Friday, March 27, 2015

El suicidio de los delfines, el suicidio de las ballenas, el suicidio de los hombres….

Mi más profundo pesar por todas y cada una de las muertes de los pasajeros del avión siniestrado esta semana. Especialmente por la de los dieciséis muchachos que estaban comenzando a vivir. No hay palabras que puedan expresar la profunda tristeza que siento y el dolor que embarga mi alma cuando pienso en ellos; tanto que ni siquiera deseaba escribir sobre el tema. Si me he decidido a hacerlo es porque considero que el motivo aducido: el suicidio del copiloto, es confuso. No sé si porque realmente lo es o porque todos nosotros estamos tan consternados en este instante que nuestra mente se opone a aceptar la realidad. No lo sé. Sinceramente no lo sé. 

Mi opinión sin embargo es que hay que empezar a investigar otras cuestiones como son, por ejemplo, la influencia electromagnética en los sistemas tanto electrónicos como humanos, la influencia de los satélites artificiales y de las diversas ondas en los comportamientos de las máquinas y de los cerebros. Habría que empezar a considerar otras causas igual de válidas e igual de razonables, que puedan explicar el origen de los extraños fenómenos que parecen afectar al conjunto de los seres del planeta: electromagnetismo, por ejemplo. Hace poco un piloto tuvo que apagar los ordenadores porque le estaban mostrando un camino que le hubiera conducido directamente al vacío. Su experiencia y su desconfianza a lo que las máquinas tan claramente le señalaban, evitó una tragedia más que segura. Hace poco también un avión desapareció sin dejar huella y, curiosamente, sin que los radares ni los satélites pudieran localizarlo. Ni siquiera la tan temida NSA lo consiguió.
No es sólo esto:
Julio de 1980: unas sesenta ballenas acuden a morir a una playa australiana. No es el único caso. Este fenómeno lleva observándose desde hace más de veinte años.
Octubre de 2007: unos ciento cincuenta delfines acuden a morir a una playa de Irán. Tampoco se trata de un hecho aislado.
Enero de 2011:  extraña muerte de pájaros y peces en Arkansas. Se baraja la posibilidad de suicidio, enfermedad e incluso reacción ante el pánico provocado por fuegos artificiales. Se desestima un posible envenenamiento porque la muerte afecta única y exclusivamente a una especie.

Se dice que los suicidios de las ballenas y de los delfines son colectivos.
Las mismas razones que los científicos han proporcionado en el caso de los suicidios colectivos de las ballenas y de los delfines ¿pueden explicar también el caso del suicidio humano? ¿Puede ser que el “jefe” del grupo de las ballenas y delfines haya decidido lo que decidió el copiloto en su cabina? Esto es: ¿lanzar a toda su comunidad a la muerte y a él con ella?

Ese terrible principio de identidad “a” es igual a “a” contra el que constantemente mi alma se rebela pero que no deja de emplearse en la sociedad por lo útil que resulta para aclarar rápidamente lo que de otro modo exigiría largas y complicadas investigaciones y arduos razonamientos, queda ahora ignorado. Nadie se atreve a apelar a él, a pesar de que en los colegios se enseña que el hombre pertenece al reino de la Naturaleza y de que el hombre es un animal; a pesar de que los medios de comunicación se complacen una y otra vez en mostrar y demostrar que los animales tienen comportamientos “humanos”:  que saben sumar y restar y que violan a otras especies distintas a las suyas.

Precisamente por eso, porque nadie ahora se decide a usar el principio de identidad del que diariamente tanto se abusa, me veo obligada a sacarlo yo a colación. Es mi intención llamar la atención sobre determinados fenómenos a fin de que la investigación no se simplifique.Si alguna vez el hombre y el animal estuvieron cerca, nunca más que nuestros días. Conviene no olvidarlo justo en el instante en que se hace necesario tenerlo en cuenta.

En el caso del suicidio de los delfines, algunos científicos han determinado que su muerte es consecuencia de la violencia que han sufrido por parte de los pescadores. En Irán la mayoría de los cuerpos mostraba cortes y golpes por todo el cuerpo. Otros científicos, sin embargo, están convencidos de que se trata de un suicidio colectivo real. En el caso de las ballenas, la explicación aducida ha sido radical: se debía a un fallo de su mecanismo ultrasónico. En cambio, en lo que se refiere al evento humano se busca la depresión. Una profunda depresión que curiosamente no fue encontrada cuando estaba vivo y se le descubrirá después de muerto.

Sí.

Sin duda encontrarán los investigadores signos de depresión en el copiloto. Pero respondan con sinceridad: ¿quién a lo largo  de su existencia no ha sufrido alguna vez lo que se puede considerar un malestar psico-emocional? Muchos la sufren en silencio, algunos buscan alivio en la bebida, la droga, o en las diversiones de masa,  otros se desahogan con sus familiares y amigos y no faltan, por último, los que confían en los llamados “expertos” y acuden al psicólogo, al psiquiatra y últimamente al “coach”. 

Mi pregunta a la vista de los últimos resultados: ¿para qué visitar al médico, mucho menos al psiquiatra, cuando alguien quiere mantener en secreto su enfermedad? Y si  alguien de su entorno fue el que le aconsejó que lo hiciera ¿cómo es posible que se haya podido salvaguardar la confidencialidad? ¿Cómo es posible que nadie, absolutamente nadie, notara ningún sintoma, ningún cambio en su forma de ser? No estamos hablando de hombres solitarios encerrados en su habitación veinticuatro horas al día. No estamos hablando de jóvenes que están enganchados a juegos de ordenador. No estamos hablando de perdedores ni de fracasados. Estamos hablando de un joven de veintiocho años de edad que se dedicaba a lo que le gustaba y socialmente activo: miembro de un club, trabajo, familia...

Nadie había notado nada. Por lo menos hasta ahora.

A partir de ahora, ya no cuenta. Ya no sabremos si es que los que le conocían se han decidido a contar la verdad que mantenían oculta en sus corazones o se trata de una manipulación colectiva debido a los terribles acontecimientos.

En cualquier caso ¿No resulta todo esto asombroso?

Admitámoslo: la depresión que sufría el copiloto tenía que ser de tal embergadura que le condujera a precipitarse en la muerte sin ni siquiera considerar las otras vidas que de él dependían. Y si no era una depresión, por fuerza debía de tratarse de algún tipo de psicopatía que le determinara a actuar como si fuera Dios: señor sobre la vida y la muerte. Tal vez sufrió un ataque de pánico; quizás una alucinación pasajera que le hizo pensar que en vez de un avión estaba volando en su avioneta del club y que podía, por tanto, pasar por en medio de las montañas fácilmente. O simplemente  era un kamikaze sin causa. Lo más curioso es que ahora, precisamente ahora, nos enteramos que no se qué escuela de vuelo lo declaró no apto para la aviación, que estaba en tratamiento psiquiátrico y nadie lo sabía y que su novia lo había dejado el día anterior.

¿Queda algo más? Los datos son tantos que no dejan lugar a dudas. De hecho, hay una inflación de pruebas ¿No resulta todo esto asombroso?

La principal pregunta sigue siendo por qué nadie vió lo que ahora todos sin excepción ven y verán tan claramente.

¿Qué importa la respuesta?

Es más fácil, desde luego, afirmar que el co-piloto sufría de depresión.

Al fin y al cabo viene a significar que el copiloto, al igual que los delfines, llevaba cortes y golpes; no en su cuerpo pero sí en su alma, que él había aprendido a ocultar hasta que fue demasiado tarde para curarlos.

O que su sistema ultrasónico, como en el caso de las ballenas, no le funcionaba.

O que, como les pasó a los peces y aves de Arkansas, sufrió un ataque de pánico.

El motivo real se desconoce.

Quedar, quedan los muertos.

Descansen todos ellos en paz.


Isabel Viñado Gascón.


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