticos hombres: en una supermoto, vestido de negro, casco incluido, llevando atrás a una bella rubia, sin casco, pero con gafas de sol, para que su cabellera rubia ondee al viento con libertad sin que sus ojos sufran. Ambos se refugian en una isla. Teniendo en cuenta que es Julio y que hace calor, uno malpiensa y se pregunta si no será el refugio para unas más que merecidas vacaciones. 
La neo-izquierda francesa, lejos de enojarse por este abandono que no es un abandono sino la demostración de la indignación que siente el ministro Varoufakis, indignación que le impide seguir en su puesto y luchar por los ideales que le llevaron allí y por el pueblo que le votó, decide apoyar a unos políticos griegos que han dicho tres cosas distintas en tres dias siguiendo la misma estrategia establecida por los helenos, porque es la que está de moda. Así que de cara a la opinión pública prestan su ayuda diplomática a los griegos mientras niegan cualquier tipo de escisión con las líneas alemanes, al tiempo que culpan a los alemanes de todos los males de Europa.

Fuenteovejuna no comprende nada.

Mucho menos aún cuando los acuerdos que se tomaron hace un par de días ya se están poniendo en tela de juicio y además han de ser todavía aprobados por los parlamentos de algunos países comunitarios, como Alemania, Austria y Finlandia, entre otros.

En definitiva: la situación es de locos. Literalmente de locos. O de nuevas dimensiones. Vayan ustedes a saber. A mi amiga Carlota siempre le ha preocupado el interés que siento por temas de extraterrestres y similares.

 - “Tengo miedo de que te los creas”, me dice por Skype.
 - “Tranquila”, le contesto, “es para entender mejor la política.”

 Y eso, claro, la confunde aún más. La confunde a ella; su marido, en cambio, sonríe en silencio mientras estudia los análisis bursátiles.

¿La gran vencedora de todo este espectáculo surrealista?

La derecha. La extrema derecha.

Marie LePen saborea triunfalmente un “ya os lo decía yo” y espera tranquila a que la izquierda termine de abrirle por completo las puertas al Poder y a todo lo que se espera que venga y se sabe que vendrá. Marine Le Pen no tiene miedo. Quizás piense que si ha sobrevivido a su padre, sobrevive a todo lo que se le eche encima.

Pero tal vez sea justamente el miedo a ese "todo lo que se nos viene encima", lo que ha llevado a la neo-izquierda a suicidarse y a arrastrar en su caída a todo aquél que se le acerque.

La Fuenteovejuna europea no sale de su asombro.

Yo tampoco.

Isabel Viñado Gascón.





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