Monday, February 23, 2015

Deflación ¿Qué deflación?


En el blog anterior comentaba el asombro que me producen algunas de las creencias imperantes en nuestra sociedad. La primera a la que me referí fue a esa nueva enfermedad llamada stress, que suele achacarse a la rapidez y a la actividad de los tiempos modernos, pero que en mi opinión es generada por el miedo  a quedarse aislado socialmente, a permanecer solo más de dos horas sin ningún tipo de aparato electrónico, terror a perderse lo que en “el excitante mundo” pueda suceder; a no participar de los últimos acontecimientos, a perder el tren de la vanguardia...

La segunda, el tema de la deflación. O sea, la convicción de que uno de los mayores problemas económicos que atravesamos es la deflación, o bajada de los precios, y que paraliza la actividad. Los trabajadores cada vez ganan menos, no pueden adquirir nuevas mercancías, las empresas fabrican menos, bajan los precios, reducen salarios... y nos encontramos dentro de uno de esos círculos malditos de los cuales no es posible huir.

Lo dicen los grandes economistas, lo dicen los diferentes gobiernos. En definitiva: lo dicen los expertos.

A mí, sin embargo, dicha afirmación me parece un tanto confusa.

Es cierto que los precios de algunas mercancías están bajando, pero no lo es menos que otros están subiendo. Puede ser que en Alemania este invierno el precio de los pimientos sea menor que otros años gracias, entre otras cosas, a la contrasanción de Putin de no comprar alimentos a países exportadores como Polonia; el precio de la vivienda en las grandes ciudades, sin embargo, ha aumentado. Tal vez en España hayan bajado las inmobiliarias, pero los precios de los restaurantes resultan cada vez más prohibitivos.

La primera conclusión, pues, es que no todos los precios bajan. Sólo algunos lo hacen, otros mantienen el alza.

La segunda consideración a tener en cuenta es que en lo que a la bajada de precios de productos fabricados se refiere, dicha disminución se produce a costa de la calidad. La mercancía cuesta menos que antes, sí, pero es también de mucho menor calidad. En los grandes almacenes encontramos sábanas tan finas que no sabemos si han sido confeccionadas con algodón o con papel, la madera de las estanterías es tan delgada que bastan un par de gruesos libros para que se arqueen por el peso. El jamón que se compra en los supermercados sabe a carne cruda y el chorizo tiene pimentón, grasa y poco más. La pechuga de pollo parece de pavo porque los pollos han ido aumentado de tamaño en las últimas décadas, debido a la alimentación que reciben. Las prestaciones médicas que los seguros de sanidad ofertan se han encarecido y si han mantenido sus mismas tarifas es porque dichas prestaciones han sido reducidas.

En definitiva: pagamos menos porque, sencillamente, recibimos menos.

El tercer argumento a considerar es el interés que los esforzados ahorradores reciben de los bancos por sus depósitos. No sólo han disminuido hasta llegar a cero, sino que algunos bancos incluso cobran por la prestación de guardar el dinero y los otros andan sopesando esa posibilidad. Si pese a todo los clientes siguen manteniendo sus ahorros en sus cuentas bancarias es porque son conscientes de que cualquier otro tipo de ahorro es todavía más arriesgado, acciones incluida. Y por eso, por dejar su dinero donde está, tienen que oir decirse lo tontos y anticuados que son y las pocas facultades económicas que poseen. 
Lo cierto es que muchos de esos “tontos y anticuados” clientes temen que la idea final para acabar con el monstruo de la deuda sea –de una forma u otra- arruinar a los ciudadanos. 
El mérito de su ahorro se transformará en el botín de los acreedores de los Estados y prefieren obligarles a que se los arrebaten a la fuerza a plena luz del día, antes que perderlos porque una sacudida inesperada en el mundo de la especulación (no lo olvidemos: el mundo de la bolsa y similares es especulación) ha hecho que se haya perdido todo lo que tenían y encima les digan que eso se debe a su codicia por ganar dinero fácil y rápido.

La tercera deducción es que esta deflación no produce en absoluto una de las consecuencias que arrastra la deflación y que es la incentivación del ahorro a la espera de que el dinero recupere nuevamente su valor. 

Los bancos y los gobieros lo hacen imposible. Los beneficios de las acciones de empresas endeudas resultan incomprensibles y todos –de un modo u otro- esperan a saber cuándo se va a producir el apagón final. Puede durar un rato, no se preocupen. Primero porque los diferentes Estados tienen que recuperar los impuestos no declarados e imponer nuevos tributos más o menos encubiertos. Segundo, porque las acciones virtuales son las que en estos momentos están sosteniendo el sistema y, como son virtuales, mutan aquí y allá según la necesidad.

En cuarto lugar, conviene recordar que según el informe de Wikipedia, dos son los métodos que se utilizan para combatir la deflación: el uno consiste en facilitar la concesión de créditos a familias y empresas; el segundo, llamado keynesiano, en fomentar el gasto público.

Resulta obvio que ninguna de estas dos medidas están siendo puestas en marcha en la actualidad. Obtener un crédito resulta más difícil que antes y el gasto público –igual que el privado- no deja de reducirse (a las buenas o a las malas).

Los Reyes Católicos utilizaron el lema “Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando” queriendo significar con ello la unidad de ambos. Pues bien, con la deflación y la inflación sucede lo mismo: ambas determinan una pérdida del valor del dinero; en el primer caso por su falta y en el segundo por su exceso.

En los tiempos que corren a los únicos que les hace falta dinero imperiosamente es a los Estados. Fuenteovejuna está acostumbrada a “apañarse” unas veces con más y otras veces con menos, pero los modernos sherifs de Notting-hill se ven en la necesidad de recaudar cada vez más y para ello utilizan los medios más variopintos para subir impuestos sin que Fuenteovejuna lo note o sin que por lo menos, se altere demasiado. Total, ¿para qué indignarse? A fin de cuentas, lo que no tiene remedio, no lo tiene.

Mi opinión personal es que vivimos una época de inflación encubierta. 
Los precios sí han subido y sí hay un exceso de circulación del dinero. Y lo hay debido por un lado a la pérdida de calidad de las mercancías, que determina que se generen los mismos beneficios a un menor coste, y a la masiva salida al exterior de cuentas secretas en Suizas y paraísos fiscales. Cuentas, por cierto, tan millonarias que una se pregunta cómo es posible que haya podido mantenerse oculto durante tanto tiempo. Ante dichas cuestiones, lo mejor es no disgustarse demasiado. Ya se sabe: por aquéllo de la salud...

A fin de cuentas ¿deflación? ¿inflación? ¿importa mucho?

En la era digitalizada e informatizada, en la era de los adelantos científicos que permiten vivir más tiempo de lo que Matusalen vivió, llegan los economistas, los jefes de Estado y le dicen a la joven Fuenteovejuna que va a vivir peor de lo que sus padres vivieron y que va a tener que acostumbrarse a la austeridad –donde austeridad no hace referencia a ser cuidadoso con el dinero, sino a ser pobre. 
La renta básica no llegará tan fácilmente. Si no se puede pagar una deuda ¿cómo se va a financiar una renta básica? La renta básica es una utopía. Lo sabemos todos, incluso aquéllos que la reivindicamos. No es que no circule dinero, que es lo que nos quieren hacer creer. Circular circula y seguirá circulado; el problema es que está destinado a otros objetivos. Cualquiera que elabore un presupuesto, aunque se trate de uno pequeño como es el familiar, sabe que los gastos se establecen siguiendo unas prioridades. Y la prioridad en estos momentos consiste en pagar la deuda como sea y al precio que sea, aunque ello determine dejar a los ciudadanos sin un duro en el bolsillo. 

El problema es que el concepto "austeridad" está dejando de ser un concepto económico para ir convirtiéndose en poco menos que una virtud cristiana, y por si fuera poco la virtud cristiana por antonomasia. El problema de las virtudes cristianas no es que no sean válidas; el problema es que al virtuoso la recompensa no le llega en éste sino en el otro mundo. Y claro, cuando Fuenteovejuna observa que los que no siguen dichas virtudes disfrutan más y mejor de éste, la tentación de rebelarse contra tanta palabrería que únicamente le avisa de que va a ser pobre y que sobrelleve  la pobreza con ciudadana paciencia, lo que en los tiempos que corren viene a significar lo mismo que antaño significaba "santa resignación", es grande. No es para menos.

La joven Fuenteovejuna pregunta desconcertada:

“¿Y la era digital? ¿Y la era informática y computerizada? ¿Y los grandes progresos de la medicina?”

Con deflación o con Inflación, ya lo dijo Quevedo:

“Poderoso Caballero es Don Dinero”     
Así que es mejor marcharse de rancheras y cantar aquéllo de:
"Con dinero o sin dinero, hago siempre lo que quiero, y mi palabra es la ley. No tengo trono ni reina, ni nadie que bien me quiera, pero sigo siendo el rey...."     
  
Lo más importante en la confusión: ser el rey de sí mismo.  

Conseguirlo  en un sistema industrial y digitalmente organizado es difícil.

Es por eso por lo que muchos reivindican la vuelta a un sistema feudal que tampoco servirá de nada porque las estructuras seguirán siendo las mismas y encima les dejan más indefensos ante las hordas terroristas.

La otra posibilidad, la de Benedicto XVI, es el recogimiento individual.

Practicar las virtudes cristianas nos serán recompensadas en el otro mundo, es cierto.

En éste nos ofrecen la paz y la tranquilidad de espíritu.

A veces no es lo de menos....

Cada cual según su carácter.

Es fundamental no dejarse  engañar por las apariencias,  no  seguir  las  opiniones dominantes sin más y estimular el juicio crítico.

Isabel Viñado Gascón

No comments:

Post a Comment