Hay series de televisión que son obras
maestras por más que su contenido se base en los mismos esquemas en los que se
basan otras muchas series. En el caso que nos ocupa, el crimen y el suspense.
Inspector Barnaby trata los casos que ha de resolver un inspector jefe de un
condado británico.
Dicho
inspector jefe es guapo, elegante y activo. Su mujer, por el contrario, es un ama de
casa de aspecto flemático –casi indolente- que permanece a su lado sin hacerle sombra. Tampoco lo pretende. A ella le preocupa el jardín, planear las vacaciones, comprar una botella de
vino para los invitados que acudirán a cenar, los ensayos en el coro de la parroquia, sus
reuniones con las vecinas para organizar pequeños festejos. Tienen una
hija que quiere ser actriz pero que a falta de trabajo, ha de mantenerse ecónomicamente con empleos temporales de escasa remuneración. Pese a ocupar un segundo plano, las observaciones de las dos mujeres ayudan frecuentemente – aunque sea de forma inconsciente – al cabeza de familia.
Esta estructura familiar que se basa más en
la “separación de papeles”, que en el machismo propiamente dicho, se encuadra
dentro de una atmósfera profesional jerárquica, En efecto, el inspector Barnaby “insta”
a su ayudante a que éste le abra la puerta del coche, haga la guarda nocturna y
se manche los zapatos, sin jamás permitirle una palabra más alta que la otra; ni tan siquiera una pequeña palabrota. Nada que ver con los modales a las que
las series americanas nos tienen acostumbrados. Barnaby no es un “superhéroe”.
Barnaby es un inspector inglés chapado a la antigua al que le gusta que las
cosas se mantengan en su lugar sin apelmazarse. Uno de esos hombres cuyo
sentido común le hace amar las estructuras no tanto por el orden sino por la comodidad.
A Barnaby le molesta todo lo que sea incómodo. En este sentido hay que decir que
el exceso –aunque sea un exceso de orden- le molesta tanto como el crimen: ambos
enturbian su paz y su tranquilidad.
En lo que respecta al condado donde trabaja Barnaby cabe señalar que es tan tradicional que la primera vez que el espectador presencia la serie no
sabe muy bien en qué época se desarrolla la acción. Es como si el tiempo no
hubiera pasado por allí: ninguna música pop vociferando por los altavoces, los
aparatos electrónicos aparecen sólo y exclusivamente cuando son verdaderamente
necesarios. No hay grandes discusiones políticas ni graves conflictos sociales.
Los pequeños problemas se resuelven en asambleas locales en los que todos tienen
el mismo derecho de participación. Las gentes visten de forma intemporal, nada
de extravagancias, nada de cortes de pelo rocambolescos, ninguna tendencia punk, ninguna tendencia gótica, nada de pluralidad
ni étnica ni religiosa. Las fiestas populares se basan en pequeños juegos y
actividades que los propios habitantes del pueblo organizan. A los extraños se
les trata con cortesía pero con frialdad y de ellos se espera que se marchen en
cuanto hayan dejado sus libras en la caja.
Así pues, el mundo del inspector Barnaby es
un mundo compacto, sereno, tranquilo, tradicional. Los grandes propietarios con
sus antiguos títulos siguen disfrutando del mismo trato privilegiado que durante
siglos han gozado sus antepasados aunque, eso sí, sin tanto dinero como
aquéllos. Arreglar las grandes mansiones constituye siempre un penoso esfuerzo
económico y los nobles, por muy nobles que sean, se ven obligados a ganar – a veces
de formas muy poco nobles - el dinero necesario para arreglar el tejado del
castillo.
Y sin embargo…
Sin embargo, y en esto justamente radica la
grandeza y la genialidad de la serie, ese mundo íntegro, coherente, sosegado y
sin fisuras sociales oculta rencillas y odios que a veces se han arrastrado
durante siglos y generaciones. Los espías americanos son aprendices en
comparación con los habitantes de esos pueblos, dedicados a investigar a sus
vecinos. Los vicios no confesados y escondidos entre las cuatro paredes de los
lugares más variopintos, se multiplican por doquier. Además del dinero – que es el clásico motivo -
los asesinatos que se cometen tienen por objetivo o bien la venganza o bien el
intento de que dichos “pecados” salgan a la luz pública. Los asesinos no son
delincuentes comunes, no son drogadictos, no provienen de otras culturas, no
son ciudadanos marginales. Los asesinos son personas normales y corrientes. Más
aún: mucho de ellos pertenecen a las esferas llamadas “respetables” de la
sociedad. Los asesinos son curas, ancianas, lores, sires, médicos… Y no se trata de asesinos que comentan un crimen.
A lo largo de cada episodio el espectador ha de esperar entre tres y cuatro asesinatos.
A lo largo de cada episodio el espectador ha de esperar entre tres y cuatro asesinatos.
Así pues, Inspector Barnaby termina por ser
una profunda crítica del mundo claro y diáfano, de ese mundo en el que parece
que “nunca pasa nada”, ni siquiera el tiempo.
La serie significa una advertencia hacia aquéllos que se empeñan en creer y en hacer creer que un mundo pluralista provoca más enfrentamientos y más asesinatos e introduce más desorden social. Lo que capítulo por capítulo se muestra es que un mundo inmovilista no es sinónimo de un mundo mejor sino de un mundo estancado en el que el pasado juega un papel protagonista del que los personajes no pueden separarse porque es ese pasado y no el futuro el que gobierna sus existencias y sus pasiones. La codicia y la avaricia no sólo dominan a las clases populares sino, y sobre todo, a las clases respetables que desean llevar un nivel de vida que ya no pueden mantener con sus propios medios económicos.
La serie significa una advertencia hacia aquéllos que se empeñan en creer y en hacer creer que un mundo pluralista provoca más enfrentamientos y más asesinatos e introduce más desorden social. Lo que capítulo por capítulo se muestra es que un mundo inmovilista no es sinónimo de un mundo mejor sino de un mundo estancado en el que el pasado juega un papel protagonista del que los personajes no pueden separarse porque es ese pasado y no el futuro el que gobierna sus existencias y sus pasiones. La codicia y la avaricia no sólo dominan a las clases populares sino, y sobre todo, a las clases respetables que desean llevar un nivel de vida que ya no pueden mantener con sus propios medios económicos.
La “limpieza” que el exterior ofrece es sólo aparente. Los pueblos están manchados
de sangre porque el que quiere matar siempre encuentra alguna razón para
hacerlo. Lo “limpio” no siempre es “limpio”. Lo “limpio” esconde lo “sucio”. Y
así, Barnaby consigue romper el círculo del principio de identidad e introduce
de forma majestuosa, brillante y elegante el principio de contradicción.
Principio de contradicción en el que dos antagonistas eternos: “lo que parece” y
“lo que es”, libran la eterna batalla que él, Barnaby, ha de ganar en cada
capítulo.
Pero la sociedad, claro, no tiene tiempo para
ver series como Barnaby y mucho menos para reflexionar sobre ellas. La sociedad
zapea cuando mira la televisión, surfea cuando se sienta delante del ordenador y lee diagonal
cuando entre sus manos tiene un periódico o un libro. La sociedad todavía no se
ha enterado de que una sociedad compacta, sea de la religión y de la ideología política que sea, esconde inmoralidades, venganzas,
avaricias no confesadas, que es necesario esconder.
La sociedad americana, tampoco lo sabe.
Llevan años asistiendo a tiroteos ejecutados
por niños y adolescentes. Un par de noticias sensacionalistas en los periódicos
internacionales, un par de aclaraciones acerca de las condiciones socio-familiares
de los asesinos y un par de discusiones sobre la tenencia de armas por los
ciudadanos. Dos horas de cine y a casa.
Las urbanizaciones residenciales en las que
el grado de seguridad garantizado es proporcional a las normas de
comportamiento que han de seguir sus habitantes proliferan por doquier. Los jardines
siempre verdes y cuidados, las casas
siempre relucientes, y las personas impecablemente vestidas se rodean de
grandes verjas y cámaras de seguridad. La gente busca “gente como yo” y se
parapeta dentro de su bastión. “Gente como yo”. Esto es: gente que se dedique a lo
mismo que yo, sin ser mi colega, que tenga mis mismos hábitos, mis mismos
horarios, mis mismas ideas políticas y si puede ser, incluso mis mismas macetas
– o al menos macetas cuyas flores formen un bonito cuadro con las mías.
Al final uno comprueba que esos lugares no
son ni los paraísos que "las gentes como yo" aseguran que son, y posiblemente tampoco las cárceles que sus críticos describen.
A decir verdad, esos lugares se corresponden con el principio de identidad. La entidad es idéntica consigo misma. Pero lo es en su variante masificada: las casas son iguales, los jardines son iguales, los residentes son iguales. Todos ellos parecieron sacados en su momento de una fábrica de producción en cadena y ahora de una impresora 3d. Entre medio, un producto artístico de Andy Warhol.
A decir verdad, esos lugares se corresponden con el principio de identidad. La entidad es idéntica consigo misma. Pero lo es en su variante masificada: las casas son iguales, los jardines son iguales, los residentes son iguales. Todos ellos parecieron sacados en su momento de una fábrica de producción en cadena y ahora de una impresora 3d. Entre medio, un producto artístico de Andy Warhol.
¿Y qué se hace con lo diferente? De momento
se le mantiene bajo sospecha. Y lo diferente incluye todo lo que no pertenezca
aquí, todo lo que no se comporte como se comporta “todo el mundo”. Hace unos
meses, puede ser que unos años, un joven de quince, tal vez dieciséis años, a
los que sus padres le habían castigado a quedarse en casa se escapó por la
ventana, se fue con sus amigos, se emborrachó y regresó a su casa. Lamentablemente
se equivocó de portal. Era de noche. El vecino lo confundió con un atracador y lo mató. Ese “era de noche”
es importante. Era de noche y el presunto atracador era negro. Negro como la
noche. Por eso se le podía confundir tan tranquilamente. Si hubiera sido
blanco, hubiera podido imperar el principio de contradicción pero siendo negro
y siendo de noche…. Principio de Identidad. Nuevamente ese terrible, peligroso,
peligrosísimo, principio de identidad.
Me asombró entonces que los compungidos
padres aceptaran en sus declaraciones el principio de identidad. Pero ¿podían
hacer otra cosa? Hicieron lo que se esperaba que hicieran. Aceptaron el
principio de identidad. Era un “mal” chico, borracho, que no aceptaba los
castigos paternos y era negro como la noche. Mala suerte.
Curiosamente lo que no me asombra nada es lo que parece asombrar a todos. Esto es: que ante el caso
de Michael Brown una ciudad entera indignada, justamente indignada, decida
oponerse al principio de identidad y se lance a anunciar el principio de
contradicción. Ya era hora.
El presidente de los Estados Unidos llama a la
calma para -explica- no caer en el caos y con ello ignora –o quiere ignorar- -o quiere hacer
ignorar- que con su reacción los habitantes
de Ferguson no están provocando el caos. ¡Al revés! ¡Lo están denunciando! Y
eso pese a las amenazas de cárcel, de palizas y de presiones que están recibiendo por parte del Principio de
Identidad. Llevan años denunciándolo de forma cívica. La discriminación
negativa les molesta tanto como la positiva, a la que tantos integrantes del
Principio de Identidad aluden una y otra vez para ridiculizarlos.
Llega un momento en el que un individuo no puede
más y el otro tampoco, y el otro tampoco. Y de repente, el grupo se hace uno.
Principio de identidad, sí. Principio de identidad. El grupo se hace uno no
porque todos quieran ser iguales y sacrifiquen u olviden sus diferencias, sino porque realmente todos son iguales.
Principio de identidad y Principio de Solidaridad, que por una vez no tiene nada que ver con el Principio de Caridad en el que se ha convertido (o lo han convertido).
Y a ese grupo, compacto en su dolor y en su rabia tanto tiempo contenida, sólo le puede detener, en efecto la fuerza militar. O sea una fuerza que sea diez veces mayor que la fuerza del grupo. El dolor es ciego pero cuando se le infravalora es atroz. Hoy es una revuelta. Si las autoridades americanas no hacen nada y pretenden que todo siga como siempre, mañana tendrán que hacer frente a una revolución.
Y a ese grupo, compacto en su dolor y en su rabia tanto tiempo contenida, sólo le puede detener, en efecto la fuerza militar. O sea una fuerza que sea diez veces mayor que la fuerza del grupo. El dolor es ciego pero cuando se le infravalora es atroz. Hoy es una revuelta. Si las autoridades americanas no hacen nada y pretenden que todo siga como siempre, mañana tendrán que hacer frente a una revolución.
¿Dónde se han quedado los indios americanos?
Ah, sí. Ya me acuerdo. En sus reservas.
Es cierto, sí. Es cierto, que la mayoría de
los componentes de los guetos socialmente más problemáticos son negros,
mestizos e hispanos. Es cierto. Pero no es menos cierto que el Ku Klux Klan
existe en los Estados Unidos desde el final de la guerra de secesión y el
racismo y el esclavismo desde mucho antes.
Lo que une a marginados y marginadores: la marihuana. Tal vez sea ese el motivo que les lleva a liberarlizarla: el deseo de fraternización, "haz la paz y no la guerra". Pero no, no es éste el caso. Lo sabemos todos. Es una cuestión pura y simplemente comercial. Aquí se encuentra el único punto de intersección en el que amigos y enemigos se reúnen, bromean, ríen y estrechan sus manos. El comercio, el único comportamiento realmente global, ( y" global" digan lo que digan sus detractores no es lo mismo que "Principio de Identidad" sino "Principio de Concentración", o sea, "Principio de Anulación y Victoria"); el comercio, basado en la oferta y en la demanda, ignorante de las barreras sociales y étnicas poque no se rige por otro valor que no sea el beneficio económico, así lo exige.
La pluralidad comercial empieza a ser tan sospechosa como la unidad del sistema de vida que se presenta en la serie "Inspector Barnaby".
Lo que une a marginados y marginadores: la marihuana. Tal vez sea ese el motivo que les lleva a liberarlizarla: el deseo de fraternización, "haz la paz y no la guerra". Pero no, no es éste el caso. Lo sabemos todos. Es una cuestión pura y simplemente comercial. Aquí se encuentra el único punto de intersección en el que amigos y enemigos se reúnen, bromean, ríen y estrechan sus manos. El comercio, el único comportamiento realmente global, ( y" global" digan lo que digan sus detractores no es lo mismo que "Principio de Identidad" sino "Principio de Concentración", o sea, "Principio de Anulación y Victoria"); el comercio, basado en la oferta y en la demanda, ignorante de las barreras sociales y étnicas poque no se rige por otro valor que no sea el beneficio económico, así lo exige.
La pluralidad comercial empieza a ser tan sospechosa como la unidad del sistema de vida que se presenta en la serie "Inspector Barnaby".
Los americanos, eternos liberadores de
los oprimidos, constructores de un mundo en paz, defensores de un mundo plural
y tolerante, no han sabido liberar a los suyos.
La partida de ajedrez continúa…
Isabel Viñado Gascón.
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