Me pregunto si el hecho de no saber nada,
como ya confesé en un blog anterior, me salvaguarda el derecho a hablar de algo
y mucho menos aún a escribir sobre ello. Si finalmente lo hago es porque he
observado que algunos de los blogs que leo en los diversos periódicos
internacionales no resultan mucho más sesudos que los míos lo que me inclina a
sospechar que ellos tampoco saben mucho más de lo que yo sé.
Si
dichos blogueros se lanzan al agua a pesar de que medio continente los observa,
yo – que estoy en una isla desierta- puedo elucubrar mucho más libremente. Digo
esto, con el mismo tono de cinismo que utilicé en el último blog. En éste, si
cabe, más aún, porque los acontecimientos están tomando unas dimensiones ante
las cuales el espectador si decide permanecer despierto hasta el final de la serie ha de estar igualmente dispuesto a correr para tomarse un tranquilizante, lanzarse como un desesperado a buscar un bunker o llegar a elucubraciones de corte más o menos
cínico. La mayoría de los cínicos que conozco leen superficialmente los
titulares y luego los utilizan como tema de conversación a la hora del café.
Esto siempre resulta más intelectual y menos grosero que detenerse a hablar
sobre la mujer y las amantes del prójimo y menos profundo que conversar sobre
los problemas personales que les acucian.
Pues bien, queridos contertulios, no saben lo
que me acaban de contar. La Iglesia Católica ha dejado el Amor Universal para
los feligreses. Como Institución, en cambio, no duda en mostrarse favorable a una
acción armada en el Irak. Las circunstancias, ha explicado la Iglesia Católica,
reúnen todos los requisitos para que pueda y deba iniciarse “una guerra justa”.
Ah ¡los apellidos! En mi época de estudiante
una amiga mía tenía la divertida costumbre de repasar la lista de todos
nuestros compañeros de curso a fin de “estudiar” sus apellidos. No pueden ni
imaginarse cuánta información encierra un apellido. El único problema que
entrañan respecto al tema que nos ocupa es que lo que nosotros consideramos a
todas luces una guerra “justa” significa para los otros una guerra “santa”. El segundo problema es que los diferentes
apellidos no modifican el sustantivo que sigue siendo “guerra”, o sea,
resolución de un conflicto a través del uso de la violencia. Caso de que esa acción armada no se limite
a vender armas a uno de los dos bandos sino que incluya además fuerzas humanas de
apoyo, tenemos guerra para rato. Primero porque, como decía mi amigo Carlos,
la ola muta. Hace poco tiempo parecía que la enemistad entre Irán y los Estados
Unidos iba a provocar la tercera guerra mundial (¿o sería la cuarta si
incluimos la guerra “fría”? Ahora los
dos reparten armas a los Kurdos para que los Kurdos puedan defenderse primero,
y ganar la guerra, después. Llegados a este punto es necesario no olvidar una
serie de conceptos. a) Como no nos cansaremos de repetir, una guerra
–cualquiera que sea su apellido- consiste en ganar al enemigo utilizando medios
violentos. b) Defenderse se defiende el que va perdiendo pero que todavía no se
ha rendido. c) El que presta ayuda al bando que en un determinado momento se
está defendiendo no se llama humanitario, se llama aliado porque ayuda a ese
bando pero no ayudaría al bando
contrario, caso de que dicho bando contrario se encontrara en esa misma
situación. Caso de que se decidiera a ayudarle, el primero de los dos bandos ya
no le llamaría “aliado” sino traidor, chaquetero, o como ustedes prefieran. En segundo
lugar, cuando nos encontramos ante
apellidos de tan rancio abolengo como son “Justa” y “Santa”, la guerra tiende a alargarse y a
recrudecerse aún más. En efecto, los conflictos entre Justicia y Santidad son
sumamente peliagudos porque tales apellidos llevan aparejados valores morales,
sagrados, universales y eternos que trascienden la simple ambición por la
Expansión territorial y el Poder, motivos, ambos, que a la hora de provocar una
guerra, resultan más materialistas y terrenales y por tanto, se pueden
arreglar, también, más fácilmente.
Este nuevo conflicto armado se une a otro que
ya existe. Me refiero a la guerra “civil”- otro apellido- que ha estallado en
Ucrania. Algunos de mis amigos se niegan a aceptar el concepto de guerra “civil”
cuando se habla de Ucrania pero yo, la verdad, no sé cómo llamarla si no. No obstante, en esta cuestión se hace
preciso no olvidar que en Ucrania además de estar llevándose a cabo una guerra “civil”, cada uno de los bandos cuenta con sus propios aliados.
Rusia, el aliado de una de las dos partes, y el país con el que llevamos unos meses
jugando al ajedrez , juega con las piezas blancas porque según los
observadores ha sido el primer jugador en mover y eso en ajedrez
corresponde siempre a las blancas. Pues bien, Rusia acaba de hacer un nuevo movimiento.
Este nuevo movimiento tiene el nombre y el
apellido del actor de moda: “ayuda humanitaria”. Después de unos movimientos
iniciales un tanto confusos para el espectador, Rusia propone ayuda humanitaria
a Ucrania. Los ucranianos califican esta propuesta de cínica. Rusia, dicen los
ucranianos, introduce a los bandidos, a los separatistas y a los tanques y luego les proponen ayuda
humanitaria. Mejor sería, dicen los ucranianos, que se llevaran a todos esos
bandidos y entonces no haría falta dicha ayuda. Lo que temen es que dicho apoyo
humanitario enmascare la introducción de armas para los separatistas pro-rusos.
Un nuevo caballo de Troya, por así decirlo. Ante esas razonables sospechas y
como al fin y al cabo se trata de una partida de ajedrez y no de una guerra
propiamente dicha, no dudan en exigir una serie de requisitos a esa ayuda
humanitaria rusa.
Ya en su momento, en la conferencia de paz de
Múnich de 10 de Febrero de 2007, Putin expresó sus recelos por cómo eran
tratados los rusos pese a su generosidad con los alemanes, al permitirles la
reunificación y con los europeos, al permitir un proceso de transición a otro
sistema político en paz. No me cabe duda
de que en dicho discurso la verdad aparece entremezclada con grandes dosis de
propaganda. Sin embargo, considero un grave error, no atender seriamente a
tales discursos y establecer estrategias de acorde con lo que tales discursos
aparentan querer decir, intentan decir y dicen realmente. No escuchar
adecuadamente al contrario da siempre malos resultados porque impide considerar
la realidad en su justa medida. Europa debería prestar suma atención a sus
posiciones diplomáticas respecto a Rusia puesto que esta partida de ajedrez les
atañe más directamente que a sus aliados estadounidenses. Y en vez de estar
elucubrando acerca de su lugar en el mundo debería dedicarse a actuar si no
quiere convertirse en un triste Hamlet.
No sé cómo unos y otros denominarán al
próximo movimiento de las blancas y tampoco sé en qué consistirá.
Pero, lentamente, me invade la impresión de
que a todos estos juegos varios de ajedrez, guerras y guerrillas les une un
elemento común:
Están jugando con fuego.
Isabel Viñado Gascón.
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