Friday, February 27, 2015

Proyecto de una nueva ley de herencia. Los malos hijos


Consideración primera

Antiguamente, a los estudiantes de Derecho se les presentaba siempre la famosa división entre el “ius naturalismo” por el cual las reglas morales habían de ser respetadas aunque no estuvieran recogidas en la Legislación y el “ius positivista”, única y estrictamente interesado en el cumplimiento de la ley y que por tanto no considera jurídicamente relevantes los usos y códigos éticos no recogidos en sus preceptos.

La primera protesta contra el “ius positivismo” de la que tenemos constancia es la de Antígona, el personaje de la tragedia de Sófocles. Las consecuencias nefastas y reales del ius positivismo las padeció Europa durante el tiempo del nazismo, del stalinismo y de los fascismos, en general.

Vistos los terribles efectos devastadores que el rígido cumplimiento de las leyes amorales e inmorales provocan, el derecho empezó a tomar una tercera vía. En vez de considerar las normas morales como dignas de ser tomadas en cuenta aunque no estuvieran recogidas en los Códigos legislativos se preocupó de integrarlas en ellos. De tal manera que en nuestros días el Derecho no sólo crea norma: crea Moral. Lo que está recogido en la legislación es moral. Y es moral porque los legisladores han sido elegidos democráticamente y han aprobado democráticamente esa norma. La homosexualidad, por ejemplo, era un pecado social mientras estuvo penada por la ley. Dejó de serlo en el momento en que fue reconocida como perteneciente a la libertad individual de la persona.

Un momento, - me dirán ustedes, -  ¿no será más bien que la Legislación aprueba lo que la sociedad previamente ya había acordado como válido?

Hasta cierto punto – debo responder. La Legislación aprueba lo que una gran parte, la mayoría de la sociedad ha aprobado como adecuada, pero que otra gran parte no quiere aprobar y otra gran parte no sabe si admitir o rechazar.
Es decir: aprobando la homosexualidad el Derecho ha clarificado una determinada situación social. Ha creado una norma moral: Uno puede ser homosexual porque eso entra dentro de su libertad individual y ha restaurado la paz social: el que insulte a un homosexual no se está comportando de acuerdo con lo que la Legislación ha reconocido. Eso le convierte en inmoral, por antidemocrático, al no reconocer una Legislación salida de la voluntad general y además le hace merecedor de la sanción que se corresponda.

Consideración segunda

En las sociedades tradicionales, la pedagogía con la que los padres educan a los hijos es aquélla que los franceses denominan "Pedagogía Negra" cuyos principios básicos descansan en el axioma de que los padres siempre tienen razón; los hijos deben obediencia y respeto absoluto a sus ascendientes; en caso de conflicto, los hijos deben de atenerse a lo que los progenitores dicten; si un hijo es rebelde, si contradice al padre, si le corrige en público, el hijo es un mal hijo y merece un severo castigo; 
Otro de los principios básicos es la idea de que los hijos son una pesada carga. De modo que es comprensible que la actitud de los padres hacia los hijos sea  o la de malestar ante su presencia, o de indiferencia: los hijos molestan y cansan siempre y no tienen por qué estar en el centro de atención de los intereses de los padres; los hijos son una bendición cuando trabajan y ganan dinero, mientras tanto son un castigo del diablo. El castigo corporal es beneficioso para el alma del hijo. Los hijos deben buscar el reconocimiento externo de los otros, en vez de alabarse a sí mismos. La propia alabanza es sinónimo de  soberbia. 

En todos estos preceptos no escritos descansa la “pedagogía negra” con la que la mayor parte de nuestros padres fue educada y nosotros mismos no nos vimos libres de sus efectos. Lo que nuestros padres denominaban “pedagogía permisiva” no era más que una forma edulcorada de aquélla terrible pedagogía negra que ellos habían sufrido en sus carnes; peor aún: en sus mentes y en sus almas. Se trataba de conseguir lo mismo que habían logrado sus padres utilizando métodos modernos de : en vez de la utilizar el cinturón, se utilizaba la sensiblería y se instrumentalizaba el amor natural de los hijos a los padres. "Haz lo que dicen tus padres para no entristecerlos"; "haz lo que quiere tu madre para que no esté triste, para que no llore".

En definitiva: la pedagogía negra es la dictadura ejercida en el núcleo de la sociedad: la familia,  cuyos efectos – además- son sencillamente atómicamente destructivos. Pueden imaginarse ustedes que tales métodos pedagógicos no conducen más que al odio (sea a uno mismo o a los demás), al complejo de culpabilidad, a la obediencia pasiva, al deseo de tiranizar cuando se tienen las fuerzas necesarias, a la cobardía, a la hipocresía, a la falta de iniciativa propia y al estancamiento de la sociedad en la época titánica de “Saturno devorando a sus hijos”. De dicha suerte se libra Zeus, gracias a que su madre lo esconde de aquéllos monstruos despiadados que se alimentan de su propia sangre, de su propia descendencia.

La "Pedagogía Negra" sigue ejerciéndose hoy en día en muchos lugares del mundo ya sea por motivos políticos, religiosos, costumbres sociales...


El legislador, conocedor de la situación real, decide proteger de alguna manera los intereses filiales.
En lo que al tema de la herencia se refiere, la ley ofrece a los padres una posibilidad limitada a la hora de desheredar a sus hijos. Eso significa que pueden disponer libremente de sus bienes excepto en lo que a una parte, la llamada "legítima", se refiere puesto que el legislador la ha dejado reservada –pase lo que pase- para los hijos.
 Así pues, el legislador les permite acceder a una parte de la herencia paterna, sin pedirle permiso a Saturno e incluso en el caso de que Saturno esté en contra. Así, de paso, aprende Saturno que el omnipotente no es él sino el legislador...


Consideración tercera

Urano, Saturno, los Titanes han sido derrocados. 
La democracia rige la sociedad.
La libertad es el valor principal.
La consecuencia previsible habría sido la desaparición de la dictadura en el núcleo y la apertura a la armonía familiar . Sin embago, la movilidad laboral y la incorporación de España a la Unión Europea, primero y la crisis económica, después, han enturbiado dichas espectativas.

En efecto, la movilidad laboral y la incorporación de España a la Unión Europa han alentado a muchos a abandonar la ciudad en la que reside su familia para ir a trabajar a otros lugares, al mismo tiempo han propiciado los matrimonios mixtos con residentes de otros países. 
La crisis económica, por su parte, ha actuado en un doble sentido: a unos les ha obligado a buscar trabajo fuera de la población familiar y a otros los ha devuelto a ella. Los padres se han convertido en su colchón.

Ello origina una situación un tanto confusa.

-          Los que se han ido, sienten cómo  se produce un enajenamiento en su relación paterno-filial que es más profundo cuanta mayor es la distancia. Si los hijos viven en otro país, la empatía de los padres hacia sus descendientes dependen de diversos elementos. Algunos son capaces de suavizarlo a base de viajes y la utilización de medios digitales. Una amiga mía ha aprendido a utilizar el ordenador pasados los sesenta para poder comunicarse con su hija que vive en los Estados Unidos; otros padres aprovechan la jubilación para ir a visitar a sus hijos. Este grupo es el que mejor lleva la separación. Son conocedores de las dificultades que una relación en la distancia conlleva e intentan establecer unas bases de comunicación asentadas en la comprensión mutua. Los hijos y los padres son conscientes de que ayudarse mutuamente resulta difícil porque la distancia lo imposibilita, pero lo compensan con la mutua simpatia y el mutuo interés.

Otros padres, en cambio, consideran la partida del hijo o la hija como una traición a la familia basada en el egoísmo individual de preferir vivir bien a quedarse compartiendo el destino de los otros y buscan excusas socialmente admisibles con las que justificar racionalmente sus pocas ganas de moverse de su real casa. Desde una enfermedad crónica que es crónica pero que no les obstaculiza su vida diaria, ni sus posibilidades de viajar a casa de otros parientes; a los medios económicos; al jardín que tienen que cuidar...
Para estos padres, familia son los componentes de alrededor. Los que se van son los de afuera, los otros, los forasteros.
Algunos, casos extremos pero reales – doy fe de ello- buscan “hijos postizos”, “nietos postizos” en el vecindario o en el grupo de amigos. Créanme, con tantas mujeres trabajando fuera de sus propios lugares familiares, candidatas no faltan. A una amiga mía, que se quejó a su madre de que a los hijos de la vecina se les llamara "nietos postizos" y la obligara a salir con ellos cuando salían de paseo, amén de tenerlos todo el día en casa , su madre le contestó friamente que "el roce hace el cariño". Y eso a pesar de que mi amiga la llamaba desde el extranjero todos los días por teléfono, incluso en los tiempos en que no existían tarifas planas...

Curiosamente, estos casos negativos de comportamiento paterno son los más dispuestos a criticar el comportamiento distante de sus hijos y de arrastrar su fama hasta el deshonor ayudados por una sociedad que se muestra profundamente indignada hacia los desagradecidos hijos.

Los hijos que se han ido sienten, por un lado, la añoranza hacia el hogar; por otro, el deseo de reconocimiento paterno: que se den cuenta el esfuerzo que es estar solo cuando se es joven y se está formando una familia, sin experiencia laboral y sin estructuras sociales; lo difícil que es integrarse en una nueva comunidad, con nuevas normas y nuevas reglas; lo terriblemente costoso que es aprender un nuevo idioma, entender pero no poder contestar porque faltan las palabras; las humillaciones que se sufren; el ser considerado ciudadano de segunda y de tercera; lo duro que es criar a hijos sin haber visto previamente ningún bebé.. Los hijos no entienden por qué los recibimientos se van haciendo cada vez más frios, por qué los reproches encubiertos cuando ellos llaman diariamente, hacen regalos, van a verlos con los nietos, pese a lo caro que resultan los viajes, por qué esas alusiones a que van a pasar allí las vacaciones gratis....

Lo cierto es que la escisión –salvo excepciones- es prácticamente inevitable. Los padres se sienten abandonados y los hijos incomprendidos. Cada uno busca a su modo y manera una solución y generalmente, cada uno la encuentra por su lado.

-          En caso de que otros hermanos hayan debido trasladarse al hogar paterno por razones de necesidad económica, la cuestión se complica todavía mucho más.

Los padres “ven” al hijo que no encuentra trabajo, “ven” y “viven” su desgracia y su padecimiento; puede que incluso oigan sus reproches de que a aquél que se fue le dieron más oportunidades... Es ese hijo el que los lleva y los trae al médico, el que escucha sus quejas de anciano. Es ese hijo el que los atiende en todo momento y el que les aguanta su malhumor.


Cuarta consideración

Y ahora, llega el Código y les dice que pese a todo han de dejar una parte de sus bienes “la legítima” a ese que se ha convertido en un extraño, a ese a cuyos hijos no ha visto crecer y por los cuales, seamos claros, no siente ningún lazo emocional real. Tiene que fingirlo, claro ¡qué pensarán si no los demás! Pero lo cierto es que prefiere al hijo que se ha quedado con ellos y al que ha vuelto. A esos sí les conoce. Y sufren por su situación y porque no tengan una familia... Prefiere incluso a las hijas de la vecina porque las ha visto nacer, las ha visto crecer, las ha visto llorar por las notas, reir por los regalos de reyes, conoce a sus novios y tienen las mismas costumbres que ella. Sus nietos hablan otro dialecto o incluso otro idioma, tienen otras costumbres y contestan educadamente a sus preguntas pero nada más.

Los hijos que vuelven no son los que se fueron. Hablan y se mueven de otra manera. En algún momento los parió, los crió y los amó, pero de eso hace mucho tiempo.

Y ahora, llega el Código y les dice que pese a todo han de dejar una parte de sus bienes “la legítima” a ése que se ha ido convirtiendo en un extraño a lo largo de décadas, que ahora es un perfecto desconocido y que, francamente, mejor que no aparezca porque hay que prepararle una habitación y ellos ya no están para esos trotes...

Pero llega el Código.

Y ellos no quieren.

No quieren.

¿Qué hacer?

Y de repente aparece la Pedagogía Negra. Aparece esa terrible y nefasta Pedagogía Negra en la que se obliga a los hijos a la obediencia absoluta, al respeto absoluto. Y es en virtud de esa Pedagogía Negra que el legislador ha dispuesto que aquéllos hijos que peguen o insulten a sus padres serán despojados de la legítima.

¡Y los padres, al fin, han visto el Cielo Abierto!!

No se pueden ustedes ni imaginar los padres que hay en estos momentos fingiendo que los hijos que viven en otras poblaciones de España y del Extranjero les insultan por teléfono. Hacerlo es fácil. Hagan la prueba. Abran las ventanas que dan al patio interior y – no griten- sólo exclamen en voz medianamente alta: “¡Me estás insultando! ¡Me estás diciendo que soy una mierda! ¡Cómo me estás poniendo delante de los niños!” Y ya está. Asunto arreglado. Su marido o su mujer lo han oído, sus vecinos o vecinas lo han oído. Mientras tanto, el hijo que está hablando al otro lado del teléfono no da crédito a sus oídos y piensa que su madre o su padre tienen debilidad senil. No sabe qué pensar.

No saben ustedes la cantidad de padres que, de manera encubierta, hay en este momento haciéndoles la vida imposible a los hijos residentes en otras localidades para que éstos tiren la toalla y rompan cualquier comunicación con ellos. No saben ustedes cuántos hijos en estos momentos están siendo insultados, vilipendiados, humillados, difamados socialmente en su localidad de origen. No saben ustedes cuántos "buenos vecinos" y "buenos parientes" defienden a esos pobres ancianitos que no están solos - porque tienen a otros hijos para ocuparse de ellos- pero que son insultados por esos de fuera. Esos que vistos desde la lejanía aparecen como los soberbios, orgullosos, que se creen más que nadie  porque hay que ver lo que viajan y lo contentos que llegan cuando van de visita...

 Ustedes ya saben cómo funcionan estas cosas: lo difícil es lanzar la piedra sin que nadie note quién la lanza, luego.... la piedra rueda y crece, crece, crece...

Máxime habiendo tantas "buenas almas" deseosas de ayudar e incluso vengar a esos "maltratados y abandonados" ancianos, que siempre cumplieron su función paternal con profundo amor y abnegación.

Y tanto drama moderno, tanta tragedia al más puro estilo griego, solo  porque esos buenos progenitores que quieren ser justos con aquéllos a quienes bajo su punto de vista el destino ha desfavorecido intentan poner las cosas en orden.  Obligados por las  circunstancias, alentados por honestos vecinos  y ciudadanos que desean ocuparse de los problemas ajenos, y hacer justicia social, se convierten en modernos “Saturnos devorando a su hijo”. Un hijo cuyo único pecado-delito ha sido el de construir su vida en otro sitio, distinto del de sus padres, intentar no perecer en el intento e intentar ser feliz al modo de todos los seres humanos, o sea, una felicidad basada en el sistema de reciclaje de basuras: recojo y reutilizo lo aprovechable, desecho (olvido) lo que no me sirve y ocupa demasiado espacio en el armario.

CONCLUSIÓN

Señores Legisladores:

Con mis mayores respetos:
1. Cambien la ley de herencia.
2. Dejen que los padres dispongan de sus bienes como ellos libremente consideren acertado.
3. No introduzcan ustedes valores morales en temas tan poco morales y tan terriblemente emocionales como es el de la herencia.

No se trata de discutir sobre el ius naturalismo, ni sobre el ius positivismo; no se trata de respaldar jurídicamente una pedagogía negra ni una pedagogía montesori; no se trata de distinguir entre buenos hijos y malos hijos...

Créanme, todo ello genera graves discusiones, llantos, posturas victimistas de los verdugos, apariencia de asesinos de los inocentes, impotencia, cansancio, depresión...

Los costes en salud mental, salud física, los costes en teléfono, en pañuelos de papel... todo eso es enorme.

Los hijos que se fueron pueden ir a visitar a sus padres, si se les deja. Pero muchos padres ya no saben ni qué excusa poner para que no vayan a vistarlos: "que no hace falta", "que les hace mucha ilusión pero que es mejor que no..."
Para acto seguido ir a decir a los vecinos que la hija no va porque le ha dicho que no puede dejar al marido solo; a los parientes, que el hijo no puede por motivos de trabajo (aunque el hijo no haya dicho ni siquiera sepa nada al respecto) o porque no encuentra billete de avión (cuando el hijo lleva proponiéndole desde hace semanas coger el primer vuelo que salga, porque hay tres al día...)

Y en el caso de que los hijos se atrevan a ir, tienen que esperar lo inesperado. A una amiga mía que recorrió diez mil kilómetros para ir a ver a sus padres, dos mil de los cuales hizo en autobús por cuestiones económicas y prácticas, no solo no se le agradeció el esfuerzo, sino que se le reprochó que hubiera llegado en autobús. Para sus padres, dignos ciudadanos de una ciudad de provincias, eso constituia poco menos que una afrenta. Hubiera debido haberlo hecho como  "Dios  manda": en  el AVE.

El final, además,  es siempre un "palabra contra palabra", un "dijiste, te dije, me contestaste", un "fue solo un comentario" y terminan apareciendo incluso los traumas que los padres arrastraban desde su infancia y que han estado alimentando toda  su  existencia con las Telenovelas,  con la cultura mediática del victimismo y con las teorías freudianas, que resultan enormemente atractivas para determinados espíritus porque demuestran que lo sufrido en la niñez marca inexorablemente una vida y encima justifica cualquier acción posterior que se precie por injusta que ésta sea.

El sainete, vaya.

Los hijos que se fueron pueden llamar. Pero dejarán de llamar si se les trata con desprecio, si se les infama, se les maltrata psicológicamente. No es una cuestión de un día, ni de dos. El enajenamiento empieza con la marcha y se va incrementando con el paso del tiempo. Los hijos que se fueron no lo han tenido fácil: han sufrido como recién llegados al nuevo grupo social, no siempre han sido bien recibidos, integrarse nunca es fácil, exige una gran capacidad de adaptación a un medio y a un entorno que es, en muchas ocasiones, totalmente distinto del que hasta entonces había conocido y sufren cuando regresan a sus hogares en busca de aquél amor que ellos creían eterno.
Bastante duro resulta aceptar que los padres ya no pueden amar a ese que se ha convertido en una simple voz al otro lado del teléfono y sóló tienen en consideración a ésos que ven diariamente. 
Imagínense lo duro que resulta convertirse en poco menos que un desalmado que no respeta una de las asuntos más sagrados en este mundo como es la ancianidad de aquéllos que nos dieron la vida...
Y sin embargo, verse obligado a decidir entre  aceptar ser acribillado por sus mayores, que quieren que se vaya (si es posible dando un fuerte portazo, mejor, para que se entere todo el mundo que se ha ido y además dando un portazo), pero él no quiere marcharse porque no quiere cortar ese vínculo, el último -tal vez- que le queda con su ciudad natal o proteger su propia supervivencia psicológica y   marcharse finalmente dando un portazo y sobrellevando lo mejor posible el deshonor social.

Por favor, señores legisladores:

Dejen que los padres dispongan libremente de sus bienes.

Deroguen “la legítima” pero háganlo sin que los inocentes tengan para ello que pasar por el patíbulo.

No se pueden ustedes ni imaginar cómo está el patio...


Isabel Viñado Gascón


Monday, February 23, 2015

Deflación ¿Qué deflación?


En el blog anterior comentaba el asombro que me producen algunas de las creencias imperantes en nuestra sociedad. La primera a la que me referí fue a esa nueva enfermedad llamada stress, que suele achacarse a la rapidez y a la actividad de los tiempos modernos, pero que en mi opinión es generada por el miedo  a quedarse aislado socialmente, a permanecer solo más de dos horas sin ningún tipo de aparato electrónico, terror a perderse lo que en “el excitante mundo” pueda suceder; a no participar de los últimos acontecimientos, a perder el tren de la vanguardia...

La segunda, el tema de la deflación. O sea, la convicción de que uno de los mayores problemas económicos que atravesamos es la deflación, o bajada de los precios, y que paraliza la actividad. Los trabajadores cada vez ganan menos, no pueden adquirir nuevas mercancías, las empresas fabrican menos, bajan los precios, reducen salarios... y nos encontramos dentro de uno de esos círculos malditos de los cuales no es posible huir.

Lo dicen los grandes economistas, lo dicen los diferentes gobiernos. En definitiva: lo dicen los expertos.

A mí, sin embargo, dicha afirmación me parece un tanto confusa.

Es cierto que los precios de algunas mercancías están bajando, pero no lo es menos que otros están subiendo. Puede ser que en Alemania este invierno el precio de los pimientos sea menor que otros años gracias, entre otras cosas, a la contrasanción de Putin de no comprar alimentos a países exportadores como Polonia; el precio de la vivienda en las grandes ciudades, sin embargo, ha aumentado. Tal vez en España hayan bajado las inmobiliarias, pero los precios de los restaurantes resultan cada vez más prohibitivos.

La primera conclusión, pues, es que no todos los precios bajan. Sólo algunos lo hacen, otros mantienen el alza.

La segunda consideración a tener en cuenta es que en lo que a la bajada de precios de productos fabricados se refiere, dicha disminución se produce a costa de la calidad. La mercancía cuesta menos que antes, sí, pero es también de mucho menor calidad. En los grandes almacenes encontramos sábanas tan finas que no sabemos si han sido confeccionadas con algodón o con papel, la madera de las estanterías es tan delgada que bastan un par de gruesos libros para que se arqueen por el peso. El jamón que se compra en los supermercados sabe a carne cruda y el chorizo tiene pimentón, grasa y poco más. La pechuga de pollo parece de pavo porque los pollos han ido aumentado de tamaño en las últimas décadas, debido a la alimentación que reciben. Las prestaciones médicas que los seguros de sanidad ofertan se han encarecido y si han mantenido sus mismas tarifas es porque dichas prestaciones han sido reducidas.

En definitiva: pagamos menos porque, sencillamente, recibimos menos.

El tercer argumento a considerar es el interés que los esforzados ahorradores reciben de los bancos por sus depósitos. No sólo han disminuido hasta llegar a cero, sino que algunos bancos incluso cobran por la prestación de guardar el dinero y los otros andan sopesando esa posibilidad. Si pese a todo los clientes siguen manteniendo sus ahorros en sus cuentas bancarias es porque son conscientes de que cualquier otro tipo de ahorro es todavía más arriesgado, acciones incluida. Y por eso, por dejar su dinero donde está, tienen que oir decirse lo tontos y anticuados que son y las pocas facultades económicas que poseen. 
Lo cierto es que muchos de esos “tontos y anticuados” clientes temen que la idea final para acabar con el monstruo de la deuda sea –de una forma u otra- arruinar a los ciudadanos. 
El mérito de su ahorro se transformará en el botín de los acreedores de los Estados y prefieren obligarles a que se los arrebaten a la fuerza a plena luz del día, antes que perderlos porque una sacudida inesperada en el mundo de la especulación (no lo olvidemos: el mundo de la bolsa y similares es especulación) ha hecho que se haya perdido todo lo que tenían y encima les digan que eso se debe a su codicia por ganar dinero fácil y rápido.

La tercera deducción es que esta deflación no produce en absoluto una de las consecuencias que arrastra la deflación y que es la incentivación del ahorro a la espera de que el dinero recupere nuevamente su valor. 

Los bancos y los gobieros lo hacen imposible. Los beneficios de las acciones de empresas endeudas resultan incomprensibles y todos –de un modo u otro- esperan a saber cuándo se va a producir el apagón final. Puede durar un rato, no se preocupen. Primero porque los diferentes Estados tienen que recuperar los impuestos no declarados e imponer nuevos tributos más o menos encubiertos. Segundo, porque las acciones virtuales son las que en estos momentos están sosteniendo el sistema y, como son virtuales, mutan aquí y allá según la necesidad.

En cuarto lugar, conviene recordar que según el informe de Wikipedia, dos son los métodos que se utilizan para combatir la deflación: el uno consiste en facilitar la concesión de créditos a familias y empresas; el segundo, llamado keynesiano, en fomentar el gasto público.

Resulta obvio que ninguna de estas dos medidas están siendo puestas en marcha en la actualidad. Obtener un crédito resulta más difícil que antes y el gasto público –igual que el privado- no deja de reducirse (a las buenas o a las malas).

Los Reyes Católicos utilizaron el lema “Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando” queriendo significar con ello la unidad de ambos. Pues bien, con la deflación y la inflación sucede lo mismo: ambas determinan una pérdida del valor del dinero; en el primer caso por su falta y en el segundo por su exceso.

En los tiempos que corren a los únicos que les hace falta dinero imperiosamente es a los Estados. Fuenteovejuna está acostumbrada a “apañarse” unas veces con más y otras veces con menos, pero los modernos sherifs de Notting-hill se ven en la necesidad de recaudar cada vez más y para ello utilizan los medios más variopintos para subir impuestos sin que Fuenteovejuna lo note o sin que por lo menos, se altere demasiado. Total, ¿para qué indignarse? A fin de cuentas, lo que no tiene remedio, no lo tiene.

Mi opinión personal es que vivimos una época de inflación encubierta. 
Los precios sí han subido y sí hay un exceso de circulación del dinero. Y lo hay debido por un lado a la pérdida de calidad de las mercancías, que determina que se generen los mismos beneficios a un menor coste, y a la masiva salida al exterior de cuentas secretas en Suizas y paraísos fiscales. Cuentas, por cierto, tan millonarias que una se pregunta cómo es posible que haya podido mantenerse oculto durante tanto tiempo. Ante dichas cuestiones, lo mejor es no disgustarse demasiado. Ya se sabe: por aquéllo de la salud...

A fin de cuentas ¿deflación? ¿inflación? ¿importa mucho?

En la era digitalizada e informatizada, en la era de los adelantos científicos que permiten vivir más tiempo de lo que Matusalen vivió, llegan los economistas, los jefes de Estado y le dicen a la joven Fuenteovejuna que va a vivir peor de lo que sus padres vivieron y que va a tener que acostumbrarse a la austeridad –donde austeridad no hace referencia a ser cuidadoso con el dinero, sino a ser pobre. 
La renta básica no llegará tan fácilmente. Si no se puede pagar una deuda ¿cómo se va a financiar una renta básica? La renta básica es una utopía. Lo sabemos todos, incluso aquéllos que la reivindicamos. No es que no circule dinero, que es lo que nos quieren hacer creer. Circular circula y seguirá circulado; el problema es que está destinado a otros objetivos. Cualquiera que elabore un presupuesto, aunque se trate de uno pequeño como es el familiar, sabe que los gastos se establecen siguiendo unas prioridades. Y la prioridad en estos momentos consiste en pagar la deuda como sea y al precio que sea, aunque ello determine dejar a los ciudadanos sin un duro en el bolsillo. 

El problema es que el concepto "austeridad" está dejando de ser un concepto económico para ir convirtiéndose en poco menos que una virtud cristiana, y por si fuera poco la virtud cristiana por antonomasia. El problema de las virtudes cristianas no es que no sean válidas; el problema es que al virtuoso la recompensa no le llega en éste sino en el otro mundo. Y claro, cuando Fuenteovejuna observa que los que no siguen dichas virtudes disfrutan más y mejor de éste, la tentación de rebelarse contra tanta palabrería que únicamente le avisa de que va a ser pobre y que sobrelleve  la pobreza con ciudadana paciencia, lo que en los tiempos que corren viene a significar lo mismo que antaño significaba "santa resignación", es grande. No es para menos.

La joven Fuenteovejuna pregunta desconcertada:

“¿Y la era digital? ¿Y la era informática y computerizada? ¿Y los grandes progresos de la medicina?”

Con deflación o con Inflación, ya lo dijo Quevedo:

“Poderoso Caballero es Don Dinero”     
Así que es mejor marcharse de rancheras y cantar aquéllo de:
"Con dinero o sin dinero, hago siempre lo que quiero, y mi palabra es la ley. No tengo trono ni reina, ni nadie que bien me quiera, pero sigo siendo el rey...."     
  
Lo más importante en la confusión: ser el rey de sí mismo.  

Conseguirlo  en un sistema industrial y digitalmente organizado es difícil.

Es por eso por lo que muchos reivindican la vuelta a un sistema feudal que tampoco servirá de nada porque las estructuras seguirán siendo las mismas y encima les dejan más indefensos ante las hordas terroristas.

La otra posibilidad, la de Benedicto XVI, es el recogimiento individual.

Practicar las virtudes cristianas nos serán recompensadas en el otro mundo, es cierto.

En éste nos ofrecen la paz y la tranquilidad de espíritu.

A veces no es lo de menos....

Cada cual según su carácter.

Es fundamental no dejarse  engañar por las apariencias,  no  seguir  las  opiniones dominantes sin más y estimular el juicio crítico.

Isabel Viñado Gascón

Stress


Carlota me llama para decirme que la nueva foto que he puesto en mi blog no le gusta: “Parece que eres de las que dices una cosa y haces otra. La antigua reflejaba mejor tu personalidad”.

“Debe ser la deformación que me produce leer tantos periódicos y tantas noticias diferentes.” – le respondo- “Una termina leyendo cosas tan dispares y disparatadas que al final termina por salirle esa sonrisa de cínico.”

De todas ellas, dos son las creencias actuales que por generalizadas y falsas, me preocupan especialmente. La primera ser refiere a la preocupación por el stress que padece la sociedad moderna y que, al parecer, va en incremento. La segunda, a la preocupación por la deflación.

La última vez que se habló de estos temas en una de esas reuniones intrascendentes, no pude esconder esa sonrisa que tan poco le gusta a mi amiga. Convendrán conmigo en que en esos instantes o provocas una gran discusión o te callas. Ante el buen desayuno que se tiene por delante uno come y calla y el que todavía no ha aprendido a poner cara de póker espera que entre tanto bullicio nadie se percate de su extraño gesto.

Nadie lo duda. Hay dos tipos de stress: el justificado y el injustificado. Un individuo que no tenga trabajo o tenga que buscar un nuevo empleo cada dos años porque los contratos se le acaban, las personas que tienen que atender por largo tiempo a personas enfermas mucho más siendo ellas de una constitución delicada, sufren un agotamiento provocado por las circunstancias exteriores y su malestar no tardaría en desaparecer – o al menos se aminoraría - si tuvieran un trabajo o  ayuda para realizar sus tareas. Este tipo de agotamiento es absolutamente comprensible. 
Las personas que lo sufren corren el riesgo de caer en la agresividad  o en la pasividad depresiva.

El otro tipo de stress, del que hoy nos vamos a ocupar, es el provocado artificialmente y surge de ese ese empeño en creer y hacer creer que para conservarse joven es necesaria la constante actividad social. 
Dicha afirmación entraña el mismo error que la teoría según la cual para mantenerse joven hay que hacer deporte. 
La equivocación en ambos casos radica en la misma causa: en la falta de medida provocada por la obsesión de querer ser todos iguales: o sea, por el igualitarismo.

Nadie niega que “no es bueno que el hombre esté solo” y que la constante inmovilidad y falta de ejercicio provocan consecuencias funestas para el cuerpo. Pero una cosa es eso y otra, muy distinta, esa fiebre por practicar deporte hasta el agotamiento que los medios de comunicación han introducido. No obstante, la realidad termina imponiéndose siempre y ya han surgido voces que recomiendan a los viejecitos que se abstengan no sólo de correr maratones sino de hacer ejercicios que requieran demasiado esfuerzo. Que algunas constituciones puedan lanzarse a esa aventura cuando han sobrepasado la barrera de los setenta e incluso de los ochenta años, no significa que todas las naturalezas sean capaces de resistirlo. Un hombre no es igual a un hombre. Un cuerpo no es igual a un cuerpo. Esa obsesión del “a” igual a “a”, no me cansaré de repetirlo, genera graves problemas. Si el deporte extremo fuera tan beneficioso, los esclavos de las minas y de las antiguas pirámides hubieran vivido hasta nuestros días...

De igual manera, no me cabe duda que hay personas para las cuales el contacto con otros seres humanos son lo que para los peces el agua: su hábitat. En cambio, para los animales terrestres, como mi amigo Carlos Saldaña, suponen una auténtica tortura que en ningún modo está dispuesto a soportar. Para el común de los mortales, de naturaleza anfibia, las reuniones sociales son agradables hasta un cierto punto. En demasía, sin embargo, terminan impidiendo tanto la vida familiar como la reflexión personal. Ese mensaje de los medios por fomentar los encuentros sociales ha provocado que muchos se sientan en el deber de que quedar con los amigos tan asiduamente como les sea posible.Hay una especie de competición en mostrar y demostrar quién cuenta con un mayor número de grupos ¿y todo ello para qué? ¿para divertirse? ¿para formarse?

Déjenme dudarlo.

El resultado de todas esas personas – generalmente anfibios y no peces- con una vida social tan intensa que casi no tienen tiempo ni para entrar en casa, que van de grupo en grupo, de café en cafe, de cena en cena, es que terminan deformados. 
Reconozcámoslo: esos grupos de amigos no son grupos de amigos en el sentido clásico de “amigo”. Son grupos de “coleguis” y de “risitas”. Se reúnen para sembrar, regar y cosechar blasfemias y difamaciones; para hacer frente a las críticas que contra ellos mismos se pueden verter y, en definitiva, para venderse al loco y peligroso mundo social; un mundo cada vez más psicópata y brutal. 
Es por eso por lo que las reuniones sociales duran cada vez menos tiempo y por curioso que pueda parecer cada vez más se reducen a intercambios de comunicación parecidos a slogans publicitarios. Los grupos sociales cumplen una función: la de manipular, la de lanzar bulos, la de parar ataques, pero jamás permiten la relajación. Si alguno acude con esa idea: la de comportarse como él es en realidad, de decir lo que él piensa en vez de lo que se piensa, no tardará en convertirse en el foco de toda la atención - o sea, de todas las críticas y mofas.
O tiene una fuerte personalidad o no tardará en quedar aniquilado para una buena temporada, tal vez para siempre. Aunque alguno de los presentes comparta sus tesis, callará para no compartir la misma suerte de aquél ingenuo desdichado.

El mundo fue siempre una jungla, es cierto; por eso, los antiguos antiguos se esmeraban tanto en buscar su paz y su tranquilidad, distinguían entre las relaciones mercantiles y la amistad, y andaban sin descanso buscando otro ser humano al que llamar “amigo”. Creo recordar que es en uno de los cuentos medievales del “Conde Lucanor” donde un padre le muestra a su hijo la imposibilidad de tener un amigo y le hace ver que podrá darse por contento si encuentra a un medio amigo.

A la cruda realidad le llaman “pesimismo”.

En los tiempos en los que la teoría “pensar en positivo” arrasa, el pesimismo es una palabra maldita. Así que convertimos a cualquier conocido en amigo, incluso a aquéllos a los cuales acabamos de ser presentados.

¿Cómo es posible tal milagro? ¿Cómo es posible que personas casi desconocidas se traten como “amigos”? Muy sencillo: no hablando de ningún tema importante. Concentrándose en lo que verdaderamente importa: la diversión sin más. La diversión por la diversión. Aquél que se atreva a introducir un tema importante ha de calibrar primero cómo piensa la mayoría del grupo si no quiere exponerse a quedar descuartizado socialmente. Aquél que pretenda llevar una prenda, un accesorio diferente, o no haya tenido tiempo para arreglarse de una determinada manera, o haya tomado una opción diferente de la normalmente aceptada por el grupo debe temer su ostracismo social y el asesinato de su personalidad individual. Lo mejor son esos enfrentamientos en los que “tu palabra contra la mía” que se resuelven en función de la mayor o menor simpatía social que cada uno de los enfrentados tenga. 
La verdad, la justicia, la sensatez... ¡No hay tiempo! Otro nuevo encuentro espera. ¿Pero qué pasa cuándo la falsedad del uno, del que tiene más éxito social, y la razón del otro, del que apenas cuenta con simpatías sociales, se descubre? ¡Oh! Entonces, ¡entonces es divertidísimo! Se corre un tupido velo y no se habla más del tema y si aquél que tenía la razón quiere seguir reivindicándola se le llama “pesado”, “alborotador”, “destructor de la paz social” y qué se yo. Suerte tendrá si la beata o el beato de turno no le aconseja aquello de “Fe, Esperanza y Caridad”, que se lo aconseja a usted, claro, pero no a él mismo porque de lo que no cabe duda es que los jueces de paz abundan, sobre todo cuando se trata de defender al socialmente más fuerte.

Curiosamente nadie se explica el aumento del stress, nadie identifica aumento de stress con aumento de encuentros sociales con aumento de mobbing. Ningún medio de masas recomienda quedarse en casa, tranquilo, escuchando a Haydn, por ejemplo, con un humeante café esperando pacientemente sobre la mesita de madera del salón al tiempo que cogemos un buen libro y nos tendemos en el sillón para saborear todo lo que nos rodea: música, café y libro.

Lo confieso. A mí me asombra – me asombra porque lo que es yo no lo conseguiría en mi vida- que todas esas personas que trabajan de ocho a seis de la tarde tengan tiempo para practicar deporte y reunirse con otras personas tres o cuatro días por semana o de establecer espontáneamente una conversación de horas cuando se encuentran por la calle con algún conocido. Y desde luego mi asombro ya no conoce límites cuando les escucho hablar de los nuevos libros que han descargado en su “e-book” y están al tanto de las nuevas novedades literarias y musicales, novedades que yo, he de reconocer, desconozco en su mayor parte.

Y al tiempo que admiro su fuerza, su vitalidad, su constante e inacabable energía me asombro de que pese a todo, no sean capaces de proferir una sola, una única opinión que les sea realmente propia. Si se pasan varias tardes en su compañía, uno no tarda en darse cuenta de que repiten y actúan con las ideas y conductas imperantes de su grupo. Ideas propias, lo que se dice ideas propias, tienen muy pocas. Para eso haría falta tener justamente lo que no tienen: tiempo para sí mismos.

En la actualidad el concepto “tiempo para sí mismo”  se contrapone al de “tiempo laboral”. De ahí que “tiempo para sí mismo” significa: “tiempo para disfrutar del tiempo libre”, que por imperativos sociales hemos, claro, de compartir con los amigos – por aquéllo de mantenerse joven y “en onda”.

“Tiempo para sí mismo” termina conviertiéndose, por paradójico que parezca, en sinónimo de “tiempo para los demás.”

Al final al individuo, entre el tiempo profesional y el tiempo de esparcimiento social, no le queda tiempo para su soledad, para conocerse, para reflexionar, para – en definitiva- ser él mismo. De vez en cuando acude a las manifestaciones exigiendo libertad, o se lamenta ante sus amistades, del poco tiempo que su empresa le deja “para sí mismo” y a continuación busca en su agenda un hueco libre para ir todos juntos a la próxima representación teatral...

Pobre....

¿Todavía hay alguien que, de verdad, se extrañe del aumento de la psicopatía y del stress que padece nuestra sociedad hoy en día y que la está abocando al vacío espiritual más profundo?

Isabel Viñado Gascón.







Saturday, February 21, 2015

Acuerdo con Grecia


¿De verdad esperaba alguien otro resultado que no fuera éste?

Lo dijimos desde el principio: de todas las relaciones extrañas de la semana pasada, la de Varoufakis y Schäuble era la que más posibilidades tenía de mantenerse. No había más remedio.

Y sin embargo ¡qué más quisiéramos que los problemas se hubieran terminado!

¡Qué más quisiéramos que el cambio de un nombre aportara la solución! La Troika ya no es la Troika, ahora se llama “Las Instituciones” ¿Y? Fuenteovejuna la seguirá llamando “La Troika” caiga quién caiga. Los eufemismos se han convertido en una pesadilla de tal magnitud que incluso los periódicos han vuelto a expresiones “chulescas”, por denominarlas de algún modo, a la hora de escribir sus artículos.

¿Quién y cómo paga la deuda mundial?

Ni todos los impuestos estafados a la Hacienda Pública Mundial conseguirán saldarla.

¿Quién y cómo consigue la creación de empleo en la era industrial, digital, computerizada, bioinformatizada y similares?

A ver...

Se necesita un Mundo Moderno con una cuenta bancaria saneada, capaz de dar trabajo a sus ocupantes. Si no es posible darles trabajo, al menos habrá que darles algo que comer. ¿Qué hacemos? ¿Decimos a los desheredados de este mundo que aguanten y sufran en humildad y silencio, que Dios o las posteriores generaciones – dependiendo de si uno es religioso o materialista- se lo agradecerán? ¿Fomentamos las instituciones privadas de beneficencia y caridad? ¿Dejamos que sean “Las Instituciones” (este nombre va a introducir un lío más en los análisis socio-políticos) las que se encarguen de ello? ¿Cómo? ¿A través de la compra de deuda? Eso no estaría mal si no fuera porque con la compra de la deuda no se come. Se come con pan. Por lo menos, pan. ¿Se crea una renta básica?

Hablamos de renta básica y aparecen corriendo los mismos que recomiendan Santa Paciencia, santa Obediencia y santa Humildad para advertir como desesperados que una renta básica nos va a llevar a la perdición humana, a la corrupción espiritual. Igual que hace siglos le decían al pobre que tuviera cuidado no fuera que se atragantara con el trozo de pan seco.

¡Santa Paciencia, desde luego, hace falta cuando se escuchan tales sentencias!

¡Cuidado con la renta básica no vaya a ser que los hoteles de las Bahamas se abarroten!

El problema de Europa no sólo no se ha solucionado con los últimos acuerdos, es que sigue creciendo sin remedio.

En vez de buscar culpables, en vez de desear que las circunstancias no fueran las que son, no estaría de más que “Las Instituciones” y demás gobernantes – con independencia de su religión, lengua, raza y sexo- se dedicaran a establecer las bases de la futura supervivencia de cada uno de los ciudadanos que habitan en nuestro pequeño pero amado continente, en vez de dedicarse a incrementar el PBI de sus respectivos Estados. Un Estado floreciente no es sinónimo de bienestar ciudadano, del mismo modo que en el S.XIX hablar de una empresa próspera no hacía referencia a prósperos trabajadores.

¿Malos tiempos para la lírica?

¡Malos tiempos para el estómago!

Isabel Viñado Gascón

Tuesday, February 17, 2015

¿De qué me voy a morir, doctor?


Hace unos años acudí a Zaragoza a ver una exposición de grabados de Goya dedicados sobre todo a reflejar la barbarie de su sociedad. Uno de ellos muestra la escena de un médico examinando a un paciente tendido en la cama. El enfermo le hace la pregunta que da título al grabado: “¿De qué me voy a morir, doctor?”, y no se sabe muy bien si dicha interrogación expresa su desconfianza hacia las dotes curativas del galeno o la certeza de su irremediable e inminente fallecimiento.

Pues bien, algo parecido le sucede a nuestra pequeña y amada Europa. Los dolores que padece son terribles y los médicos no consiguen solucionar los males que le aquejan a pesar de tener a su disposición no a un médico, como era el caso del paciente del grabado de Goya, sino a un equipo completo de eminencias : cirujanos incluidos.

Como suele pasar, las visitas se han alargado más de lo esperado y todos se han ido a casa con el sabor agridulce que cualquier reunión social provoca: ¿Se ha hablado más de lo conveniente? ¿Se ha dicho menos de lo necesario? Todos han vuelto a casa con la satisfacción del deber cumplido y con la duda de si los acuerdos alcanzados  significan una auténtica tregua o una excusa que permite a cada uno de los contrincantes  perfeccionar su propia estrategia militar.

Lo dije y lo digo: el conflicto ucraniano es menos serio de lo que parece y más peligroso de lo que se piensa. Los alemanes, tendentes siempre a la prudencia pero especialmente cuando se trata de inmiscuirse en los asuntos ajenos, se sienten contrariados por tener que servir de árbitros en cuestiones tan "personales". Caso distinto de los franceses, que aman todo lo que no tenga que ver con sus zapatos - que pese a su belleza siempre les aprieta en el callo que más les duele, ¡y encima tienen que sonreir para evitar el escándalo!
Lo dije y lo repito: los alemanes no tienen ningún interés en inmiscuirse en líos de familia, mucho menos cuando estos duran desde hace unas cuantas generaciones. El deseo imperialista ruso se remonta a tiempos muy anteriores a los de Putin. Putin es un simple heredero de su sistema. ¿Qué sistema? El ruso, claro. Y el "sistema ruso" engloba a los esquemas zaristas tanto como a los bolcheviques. Han cambiado los nombres, las estructuras han pervivido. Los conflictos de los rusos con la periferia en la que ejercen el control no son nuevos;  la arrogancia con la que el pueblo ruso la ha tratado y la constante problemática que todo ello ha generado, tampoco. En el capítulo: “La pregunta nacional” recogido en el libro “La verdadera situación en Rusia”, Leon Trotsky se quejaba de que el burocratismo y el chauvinismo de los Sowiets en el Poder había alcanzado tal exceso de paternalismo con respecto a las repúblicas autónomas que éstas ya no tenían ni siquiera el derecho de dirimir sobre las disputas de la tierra entre los autóctonos y la población rusa. El político disidente ruso asegura que ese chauvinismo expresado y sustentado por el aparato del gobierno, representa el mayor obstáculo para conseguir que los trabajadores de las distintas naciones puedan llegar a unirse.

En este sentido, la situación no ha cambiado notablemente.
Hay además otra razón que les impide a los alemanes tomar parte activa en el conflicto entre Rusia y Ucrania. Alemania, más que ninguna otra nación de Europa, ha sufrido las heridas producto de las locuras del siglo pasado: a la terrible dictadura hitleriana, le sucedió primero la partición de un país que con tanto esfuerzo había alcanzado su unidad, y a renglón seguido, se vió obligada a padecer  la dictadura bolchevique en una de las partes y la guerra fría, en las dos. Las tragedias individuales vividas se llevan en lo más profundo del sentir. Puede suceder que los cerebros no quieran recordar para de este modo poder olvidar más rápido; puede ser que ni las lenguas deseen hablar, pero los corazones... ¡Ay los corazones! ¡cómo sangran todavía los corazones!: Traidores y héroes se encuentran  en el mismo bar, espías y espiados acuden a los mismos cafés, vidas rotas, silenciadas y silenciosas,  a fin de mantener la existencia.
Sobrevivir, era el lema. Sobrevivir, sigue siendo el lema hoy.

Lo dijo Merkel: ellos tuvieron que esperar largos años para reunificarse sin ni siquiera saber si dicha reunificación llegaría a tener lugar algún día. Más que un enunciado históricamente objetivo, era un consejo . Los rusos les superan en fuerza. Para Ucrania, lanzarse a una guerra significa el suicidio. La OTAN no les va a ayudar. Europa tiene otros conflictos que superar. La frase de Merkel era una llamada a los ucranianos a la sensatez y a la esperanza, al mismo tiempo que una aceptación resignada de la realidad: lo de Ucrania, al día de hoy, no tiene remedio.

El problema, el grave problema que de vez en cuando sale a relucir es: ¿Qué sucederá si Rusia-Putin no se conforma con devorar a Ucrania? ¿Hasta dónde le permitirán los aliados llegar?

Es curioso lo actual que el libro de Trotsky, escrito alrededor de 1929, resulta. Aparecen allí dos ideas que a mí me parecen profundamente significativas de lo que es el sentir ruso: De un lado, el deseo – casi deber- que embarga a la Unión Soviética por desempeñar un papel dominante en el sistema mundial; por otro, el profundo convencimiento de que una guerra de los imperialistas contra la Unión soviética es prácticamente inevitable. En Trotsky la hegemonía rusia hace referencia a la cuestión económica, de ahí que recomiende una economía abierta, no encerrada en sí misma, no autárquica.

Estas dos ideas se han mantenido hasta el día de hoy. Si contra algo está luchando Putin eso es contra el aislamiento internacional de Rusia. Creer que Putin es heredero del sistema zarista es un grave error. Putin es heredero de su sistema - el bolchevique- y éste, a su vez, y pese a las diferencias, lo es del sistema zarista. Al mismo Trostky no le quedó más remedio en su época de dirigente que contratar a militares zaristas: un sistema político puede cambiarse de la noche a la mañana; una población, no. Y las poblaciones se asientan sobre modelos morales, religiosos y sociales que no desaparecen tan fácilmente como las estructuras que los gobiernan.

Rusia lleva cien años manteniendo una mentalidad esquizofrénica que consistente por un lado en querer mandar, ( Trotsky se refería a la cuestión económica. Stalin, iba más allá), y por otro lado, en el temor a ser atacada. Los efectos de tal pensamiento son, pueden ustedes imaginarse, sumamente peligrosos. Intenten combinar ése: “pobre de mí” con el :“os váis a enterar de quién soy yo”. En esto precisamente consiste el resentimiento ruso, del que ninguna otra nación es responsable y que nadie - excepto la misma Rusia- puede solucionar.

No me extraña que los americanos estén preocupados por este asunto, que dura ya tantos años...

A mí, en cambio, lo que me asombra es que haya tenido que ser el mísmisimo Trotsky el que – casualidades de la vida- me aleccione sobre el tema.

No sólo en ese tema. También en la cuestión griega. Justamente ahora, que andamos deshojando la margarita de : austeridad sí, austeridad no, hasta el punto que el espectador del sillón no sabe si apretar el botón rojo o el botón verde, llega Trotsky y como quien no quiere la cosa, empieza a hablar de gasto público. ¿Y qué dice tan ilustre pensador político?

Pues dice, que la estabilidad de la unidad monetaria exige por un lado, una bajada de los precios y por otra, un Estado sin déficit. ¡Quién lo hubiera dicho! Y prosigue afirmando que no se debe permitir el gasto de papel moneda para cubrir el déficit del Estado. Lo que Trotsky propone es trabajar estrictamente y sin triunfalismos para lograr un Estado sin déficit.

A Varoufaki ya no le tiende una mano ni Trotsky.

Lo que no puede ser no puede ser.

Lamentablemente los griegos, caso de que lo hayan hecho, han leído a Trostsky demasiado tarde. El Estado heleno está ahogado en deudas.

Lo que no puede ser no puede ser.

Pagar su deuda, tampoco.

No es una cuestión de voluntad, simplemente. Ni siquiera es una cuestión que se refiera simplemente a Grecia. Es global. Con o sin productividad, al mundo le resulta imposible pagar la deuda. Para eso tendríamos que ir a Marte y encontrar unos cuantos marcianitos. Tampoco estaría mal encontrar unos cuantos selenitas allá en la Luna...

Dudo que Grecia consiga sus propósitos ni con los europeos, ni con los rusos, ni con los chinos.
Los acreedores seguirán siendo los que  eran y además serán los que aún no son. Todavía me acuerdo de aquélla práctica de algunas de mis amistades, consistente en pagar con una segunda e incluso una tercera carta de crédito las deudas contraídas en las anteriores. Un auténtico lío, en  efecto. No creo que  a los griegos les vaya mejor el asunto, a  no  ser que sean  radicalmente radicales: creen su propia moneda y la impriman hasta donde sea estrictamente necesario para que no pierda valor, a semejanza de lo que han hecho  y hacen los japoneses.

De momento, sin embargo,  y  bajo las condiciones  actuales, lo que no puede ser no puede ni debe ser. La deuda no se puede pagar y sin embargo debe ser pagada. "¿De qué me voy a morir, doctor?"

Hmm...

Y pese a todo: lo que no puede ser no puede ni debe ser.

Eso es lo que ha pensado y hecho el gobierno egipcio actuando contra el IS sin miramientos.

Lo dijo Jordania. Egipto lo repite:

El IS no es el islam.

.............................................

¿Qué hace mientras tanto el espectador en el sillón?

Oh... El espectador siente un terrible dolor de cabeza.

Demasiados programas que terminan con ese desagradable:

“Continuará”

 

Isabel Viñado Gascón

 

 

 

 

 

Tuesday, February 10, 2015

¿La crisis de Ucrania?


- Hay quienes están absolutamente convencidos de que para que un conflicto armado pueda iniciarse debe existir una razón de peso lo suficientemente grave como para permitir mandar a morir a la población, ocupada normalmente en sus propios asuntos. Voltaire, agudo observador donde los haya no sólo se dio cuenta de que tal afirmación es errónea, sino que además dió un par de ejemplos que mostraban a sus lectores que la mayoría de las guerras se iniciaban por simple y puro capricho de los poderosos dirigentes.

En nuestros días se ha generalizado  esta equivocada concepción. El hecho de que los progresos técnicos se sucedan a una velocidad vertiginosa, nos ha llevado a pensar que dicho progreso corre parejo al desarrollo ético. Dicha consideración es tan falsa como peligrosa.

Lo cierto es que hoy como ayer las guerras se inician cuando unos cuantos desocupados así lo deciden. Poco importan las causas que para ello esgriman: Dios, Patria, Libertad... Lo que en realidad buscan todos ellos es Poder, Gloria y Diversión.

- Otra premisa errónea pero comúnmente extendida es esa que reza que “dos no pelean cuando uno no quiere”. Esto es falso e igualmente peligroso. Falso porque hay ocasiones en las que si uno no quiere pelear no le queda más destino que el de la muerte, sobre todo cuando no hay lugar al que poder huir. Y es peligroso porque niega no sólo la posibilidad de que pueda existir una relación de ataque-defensa, sino porque incluso cuestiona la legitimidad de la defensa propia. A la larga aquél que denuncia la injusticia que sufre se encuentra él mismo denunciado por “alborotador” de la paz social.

- La tercera premisa es pensar que la guerra es más o menos honorable según el apellido que le corresponda: así una guerra santa es considerada más digna que una guerra justa y esta más moral que una guerra de expansión que, a su vez, es preferible a una guerra terrorista.

La verdad es que todas las guerras son terribles, sucias e inmundas. Todas las guerras destrozan familias, deforman a los seres que toman parte en ellas y sus efectos se propagan a las generaciones futuras. Lo peor de todo, asegura Voltaire, es que no hay botín capaz de compensar los perjuicios económicos que las guerras causan.
Voltaire, sin embargo, era – al fin y al cabo- un ilustrado y prefería creer que las causas de una guerra se debían más al capricho de los reyes que a su locura.

Probablemente Chesterton, le hubiera explicado, que no existe razón más lógica ni mejor fundada que la de un loco. Dicha razón podrá ser verdadera o no – eso es otra cuestión- pero los argumentos serán más sólidos y determinantes que los de un cuerdo. Y todo ello – diría Chesterton- porque la sensatez del cuerdo le lleva a considerar un mismo problema desde puntos diferentes, lo cual, claro, le conduce a la duda, a la inseguridad incluso, mientras que el loco sólo tiene, sólo puede tener, un único punto de vista. (Lo que Chesterton muy posiblemente negaría , es mi afirmación de que si el loco tiene razón en sus apreciaciones se le llama genio y si no, se le llama simplemente “loco”.)

La señora Merkel es sensata. Comprende que Ucrania tiene derecho a defenderse pero no quiere que la defensa de Ucrania sea a costa de la paz en el resto de Europa. Es consciente de que Ucrania está siendo víctima de una injusticia pero teme los cortes de gas de Rusia. Impone sanciones pero sabe que estas sanciones no pueden ser eternas porque el daño económico es mutuo y no solamente unilateral. Putin responsabiliza a Occidente del desmoronamiento de la antigua URSS. Es preferible pensar y hacer pensar eso que aceptar que ese sistema al que él se refiere con temor con la exclamación “¡y qué sistema!” es, precisamente, su sistema. El sistema en el que él creció y se formó. En vez de dedicarse a construir una nueva forma de vida para su país, prefiere jugar a ser poco menos que el ángel de la venganza y hace lo mismo que se hace en los patios de los vecindarios: criticar a aquélla vecina que no se soporta a base de comentarios que encierran un punto de verdad y el resto corresponde a la literatura. Así que mientras la señora Merkel se va de visita a casa de Obama, Putin decide presentar sus respetos a Egipto y de paso le dice que la culpa de todos los males de la zona la tiene Occidente.
Esta semana es semana de visitas.

Los americanos por su parte empiezan a estar hartos y cansados de tantos conflictos mundanos y hacen lo que, según Kissinger, les dicta la otra parte de su naturaleza: replegarse sobre sí mismos.

Los conflictos externos les han costado ingentes sumas de dinero y no les han reportado los beneficios que perseguían: su imagen internacional está sumamente deteriorada, las críticas a su política aumentan incesamente a lo largo de la faz del planeta, su economía ha quedado profundamente resentida. Los problemas internos a los que se deben enfrentar son cada vez más serios y no pueden ser ignorados por más tiempo: la debilidad del dólar parece haberse superado pero ¿por cuánto tiempo? La mejoría es más un signo que una realidad, el fracking ha solucionado sus problemas energéticos pero ¿a qué precio? A Estados Unidos, como a Europa, sólo le quedan dos recursos: la energía atómica o las renovables. La primera es más barata pero mucho más peligrosa; la segunda es más segura pero los costes son enormes y todavía se halla en proceso de desarrollo; la mediocridad y corrupción de las élites y la distancia creciente entre las clases sociales, le obligan a concentrar su atención en sus propios problemas.

En este instante, América, ha decidido olvidarse hasta donde sea posible de los problemas exteriores. Estados Unidos ya no quiere ser el séptimo de caballería que llega en el último instante para salvar a los inocentes. Es consciente de que las intenciones de Putin no se refieren única y exclusivamente a Ucrania y del enorme prestigio que goza entre una población que – a diferencia de la americana- ha sido endurecida durante siglos por una escasez de alimentos y de recursos y que está dispuesta a sufrir sanciones si eso ayuda a la Patria. Una Patria que es sinónimo de Sistema.

La cuestión, lo dije ayer y lo repito hoy, es hasta qué punto americanos y europeos se inmiscuyen en la cuestión ucraniana.

Si deciden no inmiscuirse y dejar que gane el mejor, o sea, el más fuerte, no entiendo a qué vienen sanciones económicas que dada la crisis económica que padecemos, no han de tardar en ser retiradas.

Si, por el contrario, deciden actuar no entiendo por qué andan de reunión en reunión discutiendo frases del tipo “con Rusia y no contra Rusia” que crean aún más confusiones y organizando conferencias de paz con Putin en las que lo único que puede alcanzarse es la aceptación de la situación actual. Dicha aceptación, sin embargo, resulta igualmente equívoca porque la situación actual es todo menos clara: ¿Hasta dónde, por ejemplo, llega el territorio que quieren conquistar los separatistas?

En lo que a la escisión del bloque occidental, se refiere, lo cierto es que el papel que haya podido jugar Putin es más bien secundario. Lo cierto es que los desacuerdos entre Estados Unidos y Alemania vienen de lejos y no es la primera cuestión en la que ambos países discrepan y asumen posturas distintas. Sólo hace falta pensar en la guerra de Irak, por ejemplo, en la que el canciller alemán Schröder se negó a participar, con gran sentido común como poco después pudo comprobarse.

Sin embargo es hora de admitir que los desacuerdos internos no son producidos por Putin sino por la crisis económica que, lejos de solucionarse, va acentuándose cada vez más. Los partidos de izquierda se consolidan al tiempo que se descubren, sin que podamos explicarnos cómo ni por qué no se ha hecho antes, corrupciones y corruptelas.

El problema Putin no es la desestabilización de Europa. La estabilidad de Europa se acordó, sobre todo, en una época de auge económico y es la decadencia de esta bonanza la que provoca el periodo de desestabilización en el que nos encontramos.

El problema Putin es, creo que lo he dicho alguna vez, el problema por el Poder.

¿Cuánto Poder detenta Rusia en el mundo exterior?

El problema es que el Poder tiene dos aspectos: por un lado, el que se refiere a la zona de influencia;  por otro lado, el que se refiere al respeto-miedo del resto de los países fuera de esa zona de influencia y que se refiere hasta  qué punto un país puede extender dicha zona de influencia sin que los otros países se opongan..

Putin quiere extender su zona de influencia.

Los otros países deciden determinar hasta dónde.

Por eso no es de extrañar que el ministro alemán Steinmaier sospeche la posibilidad de una escalación del conflicto: en el momento en que Putin siga pretendiendo ampliar dicha zona el resto de las fuerzas internacionales tendrán que decidir si le dejan seguir haciendo y deshaciendo a su antojo o le detienen empleando para ello cualquier medio.

El problema de Ucrania no es simplemente el problema de Ucrania. Es la pregunta por la cantidad de Poder que el bloque Occidental y Europa en particular, siguen manteniendo.

El problema de Ucrania – y por eso los Estados Unidos están tan preocupados- es la cuestión por la hegemonía mundial y dependiendo de cómo se resuelva puede incluso significar el principio del relevo.

Una petición:

Si los representantes europeos van a dejar hacer a Putin lo que quiera, por favor déjenselo hacer desde el primer momento: nos evitaremos tremendos dolores de cabeza y podremos seguir sentados en el sillón del espectador.

A partir de una determinada edad tantas emociones agotan.

Una última pregunta:

¿Quién dijo que las teorías de la conspiración eran únicamente teorías?

 

Isabel Viñado Gascón