Uno lee en los periódicos la tragedia que han sufrido mil cuatrocientos
niños a lo largo de dieciséis años. Sus infancias han sido segadas de raíz por
bandas organizadas de pederastas que, según Libertad Digital, están formadas y
dirigidas por paquistaníes.
El informe
del FAZ es curioso. Por un lado no introduce la palabra “paquistaní”, que sí,
en cambio, puede leerse en el artículo de “Libertad Digital”. Sólo afirma que
la policía tenía miedo de tomar medidas contra los jóvenes asiáticos ya que no deseaba ser calificada de racista. No obstante junto a los argumentos policiales, el
FAZ introduce algunos datos que hacen dudar al lector de que dicho argumento
– el del miedo a la consideración de racista - sean del todo ciertos.
En primer
lugar, las niñas pertenecían a familias rotas, lo que determinaba que los padres
de las niñas que se atrevieron a denunciar los hechos lejos de ser atendidos fueran maltratados por la
policía.
No sería descabellado pensar pues que la pobreza de los padres de esas niñas contrastaba con la riqueza de los que pagaban a dichas bandas y que su dinero les mantenía a salvo de molestas investigaciones. Y es que por más que lo intento no me puedo imaginar a una banda de paquistaníes trabajando para autosatisfacerse. El que se quiere auto complacer a sí mismo no organiza una banda. El pederasta generalmente actúa solo. No sé si es más efectivo, pero desde luego sí es más seguro: no hay tantos que puedan traicionarle. Participar en bandas no significa acrecentar las propias necesidades sino el negocio en tanto que se amplia el territorio de "caza" y se facilita el traspaso de la "mercancía" al mejor postor.
Así pues el hecho de que sean bandas organizadas implica aceptar – o por lo menos, pensar en la posibilidad,- de la existencia de una "red de pederastas."
En lo que a la expresión "Red de pederastas" se refiere habremos de convenir que se trata en realidad, del eufemismo que se utiliza para denominar un mercado altamente lucrativo y eficazmente organizado, en el que los clientes están dispuestos a desembolsar grandes sumas de dinero para satisfacer su perversión.
No sería descabellado pensar pues que la pobreza de los padres de esas niñas contrastaba con la riqueza de los que pagaban a dichas bandas y que su dinero les mantenía a salvo de molestas investigaciones. Y es que por más que lo intento no me puedo imaginar a una banda de paquistaníes trabajando para autosatisfacerse. El que se quiere auto complacer a sí mismo no organiza una banda. El pederasta generalmente actúa solo. No sé si es más efectivo, pero desde luego sí es más seguro: no hay tantos que puedan traicionarle. Participar en bandas no significa acrecentar las propias necesidades sino el negocio en tanto que se amplia el territorio de "caza" y se facilita el traspaso de la "mercancía" al mejor postor.
Así pues el hecho de que sean bandas organizadas implica aceptar – o por lo menos, pensar en la posibilidad,- de la existencia de una "red de pederastas."
En lo que a la expresión "Red de pederastas" se refiere habremos de convenir que se trata en realidad, del eufemismo que se utiliza para denominar un mercado altamente lucrativo y eficazmente organizado, en el que los clientes están dispuestos a desembolsar grandes sumas de dinero para satisfacer su perversión.
Tantos años,
tantos niños…
¿Qué ha habido en todo este tiempo?
El silencio de los medios de comunicación que curiosamente informan puntual y detalladamente de los sucesos acontecidos a miles de kilómetros de su sede pero son incapaces de descubrir, ni tan siquiera intuir, los crímenes que se cometen en la casa de enfrente y mucho menos aún en la suya propia.
Nos enfrentamos además a la pasividad de la policía – que siente temor a ser considerada racista- y a la ceguera de la sociedad que prefiere sacrificar a sus propios hijos antes de permitir que la consideren un obstáculo para la construcción de un mundo "multiculti".
¿Qué ha habido en todo este tiempo?
El silencio de los medios de comunicación que curiosamente informan puntual y detalladamente de los sucesos acontecidos a miles de kilómetros de su sede pero son incapaces de descubrir, ni tan siquiera intuir, los crímenes que se cometen en la casa de enfrente y mucho menos aún en la suya propia.
Nos enfrentamos además a la pasividad de la policía – que siente temor a ser considerada racista- y a la ceguera de la sociedad que prefiere sacrificar a sus propios hijos antes de permitir que la consideren un obstáculo para la construcción de un mundo "multiculti".
Algo huele
a carne podrida.
Y a mí, instintivamente y sin pensar
demasiado, el alma me dice, más bien me grita, que la inercia, la inactividad
de toda una comunidad no se deriva de los ridículos y absurdos escrúpulos a
aparecer como racista sino a una firme ideología clasista.
Ideología clasista, sí. Clasista. Aunque todos y cada uno de ellos voten mayoritariamente a los partidos de la izquierda. Una cosa es la ideología política, que aparece hoy en día absolutamente escindida del individuo y otra, muy distinta, es la ideología clasista que determina la aparición y el mantenimiento de colegios privados, hospitales privados, vuelos privados, clubs privados. Modelos todos ellos en los que el término privacidad no alude a otra cosa que no sea el de “ financiado directamente por el cliente”.
Es la proveniencia del capital lo que constituye las clases no la política.
La política únicamente defiende, critica o controla dichos intereses.
Ideología clasista, sí. Clasista. Aunque todos y cada uno de ellos voten mayoritariamente a los partidos de la izquierda. Una cosa es la ideología política, que aparece hoy en día absolutamente escindida del individuo y otra, muy distinta, es la ideología clasista que determina la aparición y el mantenimiento de colegios privados, hospitales privados, vuelos privados, clubs privados. Modelos todos ellos en los que el término privacidad no alude a otra cosa que no sea el de “ financiado directamente por el cliente”.
Es la proveniencia del capital lo que constituye las clases no la política.
La política únicamente defiende, critica o controla dichos intereses.
En segundo lugar, el hecho de que el artículo afirme que en Rotherham
se consideraba muy peligroso para las niñas viajar en taxi, invita a creer que un control policial hubiera sido socialmente admitido, incluso por “el
ejército de los anti-racistas”.
En tercer
lugar, resulta extraño el argumento que han ofrecido acerca del miedo a liberar a los fantasmas de la derecha radical si publicaban la procedencia de los delincuentes. No he entendido muy bien
si dicha explicación provenía de los interrogados o de los periódicos. Viniere de donde viniere, díganme: ¿Desde cuándo la policía se pregunta por las
consecuencias que puede desencadenar el hacer cumplir la ley?
¿Por qué mi
alma sigue llorando y me dice que detendrán a unos cuantos pero que el comercio de
niños sea para lo que sea no va a desaparecer?
¿Puede
investigarse, por favor, una posible corrupción policial en este asunto?
¿Puede investigarse un posible miedo real y
racional de los componentes de la policía a sufrir represalias por parte de esas bandas organizadas de pederastas, caso de que actuaran contra ellas? Porque sospecho que éste, y no el temor a ser considerada racista es el motivo real de la pasividad policial. Casi todos podemos imaginar que ese pobre
policía que está pensando en jubilarse sano y salvo, que sabe que haga lo que
haga y muera por lo que muera, nadie le va a agradecer su valentía, ha visto lo
que pasaba y ha mirado a otro lado pero no a fin de evitar ser calificado de racista, sino
para no complicarse una vida ya de por sí bastante complicada.
Lo confieso: me
quedaría profundamente satisfecha si el argumento de miedo a ser tildado de
racista se comprobara total y absolutamente, hasta sus últimos límites.
Porque lo cierto es que no hay forma de dejar de pensar que las causas de que tantos años y tantos niños hayan sido ignorados obedecen a otras cuestiones. Por ejemplo la corrupción y la decadencia en la que la sociedad ha caído. Y lo terrible, perdónenme ustedes porque lo que voy a decir no es “políticamente correcto”, lo terrible, digo, no es la “depravación” de las clases bajas. Lo terrible es que lo estén las élites económicas. Y sí, ya sé que muchos se ofenderán al leer “clases bajas” Pero ¿es que mi silencio hará desaparecer a las clases bajas?
Que las clases bajas, que no tienen otros
medios de subsistencia que sus propios brazos, se emborrachen en las tabernas o
se diviertan con los espectáculos vulgares que le ofrecen no es corrupción. Es
lo que hay y en esa “realidad real” tienen que luchar y construir sus vidas. La
amistad, la lealtad, el amor, nunca son ni valores, ni absolutos, ni eternos. La
amistad, la lealtad y el amor son como el dinero: “ahora lo tengo, dentro de un
minuto Dios dirá y yo, hasta donde pueda, le ayudaré a Dios a decidirlo. A mi favor, claro”. ¿He de silenciar
los entretenimientos vulgares de las clases bajas? ¿Les llevará mi silencio dedicarse a ocupaciones más
intelectuales? ¿Dejarán de comprar las revistas eróticas y las novelitas rosas
para adquirir en su lugar obras de los griegos clásicos?
Una cosa es
cierta. No son las clases bajas las que destruyen las sociedades. Las sufren, que
es distinto.
Los que arrasan no ya una sociedad sino una civilización entera son esos hombres y mujeres a los que su nacimiento les ha ofrecido la posibilidad de una buena educación y de una existencia asegurada y que en vez de luchar y esforzarse por un mundo mejor, más justo, sienten envidia de la libertad de las clases más bajas, de sus mundos dionisiacos, de sus risas fuertes y sinceras y de sus gritos e insultos tan fuertes y violentos como sus risas; de su descaro, de sus instintos nunca sujetos por la razón, de su razón firmemente dirigida por sus instintos. Y quieren imitarles. Superarles en su vulgaridad. Se empeñan en demostrar, como si de un simple juego se tratara, que pueden llegar a ser más vulgares que ellos. Y sin embargo, en ese querer ser como las clases bajas, las élites caen en lo que las clases bajas nunca han caído y nunca podrán caer: en la perversión moral. Porque la perversión oculta siempre el verdadero rostro de la maldad.
Las clases bajas, en cambio, saben –siempre lo saben- lo que esos hombres de élite económica no aciertan a distinguir: la diferencia entre el bien y el mal.
Los que arrasan no ya una sociedad sino una civilización entera son esos hombres y mujeres a los que su nacimiento les ha ofrecido la posibilidad de una buena educación y de una existencia asegurada y que en vez de luchar y esforzarse por un mundo mejor, más justo, sienten envidia de la libertad de las clases más bajas, de sus mundos dionisiacos, de sus risas fuertes y sinceras y de sus gritos e insultos tan fuertes y violentos como sus risas; de su descaro, de sus instintos nunca sujetos por la razón, de su razón firmemente dirigida por sus instintos. Y quieren imitarles. Superarles en su vulgaridad. Se empeñan en demostrar, como si de un simple juego se tratara, que pueden llegar a ser más vulgares que ellos. Y sin embargo, en ese querer ser como las clases bajas, las élites caen en lo que las clases bajas nunca han caído y nunca podrán caer: en la perversión moral. Porque la perversión oculta siempre el verdadero rostro de la maldad.
Las clases bajas, en cambio, saben –siempre lo saben- lo que esos hombres de élite económica no aciertan a distinguir: la diferencia entre el bien y el mal.
Esos hombres
que pudiendo ayudar a otros, porque sirven de ejemplo y sirven de ejemplo
porque el pedestal convierte a cualquier estatua en una obra de arte, prefieren
dedicar sus energías a satisfacer sus perversiones, sus deseos, sus egoísmos y utilizan la posición privilegiada de la que gozan en la sociedad para proteger
sus debilidades morales. Debilidades morales a las que ellos denominan extravagancias
del hombre superior y en la que han caído a fuerza de tenerlo todo y no saber
ya ni qué desear.
Y lo peor es que en su caída arrastran a universos enteros aquéllos a los que sus cuentas bancarias les hubieran permitido levantarlos.
Y lo peor es que en su caída arrastran a universos enteros aquéllos a los que sus cuentas bancarias les hubieran permitido levantarlos.
No. No ha
sido el miedo al racismo lo que ha impedido a los policías ingleses detener a
esa banda. Estoy segura de que saben más de lo que reconocen, más de lo que
pueden decir si quieren seguir vivos.
¿Una
prueba?
¿Se acuerdan
del locutor Jimmy Savile? Uno de los presentadores estrellas de la BBC inglesa.
En algunos periódicos remontan sus actividades pederastas al inicio de la década
de los sesenta. Fue interrogado en el 2007 sin que se formularan cargos en su
contra. Durante todas esas décadas y, teniendo en cuenta su longevidad, nadie
interpuso una demanda contra él a pesar de que el número de víctimas infantiles
que se baraja asciende a doscientos. En vez de eso, fue condecorado caballero en
reconocimiento a sus labores caritativas. El escándalo únicamente salió a la
luz después de muerto y pese a las reticencias de la BBC que seguía, tal vez
por la fuerza de la costumbre, intentando protegerle negándose a emitir “por
problemas editoriales” un reportaje sobre el caso de Newsnight. Cuando al
fin, después de haber fallecido, sus delitos salieron a la
luz, escuchamos la misma letanía que escuchamos ahora: el terrible sentimiento que provocaba el que
sus actividades hubieran durado tanto sin ser detectadas.”
¿De qué tenían
miedo los periodistas de investigación de la BBC – centro neurálgico de la
información inglesa - para no atreverse a mirar lo que sucedía en sus
aposentos? ¿Qué excusa podían alegar en esta ocasión? ¿Temor a ser acusados de falta
de compañerismo?
A veces he
pensado en escribir una tesis doctoral sobre el uso cínico del lenguaje pero
mucho me temo que sería una tarea inacabable. En vez de eso, mi mente, que no
mi alma, me recuerda los varios casos de
muertes por asfixia, bien por imprudencia, bien por asesinato, de diputados ingleses durante sus extrañas prácticas de
sexo y las enormes sumas que los parlamentarios ingleses gastan en alcohol en el
bar del Parlamento y que ha obligado a Cameron a dictar varias normas
encaminadas a restringir su consumo.
Existe un artículo
escrito por Fiona Measham y Phil Haldfield titulado todo empieza con “E”: Exclusión,
etnicidad y formación de élites en las discotecas. En el link que les adjunto
encontrarán dicho artículo escrito en pdf.
Lo dije en
mi blog titulado “Inspector Barnaby”: el racismo negativo es tan terrible como
el positivo y ninguno de los afectados por el racismo lo desea. El uno le
destruye a base de puñetazos y el otro, a base de halagos. En ningún caso le
permiten ser lo único que quieren ser: iguales. Y ese ser “iguales” significa
en su primera y más importante acepción que todos somos iguales ante la ley. Sin color, sin procedencia y sin rango.
“Os
venceremos con vuestras normas y os gobernaremos con las nuestras” sólo puede
imponerse en la medida en que el cumplimiento de nuestras leyes basadas en
principios a los que hemos llamado “nuestros”,
empiezan a perder importancia y cuando nosotros mismos las despreciamos
y les robamos vigencia.
No. No es
miedo a ser considerados racistas lo que ha frenado a esos policías a la hora de detener a los delincuentes. Ha sido el
simple y puro clasismo. Si en vez de ser niñas de familias sin recursos se
hubiera tratado de niñas de buena familia, el caso se hubiera resuelto de otra
manera y, desde luego, mucho antes.
Y sin embargo...
Sin embargo, caso de que Sherlock Holmes hubiera aceptado ocuparse de este asunto y hubiera comprobado que el tema de racismo
sí ha jugado, en efecto, un papel real en esta historia, estoy segura de que sospecharía, sin
dudarlo un instante, que se trata de una obra de Moriarty.
Isabel
Viñado Gascón
Nota 1.
Poco después de escribir este blog leí en el FAZ que
hay indicios de que un policía esté envuelto en el caso.
Nota 2.
No he vuelto a encontrar publicado nada más sobre el
caso.
Nota 3
¿Demasiados
conflictos internacionales?
Y entre tantas preguntas, resuena la voz altiva de Sherlock Holmes:
"Encuentren a Moriarty" - ordena - "Es nuestro hombre."
Isabel Viñado
Gascón.