Wednesday, November 26, 2014

Alemania. Rusia-Putin. Francia-Le Pen. La Iglesia ortodoxa y la Iglesia del Vaticano.


Jorge acaba de llamarme. Está entusiasmado con el tema. Por un lado, los socialistas alemanes y los conservadores alemanes discuten por cómo ha de ser el diálogo con Rusia. Sus posiciones, afirman los socialistas, son las mismas que las de los conservadores. La forma de la comunicación es el problema. Por otro, en  Der Spiegel de ayer día 24 de Noviembre, se anunciaba un préstamo de nueve millones de euros al partido francés de Marine Le Pen “Frente Nacional” .- “Estaba esperando tu artículo pero ya veo que no te atreves” – me grita jubiloso en cuanto descuelgo el auricular- “Tú escribiendo sobre autarquía y los rusos practicando en Europa el “divide et impera” al tiempo que protege a la derecha. A la derecha en Europa y al sistema comunista en Cuba porque lo que entonces dijeron los periódicos es, por una vez en la vida, totalmente cierto: el día en que la URSS desapareció, desaparecieron las ideologías y apareció la política postmoderna: aquí y ahora una idea; allí y luego otra; aquí y luego lo que se me ocurra: allí y ahora lo que se me antoja. ¿Todavía sigues confiando en que los lobos hambrientos y nunca satisfechos serán capaces de construir una sociedad capaz de mejorar la que tenemos? ¡Ni lo pienses! Rusia nunca ha sido una buena madre para sus hijos, imagínate para los que no lo son. Date por vencida. Rusia volverá a caer en algo de lo que nunca ha terminado verdaderamente de salir: la dictadura. Y esta vez, superado el comunismo, será a lo zarista liberal. O sea: un poco de internet, un poco de libertad de expresión y un mucho, mucho de Iglesia ortodoxa. ¡Te lo dije! ¡Te lo dije!"

Estaba tan emocionado que ni siquiera sé si se ha despedido.

Rusia y la derecha separatista europea unidas por acuerdos económicos mientras son observadas por la Iglesia ortodoxa (¿Tiene algo que decir la Iglesia Católica al respecto? Por supuesto. Ya lo veremos)

 Desde luego el tema no es fácil.

Hasta cierto punto es lógico que la sociedad alemana esté dividida en sus consideraciones con respecto a Rusia. Los intereses económicos pero también culturales y humanos que les unen son numerosos. Incluso en Berlín hay un barrio “Charlottenburg” al que muchos llaman “Charlottengrado” por la cantidad de rusos que allí viven y que, curiosamente, sienten por su nación una nostalgia tan profunda como ferréa es su negativa a volver. Aman a su patria y al mismo tiempo afirman que es imposible vivir allí.

Los alemanes, lo digo siempre, son gentes tan idealistas como prácticas. Ello les permite construir sus visiones.
 La inactiva melancolía del ruso les admira al tiempo que les espanta. Ese eslavo de voz suave y melodiosa que es capaz de convertir el tema más trivial en profundos tratados de metafísica sin, no obstante, levantarse del sitio para poner en práctica sus ideas no deja de maravillar al germano amante del comercio y de la actividad empresarial. Al menos desde los tiempos de Catalina “la grande” está esperando que los rusos transformen sus potencias en actos y conviertan a esa dormida nación en un país fuerte y vigoroso, con personas dispuestas no a morir por ideales sino a vivir por ellos. No lo han conseguido. Y al paso que van, no creo que lo consigan. Por otra parte, que ese mismo ser que habla dulce y pausadamente no dude en el momento más inesperado en sacar una pistola y bien asesinar al que tiene delante por un asunto tan trivial como el dinero o asesinarse él mismo por el simple placer de jugar a la ruleta rusa, fascina al alemán tanto como le asusta.

Es innegable que el miedo- fascinación que por un motivo u otro sienten los alemanes por los rusos, es el mismo que les ha llevado a mantener siempre un cierto distanciamento con los americanos. Los americanos les parecen simpáticos, pero para el alemán de pro la simpatía casi nunca es una virtud, sino un modo de esconder las verdaderas intenciones. Simpático es el que quiere algo de nosotros. Esa simpatía que los americanos denominan tolerancia, apertura, afabilidad es lo que enciende en muchos alemanes la sirena roja de “cuidado”. Es posible que el alemán juegue a ser hombre de mundo con los americanos, y finja divertirse con fiestas como “Halloween”, “San Valentin” y similares que divertirle no le divierten pero aumentan sus ingresos. Tal vez parezca sentirse contagiado por los megaloproyectos americanos que será un simple “parecer” porque el hombre alemán huye –igual que huye Jorge- de lo gigantesco. Y posiblemente por los mismos motivos: “Lo grande – repite siempre Jorge- hace que pierdas la noción del tamaño. Lo gigantesco te pierde a tí”. De ahí que los alemanes prefieran dedicar sus energías a la pequeña y mediana empresa en vez de a proyectos que traspasan su posiblidad de ser controlados por sí mismos.
Porque lo cierto es que si alguien considera que el hombre alemán es cosmopolita se equivoca. El hombre alemán es, igual que lo es su cultura, provinciano y bien provinciano. De esto se lamentaba Nietzsche y de esto hay que seguir lamentándose. Este rasgo de carácter es, precisamente, el que lo acerca al eslavo y la que permite trazar un firme puente entre ambas culturas.

La firme convicción del americano en un final feliz, su creencia en que el barco va a llegar a buen puerto porque el destino es inevitable recto y progresivo  genera dudas en el alemán y le lleva a cuestionarse la idoneidad del americano como socio. En efecto: el “ciego” optimismo americano que se convierte en autodestructiva depresión en cuanto las coas no salen como ellos habían previsto, le asusta tanto como la inactividad rusa.

El alemán es pragmático. Esto implica la obligación de detenerse al previo reconocimiento del terreno así como a prestar una atención especial a los tramos complicados. La duda alemana nunca es duda: es análisis de los riesgos y de las ventajas que lanzarse a superar tales escollos van a proporcionar. La filosofía del “do it” que exige una acción rápida, tendente a minimizar la importancia de los inconvenientes para detenerse en las facilidades le sobrepasa. Es en ese momento cuando el discurso melancólico del ruso le resulta más sensato. El alemán entonces se siente feliz de que alguien le proponga tantos obstáculos a resolver y se lanza, claro, a la tarea de solucionarlos, mientras el ruso sigue con sus ojos perdidos en el infinito de los sueños nunca cumplidos. ¿Para qué, además? – pregunta resignado. Una vez que luchó por hacerlos realidad, se encontró con una pesadilla que duró  setenta años y de la que todavía no se ha repuesto...

Una cosa es cierta: el alemán gran amante de su individualidad protestante nunca regalará su alma ni a los Unos ni a los Otros.

Pero además existe otra gran cuestión: las relaciones entre Le Pen y Putin.

Al parecer ambos desean una Europa debilitada. Sus motivos, sin embargo, son sumamente diferentes. Si Putin pretende desunir a Europa es porque quiere convertirla en parte de su influencia. Si Marine Le Pen afirma querer abandonar el euro es porque quiere una Francia fuerte, no una Francia satélite.  Así pues, no creo, sinceramente que la cuestión de una Europa débil y desunida sean los verdaderos motivos que les han llevado a incrementar sus relaciones.

Francia ha ejercido siempre una gran influencia cultural en el mundo ruso. En la literatura del siglo XIX no es difícil encontrar palabras francesas. Gran parte de los nobles rusos emigraron a París tras la revolución bolchevique de 1917. No sería por tanto insensato pensar que Marine Le Pen desee retomar esas relaciones. Sin embargo, hemos de admitir que la cultura no juega hoy el papel dominante que en su día jugó. Los posibles acuerdos económicos que de tales vínculos puedan derivarse son, con toda seguridad, otra de las razones a esgrimir. Queda, creo yo, el más importante: el político. Le Pen quiere recuperar la identidad francesa. La identidad francesa es en la actualidad sumamente compleja y plural. Si la Iglesia ortodoxa anda por medio, no me extrañaría que tanto Rusia como Francia estuvieran pensando – en función de esa identidad identitaria y comunitarista- en una restitución de la nobleza gobernante por la gracia de Dios. Los “reyes” no dinásticos en Francia; los “zares” no dinásticos en Rusia. La siempre dinástica Iglesia ortodoxo-católica en Urbi et Orbe. Dos serían los objetivos a alcanzar: el restablecimiento de unos valores obsoletos pero considerados “auténticos” y un dique de contención (y expulsión) a las religiones no cristianas.

Esto a muchos les parece un comienzo del restablecimiento del Orden. Yo me pregunto de qué Orden. ¿De ese Orden sagrado e inmutable - unas veces religioso y político, otras ateo y político- que tantas miserias ha causado? ¿ Ese Orden, en virtud del cual tantas familias y pueblos enteros se sacrifican y se sigen sacrificando?

Muchos necios firman la restauración de ese Orden comunitario, idéntico, donde todos comparten las mismas formas de vida, los mismos valores, las misma religión. Unos se llaman Hooligans, otros islamistas radicales, y otros comunitaristas identitarios restituyentes o qué se yo. Imaginan que así se acabarán los problemas. ¡Pero qué tonterías! “¡Plural, plural! Todo plural”, que decía el poeta es lo que en este instante necesitamos más que nunca. Incentivar el juicio críco es lo importante. Pero eso, claro, cuesta demasiado esfuerzo. Exige pensar, cavilar, reflexionar. En un mundo rápido, inseguro como el nuestro eso es demasiado arriesgado. En el mundo industrial de la uniformización, del que todos nos quejamos pero en el que todos queremos participar, el juicio crítico supone siempre un gran riesgo para la persona que lo pone en práctica. A lo más que se llega es al juego del juicio crítico concertado, o políticamente correcto. Un juicio, en cualquier caso, que no se salga de los esquemas marcados y que sea, a ser posible, compartido por otros.

Yo me asombro. Lo siento, pero sigo asombrada de aquéllos que pretenden que Europa vuelva a ser una Europa cristiana, a poder ser, católica, ¿Se pretende expulsar a la religión musulmana de Europa cuando las iglesias cristianas están vacías. ¿Pero qué clase de hipocresía es ésta?

No no es hipocresía. Es otra vez el uso de la religión para fines políticos. Y la Iglesia, claro, está deseando participar. Hoy me entero por los periódicos digitales que el Papa ha visitado el Parlamento Europeo. Y eso que todos, incluso el señor Pablo Iglesias del en estos momentos maltrecho “Podemos”, aplauden el discurso del Pontífice. Un discurso, claro, que se caracteriza por ser, sobre todo, social. A mí me asusta la jerarquía eclesiástica pero mucho más aún su discurso social. Porque este discurso que con tanta firmeza predica la igualdad hasta el punto de ser aplaudido por la extrema izquierda, es siempre un discurso dirigido al otro, al de enfrente. Sigue siendo el eterno empeño de la Iglesia Católica en decirle a uno lo que tiene que hacer y en determinar quiénes son los buenos y quiénes los malos. No me extraña que Lutero terminara explotando. Dicen que a Lutero se le apareció el diablo y que lo expulsó tirándole el tintero. En esto se ve que el diablo es mucho más tonto que la Iglesia Católica. La Iglesia Católica nunca se hubiera asustado. Mucho menos habría salido huyendo. La Iglesia Católica hubiera cogido el tintero y con su tinta hubiera escrito una Encíclica en la que según lo necesitados que estuvieran de tinta, se animaría a donar tinteros, a depositarlos cuidadosamente en la papelera para no lastimar a nadie o a avisar a las autoridades eclesiásticas para que ellas se hicieran  cargo del  asunto.

¿Entienden ahora por qué me voy con Lutero? Porque defectos aparte, él me permite lo que la Iglesia Católica no ha permitido nunca: libertad individual de conciencia y que no tiene nada que ver con la libertad colectiva de conciencia, que es la que ha predicado la Iglesia Católica en momentos de crisis. De sus crisis, claro.

La Iglesia Católica en el Parlamento Europeo.

¿Para cuándo los otros máximos representantes de las otras religiones?

¡Si Voltaire levantara la cabeza!

¡Si la levantara Montesquieu!

¡Si la levantaran todos aquéllos que lucharon –y murieron- por la separación entre Iglesia y Estado!

Hay un grupo para el cual dicha intervención no supone ningún problema: para los representantes del Uno en el Todo y el Todo en el Uno. Para esos el discurso del Papa puede equipararse al discurso de Biermann en el Parlamente alemán con motivo del aniversario de la caída del muro. Pero lamentablemente aunque todo parezca lo mismo, no lo es. Y no lo es porque tampoco las consecuencias que esas intervenciones generan lo son. Se ha puesto de moda entre los Organismos internacionales y nacionales invitar a estrellas de la canción y del cine a ofrecer sus discursos. ¡Cómo si no tuvieran otros canales para hacerlo! Pero se ha puesto de moda. Y esto nos obliga a determinar en calidad de qué ha ido el Papa al Parlamento Europeo. En calidad de Papa o de estrella de cine.

Si ha ido en calidad de estrella de cine, me parece un insulto a la Iglesia Católica y a los católicos. Dejémonos de hacer sesiones de marketing y concentrémonos en la espiritualidad.

Si ha ido en calidad de Papa, me parece un menosprecio a los practicantes de las otras religiones, a no ser que también sus máximos representantes sean invitados en un futuro no muy lejano.

Pero en cualquier caso tanta religión en el Parlamento Europeo es un insulto a los que creen que los poderes tienen que estar separados y bien separados. La creencia es algo privado, privadísimo. Su práctica igualmente privada, aunque se reúna con otros miembros que comparten esas mismas creencias. Y por tanto no debe olvidar lo fundamental. “Al César lo que el del César y a Dios, lo que es de Dios.”

El Todo en el Uno y el Uno en el Todo impide, claro, tan bella distinción.

¿Dónde se han metido los laicos? Ilustrados o Nihilistas, da  igual.Los laicos. ¿Dónde están?

No los agnósticos, no los ateos, no esos que contestan “paso, tío” porque ni se han cuestionado la cuestión de la religión, ni otra que se le parezca.

Es al grupo de los laicos a quienes yo  busco.

Habrá que buscar en los prostíbulos que además de incremetar el PIB, es el único sitio donde parece ser que se practica la tolerancia y la libertad absoluta.

Estoy segura de que ni allí los encontraremos. Los laicos ilustrados y nihilistas están dormidos y bien dormidos, suponiendo que no hayan muerto.

Europa, el viejo continente compuesto de viejas naciones y gentes cansadas y empobrecidas, va camino de convertirse en el botín de guerra de las grandes potencias de este mundo. Una posible alianza con cualquiera de ellas no nos librará de serlo, simplemente nos obligará a defender sus particulares intereses, se trate de la potencia que se trate.

Mejor haría Europa en dejarse de alianzas y empezar a defender sus propios intereses en bloque. Mientras sigamos diferenciando entre Europa del Sur y Europa del Norte, entre los que se endeudan y los que pagan las deudas, entre los que tienen una religión y los que tienen otra, seguiremos siendo las marionetas de los Unos, de los Otros, de los de Aquí, de los de Allá y si nos descuidamos incluso de los del Más Allá.

Isabel Viñado Gascón.

Nota aclaratoria.

 Diferencia entre el nihilismo y el ateísmo:

El nihilismo declara a Dios muerto y se olvida de Él. "¡Qué solos se quedan los muertos!", podría exlamarse.

El ateísmo declara que no cree en Dios y no deja, sin embargo, de hablar de Él.

 

 

 

 

Monday, November 24, 2014

El estafador estafado.


Me pregunto si debe preocuparme el hecho de que con frecuencia aquéllo que a los otros les trae de cabeza no consigue asombrarme lo más mínimo mientras que por el contrario lo que a la mayoría le parece obvio me resulta a mí sumamente extraño. Es en estos casos cuando se hace preciso responder a la cuestión por el valor que contiene la opinión generalizada justamente por ser generalizada. Es cierto que a veces muchos ojos, sobre todo tratándose de los agudos ojos de los periodistas, ven con mayor precisión que unos ojos a los que la miopía escasamente les permite ver más allá de su nariz.

Y sin embargo...

Sin embargo.

Los medios de comunicación llevan días ocupándose de un tal Francisco Nicolás Gómez Iglesias alias “el pequeño Nicolás”. La noticia saltó a la luz bajo titulares que no dejaban lugar a dudas: el chico de veinte años era un redomado estafador que había conseguido hacerse fotos con las personas más representativas del panorama político-económico del país. Su descaro no había conocido límites e incluso se había “colado” en la recepción de la coronación del rey Felipe VI ayudado, aseguraban, por una empresaria. Todo lo que cuenta es falso; tiene aires de grandeza; es un megalómano y lo mejor que podría hacer es dedicarse a terminar sus estudios en la Universidad privada en la que cursa sus estudios en vez de jugar a ser espía.

Mi sentido del humor, ya lo conocen, es como el de la mayoría de los aragoneses: un tanto surrealista. Por eso no puedo impedir que mi mente reúna al joven Francisco Nicolás y al joven Errejón: uno como alumno, el otro como profesor. Están juntos en un aula vacía de una Universidad cualquiera. Ambos  conversan con cara de circunstancias.
- “Ya” – dice el uno- “Mucho me temo que no voy poder asistir a clase. El deber de ayudar a la patria se impone.”
- “Lo comprendo” – responde el otro- “A mí me sucede lo mismo. Lástima que juguemos en equipos distintos. Los obstáculos son muchos y los enemigos innumerables. Uno de nosotros tiene que conseguir salvar a España de los malvados que la quieren destrozar. Hay que librar a la patria de los farsantes. Que gane el mejor”
-  “Lo mismo digo” – responde el primero.

Ambos se estrechan la mano y sin abandonar sus caras de circunstancias, abandonan el aula en la que se encontraban.   

La visión surrealista se difumina. La realidad se impone. Y la realidad es que España ha sido siempre un país de pícaros. Que Francisco Nicolás Gómez Iglesias alias “el pequeño Nicolás” haya pasado a engrosar una lista ya de por sí enormemente larga, carecería, francamente, de interés. Es hora de ser sinceros y admitir que en la política en general, y en la española en particular, el teatro de la picaresca es siempre el más importante. ¿O qué otra cosa son si no son todas esas historias sobre donaciones no declaradas a partidos políticos y negadas repetidamente por los  beneficiados? Tesoreros en la cárcel a espera de juicio, mientras los altos representantes de los partidos a los que pertenecen aseguran serios y sin mover una pestaña que ellos no tenía ni idea de esos trapicheos. Y eso, que a ellos y a otros muchos les parece una excusa, ¡qué digo excusa!, una justificación plenamente racional, a mí me asombra (y me asusta). Si un presidente de un partido no tiene ni idea de los “chanchullos” que lleva a cabo su tesorero ¿cómo puede gobernar un país que está configurado, sin duda alguna, por estructuras mucho más complejas que las de un partido? Y si puede gobernar un país porque debido precisamente a esa complejidad ha de ocuparse sólo y exclusivamente de los problemas de la nación y no de los problemas de su partido ¿cómo puede permanecer a la cabeza de dicha formación política?

Muy fácilmente: pidiendo perdón.
“Y a otra cosa, mariposa”.

El grave conflicto que ha generado este muchacho de veinte años es de dimensiones tan descomunales que muchos prefieren negarlas y otros – que las intuyen- prefieren relativizarlas. Desde hace una semana espero alguna opinión irreverente que se decida a opinar de forma distinta a los demás y que afirme que Francisco Nicolas no miente  con la misma contudencia, al menos, con la que los otros afirman tajantemente que Francisco Nicolas miente cual bellaco. Nada de eso he encontrado. Lo más que he podido leer son voces tímidas que se aventuran a reconocer que tal vez en su historia haya un poco, un grano quizás, de verdad.

Yo sigo asombrada.

Asombrada de que la prensa en bloque le “sentenciara” desde el primer momento como estafador. Que todos los medios de comunicación sacaran a relucir el paralelismo entre él y el protagonista de la película “Atrápame si puedes”. Ese empeño de unir la realidad con la realidad virtual, de modo que al final la realidad virtual se convierte en realidad y la realidad toma tintes de virtualidad me origina terribles dolores de cabeza, ya lo saben.

Una, que soy yo, se pregunta cómo es posible tomar una historia de ese calibre con la hilaridad con la que se la ha tomado. Los periodistas más conocidos hacían chistes sobre su foto con el estafador de la nación y animaban a intentar conseguirlo a quién todavía no tuviera una con él. Hacerse fotos con ese chico de veinte años era el gran reto que lanzaban esos sesudos, inteligentes y más importantes representantes de los medios de comunicación.

A mí, como de costumbre, el asombro ante lo que a nadie más parecía asombrar, no me dejaba pronunciar palabra.

No conozco a este joven. No tengo una foto con él. A decir verdad, no lo he visto en mi vida y no tengo ningún interés especial en que nos presenten. Lo único que digo es que no miente. Al menos no en lo fundamental. Y lo fundamental es que ha tenido relaciones con todos aquéllos con los que asegura haber tenido relaciones. No sólo eso. También está la prueba fotográfica cuya importancia hay que destruir, deformar, descalificar.  ¡Ah!  ¡Se me olvidaba! De repente  que “una imagen vale más que mil palabras” ya no es válido: ¡Todos tienen una foto con él!

Con ello se olvidan o quieren olvidar de que eso no es lo importante.
Lo esencial no es la foto con Nicolás, sino al contrario: la foto con los que aparecen a su lado y con los que fotografiarse no resulta tan fácil como ellos pretenden hacer creer porque en general aman la discreción. ¡Qué más quisiera tener yo una foto con esos importantes hombres y mujeres que aparecen junto a Francisco Nicolas! Eso y no la foto con el muchacho es lo relevante. Ese deseo de darle la vuelta a las cosas despierta en mi la duda. Y me pregunto si no será que realmente existe el deseo de ocultar asuntos tan oscuros como enredados y por eso se hace tan difícil encontrar en la madeja el principio y el fin. Hay una frase que el joven Francisco Nicolás no para de repetir y que nadie ha tomado en consideración, salvo para burlarse de ella: “Todo está interrelacionado”.

Y vuelvo a asombrarme de que esta frase les parezca, a los pocos que se han ocupado de ella, tan extraña. “Todo está interrelacionado”. Porque a mí me parece que es más sincero hablar de interrelación que de identificación, que es lo que curiosamente, hace normalmente la mayoría. Interrelación no es lo mismo que decir que Todo es Uno y Uno es Todo. Interrelación significa que todo tiene una conexión con todo. Eso, y no otra cosa, es la ciencia. Eso, y no otra cosa, es la globalización bien entendida. Eso, y no otra cosa es el ser humano y todo lo que se refiere a él. Y esto, justamente esto, es – mi asombro no conoce límites- lo que los periodistas más celebrados del panorama nacional pretenden negar. Periodistas – y periódicos-  a los que, todo hay que decir, les unen estrechos lazos con la misma clase dirigente con la que hasta hace muy poco tiempo se codeaba este chico de veinte años.
Por su parte, los periodistas de la oposición, es decir, de la izquierda, como andan ocupados tratando de detener los ataques hacia sus ahijados  no disponen de mucho tiempo ni demasiadas energías que dedicar a las guerras internas del partido dominante. Ni a ellos ni a Francisco Nicolás les interesa entrar juntos en escena. De hacerlo, transformarían  la frase “Todo está interrelacionado”, en la frase del Principio de Identidad: “a es a”. En dos días Francisco Nicolás habría pasado de ser el estafador nacional a convertirse en el agente de la extrema izquierda que intenta desestabilizar al gobierno.

Así pues ningún comentario desde la izquierda, nada de fotos con ella. Son los conservadores los que tienen el problema. Son ellos los que lo han de resolver. Y lo resolverán a la manera en la que se resuelven últimamente los problemas: obviando la diferencia entre la Verdad y la Mentira, obviando las diferencias entre el Bien y el Mal. Tomando un punto de verdad y envolviéndolo en un bello papel de falsedades. Convirtiendo al que tiene algo que decir en una atracción de feria, en un majadero, de tal manera que nada de lo que diga será tomado en serio.

Risas por aquí, risas por allá. El mundo gira.

Miro a través de la ventana. Cinco rosas rojas lucen en el jardín en un día especialmente oscuro. Es un viejo rosal que ha sobrevivido durante décadas al calor, al frío e incluso a la indiferencia. En cambio, la rosa del rosal que planté hace dos meses no termina de abrirse, como si tuviera miedo de que el incipiente frío le produjera un fuerte resfriado. El cielo gris, casi negro. No llueve. En días así uno debe aprovechar para trabajar al máximo. Es la única manera posible de sobrevivir. “Nunca te pares a descansar en medio de una helada: te congelarás. Camina, camina siempre.” – ese es el consejo que los nórdicos, los rusos y los alemanes dan a sus hijos.
Camina también cuando no veas el sol. No esperes a verlo para caminar. Ya aparecerá. Y aunque no aparezca, sigue, sigue siempre. No te pares. Ese el el consejo que incansable le repito a mi rosa ¿Me escuchará?

Francisco Nicolas un estafador.

Media España no puede caminar porque le faltan zapatos y la otra media porque las risas se lo impiden.

A la primera mitad unos les dicen que descalza también se puede caminar, que es cuestión de proponérselo, otros les están intentando buscar algún remedio, aunque sean unas alpargatas y algunos gritan que ya está bien, que todos somos mayorcitos y que si quieren zapatos que se los fabriquen, que ya están hartos de tanto lamento, que a ellos nadie les ha ayudado a conseguir lo que tienen. “Propuestas socio-económicas” es como se denomina a este tipo de opiniones diversas.

A la segunda mitad, unos les alaban su buen humor y  otros les reprochan su falta de seriedad, de inconsistencia. Este tipo de consideraciones son calificadas de “Análisis político”.

¿En qué media España situamos a Francisco Nicolás?

Un chico que perteneciendo a la primera mitad decide integrarse en la segunda. Un chico que no tiene zapatos y que, no obstante, consigue convencer de que se los ha dejado en el armario de su casa porque tiene tantos que no sabía cuál elegir. Más aún: consigue que se los regalen.

Es un estafador, dicen, porque su caso únicamente puede observarse desde el plano socioeconómico, jamás desde el político. Se trata de un joven ambicioso que utilizando el engaño había conseguido contactar con la élite socio-económica de este país para beneficiarse económicamente. Uno de esos para los que el consejo de “consigue tus propios zapatos” también incluye el “entra en una tienda y convence a la propietaria para que te los regale.” Y eso - dicen- es ser un estafador.

No es algo que debiera provocar a rasgarse las vestiduras. Vistas así las cosas,  los políticos son igualmente estafadores. En cualquier país que se precie las campañas electorales están dirigidas a pedir votos a sus electores a base de promesas que saben, de antemano, que no van a poder cumplir. Ya lo hemos explicado: Media nación ríe. Para los interesados eso es  signo de optimismo; para la oposición de insensatez.

La diferencia con respecto a Francisco Nicolas es que en el caso de las elecciones, el término “estafa” permanece dentro del plano del análisis político. Por eso a la estafa no se le denomina “estafa” sino “promesas electorales incumplidas”. Es lo que tienen los eufemismos: ocupan mucho más espacio.

Lo grave, lo terrible, es cuando los planos se unen. De repente, en un mundo en el que Todo es Uno y  Uno es Todo, aparecen planos cuya relación intentan evitar unos cuantos. De este modo niegan la posibilidad de que uno pueda saltar del plano de los “sin zapatos” al plano de “las risas”. ¡Habrése visto la osadía del niñato!, protestan. Y como siempre, los que más alto gritan “niñato” son los que en su día más y más tiempo lo fueron y los que ni siquiera de viejos podrían explicar muy bien en qué basan su fuerza moral para calificar de “niñato” a alguien a quien no conocen.

¿Son necesarias todas estas apreciaciones?

Lo son. O al menos a mí me lo parecen. He estado esperando una reflexión honesta sobre el tema, honesta – que no significa necesariamente acertada. Lo único que he leído son sentencias mediáticas sobre la conducta de Francisco Nicolás. “El pequeño Nicolás”, le han apodado. Y así han conseguido ridiculizar aún más un tema que a mí me parece sinceramente terrible.

Es terrible.

No tiene nada de cómico.

Y si alguien se siente estafado, ese alguien soy yo.

¿Cómo pueden saber los periodistas a ciencia cierta, más en un país como el nuestro, que ese chico miente? ¿Cómo pueden estar tan seguros? ¿Cómo pueden salir riéndose a carcajada limpia de una noticia que debería haber provocado a reflexionar, por lo menos a eso, cómo es posible que se hayan podido originar con tanta facilidad las situaciones rocambolescas, caso de que sean rocambolescas, que se han originado?

Analicemos:

Un chico de veinte años convence a empresarios, ¡empresarios!, para que le costeen un piso de cinco mil euros de alquiler con personal de servicio con la simple promesa de que les va a proporcionar nuevos negocios.
¿Conocen ustedes el mundo empresarial? Mi amiga Carlota es, gracias a su marido, una experta en el tema. Allí nadie suelta un duro a no ser que se vea el negocio atado y bien atado y a veces, ni entonces. Si algo caracteriza  a un empresario eso es la desconfianza. Un empresario no se fia ni de su madre. Menos aún de su esposa. ¿Creen ustedes que de verdad se va a fiar de que un joven al que apenas conoce le ofrezca futuros negocios y a cambio de esos futuros contratos aún no obtenidos se compromete al pago del alquiler de un piso de lujo que no es futuro sino presente y bien presente? ¿Desde cuando se paga en adelantado por intercambios comerciales que ni siquiera se pueden cerrar porque no existen?

 Sí. Es cierto, hace años alguien intentó sanear las arcas con un método parecido. Ese alguien fue ¡la duquesa de York! Pero ustedes comprendan: era ¡la duquesa de York!. Arruinada y divorciada pero ¡duquesa de York! Y pese a todo, bien fueran los empresarios afectados por el desembolso o bien los no distinguidos con la suerte de sus favores, lo cierto es que no tardaron en tenderle una trampa de modo que las miserias salieran a la luz. Y este chico, que no es duque, ni de apellidos de alcurnia, logra que los empresarios abran su maltrecha bolsa y confíen en un joven “sin oficio ni beneficio.”

Una de dos: o los empresarios de este país no tienen ningún sentido empresarial o ese chico tenía más contactos verdaderos y útiles de los que ningún periodista está dispuesto a admitir.

Y tampoco logro comprender cómo es posible que un chico tan joven, tan visiblemente joven consiga introducirse en las altas esferas del país: organizar las reuniones de la fundación para análisis y estudios sociales (FAES), presididas por el expresidente Aznar. No entiendo nada.

Pero sigamos con nuestras disquisiciones: ese mismo chico consigue utilizar coches del Estado y ser acompañado por fuerzas de seguridad. No se trata de una película. Se trata de los coches del Estado. Para usarlos es necesario una serie de acreditaciones. Además están los conductores, que saben perfectamente quién es quién. Por no hablar de las fuerzas de seguridad, que son unos “mandaos” porque sirven al que les manda. Sin embargo hay un detalle que no se debe pasar por alto: que sirvan al que les manda no significa que cualquiera les pueda mandar. Mucho menos el primero que llegue. El que les imparta órdenes ha de reunir las competencias necesarias.

El joven Francisco Nicolás tiene tal capacidad de sugestión que es capaz de lograr repetidamente que dichas personas le consigan los coches, los chóferes y las fuerzas de seguridad que necesitan. En un mundo de pillos y pillerías – y no lo digo yo, sino los últimos acontecimientos- un chico de veinte años consigue engañarlos a todos y hacerse con las riendas de media cúpula del poder para beneficiarse él solito. ¿No creen ustedes ahora que mi asombro es comprensible por racional y juicioso?

No termina ahí el asunto. De repente – asombro de asombros- en un mundo de viejos pícaros, las extraordinarias facultades para el engaño del joven los aventaja a todos y por eso obtiene sin grandes esfuerzos los que otros de más rancio y distinguido abolengo no han conseguido: una invitación para asistir nada más y nada menos que a la recepción que el nuevo rey Felipe VI ofrece. ¿Han asistido ustedes a alguna recepción? En la entrada están apostados los servicios de seguridad que en ocasiones señaladas incluso se ayudan de un scanner. El invitado muestra su invitación. Si tiene dicha invitación pero no aparece en la lista, ha de dar la media vuelta “sintiéndolo mucho”. Si está en la lista pero no tiene la carta de invitación, ha de acreditar su identidad; se repiten las llamadas y puede ser que le permitan entrar o no.
En una recepción como la de Felipe VI cuya subida al trono estaba siendo enturbiada por las voces republicanas, el control tuvo que ser – me imagino- exhaustivo.
En tales situaciones o alguien te ha proporcionado una invitación o no hay hada madrina que valga.

Admitamóslo: la historia de Francisco Nicolás tiene bastantes puntos en los que apoyar su verosimilitud. En vez de afirmar con tanta contudencia su calidad de estafador desde el minuto número uno de su detención, los medios de comunicación deberían empezar a elaborar un dictamen apoyado en el juicio crítico y no sólo en las risotadas de la media España que ríe y que confieso que no sé, francamente, qué encuentra de gracioso en el asunto. Aún en el supuesto de que este chico fuera realmente un estafador, cosa que ya digo que dudo, lo único que vendría a confirmar es el estado de miseria y provincialismo en el que se encuentra la clase política y empresarial del país. Una situación de falta de profesionalidad, de falta del sentido del deber y hasta del sentido común, que deja que cualquier muchacho que resulte simpático pueda introducirse en dicho mundo y codearse con los más importantes del sistema. Ello lejos de demostrar la ingenuidad de los grandes, que algunos quieren hacer ver únicamente constata que hoy en día para llegar a ser importante no se necesita ni oficio ni beneficio. Ni siquiera experiencia. Sólo se necesita “caer bien”.

No es la ingenuidad de los poderosos lo que este caso mostraría si fuera mentira, sino justamente su mediocridad. La misma mediocridad que se manifestaría caso de que fuera verdad, porque ello supondría que la nación está devorada por la ambición y por las guerras internas y evidenciaría que muy probablemente los casos de corrupción que han salido a la luz, no se deba a una recomposición moral-profesional del sistema, sino a ajustes de cuentas entre diversos organismos. Pero ¿cómo puede pensarse en una recomposición del sistema si lo único que se han limitado a hacer los que nombraron a los corruptos ha sido pedir perdón y proponer una serie de medidas para el futuro que ya nadie recuerda?

En mi no sé si larga pero sí intensa vida, he conocido a gente de todo tipo y condición. Sé, ya lo conté en otro blog, de revolucionarios que fueron – gracias a las revoluciones- los primeros estudiantes en conseguir adquirir un coche propio, con el beneplácito –además- de las fuerzas no revolucionarias; sé de guardas de fincas que han llegado a ser subdirectores de empresas privadas y sé incluso de algunos que accedieron a una plaza en la Universidad que fue especialmente ajustada a su perfil para que sólo pudiera ser ocupada por ellos, a pesar de no haber terminado los estudios universitarios y no estar, por tanto, en disposición de ningún título académico. Y todo porque fueron capaces, durante sus correrías nocturnas, de “vender” su hobby como su profesión. Imagínense mi sonrisa cuando leo que al doctor Errejón un amigo le ha proporcionado una beca. Hombre, es que de otro modo, nunca la hubiera conseguido. No es el doctor Errejón. Es el sistema. Y para entrar en él sólo hay una puerta: la del sistema.

Lo sabemos todos. Incluso sus enemigos. Lo saben los políticos y también lo sabe, diga lo que diga, Fuenteovejuna. El maniqueísmo me molesta tanto como “El Todo en el Uno y el Uno en el Todo”. El mundo no se divide entre Políticos y Fuenteovejuna, no se divide entre malos y buenos. El mundo es como es. Y ese ser como es, es lo que hay que cambiar para conseguir que sea de otro modo. Hasta donde se pueda. Y desde luego ni el maniqueismo ni el la teoría de la unidad-identidad lo consiguen. El maniqueismo porque propone sustituir el gobierno de los malos por el de los buenos cuando esto es imposible porque no hay ni buenos ni malos, sino individuos con la voluntad de vivir, de sobrevivir, y de poder. El Todo en el Uno y el Uno en el Todo porque determina estructuras inamovibles donde nada de lo que se haga va a poder transformar algo de la situación existente. Así que es mejor echarse a dormir. A lo mejor cuando despertemos seremos de los pocos afortunados que hayamos logrado alcanzar el Nirvana mientras los otros pobres desgraciados siguen anclados a la rueda del Karma.

Pero hay algo que sí es importante considerar.

Tanto si Francisco Nicolás miente como si no, lo que urge analizar y comprobar son las estructuras del Estado, no la integridad moral de un joven. Me parece realmente terrible que los medios de comunicación se hayan dedicado a ridiculizarlo, a vilipendiarlo, a desprestigiarlo desde el mismo instante en que saltó la noticia. Pero aún me parece que se hayan dedicado a negar cualquiera de sus palabras con términos que pertenecen al mundo de la psiquiatría pero no al del periodismos,  en vez de reflexionar sobre las pruebas que hasta el momento ha presentado.

Estoy sinceramente convencida de que los viejos trúhanes que, al igual que pasa con los viejos rockeros, nunca mueren, se han aprovechado de su ambición y que lo “han largado” cuando no les daba el resultado apetecido. No creo que quisieran hacerle daño. No creo que le teman. Lo que para el chico supone una información tan importante, resulta para ellos, acostumbrados a tantas lidias, una bagatela de fin de semana. Seguramente su intención era desprestigiarlo, un susto ante los tribunales, un baño de humildad y ¡hala! Vuelta a las aulas. El chico, herido en su orgullo, ha querido hacer del tema un escándalo y se ha convertido en una piedra en el zapato. No mucho más. Todo sigue siendo una menudencia.

Y seguirá siéndolo a menos que alguien se pregunte cómo es posible que – estafador  o no- cualquiera pueda servirse de los favores del Estado y cualquiera – caso de que lo que afirma sea verdad- pueda ser usado y tirado por el Estado.

En todo caso esta historia da profunda cuenta del espírtu que en estos momentos guía a España y muestra con bastante nitidez el funcionamiento de las sociedades cínicas. He dicho bien: sociedades y cínicas.

Ello incluye a la clase política, a los medios de comunicación y tanto si le parece bien como si no, también a Fuenteovejuna.


Isabel Viñado Gascón.

 

 

 

 

Thursday, November 13, 2014

Globalización. Regionalismo. Feudalismo. Una divagación superficial y trivial sobre el tema


Uno deambula en busca de novedades por los periódicos de las diferentes naciones y el paisaje que se le presenta es siempre el mismo. Cansado de tanta monotonía regresa a casa. Se prepara una taza de café. Mientras el café humea, contempla la calle gris a través de la ventana y se pregunta por qué en invierno la mayoría de los transeúntes camina enfundada en abrigos grises y negros en vez de en abrigos rojos, verdes, amarillos.... por qué ese empeño en lucir colores que enfrían al frío. Toma un sorbo de café. Ucrania, tan lejos y tan cerca, los rusos, los tanques, los radicales de cualquier lugar, los periódicos de todos los magnates... ¿Alguien ha oído hablar del fenómeno de la enajenación provocada no por la organización industrial, sino por el alúd de información que diariamente sufrimos?

 
Sí. Lo confieso. Hoy es uno de esos días en los que la superficialidad de las noticias, su banalidad, me resulta sencillamente insoportable. Odio escribir sobre sucesos que no significan nada, realmente nada, fingiendo que ejercen una importancia vital en mi vida. Tan vital que incluso me veo en la necesidad imperiosa de comentarlos. Odio leer periódicos cuando las palabras se me presentan en forma de fonemas alineados dando la impresión de poseer un sentido que en realidad no tienen.  Su intención última de provocar polémica en vez de animar a la reflexión me lleva a preguntarme por qué diantres me ocupo de las noticias  en vez de disfrutar de un buen libro de historia, que tal vez no me informe de lo que pasa en el mundo pero que probablemente mostrará lo efímero del transcurrir con un poco más de sentido.

 
No sé si ese deseo del individuo de estar al tanto de lo que ocurre en lejanas tierras - tan lejanas que ningún terremoto de los que allí se produzcan puede afectarle - nace de la obstinación del ser humano por arroparse bajo las mantas de la universalización, ya sean estas las mantas de las siete esferas del Universo o las mantas de la globalización nihilista bajo las que actualmente nos encontramos. En cualquier caso no es un deseo inteligente. Además de no proporcionarle el deseado abrigo, le dejan desnudo porque le despojan del único ropaje que realmente le pertenece: la conciencia del valor de su propia individualidad.

 
Sin embargo hay que ser honestos y reconocer que el tema de la globalización resulta apasionante. Sobre todo ahora que hay tantos interesados en participar en el juego: los americanos, los chinos, los rusos y en un momento dado, incluso los indios... Todos ellos aspiran a ser la suprema potencia global del mundo. Si esto no fuera posible, entonces estarían de acuerdo en pactar el reparto global del mundo. Tolerancia y paz fría. Ya saben.

He pensado en las bombas americanas, rusas, (¿dónde están las chinas?) La evidencia ha golpeado mi mente: ninguna globalización que se precie se ha hecho de manera pacífica.

 
Ya no me apetece seguir con el tema.

Tal vez mi desgana nazca de mi condición de europea. Europa, que ya vivió el cénit de su aventura globalista durante el periodo colonial, prefiere quedarse en casa jugando a los regionalismos. Al paso que va, no tardará en pasar al juego de los sistemas feudales.

 ¡Qué apasionante fenómeno el de volver a la Europa de los Condados, de los Ducados, de los Feudos!

¡Qué aventura tan excitante la de jugar a disfrazar a Europa de Europa medieval y jugar a las damas, a los caballeros e incluso, si es necesario, a las cruzadas!

¡Qué feliz pensamiento el de caminar por sendas sin asfaltar, conociendo a otros viajeros y guardándose de los asaltadores! ¡Qué emoción jugar a los feudos!

¡Extraordinario modo de ser globalista sin salir de casa! ¡Cada diez kilómetros un nuevo reino, un nuevo territorio con nuevos gobiernos y nuevas normas! ¿Se imaginan?

¿Puede hablarse realmente de globalización cuando medio mundo – aunque ese medio mundo sea el mundo viejo- está deseando jugar al juego de los regionalismos y de los feudos? ¿Un mundo en el que los nómadas empiezan a ser un grupo tan reducido que se conocen casi todos y que si no han constituido un gueto es porque su individualidad lo impide? ¿Cómo pensar en globalización cuando todo indica que son los provincianos los que tomarán las riendas del poder en un futuro no muy lejano? ¿Cómo se podría interpretar el concepto globalización en un mundo compuesto exclusivamente por regiones y feudos?

 
Sí. Ya sé. Lo sabemos todos. Decir Globalización no es decir Humanidad. No es decir Universalidad. No es decir Hombre. Esos conceptos universales que nunca existieron no merecen al parecer ni siquiera el esfuerzo de ser concretizados en el tiempo y en el espacio en el que estamos.  Entonando el canto de la tolerancia se les obliga a vagar como si de sombras fantasmales se trataran.

Decir globalización es aludir a un mundo en el que los adelantos técnicos han destruído la linea que separaba la noche del día y que por relativizar ha relativizado incluso la importancia del reloj.

¿Pero cómo puede escribirse sobre la ausencia de barreras que sólo son ausentes en la realidad virtual porque en la calle en la que vives el reloj marca las tres de la madrugada y esas” tres de la madrugada” son las mismas “tres de la madrugada” de tu lugar del trabajo y las tres de la madrugada no son horas de llegar a casa  aunque en el país del tipo con el cual se acaba de cerrar un contrato los relojes no marquen más allá de las seis de la tarde?  ¿Cómo hablar de la desaparición de horarios cuando uno es consciente de que después de siete horas de vuelo el cuerpo habrá de enfrentarse al gran agotamiento que supone cambiar de zona horaria?

Y sobre todo ¿cómo escribir de globalización con aviones militares sobrevolando el Planeta de un lado a otro, marcando su territorio igual que lo hacen diariamente los perros de mi vecindario cuando sus propietarios los sacan a pasear?

Muchos esperaban, esperábamos, que los rusos se concentraran en resolver sus problemas internos; que hicieran frente a la crisis socioeconómico-cultural por la que atraviesa el país no desde hace décadas: ¡desde hace siglos!. No era una cuestión de autarquía, decíamos. Era una cuestión de dedicarse a la labor de crear nuevas estructuras sociales, culturales, económicas, capaces de infundir el sano vigor que el ejercicio de las potencias individuales bien orientadas trae consigo.

Pero hete aquí que ¿dónde se concentra la cuestión rusa? ¡Al parecer en Ucrania y en el armamento militar!  

Sí. También lo sabemos. La globalización no consiste en la libertad de ir y venir por el mundo sin necesidad de fronteras, sin necesidad de pasaportes ni de visados. La globalización significa libertad de comercio y por tanto hace referencia única y exclusivamente al consumo.

El mundo es una tienda abierta las veinticuatro horas del día. Internet y los globales medios de comunicación lo hacen posible.

El individuo está dentro de la globalización sólo, y sólo si, o bien viaja como consumidor – o sea, como turista-  o bien como productor, formando parte del engranaje de una empresa o de un proyecto global. Fuera de estos dos supuestos, el individuo se convierte en una gran molestia. De repente ya no se encuentra en el universo global. Otra es la dimensión a la que pertenece: la regional.

Peor aún: la feudal. Los condenados de esta tierra no tienen ni ley que les proteja ni patria que les defienda. Tienen que avenirse a lo que decidan los señores de los feudos en los cuales aterrizan. Éstos pueden ser justos, déspotas ilustrados o tiranos. Una cosa es cierta: cómo traten al individuo que no es ni consumidor ni productor, sino uno de los muchos desheredados de este mundo, no tiene nada que ver con el imperio de las normas sino con el carácter personal de cada uno de esos gobernantes feudales.

Allí justamente quieren ir a morar los catalanes, los vascos y todos esos que aspiran a la independencia.
Lo admito: los comentarios referentes al tema de la consulta celebrada en Cataluña me producen un terrible dolor de cabeza: que si independencia sí, que si independencia no, que si referéndum sí, que si referéndum no;  que si Mas ha ganado, que si ha ganado Rajoy, que si Mas a los tribunales, que si Rajoy es un cobarde, que si Mas es un héroe, que si del problema catalán sólo pueden hablar los catalanes, que si no, que si patatín, que si patatán. Ping, Pong, Ping, Pong, Ping, Pong.

No digo que no lo haya, pero yo todavía no he encontrado ningún comentarista que escriba algún blog titulado: “Independencia. ¿Qué independencia?”

 ¿Qué independencia? ¡A la independencia feudal es a la que aspiran! ¡Y desde la independencia feudal al comercio global! Eso sí: al noble y antiguo estilo: a lo veneciano, a lo Marco Polo.

Empezarán a lo Marco Polo y terminarán, seguramente, a lo César Borgia.

¡Oh Dios!

Me voy a dormir ¿Qué otra cosa puedo hacer? Incluso en sueños resuenan las carcajadas de Jorge en mis oídos: “¡Te lo dije!, ¡Te lo dije!”, repite incesante.

¡Oh Dios! – vuelvo a exclamar. Pero esta vez es porque,  en mis sueños, de verdad veo aparecer a Dios. Y detrás de Dios, siguiéndole, viene, como no podía ser menos, la Iglesia Católica.

La Iglesia Católica que sabia, sabia en su sabiduría, sabia pese a todos sus pecados, sabia seguramente gracias a ellos, no tiene esta vez una sino dos cabezas: la de Benedicto XVI y la del Papa Francisco.

“Hija” –me dicen amablemente al tiempo que cada uno de ellos se acerca portando una bandeja con un sobre - “El recogimiento y la meditacion a un lado; la lucha y la revolución al otro. Elige.”

Me despierto gritando.

He entendido el mensaje. Lo sé. Ahora lo sé.

Elijan.

Es cuestión de gustos.

Seguir, siguen ustedes, seguimos todos, dentro de la cápsula de las siete esferas...

Isabel Viñado Gascón

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Tuesday, November 11, 2014

El derecho al olvido


Me hubiera gustado escribir un artículo sobre este tema mucho antes: cuando ocupó las primeras planas de los periódicos. En aquél entonces muchos comentaristas advirtieron preocupados de los riesgos que éste derecho representaba tanto para la salvaguarda de la libertad de expresión como para la veracidad de la exposición histórica de los hechos.

Yo, en cambio, fui incapaz de escribir una sóla línea. La risa me lo impidió. Incluso en estos instantes resulta difícil poder concentrarme en la redacción del tema sin que mis carcajadas resuenen por todo el edificio. Es lo que tiene el asombro: a veces provoca admiración, a veces repulsión, casi indignación, y a veces, como en este caso, desata la hilaridad. No es para menos.

Díganme ustedes: ¡Sentirse preocupados por la “memoria histórica” en unos tiempos como los nuestros, en los que la “memoria histórica” dura lo que duran los beneficios de los periódicos que explotan el tema! ¡Exigir, reclamar el derecho al olvido en momentos en los que ya nadie se acuerda de lo que sucedió hace dos días! ¡Pero si justo lo contrario es lo que debería reivindicarse! 
Una petición colectiva del derecho al recuerdo: eso es lo que los ciudadanos deberían resolverse a firmar.

El lector lee los titulares de la misma manera que el espectador ve la televisión: zapeando. Ambos son llevados por intenciones idénticas. “Small-Talk" y  distracción: son los principales objetivos que hoy en día persiguen la mayoría de los consumidores de noticias.  Se trata de buscar temas de conversación que poder utilizar durante la pausa en el trabajo, o simplemente ir a la caza y captura de nuevas emociones que les distraigan de la monotonía de la vida – de su vida – diaria. La profundización en el tema dura lo que la emoción dure.
En este sentido el verano del 2014 puede calificarse de “sensacional”. Los Unos, los Otros, los de Aquí, los de Allá y un virus mutante: el ébola. Eso sin olvidar la redada policial llevada a cabo en Gran Bretaña, que descubrió que mil cuatrocientas niñas habían estado sufriendo durante años vejaciones de todo tipo sin que la policía hubiera hecho nada al respecto. La justificación que se dió a dicha pasividad es que  ¡la policía británica no quería ser tachada de racista!. (¡Como si una justificación así no aumentara el racismo en la sociedad! ¡Como si la corrección política fuera lo habitual en un país en el que incluso los españoles, ciudadanos de la UE, sufren insultos en las salas de espera de los hospitales!)

En fin... Como ustedes mismos habrán comprobado, las últimos meses se han caracterizado por los grandes titulares, las grandes emociones y un número variado de temas de conversación con los que amenizar el tranquilo periodo de asueto y ayudar a adentrarse en el otoño.

¿Qué ha quedado de todo ello?

¡El derecho al olvido, seguramente!

Silencio en los periódicos sobre el proceso a los individuos que destrozaron la infancia de mil cuatrocientas niñas porque la policía británica no quería ser calificada como racista. Silencio sobre aquél crucero al que Méjico denegó el permiso de atracar porque había declarado un caso de ébola a bordo. Confusión y silencio sobre el desarrollo del ébola en los países afectados. Por un lado se dice que la epidemia ha sido vencida, por otro se siguen enviando fuerzas humanas y dinero para combatirla.

En lo que a la partida de ajedrez entre Rusia y Estados Unidos, cada nueva jugada es digna de estudio. Parece ser que Ucrania ya no es lo más interesante. Las noticias sobre nuevos ataques y contrataques carecen de interés ahora que ya se ha acordado que Ucrania recibirá gas de Rusia, gracias al crédito que la Unión Europea le ha concedido para pagarlo y que sólo Dios sabe cuándo devolverá. Según Putin, ellos todavía están esperando la devolución de su  préstamo... Pero con Putin o sin Putin, Ucrania tendrá gas durante el invierno y sigue bajo influencia europea. Cuestión zanjada (y olvidada). Esta semana es China la protagonista. China tiene ahora grandes sabias verdades que decir a los dos rivales. Una de ellas se refiere al  inapropiado comportamiento que supone  colocar  un abrigo sobre los hombros de una dama cuando ésta tiene frio. Al menos cuando se trata de la primera dama china. Eso es precisamente lo que ha hecho Putin. Pero no sólo le ha reportado la consiguiente crítica de los entendidos en etiqueta; también ha obligado a los censores chinos a trabajar toda la noche para borrar cualquier imagen de la delicada situación. No sean malpensados. El único deseo de esos amables censores que no han dormido a causa de su trabajo es el de proteger el derecho al olvido de Putin.

Se reclama el derecho al olvido en unos tiempos en los que en los que el escándalo representa una importante fuente de ingresos para más de un artista, consagrado o no. Ello les sume en la insidiosa tarea de tener que inventar constantemente nuevas formas de provocación porque el público ha terminado por olvidar incluso qué era aquéllo que le escandalizaba. Así que esos artistas luchan febrilmente contra el peligro siempre presente, siempre real, de que el espectador les observe, entone un ¡ah!, no demasiado abierto y continúe con sus acostumbradas actividades sin prestar mayor interés, olvidándose de ellos a los cinco minutos; unos tiempos en los que el exceso de información impide la reflexión y en los que el dominio profundo de un tema exige un profundo análisis crítico capaz de deslindar lo importante de lo banal; tiempos en los que las imágenes se suceden las unas a las otras con cada vez más rapidez, de forma que ordenarlas mentalmente es poco menos que imposible.

Sin embargo, nadie exige el verdadero derecho al olvido, ése que no depende de Google sino de la comprensión y bondad de la comunidad en la que la vida de un individuo se desarrolla.
El afectado por la memoria de los que le rodean ha de marcharse lejos de su barrio y de su pueblo. Lo dice Philippe Claudel en su extraordinaria obra “El informe de Brodeck”. La memoria de los verdugos, la memoria de las víctimas. Esa es la verdadera, la auténtica memoria que resulta atroz, temible. La memoria de lo que uno fue, de lo que uno sufrió e hizo sufrir: esa es la memoria de la que gustaría poder desembarazarse. De la memoria que el pueblo guarda de los pecados cometidos por cada una de las familias que lo componen. En dichas comunidades la redención no sirve de gran cosa; el pecado de los antepasados es siempre pecado original y se arrastra de generación en generación, igual que los secretos nunca desvelados. ¡Si al menos el tiempo conservara la exactitud de los hechos pasados!  Pero su transcurrir desvirtúa y  deforma los acontecimientos y del injustamente acusado termina quedando sólo el acusado. Contra ese  recuerdo cruel e inactivo que no sirve más que para sembrar el camino con más cadáveres de los que ya hay y que arroja a la mentira o al destierro, contra ese – curiosamente- nadie se pronuncia.
El derecho al olvido se demanda, se exige, únicamente a los archivos de Google.

Díganme ¿No creen ustedes que este derecho es absurdo? ¿No les parece salido de una novela de P.G. Wodehouse o mejor aún de Chesterton?

Lo siento. La risa no  me deja continuar...
¿O serán las lágrimas?

Isabel Viñado Gascón

 

 

 

Sunday, November 9, 2014

9 de Noviembre de 2014.


El 9 de Noviembre de 1989 los alemanes limpiaron su conciencia. Aquél día las masas alemanas demostraron a Europa y a sí mismas que no sólo servían para conducir los totalistarismos más salvajes al poder. También sabían luchar por la libertad sin necesidad de recurrir a liberadores extranjeros.

Nada de eso importa el 9 de Noviembre del 2014. La crisis económica arrecia en el mundo occidental. La mutua desconfianza rige las conversaciones de los aliados; Europa es un edificio que se tambalea y un nuevo telón de acero parece levantarse entre Rusia y Estados Unidos. Un nuevo telón que, al igual que el antiguo, afecta sobre todo al Viejo Continente más viejo que nunca, hasta el punto de que ni siquiera está seguro de si tendrá fuerzas para enfrentarse a los nuevos retos culturales, religiosos y económicos que le acechan.

En el periódico digital “El Confidencial” aparece un largo artículo sobre la Alemania rica y la Alemania pobre firmado por un tal Antonio Martinez y que se apoya en un libro titulado “La ilusión alemana”, escrito por un economista de prestigio llamado Marcel Fratzscher. Lamentablemente yo no tengo el gusto de conocer a ninguno de los dos pero después de lo que he leído, tengo la impresión de que el periodista es un ingenuo y el economista un gran político.

Ingenuo es escribir que “ahora hay una barrera invisible que distancia, cada vez más, a ricos y pobres”, como si esa “barrera invisible” fuera exclusividad de Alemania y no de cualquier país de este mundo. El artículo es ingenuo e inexacto. 

Escribir que se bajaron “las prestaciones por desempleo”, obliga a escribir a continuación que los parados de larga duración tienen derecho a percibir una cantidad mensual, lo suficientemente elevada como para permitir pagar el alquiler de una vivienda y adquirir comida. Esta medida, que al señor Martinez le parece tan insuficiente,  es la que ya me gustaría a mí que acordara el gobierno  para los parados españoles.

Decir que hay tres millones de desempleados no es decir mucho si no se especifica que Alemania tiene ochenta millones de habitantes.
Y el ejemplo de los mini-jobs y del pluriempleo tampoco arroja grandes luces sobre la situación si no se entiende que aquí trabajar no es “cosa de tontos”. Al contrario de lo que sucede en la tradición católica “Trabajar con el sudor de tu frente”, lejos de ser una maldición del cielo, determina en la concepción protestante una de los medios de dignificación del ser humano. Y es lógico. El alemán no sólo es consciente de que “el maná no cae del cielo”. También sabe a ciencia cierta lo duro que resulta conseguirlo. El pluriempleo significa precariedad económica, es cierto. Nada más lejos de mi intención que el pretender negarlo. Pero también indica que hay puestos de trabajo. Peor que cobrar 450 euros por trabajar, es estar a los cincuenta años viviendo todavía con los padres sin tener un empleo. Peor que cobrar 450 euros por realizar una actividad laboral es ser un "ni-ni" o un "desilusionado".

Afirmar que el consumo interior es bajo en un país que considera la austeridad como una de las virtudes que lo caracterizan, tampoco aporta grandes novedades. Mejor sería atender a la costumbre alemana de hacer regalos confeccionados por sí mismos, los libros de contabilidad que cualquier ama de casa que se precie lleva minuciosamente de la economía de su hogar y el incremento de los ahorros germanos.
A pesar de ser un pueblo arrasado continuamente por las guerras, el consumo por el consumo ha sido siempre considerado una gran necedad. Aquí desconocen la existencia de frases como “y que salga el sol por Antequera” o “a vivir que son dos días”, en las que los términos “sol” y “vivir” únicamente hacen referencia al sinsentido y banalidad de la vida.

En lo que al agotamiento físico se refiere, no me extraña. Las mujeres que se han incorporado al mercado laboral se ven poco menos que obligadas socialmente a atender la casa, los estudios de los hijos, las relaciones con los amigos, mantenerse en forma y practicar actividades de tiempo libre. Y por si fuera poco, hay que hacerlo bien. Los hombres, por su lado, practican la habitual competitividad en unos momentos en los que las estructuras laborales son cada vez más complejas. Los nuevos medios de comunicación permiten mantener el contacto con cualquier parte del mundo las veinticuatro horas del día. Eso significa que la información que se recibe es constante y constante es la necesidad de reacción a dicha nueva información. Vivimos en un mundo rápido.  “Ve al punto”, se dice. El punto se ha convertido en el símbolo de ese dinamismo. Pero el estrés es un mal moderno que no afecta únicamente a la sociedad alemana, sino a la sociedad industrial en general.
Producto de esa globalización, de esa rapidez y de ese continuo “estar ocupado” es, ciertamente, el incremento de trabajos de fin de semana. Muchos desearían que los comercios, las academias de teatro, de idiomas, de deporte, de música... abrieran durante el Sábado y el Domingo, como sucede en otras partes del Globo,  para de este modo tener una semana más equilibrada en lo que a horarios se refiere. Hasta el momento son los supermercados los que lo han conseguido. Muchos están abiertos todos los días de la semana. Hace veinte años una cosa así hubiera resultado impensable. En aquel entonces las tiendas cerraban sus puertas a las seis de la tarde, durante la semana; y a las dos de la tarde, el sábado. Algunos, es cierto, añoran ese tranquilo ritmo de vida, en el que el consumo carecía de la importancia que hoy en día ha adquirido. Si a algunos les parece poco el consumo actual de los alemanes ¡imagínense ustedes hace veinte años!

En cuanto a las consecuencias del cierre del grifo público, nadie duda que han sido enormemente duras. Las inversiones en infraestructuras son practicamente inexistentes y los alemanes, mejor que nadie, son conscientes de ello. De algún modo hacen como el que lleva el mismo abrigo durante treinta años porque tiene otros gastos más acuciantes a los que hacer frente y ese abrigo, aunque viejo y medio roto, todavía sirve para calentarle. En efecto. El gran reto al que se enfrentan ahora los alemanes es el del cambio hacia la energía renovable en vez de, como hacen otros, empeñarse en sustituir las centrales de energía nuclear por el fracking.

Y es cierto que las pensiones se han recortado. No sólo las pensiones, también los sueldos. Estamos en crisis ¿o no?  Y es cierto que el fantasma de la pobreza vaga por las calles de las grandes ciudades, a veces con modestia, a veces con arrogancia, casi siempre con dignidad. Sí. Es cierto. Pero también lo es, que Alemania sigue siendo uno de los países de Europa que más refugiados acoge. Y sí, es verdad, hay protestas en contra por parte de los ciudadanos que ven, con dolor, cómo sus mermados recursos menguan. No obstante, Alemania sigue acogiéndolos. ¿Cuánto tiempo más? El máximo que sea posible.
La cuestión de los números negros es, sobre todo, una cuestión de visión y la visión exige Fe. A mí me gustaría creer que el pago de la deuda va a ser posible pero al igual que el escéptico Tomás, yo sólo creeré tal hecho cuando lo vea. Parece ser que la señora Merkel y el señor Schäuble tienen dicha visión y como buenos alemanes e idealistas que son, están poniendo todas las fuerzas a su alcance para conseguirlo. No sé si lo lograrán o no. Pero por respeto a dicho esfuerzo no seré yo, pese a mi incredulidad, la que se ría del intento y si hace falta colaborar, colaboraré. Ya lo dije en otro de mis Blogs. La diferencia entre el francés y el alemán es básicamente una cuestión de actitud ante el problema. Unos se mueren al compás de la música y con una copa de champán en la mano mientras el Titanic se hunde y otro lo hacen vaciando cubos. No pienso reirme de ninguna de las dos posturas porque ambas son, reconozcámoslo, brillantes. Y su brillantez descansa justamente en la absoluta convicción de cada una de las dos partes en sus ideas. La actitud es distinta. La admiración es mutua. 

Pero hete aquí que nuestro ingenuo señor Martinez asiste a una conferencia del señor Fratzscher y lee un libro suyo y cree haber asistido al descubrimiento del secreto mejor guardado de todos los tiempos: Alemania es pobre. Pobrísima. !Vaya! !Y nosotros sin saberlo!
 Y yo no consigo dilucidar si con ello el periodista del Confidencial pretende que los españoles se sientan más ricos o menos pobres pero en cualquier caso más contentos y menos críticos consigo mismos. Ahora que llegan las Navidades hay que ser consumistas. No como esos pobretones alemanes.

En lo que al señor Fratzscher se refiere, hay que hacer dos puntualizaciones.

-          En primer lugar, sus ideas políticas no coinciden con las de los conservadores y eso incluye, naturalmente, a la señora Merkel y al señor Schäuble.

-          En segundo lugar, cuando un economista – que además ocupa cargos políticos de gran responsabilidad - muestra la pobreza de su propio país, uno debería pensar que tal vez ello obedezca a una determinada estrategia. En el caso del señor Fratzscher – aunque no lo conozco, no me resisto a elucubrar sobre sus posibles razones - tres son las causas que en mi opinión podrían incitarle a hablar así.

a.       Despoja a Alemania de su fama de  “niño rico” de Europa. Eso contribuye a apaciguar las envidias de sus vecinos y la libra del punto de mira de sus ataques. Que Alemania no es rica, señor Martinez, lo sabemos todos. Lo saben incluso ellos. Justo porque no nada en la abundancia, tiene tanto cuidado con el dinero y ha sido pionera en la introducción del reciclaje de basura que, además de crear empleos y proteger a la naturaleza, evita derroches innecesarios.  La diferencia con otros países de Europa descansa en su menor número de desempleados, una deuda pública más baja y un menor nivel de corrupción en las clases más poderosas.  No sé si todos estos factores se deben a la tradición,  a las estructuras industriales o a su adecuada dirección política. La pobre Alemania sale adelante. La rica Andalucía se ahoga en la miseria y en la pobreza. Trágico, sí. Trágico.

b.      Ofrece argumentos racionales y convincentes de que la economía alemana está en recesión y de que la pobreza ha dejado de constituir un riesgo para convertirse en una realidad. No cabe duda de que esto es cierto. Fuerza es, por tanto, que de dicho enunciado se deriven las consecuencias necesarias encaminadas a resolver la crítica situación en la que la población alemana se encuentra.

¿Cuáles podrían ser tales consecuencias?

¿Un mayor gasto público?

¡Ni lo sueñen!

No puede descartarse que un enunciado que incluye tal descripción del estado económico germano sirva como justificación para argumentar contra la prestación de ayudas solidarias con los otros países, para controlar y limitar el tiempo de permanencia de los emigrantes.

Cuando escuchen esgrimir comentarios como los del señor Fratzscher piensen igualmente la cantidad de comentarios que los alemanes oyen al cabo del día sobre la cantidad de “pecados” económicos que pagan de los otros países de la UE. ¡Si a Lutero le molestaba tener que pagar por el perdón de sus pecados, imagínense si se hubiera tratado de pagar los pecados de los otros! Tales enunciados combinados con los otros enunciados hacen sentirse al aleman “pobre por culpa del vago del sur”. Y eso no le gusta. Y créanme, el alemán puede ser sumamente divertido, pero la diversión se acaba en cuanto el dinero entra por la puerta.

c.       Escribe un libro que le reporta fama, al mismo tiempo que aporta críticas al partido contrario. Quedan dos años para las elecciones pero ya es hora de ir tomando posiciones.

Vuelvo a repetir. No conozco al señor Fratzscher e ignoro sus verdaderas razones. Lo que sí en cambio digo, es que el señor Martinez debería ser menos ingenuo y más crítico a la hora de plasmar las ideas de los economistas-políticos que, en general, suelen cambiar a la velocidad de los valores bursátiles.

Malos tiempos para la lírica. No cabe duda.

Y sin embargo, la historia de amor de la que ayer hablé sigue intacta.

Yo creo que Brecht miraría enternecido a su patria. Pensaría en su obra “El señor Puntila y su criado Matti”. Suspiraría y concluiría:

“Es normal que subsista. Es un matrimonio perfecto: Ni el príncipe es tan rico, ni cenicienta tan pobre. Ambos conforman una auténtica comunidad de trabajo.”

¡Feliz Aniversario, Alemania!

Isabel Viñado Gascón