Monday, August 18, 2014

Nombres y Apellidos


Me pregunto si el hecho de no saber nada, como ya confesé en un blog anterior, me salvaguarda el derecho a hablar de algo y mucho menos aún a escribir sobre ello. Si finalmente lo hago es porque he observado que algunos de los blogs que leo en los diversos periódicos internacionales no resultan mucho más sesudos que los míos lo que me inclina a sospechar que ellos tampoco saben mucho más de lo que yo sé.
Si dichos blogueros se lanzan al agua a pesar de que medio continente los observa, yo – que estoy en una isla desierta- puedo elucubrar mucho más libremente. Digo esto, con el mismo tono de cinismo que utilicé en el último blog. En éste, si cabe, más aún, porque los acontecimientos están tomando unas dimensiones ante las cuales el espectador si decide permanecer despierto hasta el final de la serie ha de estar  igualmente dispuesto a correr para tomarse un tranquilizante, lanzarse como un desesperado a buscar un bunker o llegar a elucubraciones de corte más o menos cínico. La mayoría de los cínicos que conozco leen superficialmente los titulares y luego los utilizan como tema de conversación a la hora del café. Esto siempre resulta más intelectual y menos grosero que detenerse a hablar sobre la mujer y las amantes del prójimo y menos profundo que conversar sobre los problemas personales que les acucian.

Pues bien, queridos contertulios, no saben lo que me acaban de contar. La Iglesia Católica ha dejado el Amor Universal para los feligreses. Como Institución, en cambio, no duda en mostrarse favorable a una acción armada en el Irak. Las circunstancias, ha explicado la Iglesia Católica, reúnen todos los requisitos para que pueda y deba iniciarse “una guerra justa”.

Ah ¡los apellidos! En mi época de estudiante una amiga mía tenía la divertida costumbre de repasar la lista de todos nuestros compañeros de curso a fin de “estudiar” sus apellidos. No pueden ni imaginarse cuánta información encierra un apellido. El único problema que entrañan respecto al tema que nos ocupa es que lo que nosotros consideramos a todas luces una guerra “justa” significa para los otros una guerra “santa”.  El segundo problema es que los diferentes apellidos no modifican el sustantivo que sigue siendo “guerra”, o sea, resolución de un conflicto a través del uso de la violencia. Caso de que esa acción armada no se limite a vender armas a uno de los dos bandos sino que incluya además fuerzas humanas de apoyo, tenemos guerra para rato. Primero porque, como decía mi amigo Carlos, la ola muta. Hace poco tiempo parecía que la enemistad entre Irán y los Estados Unidos iba a provocar la tercera guerra mundial (¿o sería la cuarta si incluimos la guerra “fría”?  Ahora los dos reparten armas a los Kurdos para que los Kurdos puedan defenderse primero, y ganar la guerra, después. Llegados a este punto es necesario no olvidar una serie de conceptos. a) Como no nos cansaremos de repetir, una guerra –cualquiera que sea su apellido- consiste en ganar al enemigo utilizando medios violentos. b) Defenderse se defiende el que va perdiendo pero que todavía no se ha rendido. c) El que presta ayuda al bando que en un determinado momento se está defendiendo no se llama humanitario, se llama aliado porque ayuda a ese bando  pero no ayudaría al bando contrario, caso de que dicho bando contrario se encontrara en esa misma situación. Caso de que se decidiera a ayudarle, el primero de los dos bandos ya no le llamaría “aliado” sino traidor, chaquetero, o como ustedes prefieran.  En segundo lugar,  cuando nos encontramos ante apellidos de tan rancio abolengo como son “Justa” y  “Santa”, la guerra tiende a alargarse y a recrudecerse aún más. En efecto, los conflictos entre Justicia y Santidad son sumamente peliagudos porque tales apellidos llevan aparejados valores morales, sagrados, universales y eternos que trascienden la simple ambición por la Expansión territorial y el Poder, motivos, ambos, que a la hora de provocar una guerra, resultan más materialistas y terrenales y por tanto, se pueden arreglar, también, más fácilmente.

Este nuevo conflicto armado se une a otro que ya existe. Me refiero a la guerra “civil”- otro apellido- que ha estallado en Ucrania. Algunos de mis amigos se niegan a aceptar el concepto de guerra “civil” cuando se habla de Ucrania pero yo, la verdad, no sé cómo llamarla si no. No obstante, en esta cuestión se hace preciso no olvidar que en Ucrania además de estar llevándose a cabo una guerra “civil”, cada uno de los bandos cuenta con sus propios aliados.

Rusia, el aliado de una de las dos partes, y el país con el que llevamos unos meses jugando al ajedrez , juega con las piezas blancas porque según los observadores ha sido el primer jugador en mover y eso en ajedrez corresponde siempre a las blancas.  Pues bien, Rusia acaba de hacer un nuevo movimiento. 

Este nuevo movimiento tiene el nombre y el apellido del actor de moda: “ayuda humanitaria”. Después de unos movimientos iniciales un tanto confusos para el espectador, Rusia propone ayuda humanitaria a Ucrania. Los ucranianos califican esta propuesta de cínica. Rusia, dicen los ucranianos, introduce a los bandidos, a los separatistas y  a los tanques y luego les proponen ayuda humanitaria. Mejor sería, dicen los ucranianos, que se llevaran a todos esos bandidos y entonces no haría falta dicha ayuda. Lo que temen es que dicho apoyo humanitario enmascare la introducción de armas para los separatistas pro-rusos. Un nuevo caballo de Troya, por así decirlo. Ante esas razonables sospechas y como al fin y al cabo se trata de una partida de ajedrez y no de una guerra propiamente dicha, no dudan en exigir una serie de requisitos a esa ayuda humanitaria rusa.

Ya en su momento, en la conferencia de paz de Múnich de 10 de Febrero de 2007, Putin expresó sus recelos por cómo eran tratados los rusos pese a su generosidad con los alemanes, al permitirles la reunificación y con los europeos, al permitir un proceso de transición a otro sistema político en paz.  No me cabe duda de que en dicho discurso la verdad aparece entremezclada con grandes dosis de propaganda. Sin embargo, considero un grave error, no atender seriamente a tales discursos y establecer estrategias de acorde con lo que tales discursos aparentan querer decir, intentan decir y dicen realmente. No escuchar adecuadamente al contrario da siempre malos resultados porque impide considerar la realidad en su justa medida. Europa debería prestar suma atención a sus posiciones diplomáticas respecto a Rusia puesto que esta partida de ajedrez les atañe más directamente que a sus aliados estadounidenses. Y en vez de estar elucubrando acerca de su lugar en el mundo debería dedicarse a actuar si no quiere convertirse en un triste Hamlet.

No sé cómo unos y otros denominarán al próximo movimiento de las blancas y tampoco sé en qué consistirá.  

Pero, lentamente, me invade la impresión de que a todos estos juegos varios de ajedrez, guerras y guerrillas les une un elemento común:

Están jugando con fuego.

Isabel Viñado Gascón.

 

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