Consideración primera
Antiguamente, a los estudiantes de Derecho se les presentaba siempre la
famosa división entre el “ius naturalismo” por el cual las reglas morales
habían de ser respetadas aunque no estuvieran recogidas en la Legislación y el “ius
positivista”, única y estrictamente interesado en el cumplimiento de la ley
y que por tanto no considera jurídicamente relevantes los usos y códigos
éticos no recogidos en sus preceptos.
La primera protesta contra el “ius positivismo” de la que tenemos
constancia es la de Antígona, el personaje de la tragedia de Sófocles. Las
consecuencias nefastas y reales del ius positivismo las padeció Europa durante el tiempo del
nazismo, del stalinismo y de los fascismos, en general.
Vistos los terribles efectos devastadores que el rígido cumplimiento de las
leyes amorales e inmorales provocan, el derecho empezó a tomar una tercera
vía. En vez de considerar las normas morales como dignas de ser tomadas en
cuenta aunque no estuvieran recogidas en los Códigos legislativos se preocupó
de integrarlas en ellos. De tal manera que en nuestros días el Derecho no sólo crea
norma: crea Moral. Lo que está recogido en la legislación es moral. Y es moral
porque los legisladores han sido elegidos democráticamente y han aprobado
democráticamente esa norma. La homosexualidad, por ejemplo, era un pecado social mientras
estuvo penada por la ley. Dejó de serlo en el momento en que fue reconocida
como perteneciente a la libertad individual de la persona.
Un momento, - me dirán ustedes, - ¿no será más bien que la Legislación aprueba
lo que la sociedad previamente ya había acordado como válido?
Hasta cierto punto – debo responder. La Legislación aprueba lo que una gran
parte, la mayoría de la sociedad ha aprobado como adecuada, pero que otra gran parte no
quiere aprobar y otra gran parte no sabe si admitir o rechazar.
Es decir: aprobando la homosexualidad el Derecho ha clarificado una determinada situación social. Ha creado una norma moral: Uno puede ser homosexual porque eso entra dentro de su libertad individual y ha restaurado la paz social: el que insulte a un homosexual no se está comportando de acuerdo con lo que la Legislación ha reconocido. Eso le convierte en inmoral, por antidemocrático, al no reconocer una Legislación salida de la voluntad general y además le hace merecedor de la sanción que se corresponda.
Consideración segundaEs decir: aprobando la homosexualidad el Derecho ha clarificado una determinada situación social. Ha creado una norma moral: Uno puede ser homosexual porque eso entra dentro de su libertad individual y ha restaurado la paz social: el que insulte a un homosexual no se está comportando de acuerdo con lo que la Legislación ha reconocido. Eso le convierte en inmoral, por antidemocrático, al no reconocer una Legislación salida de la voluntad general y además le hace merecedor de la sanción que se corresponda.
En las sociedades tradicionales, la pedagogía con la que los padres educan a los hijos es aquélla que los
franceses denominan "Pedagogía Negra" cuyos principios básicos descansan en el axioma de
que los padres siempre tienen razón; los hijos deben obediencia y respeto
absoluto a sus ascendientes; en caso de conflicto, los hijos deben de atenerse a lo
que los progenitores dicten; si un hijo es rebelde, si contradice al padre, si le
corrige en público, el hijo es un mal hijo y merece un severo castigo;
Otro de los principios básicos es la idea de que los hijos son una pesada carga. De modo que es comprensible que la actitud de los padres hacia los hijos sea o la de malestar ante su presencia, o de indiferencia: los hijos molestan y cansan siempre y no tienen por qué estar en el centro de atención de los intereses de los padres; los hijos son una bendición cuando trabajan y ganan dinero, mientras tanto son un castigo del diablo. El castigo corporal es beneficioso para el alma del hijo. Los hijos deben buscar el reconocimiento externo de los otros, en vez de alabarse a sí mismos. La propia alabanza es sinónimo de soberbia.
En todos estos preceptos no escritos descansa la “pedagogía negra” con la que la mayor parte de nuestros padres fue educada y nosotros mismos no nos vimos libres de sus efectos. Lo que nuestros padres denominaban “pedagogía permisiva” no era más que una forma edulcorada de aquélla terrible pedagogía negra que ellos habían sufrido en sus carnes; peor aún: en sus mentes y en sus almas. Se trataba de conseguir lo mismo que habían logrado sus padres utilizando métodos modernos de : en vez de la utilizar el cinturón, se utilizaba la sensiblería y se instrumentalizaba el amor natural de los hijos a los padres. "Haz lo que dicen tus padres para no entristecerlos"; "haz lo que quiere tu madre para que no esté triste, para que no llore".
En definitiva: la pedagogía negra es la dictadura ejercida en el núcleo de la sociedad: la familia, cuyos efectos – además- son sencillamente atómicamente destructivos. Pueden imaginarse ustedes que tales métodos pedagógicos no conducen más que al odio (sea a uno mismo o a los demás), al complejo de culpabilidad, a la obediencia pasiva, al deseo de tiranizar cuando se tienen las fuerzas necesarias, a la cobardía, a la hipocresía, a la falta de iniciativa propia y al estancamiento de la sociedad en la época titánica de “Saturno devorando a sus hijos”. De dicha suerte se libra Zeus, gracias a que su madre lo esconde de aquéllos monstruos despiadados que se alimentan de su propia sangre, de su propia descendencia.
Otro de los principios básicos es la idea de que los hijos son una pesada carga. De modo que es comprensible que la actitud de los padres hacia los hijos sea o la de malestar ante su presencia, o de indiferencia: los hijos molestan y cansan siempre y no tienen por qué estar en el centro de atención de los intereses de los padres; los hijos son una bendición cuando trabajan y ganan dinero, mientras tanto son un castigo del diablo. El castigo corporal es beneficioso para el alma del hijo. Los hijos deben buscar el reconocimiento externo de los otros, en vez de alabarse a sí mismos. La propia alabanza es sinónimo de soberbia.
En todos estos preceptos no escritos descansa la “pedagogía negra” con la que la mayor parte de nuestros padres fue educada y nosotros mismos no nos vimos libres de sus efectos. Lo que nuestros padres denominaban “pedagogía permisiva” no era más que una forma edulcorada de aquélla terrible pedagogía negra que ellos habían sufrido en sus carnes; peor aún: en sus mentes y en sus almas. Se trataba de conseguir lo mismo que habían logrado sus padres utilizando métodos modernos de : en vez de la utilizar el cinturón, se utilizaba la sensiblería y se instrumentalizaba el amor natural de los hijos a los padres. "Haz lo que dicen tus padres para no entristecerlos"; "haz lo que quiere tu madre para que no esté triste, para que no llore".
En definitiva: la pedagogía negra es la dictadura ejercida en el núcleo de la sociedad: la familia, cuyos efectos – además- son sencillamente atómicamente destructivos. Pueden imaginarse ustedes que tales métodos pedagógicos no conducen más que al odio (sea a uno mismo o a los demás), al complejo de culpabilidad, a la obediencia pasiva, al deseo de tiranizar cuando se tienen las fuerzas necesarias, a la cobardía, a la hipocresía, a la falta de iniciativa propia y al estancamiento de la sociedad en la época titánica de “Saturno devorando a sus hijos”. De dicha suerte se libra Zeus, gracias a que su madre lo esconde de aquéllos monstruos despiadados que se alimentan de su propia sangre, de su propia descendencia.
El legislador, conocedor de la situación real, decide proteger de alguna manera los intereses filiales.
En lo que al tema de la herencia se refiere, la ley ofrece a los padres una posibilidad limitada a la hora de desheredar a sus hijos. Eso significa que pueden disponer libremente de sus bienes excepto en lo que a una parte, la llamada "legítima", se refiere puesto que el legislador la ha dejado reservada –pase lo que pase- para los hijos.
Así pues, el legislador les permite acceder a una parte de la herencia
paterna, sin pedirle permiso a Saturno e incluso en el caso de que Saturno esté
en contra. Así, de paso, aprende Saturno que el omnipotente no es él sino el
legislador...
Consideración tercera
Urano, Saturno, los Titanes han sido derrocados.
La democracia rige la sociedad.
La libertad es el valor principal.
La consecuencia previsible habría sido la desaparición de la dictadura en el núcleo y la apertura a la armonía familiar . Sin embago, la movilidad laboral y la incorporación de España a la Unión Europea, primero y la crisis económica, después, han enturbiado dichas espectativas.
La democracia rige la sociedad.
La libertad es el valor principal.
La consecuencia previsible habría sido la desaparición de la dictadura en el núcleo y la apertura a la armonía familiar . Sin embago, la movilidad laboral y la incorporación de España a la Unión Europea, primero y la crisis económica, después, han enturbiado dichas espectativas.
En efecto, la movilidad laboral y la incorporación de España a la Unión Europa han alentado a muchos a abandonar la ciudad en la que reside su familia para ir a trabajar a otros lugares, al mismo tiempo han propiciado
los matrimonios mixtos con residentes de otros países.
La crisis económica, por su parte, ha actuado en un doble sentido: a unos les ha obligado a buscar trabajo fuera de la población familiar y a otros los ha devuelto a ella. Los padres se han convertido en su colchón.
La crisis económica, por su parte, ha actuado en un doble sentido: a unos les ha obligado a buscar trabajo fuera de la población familiar y a otros los ha devuelto a ella. Los padres se han convertido en su colchón.
Ello origina una situación un tanto confusa.
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Los
que se han ido, sienten cómo se produce un
enajenamiento en su relación paterno-filial que es más profundo cuanta mayor es la distancia. Si los hijos
viven en otro país, la empatía de los padres hacia sus descendientes dependen
de diversos elementos. Algunos son capaces de suavizarlo a base de viajes y la
utilización de medios digitales. Una amiga mía ha aprendido a utilizar el
ordenador pasados los sesenta para poder comunicarse con su hija que vive en
los Estados Unidos; otros padres aprovechan la jubilación para ir a visitar a
sus hijos. Este grupo es el que mejor lleva la separación. Son conocedores de las dificultades que una relación en la distancia conlleva e intentan establecer unas bases de comunicación asentadas en la comprensión mutua. Los hijos y los padres son conscientes de que ayudarse mutuamente resulta difícil porque la distancia lo imposibilita, pero lo compensan con la mutua simpatia y el mutuo interés.
Otros padres, en cambio, consideran la partida del hijo o la hija como una traición a la familia basada en el egoísmo individual de preferir vivir bien a quedarse compartiendo el destino de los otros y buscan excusas socialmente admisibles con las que justificar racionalmente sus pocas ganas de moverse de su real casa. Desde una enfermedad crónica que es crónica pero que no les obstaculiza su vida diaria, ni sus posibilidades de viajar a casa de otros parientes; a los medios económicos; al jardín que tienen que cuidar...
Para estos padres, familia son los componentes de alrededor. Los que se van son los de afuera, los otros, los forasteros.
Algunos, casos extremos pero reales – doy fe de ello- buscan “hijos postizos”, “nietos postizos” en el vecindario o en el grupo de amigos. Créanme, con tantas mujeres trabajando fuera de sus propios lugares familiares, candidatas no faltan. A una amiga mía, que se quejó a su madre de que a los hijos de la vecina se les llamara "nietos postizos" y la obligara a salir con ellos cuando salían de paseo, amén de tenerlos todo el día en casa , su madre le contestó friamente que "el roce hace el cariño". Y eso a pesar de que mi amiga la llamaba desde el extranjero todos los días por teléfono, incluso en los tiempos en que no existían tarifas planas...
Curiosamente, estos casos negativos de comportamiento paterno son los más dispuestos a criticar el comportamiento distante de sus hijos y de arrastrar su fama hasta el deshonor ayudados por una sociedad que se muestra profundamente indignada hacia los desagradecidos hijos.
Otros padres, en cambio, consideran la partida del hijo o la hija como una traición a la familia basada en el egoísmo individual de preferir vivir bien a quedarse compartiendo el destino de los otros y buscan excusas socialmente admisibles con las que justificar racionalmente sus pocas ganas de moverse de su real casa. Desde una enfermedad crónica que es crónica pero que no les obstaculiza su vida diaria, ni sus posibilidades de viajar a casa de otros parientes; a los medios económicos; al jardín que tienen que cuidar...
Para estos padres, familia son los componentes de alrededor. Los que se van son los de afuera, los otros, los forasteros.
Algunos, casos extremos pero reales – doy fe de ello- buscan “hijos postizos”, “nietos postizos” en el vecindario o en el grupo de amigos. Créanme, con tantas mujeres trabajando fuera de sus propios lugares familiares, candidatas no faltan. A una amiga mía, que se quejó a su madre de que a los hijos de la vecina se les llamara "nietos postizos" y la obligara a salir con ellos cuando salían de paseo, amén de tenerlos todo el día en casa , su madre le contestó friamente que "el roce hace el cariño". Y eso a pesar de que mi amiga la llamaba desde el extranjero todos los días por teléfono, incluso en los tiempos en que no existían tarifas planas...
Curiosamente, estos casos negativos de comportamiento paterno son los más dispuestos a criticar el comportamiento distante de sus hijos y de arrastrar su fama hasta el deshonor ayudados por una sociedad que se muestra profundamente indignada hacia los desagradecidos hijos.
Los hijos que se han ido sienten, por un lado, la añoranza
hacia el hogar; por otro, el deseo de reconocimiento paterno: que se den cuenta
el esfuerzo que es estar solo cuando se es joven y se está formando una familia, sin experiencia laboral y sin estructuras sociales; lo difícil que es integrarse en una nueva
comunidad, con nuevas normas y nuevas reglas; lo terriblemente costoso que es
aprender un nuevo idioma, entender pero no poder contestar porque faltan las
palabras; las humillaciones que se sufren; el ser considerado ciudadano de
segunda y de tercera; lo duro que es criar a hijos sin haber visto previamente
ningún bebé.. Los hijos no entienden por qué los recibimientos se van haciendo
cada vez más frios, por qué los reproches encubiertos cuando ellos llaman
diariamente, hacen regalos, van a verlos con los nietos, pese a lo caro que resultan los viajes, por qué esas alusiones a que van a pasar allí las vacaciones gratis....
Lo cierto es que la escisión –salvo excepciones- es prácticamente inevitable. Los padres se sienten abandonados y los hijos incomprendidos. Cada uno busca a su modo y manera una solución y generalmente, cada uno la encuentra por su lado.
Lo cierto es que la escisión –salvo excepciones- es prácticamente inevitable. Los padres se sienten abandonados y los hijos incomprendidos. Cada uno busca a su modo y manera una solución y generalmente, cada uno la encuentra por su lado.
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En
caso de que otros hermanos hayan debido trasladarse al hogar paterno por razones
de necesidad económica, la cuestión se complica todavía mucho más.
Los padres “ven” al hijo que no encuentra trabajo,
“ven” y “viven” su desgracia y su padecimiento; puede que incluso oigan sus
reproches de que a aquél que se fue le dieron más oportunidades... Es ese hijo
el que los lleva y los trae al médico, el que escucha sus quejas de anciano. Es
ese hijo el que los atiende en todo momento y el que les aguanta su malhumor.
Cuarta consideración
Y ahora, llega el Código y les dice que pese a todo han de dejar una parte
de sus bienes “la legítima” a ese que se ha convertido en un extraño, a ese a
cuyos hijos no ha visto crecer y por los cuales, seamos claros, no siente
ningún lazo emocional real. Tiene que fingirlo, claro ¡qué pensarán si no los
demás! Pero lo cierto es que prefiere al hijo que se ha quedado con ellos y al
que ha vuelto. A esos sí les conoce. Y sufren por su situación y porque no
tengan una familia... Prefiere incluso a las hijas de la vecina porque las ha
visto nacer, las ha visto crecer, las ha visto llorar por las notas, reir por
los regalos de reyes, conoce a sus novios y tienen las mismas costumbres que
ella. Sus nietos hablan otro dialecto o incluso otro idioma, tienen otras
costumbres y contestan educadamente a sus preguntas pero nada más.
Los hijos que vuelven no son los que se fueron. Hablan y se mueven de otra
manera. En algún momento los parió, los crió y los amó, pero de eso hace mucho
tiempo.
Y ahora, llega el Código y les dice que pese a todo han de dejar una parte
de sus bienes “la legítima” a ése que se ha ido convirtiendo en un extraño a lo
largo de décadas, que ahora es un perfecto desconocido y que, francamente,
mejor que no aparezca porque hay que prepararle una habitación y ellos ya no
están para esos trotes...
Pero llega el Código.
Y ellos no quieren.
No quieren.
¿Qué hacer?
Y de repente aparece la Pedagogía Negra. Aparece esa terrible y nefasta
Pedagogía Negra en la que se obliga a los hijos a la obediencia absoluta, al
respeto absoluto. Y es en virtud de esa Pedagogía Negra que el legislador ha dispuesto que
aquéllos hijos que peguen o insulten a sus padres serán despojados de la
legítima.
¡Y los padres, al fin, han visto el Cielo Abierto!!
No se pueden ustedes ni imaginar los padres que hay en estos momentos
fingiendo que los hijos que viven en otras poblaciones de España y del
Extranjero les insultan por teléfono. Hacerlo es fácil. Hagan la prueba. Abran
las ventanas que dan al patio interior y – no griten- sólo exclamen en voz
medianamente alta: “¡Me estás insultando! ¡Me estás diciendo que soy una
mierda! ¡Cómo me estás poniendo delante de los niños!” Y ya está. Asunto
arreglado. Su marido o su mujer lo han oído, sus vecinos o vecinas lo han oído. Mientras tanto, el hijo que está hablando al otro lado del teléfono no da crédito a sus oídos y piensa que su
madre o su padre tienen debilidad senil. No sabe qué pensar.
No saben ustedes la cantidad de padres que, de manera encubierta, hay en este momento haciéndoles la vida
imposible a los hijos residentes en otras localidades para que éstos tiren la toalla
y rompan cualquier comunicación con ellos. No saben ustedes cuántos hijos en estos
momentos están siendo insultados, vilipendiados, humillados, difamados
socialmente en su localidad de origen. No saben ustedes cuántos "buenos vecinos" y "buenos parientes" defienden a esos pobres ancianitos que no están solos - porque tienen a otros hijos para ocuparse de ellos- pero que son insultados por esos de fuera. Esos que vistos desde la lejanía aparecen como los soberbios, orgullosos, que se creen más que nadie porque hay que ver lo que viajan y lo contentos que llegan cuando van de visita...
Ustedes ya saben cómo funcionan estas cosas: lo difícil es lanzar la piedra sin que nadie note quién la lanza, luego.... la piedra rueda y crece, crece, crece...
Máxime habiendo tantas "buenas almas" deseosas de ayudar e incluso vengar a esos "maltratados y abandonados" ancianos, que siempre cumplieron su función paternal con profundo amor y abnegación.
Ustedes ya saben cómo funcionan estas cosas: lo difícil es lanzar la piedra sin que nadie note quién la lanza, luego.... la piedra rueda y crece, crece, crece...
Máxime habiendo tantas "buenas almas" deseosas de ayudar e incluso vengar a esos "maltratados y abandonados" ancianos, que siempre cumplieron su función paternal con profundo amor y abnegación.
Y tanto drama moderno, tanta tragedia al más puro estilo griego, solo porque esos buenos progenitores que quieren ser justos con aquéllos a quienes
bajo su punto de vista el destino ha desfavorecido intentan poner las cosas en
orden. Obligados por las circunstancias, alentados por honestos vecinos y ciudadanos que desean ocuparse de los problemas ajenos, y hacer justicia social, se convierten en modernos “Saturnos devorando a su hijo”. Un hijo
cuyo único pecado-delito ha sido el de construir su vida en otro sitio, distinto
del de sus padres, intentar no perecer en el intento e intentar ser feliz al modo de todos los seres humanos, o sea, una felicidad basada en el sistema de reciclaje de basuras: recojo y reutilizo lo aprovechable, desecho (olvido) lo que no me sirve y ocupa demasiado espacio en el armario.
CONCLUSIÓN
Señores Legisladores:
Con mis mayores respetos:
1. Cambien la ley de herencia.
2. Dejen que los padres dispongan de sus bienes como ellos libremente consideren acertado.
3. No introduzcan ustedes valores morales en temas tan poco morales y tan terriblemente emocionales como es el de la herencia.
1. Cambien la ley de herencia.
2. Dejen que los padres dispongan de sus bienes como ellos libremente consideren acertado.
3. No introduzcan ustedes valores morales en temas tan poco morales y tan terriblemente emocionales como es el de la herencia.
No se trata de discutir
sobre el ius naturalismo, ni sobre el ius positivismo; no se trata de respaldar
jurídicamente una pedagogía negra ni una pedagogía montesori; no se trata de
distinguir entre buenos hijos y malos hijos...
Créanme, todo ello genera
graves discusiones, llantos, posturas victimistas de los verdugos, apariencia
de asesinos de los inocentes, impotencia, cansancio, depresión...
Los costes en salud mental,
salud física, los costes en teléfono, en pañuelos de papel... todo eso es
enorme.
Los hijos que se fueron
pueden ir a visitar a sus padres, si se les deja. Pero muchos padres ya no saben ni qué excusa poner para que no vayan a vistarlos: "que no hace falta", "que les hace mucha ilusión pero que es mejor que no..."
Para acto seguido ir a decir a los vecinos que la hija no va porque le ha dicho que no puede dejar al marido solo; a los parientes, que el hijo no puede por motivos de trabajo (aunque el hijo no haya dicho ni siquiera sepa nada al respecto) o porque no encuentra billete de avión (cuando el hijo lleva proponiéndole desde hace semanas coger el primer vuelo que salga, porque hay tres al día...)
Y en el caso de que los hijos se atrevan a ir, tienen que esperar lo inesperado. A una amiga mía que recorrió diez mil kilómetros para ir a ver a sus padres, dos mil de los cuales hizo en autobús por cuestiones económicas y prácticas, no solo no se le agradeció el esfuerzo, sino que se le reprochó que hubiera llegado en autobús. Para sus padres, dignos ciudadanos de una ciudad de provincias, eso constituia poco menos que una afrenta. Hubiera debido haberlo hecho como "Dios manda": en el AVE.
El final, además, es siempre un "palabra contra palabra", un "dijiste, te dije, me contestaste", un "fue solo un comentario" y terminan apareciendo incluso los traumas que los padres arrastraban desde su infancia y que han estado alimentando toda su existencia con las Telenovelas, con la cultura mediática del victimismo y con las teorías freudianas, que resultan enormemente atractivas para determinados espíritus porque demuestran que lo sufrido en la niñez marca inexorablemente una vida y encima justifica cualquier acción posterior que se precie por injusta que ésta sea.
El sainete, vaya.
Los hijos que se fueron pueden llamar. Pero dejarán de llamar si se les trata con desprecio, si se les infama, se les maltrata psicológicamente. No es una cuestión de un día, ni de dos. El enajenamiento empieza con la marcha y se va incrementando con el paso del tiempo. Los hijos que se fueron no lo han tenido fácil: han sufrido como recién llegados al nuevo grupo social, no siempre han sido bien recibidos, integrarse nunca es fácil, exige una gran capacidad de adaptación a un medio y a un entorno que es, en muchas ocasiones, totalmente distinto del que hasta entonces había conocido y sufren cuando regresan a sus hogares en busca de aquél amor que ellos creían eterno.
Bastante duro resulta aceptar que los padres ya no pueden amar a ese que se ha convertido en una simple voz al otro lado del teléfono y sóló tienen en consideración a ésos que ven diariamente. Para acto seguido ir a decir a los vecinos que la hija no va porque le ha dicho que no puede dejar al marido solo; a los parientes, que el hijo no puede por motivos de trabajo (aunque el hijo no haya dicho ni siquiera sepa nada al respecto) o porque no encuentra billete de avión (cuando el hijo lleva proponiéndole desde hace semanas coger el primer vuelo que salga, porque hay tres al día...)
Y en el caso de que los hijos se atrevan a ir, tienen que esperar lo inesperado. A una amiga mía que recorrió diez mil kilómetros para ir a ver a sus padres, dos mil de los cuales hizo en autobús por cuestiones económicas y prácticas, no solo no se le agradeció el esfuerzo, sino que se le reprochó que hubiera llegado en autobús. Para sus padres, dignos ciudadanos de una ciudad de provincias, eso constituia poco menos que una afrenta. Hubiera debido haberlo hecho como "Dios manda": en el AVE.
El final, además, es siempre un "palabra contra palabra", un "dijiste, te dije, me contestaste", un "fue solo un comentario" y terminan apareciendo incluso los traumas que los padres arrastraban desde su infancia y que han estado alimentando toda su existencia con las Telenovelas, con la cultura mediática del victimismo y con las teorías freudianas, que resultan enormemente atractivas para determinados espíritus porque demuestran que lo sufrido en la niñez marca inexorablemente una vida y encima justifica cualquier acción posterior que se precie por injusta que ésta sea.
El sainete, vaya.
Los hijos que se fueron pueden llamar. Pero dejarán de llamar si se les trata con desprecio, si se les infama, se les maltrata psicológicamente. No es una cuestión de un día, ni de dos. El enajenamiento empieza con la marcha y se va incrementando con el paso del tiempo. Los hijos que se fueron no lo han tenido fácil: han sufrido como recién llegados al nuevo grupo social, no siempre han sido bien recibidos, integrarse nunca es fácil, exige una gran capacidad de adaptación a un medio y a un entorno que es, en muchas ocasiones, totalmente distinto del que hasta entonces había conocido y sufren cuando regresan a sus hogares en busca de aquél amor que ellos creían eterno.
Imagínense lo duro que resulta convertirse en poco menos que un desalmado que no respeta una de las asuntos más sagrados en este mundo como es la ancianidad de aquéllos que nos dieron la vida...
Y sin embargo, verse obligado a decidir entre aceptar ser acribillado por sus mayores, que quieren que se vaya (si es posible dando un fuerte portazo, mejor, para que se entere todo el mundo que se ha ido y además dando un portazo), pero él no quiere marcharse porque no quiere cortar ese vínculo, el último -tal vez- que le queda con su ciudad natal o proteger su propia supervivencia psicológica y marcharse finalmente dando un portazo y sobrellevando lo mejor posible el deshonor social.
Por favor, señores
legisladores:
Dejen que los padres
dispongan libremente de sus bienes.
Deroguen “la legítima” pero
háganlo sin que los inocentes tengan para ello que pasar por el patíbulo.
No se pueden ustedes ni
imaginar cómo está el patio...
Isabel Viñado Gascón