Tuesday, March 17, 2015

Y sin embargo, se mueve

“Der Spiegel” se muestra asombrado con las reformas referentes a la Religión introducidas en los últimos planes de estudio en España. Les llamamos “los últimos” aún a sabiendas de que a éstos les seguirán otros muchos. Viene siendo habitual desde hace décadas. Lo único que no reformamos es la incultura congénita a la que al parecer estamos condenados desde los tiempos de los dinosaurios.

Cuatro son los aspectos que básicamente sorprenden al periódico germano. El primero, que aunque la Religión sea una asignatura optativa, goza de un status de privilegio con respecto a las otras asignaturas optativas. Esto significa que la nota que se obtenga en esa asignatura se valora al mismo nivel que otras asignaturas como Matemáticas, Inglés y similares. El segundo, que el contenido de la asignatura de Religión esté confeccionado y determinado por la Iglesia Católica. El tercero – consecuencia lógica de lo anterior- que la asignatura de Religión obvie otras religiones diferentes de la Católica, como pueden ser la islámica y la judaica. El cuarto, que exista tal situación en un país como España, en el que cada vez menos alumnos eligen dicha asignatura y en el que el número de practicantes católicos no deja de descender.

¡Pero de qué se extrañan estos alemanes!

¿Qué otra cosa si no podía esperarse?

En España la asignatura de filosofía no deja de perder horas, el latín y el griego son menospreciados por inservibles y los desesperados profesores de literatura ya no saben ni qué inventar para que sus alumnos lean “algo”, al menos “algo”.

En la científica y tecnócrata Alemania, los humanistas conservan sus islas en los institutos llamados “humanistas”, donde los alumnos se someten libremente – hasta donde la libertad de muchachos y jovencitas de diez años alcanza- al aprendizaje del latín y del griego. Algunos hasta el final de su vida escolar. Esto es: nueve años traduciendo latín y seis griego. El estudio de la filosofía se expande tímida pero inexorablemente en los planes de estudio, unas veces a pecho descubierto, otras bajo el rótulo de “Ética” y otras encubierta por la denominación de “religión protestante”. En Francia se lee a Moliere, a Voltaire y a Montesquieu y se hacen concursos anuales de elocuencia en la que los alumnos han de desarrollar en seis o siete minutos un tema. 

Humanismo, va: humanismo, viene.

Es cierto. El Humanismo va más que viene. Su crisis afecta a todos sin excepción. En este sentido, debe considerarse la indolencia intelectual como uno de los rasgos más globales del planeta Tierra. Los escolares son vagos aquí y allá. 

Los antiguos institutos, lugares de formación y encuentro de los futuros intelectuales y científicos de España, se han convertido hoy en día en lugares masificados, vulgarizados por la apatía, y por una igualdad mal entendida que obliga a todos a concentrarse en conocimientos teóricos por el que la mayoría no siente el menor entusiasmo. Muchos preferirían estar aprendiendo un oficio y trabajando, si les dejaran y si hubiera trabajo. Mientras tanto están sentados ahí: ocupando con desgana y a veces incluso de mala manera el pupitre más sofísticado que uno pueda imaginarse, con los últimos adelantos informáticos del mercado, a ver si así se consigue lo imposible: motivar al inmotivado inmotivable. La educación atraviesa una crisis producto de la crisis misma de la sociedad, de sus costumbres y de su espíritu.

El laicismo ilustrado –no me cansaré de repetirlo- se ha traicionado a sí mismo y se ha convertido en una espeluznante caricatura de lo que fue un día. Yo, francamente, no sé ni qué hacer cuándo lo veo de frente: decadente y empolvado, exigiendo libertad y censurando al mismo tiempo a los que piensan de modo diferente que él. ¿Su última insensatez? La absurda idea de boicotear a unos diseñadores porque tienen opiniones que contradicen a los abanderados de la libertad. Para cualquier comerciante que se precie, el boicot, es lo que la Santa Inquisición al hereje: la tortura, si no la muerte.

No con boicots sino con argumentos es con lo que se hubiera debido responder a los dos diseñadores homosexuales que se han declarado en contra de la inseminación artificial; aunque hubiera sido con el archiconocido argumento: “Tengo los hijos que tengo y los tengo como los tengo: con la ayuda de la ciencia, el consentimiento de las leyes y la aprobación de mi real gana.”
Ya está.
Pero no. Incluso los más liberales tienden a boicotear, a prohibir ideas distintas de las suyas, a censurar, a instaurar nuevos aparatos de control y tortura...

Los ilustrados, los laicistas... a todos ellos los han condenado su arrogancia y su vanidad. Pero sobre todo los ha condenado el cómodo sillón en el que se han sentado y del que no están dispuestos a levantar el gordo trasero que sigue allí desde los tiempos de la Revolución francesa. Siglo tras siglo se han dejado vencer por la glotonería y la autocomplacencia. En vez de seguir siendo implacables consigo mismos, lo han sido con los demás. En vez de reflexionar sobre sus comportamientos, han sentenciado a los de enfrente.

El laicismo es el mismo aquí y allende de los Pirineos. Es cierto. La diferencia, sin embargo, es que para nosotros el laicismo era hasta hace poco tiempo un perfecto desconocido y ha atravesado nuestras fronteras cuando ya estaba decrépito y decadente. En Alemania y en Francia, por el contrario,  lo conocieron cuando éste se encontraba en su plena lozanía, rebosando salud, juventud y derrochando luz y brillo por donde quiera que fuera. En aquél tiempo, sus pecados no eran pecados sino errores debido a su impetuosidad, a la irreflexión de la edad... ¡Cuántas esperanzas no se habían depositado en él! Un continente entero se atrevió a derrotar a los tiranos más sanguinarios, a las teorías más viejas y a realizar las más grandes proezas en su nombre...

Todo eso fue hace ya mucho tiempo, es verdad. Pero fue.

España, fuerza es repetirlo, nunca lo conoció. Cuando no surgía un contratiempo, surgía otro, y cuando no, se alzó un muro imposible de atravesar, impasible ante cualquier revuelta y que sólo el tiempo, finalmente, pudo derribar. Y así, España, que con tanta ansia estaba esperando al laicismo, únicamente pudo ya saludar a la deleznable caricatura de lo que una vez había sido esa gran figura.

El laicismo en La Piel de Toro se convirtió en el invitado estrella de reuniones de la “beautiful people”, compartiendo whisky, cerveza y vino, alrededor de mariscadas de tomo y paso y de juergas flamencas de jamón y lomo, envueltas en sudor, corrupción y vomitinas. 

La hispánica Fuenteovejuna no daba crédito a sus ojos: lo único que diferenciaba a los nuevos laicos españoles de los otrora “Más católicos que el Papa” es que éstos acudían cada Domingo a la Iglesia a confesarse y los otros, no. Una de las frases que empezó a escucharse con asiduidad era aquélla que aseguraba que “Antes se hacía lo mismo que ahora, pero sabíamos que era pecado. Ahora no se cree ni que pueda estar mal.”

El laicismo ha intentado levantarse del sillón en traje de “educación ciudadana” y se le han adelantado los políticos de turno que han introducido la ideas que ellos han querido. Mucho de política y poco de ilustración.

¿Qué hacer?

Lo primero, regresar a las raíces.

Ha sido la crisis económica la que ha determinado que España decida regresar a sus raíces, a la ortodoxia a la que se refería Chesterton en su libro del mismo nombre, cuando afirmaba que la ortodoxia católica era como un muro alrededor del patio del colegio: su misión consiste más en proteger que en impedir. Mientras rodea al patio, los niños pueden jugar y saltar a sus anchas. En cambio, cuando desaparece el muro, lo único que los chiquillos ven es el abismo que tras él existe. A partir de entonces, temblando de miedo no vaya a pasar que en un descuido se precipiten al vacío, ya no se atreven a moverse del centro del patio.

La ortodoxia de la naturaleza española es maniquea y bien maniquea: Buenos y Malos; el Norte y el Sur; el Barça y el Madrid; Payos y Gitanos; Rojos y Fachas; Los Reyes Magos y Papá Noel; Fortunata y Jacinta...

Lo segundo, hacer lo que mejor se nos da: organizar la fiesta. 

¿Cuál? ¿La nacional? Nacional, sí. La fiesta más vieja, la más castiza: la de moros y cristianos.

La otra fiesta nacional, la de los toros, se la reservado la Iglesia para sí solita. Y es que la Iglesia ha resuelto llevar a cabo lo que los políticos – los de la casta y los descastados- simplemente discutían, deliberaban, pero no se decidían a hacer: coger el toro por los cuernos.

¿Para qué gritar: “¡Qué vienen los moros!” si la Iglesia Católica ya está aquí? ¿Que los jóvenes se van con los yihadistas porque están hartos de la corrupción moral occidental, hartos de un laicismo cada vez más viejo, inculto e inmóvil y  prefieren cumplir las leyes religiosas estrictamente y a raja tabla? ¡Haberlo dicho antes, hombre! Después de dos mil años de experiencia, la Iglesia Católica tiene leyes para cumplir en este mundo y en mil mundos paralelos más. ¿Gran Hermano? ¡Menuda insensatez! ¡Si es el mismísimo Dios el que constantemente nos vigila! Y si es por rigidez, tampoco hay que preocuparse. Los católicos por tener tienen incluso la flagelación. ¿Que en el Islam hay que rezar cinco veces al día? ¡Poco en comparación con los rezos de los católicos! Desde por la mañana hasta por la noche hay que rezar: en el autobús, mientras se cose, mientras se prepara la cena, mientras se sube en el ascensor ... 

Los verdaderos guardianes de la civilización de Occidente, dicen los católicos, no son los laicos, que se han traicionado a sí mismos después de haber traicionado a la Iglesia Católica, a la cultura occidental y a todo lo verdaderamente sagrado. Los verdaderos guardianes, dicen los católicos,  son los católicos.  

¿Quién quiere divertirse un rato?

Y la pregunta, claro es ¿quién no quiere divertirse?

¿Habrá voces que protestarán? ¡Pues claro! Eso hace todo más divertido. En España, los de la extrema izquierda necesitan a los extremos católicos, tanto como los extremos católicos a la extrema izquierda. 

Ironías aparte. Lo dije en su día en mi blog “Cartas Persas” y lo repito ahora: Visto el éxito que ha alcanzado la religión islámica con la rigorosidad de sus preceptos, la Iglesia Católica va a intentar lo mismo. Es consciente de que una gran parte de la juventud está perdida y anda buscando nuevos horizontes. Es consciente de que quizás le suceda lo mismo que le sucedió a Chesterton: que se de cuenta que regresar a la Ortodoxia Católica sea la acción más valiente, más heroica, más novedosa, más arriesgada, que puede emprender. Pero la Iglesia es prudente. No tiene prisa por conseguir su objetivo. La apertura del nuevo Papa es predominantemente social. En lo referente a las cuestiones teológicas, hay que admitir que es un papado más bien confuso. Lo aclarará el siguiente Papa, o el posterior al siguiente - la paciencia de la Iglesia es milenaria-  pero lo aclarará.

España es el lugar en el que el experimento se va a llevar a cabo con la aquiescencia de los políticos conservadores, que ven en dicho intento la forma de mantener una parte de su electorado. España vuelve a sus orígenes. Inculta lo fue siempre. Pobre, seguramente también. Pero antes se divertía y ahora llora por los rincones, llora que llora. Como la Zarzamora. Y al igual que a aquélla desdichada, también a ella la ha traicionado el único amante al que ha amado con toda su alma: el laicismo.

Isabel Viñado Gascón






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