Cada vez que termino un blog me digo a mí
misma que ese será el último. Que es mejor seguir los consejos de mi buen amigo
Carlos y dedicarme a mi vida privada, en vez de dedicarme a escribir sobre
temas en los que ni siquiera los expertos se ponen de acuerdo. Recuerdo una
reunión en la que se comentaban algunos temas de actualidad, en la que una
amiga no dudó en reprochar a su marido, que en aquél momento estaba dando su
opinión, su capacidad para arreglar todos los problemas de este mundo, sólo los
suyos propios no. Estaba enfadada porque desde hacía dos meses la ducha del cuarto
de baño estaba atascada y él todavía no la había arreglado, ocupado, como
estaba, en enterarse de “lo que pasaba en el mundo”.
Es difícil explicar por qué uno habla de los
acontecimientos que suceden a kilómetros de distancia y todavía lo es más
aclarar por qué escribe sobre ellos y se atreve a publicar sus reflexiones en
un blog lanzado al viento, ignorando en qué manos va a caer. Sincera y
autocrítica, soy consciente de que dos actitudes son las que me mueven a
escribir. Una, el cinismo. Con este
término no estoy haciendo referencia al cinismo tradicional, sino a un nuevo
tipo de cinismo producto de una época en la que los medios de comunicación
ponen a nuestra disposición los rincones más recónditos del planeta en cuestión
de segundos. Estamos más informados pero ¿sabemos más? Creemos que sabemos pero
estamos tan abocados a ser víctimas de la propaganda como lo fueron nuestros
antepasados. Nos llegan fotografías y pruebas que demuestran que las informaciones
recibidas son auténticas y las damos por válidas porque se nos ha dicho que
“una imagen vale más que mil palabras”. No tardamos en ser informados
nuevamente de que muchas de esas fotos son falsas y de que los videos han sido
rodados en “estudios” al aire libre.
El cínico tradicional estaba dentro de la
realidad a la que se refería y a la que pretendía destruir con sus comentarios
tan hirientes como certeros. Esa era la forma que utilizaba para conseguir
separarse de esa realidad en la que estaba inmerso y que le resultaba
insufrible. El cinismo actual, en cambio, es el cinismo del observador externo,
del que comenta estando fuera de la realidad a la que se refiere. Con ello
aspira, al contrario que el cínico tradicional,
a introducirse dentro de dicho escenario. Nos encontramos así a actores
que firman panfletos en contra de tal o cual bando armado para poco después
tener que desdecirse asegurando que ellos, en realidad, no son expertos en el tema.
Su adhesión al panfleto, en este caso, es cínica. Las razones para desligarse
de él, según las malas lenguas, también.
Si imaginamos, por un momento, que las malas
lenguas, por una vez, tienen razón, estaríamos entonces ante dos tipos de
cinismo. En el primer momento, se trata del nuevo cinismo. Se adhieren a un
comunicado sin ser realmente expertos y sin importarles realmente qué significa
lo que están diciendo. Firman un
comunicado que no afecta a su vida cotidiana. Se trata simplemente de una pose
ideológica. En el segundo, cuando de repente comprenden que se hallan dentro de
su propia realidad y que dicho comunicado afecta a su existencia cotidiana, no
dudan en desvincularse de un comunicado con cuyo contenido sus vidas no están
realmente unidas. Este segundo momento representa lo que yo he denominado antes cinismo tradicional.
El cinismo de nuevo corte es mucho más naif
que el tradicional. Las distancia que media entre el comentario y el objeto
comentado lo convierte en menos hiriente y menos dañino. Se origina a partir de
las noticias y es un híbrido entre el comentario literario y el comentario
cinematográfico. En estas producciones artísticas el comentador comenta lo
visto “como si” los personajes y las situaciones fueran reales aunque sabe que
son “ficciones”. En lo que a las informaciones de los sucesos se refiere, el
comentarista las toma “como si “fueran
reales”, aunque sea consciente de que “pueden parecer reales y no serlo”. Así
pues, lo que le convierte en cínico es más su origen que el contenido de sus
afirmaciones. El nuevo cínico no pretende cambiar el mundo y su interés por él
es relativo y mutante. Sus comentarios no nacen después de una reflexión
profunda sobre el mundo en el que su vida transcurre, ni tras largas
disquisiciones y disputas filosóficas. La superficialidad y no otra cosa es lo
que le define. Lanzar sentencias al aire que en realidad no pretenden
significar nada. Sentencias que mutan con el aire. Por eso el nuevo cínico,
igual que le sucede al cínico tradicional, se muestra sumamente sorprendido si
alguien lo toma en serio.
Pero si no toma en serio la realidad de la
que habla…
Pero si no se toma en serio ni él mismo….
La segunda actitud
es, aunque resulte paradójico, la necesidad de trascender ese cinismo que, como
todo cinismo que se precie, es estéril, a través de la reflexión crítica. Es cierto que los
acontecimientos que se desarrollan en otros puntos del planeta rara vez afectan
a mi vida diaria pero no es menos cierto que como Publio en su día escribió “nada
de lo humano me es ajeno” y que como Unamuno, habida cuenta de su desconfianza
ante el concepto Humanidad, rectificó: “
a ningún otro hombre estimo extraño”. De ahí mi constante esfuerzo en no anclar
mi pensamiento entre buenos y malos, locos y cuerdos, e intentar dotar de
sentido eso que a todas luces carece de ello. De ahí mi llamada constante al
individuo, a ese ser individual que ante tanta grandeza que le rodea ha terminado
por perder la noción de su tamaño real y con ello de sus propias posibilidades
y capacidades. El individuo que prefiere regalar su individualidad al grupo
antes que aceptar su propia talla y por tanto la responsabilidad que tiene para
con los otros individuos. El individuo que una vez dentro del grupo, cree que
refugiándose en la realidad virtual y en la existencia hedonista que se le
ofrece sigue conservando su individualidad. Siempre fue así. No es nuevo. Lo
nuevo - lo relativamente nuevo porque lo estamos sufriendo desde la aparición
de los totalitarismos, sean del corte que sean- es que el grupo está adoptando
los rasgos propios del individuo y el individuo, está tomando los de un grupo, de forma que ya no se les
puede desvincular. Lo terrible es que los nuevos círculos locales que están
apareciendo siguen construyendo sus estructuras no para que el individuo pueda
ejercer su individualidad en el grupo, sino nuevamente para que el individuo se
desintegre en el grupo.
Todos hablan de construir una nueva sociedad
y proliferan las teorías que sostienen que en cada individuo hay un dios. Caso
de que esto sea cierto mucho me temo que ese dios está dormido si todavía no ha
muerto. Se habla de los beneficios que las relaciones sociales proporcionan a
los individuos sin detenerse a pensar que tales ventajas sólo son posibles si
el grupo se conforma individuos auténticos, porque en caso contrario uno regresa a su casa aún más
majadero de lo que sale. Mucho me temo que los temores de Nietzsche se
confirman una y otra vez: nos hemos convertido en hombres débiles, máscaras que
ocultan una debilidad de carácter y un empacho de saber no digerido porque lo
hemos querido devorar a bocados, sin ni siquiera masticarlo: rápido y mal. La
era de la velocidad y ahora pagamos las consecuencias. Una educación en la que
se pretende que el alumno aprenda de todo –Fast Know- para no saber de nada. Y
esto no es problema exclusivo de una parte del mundo, ni de una determinada
cultura. Es un problema que atañe a todos, con independencia de la raza, la
religión y la cultura. Afecta a todos que estamos dentro de la civilización
informatizada, que nos hace creernos individuos cuando no somos sino aprendices
de individuo. Eso es peligroso, pero no tanto como considerar “individuo” a los
seres que triunfan gracias a los métodos más variopintos de manipulación y
dirección de las masas y no me interesa tanto quiénes sean los manipuladores –
que siempre los ha habido- como el riesgo de que se considere individuo sólo al
triunfador. Esta advertencia no es nueva. Ya la hizo en su día Nietzsche. El
éxito no tiene nada que ver con el verdadero individuo.
¿Y qué hacen los aprendices de individuo? Se
quedan en Nietzsche, sin digerirlo. En realidad, adoran divagar con la historia
de la inversión de valores sin ni siquiera comprender que la inversión de
valores por la que Nietzsche abogaba se refería justamente a luchar contra la
hipocresía, la superficialidad, la ligereza, la falta de criterios. Nietzsche,
mi buen Nietzsche, mantenía vigentes a través de sus delirios poéticos las
ideas kantianas que a nadie le interesaba recordar. El “atrévete a saber” no es
lo mismo que el ‘atrévete a informarte”. El “atrévete a saber’ no es lo mismo
que “el atrévete a mirar’. Y para saber,
realmente saber, se necesita algo que hoy en día se ha tornado en sinónimo de
fantasma, de monstruo asesino: la soledad.
Lutero, Kant y Nietzsche. Tres individuos. Solitarios
los tres. Cada cual a su modo. Soledad para pensar. Soledad para escribir.
Individuos para construir una sociedad.
En ello estoy: luchando contra el nuevo cinismo,
a fuerza de usarlo y decir que lo uso, y luchando por un nuevo pensar ilustrado
capaz de hacer brotar la semilla del auténtico individualismo.
Ah, dejémoslo por hoy.
Hoy es un día gris.
Isabel Viñado Gascón.
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