Me hubiera gustado escribir un artículo sobre este tema mucho antes: cuando
ocupó las primeras planas de los periódicos. En aquél entonces muchos comentaristas advirtieron
preocupados de los riesgos que éste derecho representaba tanto para la
salvaguarda de la libertad de expresión como para la veracidad de la exposición
histórica de los hechos.
Yo, en cambio, fui incapaz de escribir una sóla línea. La risa me lo
impidió. Incluso en estos instantes resulta difícil poder concentrarme en la
redacción del tema sin que mis carcajadas resuenen por todo el edificio. Es lo
que tiene el asombro: a veces provoca admiración, a veces repulsión, casi
indignación, y a veces, como en este caso, desata la hilaridad. No es para
menos.
Díganme ustedes: ¡Sentirse preocupados por la “memoria histórica” en unos tiempos
como los nuestros, en los que la “memoria histórica” dura lo que duran los
beneficios de los periódicos que explotan el tema! ¡Exigir, reclamar el derecho
al olvido en momentos en los que ya nadie se acuerda de lo que sucedió hace dos
días! ¡Pero si justo lo contrario es lo que debería reivindicarse!
Una petición colectiva del derecho al recuerdo: eso es lo que los ciudadanos deberían resolverse a firmar.
Una petición colectiva del derecho al recuerdo: eso es lo que los ciudadanos deberían resolverse a firmar.
El lector lee los titulares de la misma manera que el espectador ve la
televisión: zapeando. Ambos son llevados por intenciones idénticas. “Small-Talk"
y distracción: son los principales objetivos que hoy en día persiguen la mayoría de
los consumidores de noticias. Se trata
de buscar temas de conversación que poder utilizar durante la pausa en el
trabajo, o simplemente ir a la caza y captura de nuevas emociones que les
distraigan de la monotonía de la vida – de su
vida – diaria. La profundización en el tema dura lo que la emoción dure.
En este sentido el verano del 2014 puede calificarse de “sensacional”. Los Unos, los Otros, los de Aquí, los de Allá y un virus mutante: el ébola. Eso sin olvidar la redada policial llevada a cabo en Gran Bretaña, que descubrió que mil cuatrocientas niñas habían estado sufriendo durante años vejaciones de todo tipo sin que la policía hubiera hecho nada al respecto. La justificación que se dió a dicha pasividad es que ¡la policía británica no quería ser tachada de racista!. (¡Como si una justificación así no aumentara el racismo en la sociedad! ¡Como si la corrección política fuera lo habitual en un país en el que incluso los españoles, ciudadanos de la UE, sufren insultos en las salas de espera de los hospitales!)
En este sentido el verano del 2014 puede calificarse de “sensacional”. Los Unos, los Otros, los de Aquí, los de Allá y un virus mutante: el ébola. Eso sin olvidar la redada policial llevada a cabo en Gran Bretaña, que descubrió que mil cuatrocientas niñas habían estado sufriendo durante años vejaciones de todo tipo sin que la policía hubiera hecho nada al respecto. La justificación que se dió a dicha pasividad es que ¡la policía británica no quería ser tachada de racista!. (¡Como si una justificación así no aumentara el racismo en la sociedad! ¡Como si la corrección política fuera lo habitual en un país en el que incluso los españoles, ciudadanos de la UE, sufren insultos en las salas de espera de los hospitales!)
En fin... Como ustedes mismos habrán comprobado, las últimos meses se han caracterizado por los grandes titulares, las grandes
emociones y un número variado de temas de conversación con los que amenizar el
tranquilo periodo de asueto y ayudar a adentrarse en el otoño.
¿Qué ha quedado de todo ello?
¡El derecho al olvido, seguramente!
Silencio en los periódicos sobre el proceso a los individuos que
destrozaron la infancia de mil cuatrocientas niñas porque la policía británica no
quería ser calificada como racista. Silencio sobre aquél crucero al que Méjico
denegó el permiso de atracar porque había declarado un caso de ébola a bordo. Confusión
y silencio sobre el desarrollo del ébola en los países afectados. Por un lado
se dice que la epidemia ha sido vencida, por otro se siguen enviando fuerzas
humanas y dinero para combatirla.
En lo que a la partida de ajedrez entre Rusia y Estados Unidos, cada nueva
jugada es digna de estudio. Parece ser que Ucrania ya no es lo más interesante. Las noticias sobre nuevos ataques y
contrataques carecen de interés ahora que ya se ha acordado que Ucrania recibirá gas
de Rusia, gracias al crédito que la Unión Europea le ha concedido para pagarlo
y que sólo Dios sabe cuándo devolverá. Según Putin, ellos todavía están
esperando la devolución de su préstamo... Pero con Putin o sin Putin, Ucrania
tendrá gas durante el invierno y sigue bajo influencia europea. Cuestión
zanjada (y olvidada). Esta semana es China la protagonista. China tiene ahora
grandes sabias verdades que decir a los dos rivales. Una de ellas se refiere al inapropiado comportamiento que supone colocar un abrigo sobre los hombros de una dama cuando ésta
tiene frio. Al menos cuando se trata de la primera dama china. Eso es
precisamente lo que ha hecho Putin. Pero no sólo le ha reportado la consiguiente
crítica de los entendidos en etiqueta; también ha obligado a los censores chinos a
trabajar toda la noche para borrar cualquier imagen de la delicada situación. No sean malpensados. El
único deseo de esos amables censores que no han dormido a causa de su trabajo es el de proteger el derecho al olvido de Putin.
Se reclama el derecho al olvido en unos tiempos en los que en los que el
escándalo representa una importante fuente de ingresos para más de un artista,
consagrado o no. Ello les sume en la insidiosa tarea de tener que inventar
constantemente nuevas formas de provocación porque el público ha terminado por
olvidar incluso qué era aquéllo que le escandalizaba. Así que esos artistas
luchan febrilmente contra el peligro siempre presente, siempre real, de que el
espectador les observe, entone un ¡ah!, no demasiado abierto y continúe con sus
acostumbradas actividades sin prestar mayor interés, olvidándose de ellos a los
cinco minutos; unos tiempos en los que el exceso de información impide la
reflexión y en los que el dominio profundo de un tema exige un profundo
análisis crítico capaz de deslindar lo importante de lo banal; tiempos en los
que las imágenes se suceden las unas a las otras con cada vez más rapidez, de
forma que ordenarlas mentalmente es poco menos que imposible.
Sin embargo, nadie exige el verdadero derecho al olvido, ése que no depende de Google
sino de la comprensión y bondad de la comunidad en la que la vida de un
individuo se desarrolla.
El afectado por la memoria de los que le rodean ha de marcharse lejos de su barrio y de su pueblo. Lo dice Philippe Claudel en su extraordinaria obra “El informe de Brodeck”. La memoria de los verdugos, la memoria de las víctimas. Esa es la verdadera, la auténtica memoria que resulta atroz, temible. La memoria de lo que uno fue, de lo que uno sufrió e hizo sufrir: esa es la memoria de la que gustaría poder desembarazarse. De la memoria que el pueblo guarda de los pecados cometidos por cada una de las familias que lo componen. En dichas comunidades la redención no sirve de gran cosa; el pecado de los antepasados es siempre pecado original y se arrastra de generación en generación, igual que los secretos nunca desvelados. ¡Si al menos el tiempo conservara la exactitud de los hechos pasados! Pero su transcurrir desvirtúa y deforma los acontecimientos y del injustamente acusado termina quedando sólo el acusado. Contra ese recuerdo cruel e inactivo que no sirve más que para sembrar el camino con más cadáveres de los que ya hay y que arroja a la mentira o al destierro, contra ese – curiosamente- nadie se pronuncia.
El derecho al olvido se demanda, se exige, únicamente a los archivos de
Google.El afectado por la memoria de los que le rodean ha de marcharse lejos de su barrio y de su pueblo. Lo dice Philippe Claudel en su extraordinaria obra “El informe de Brodeck”. La memoria de los verdugos, la memoria de las víctimas. Esa es la verdadera, la auténtica memoria que resulta atroz, temible. La memoria de lo que uno fue, de lo que uno sufrió e hizo sufrir: esa es la memoria de la que gustaría poder desembarazarse. De la memoria que el pueblo guarda de los pecados cometidos por cada una de las familias que lo componen. En dichas comunidades la redención no sirve de gran cosa; el pecado de los antepasados es siempre pecado original y se arrastra de generación en generación, igual que los secretos nunca desvelados. ¡Si al menos el tiempo conservara la exactitud de los hechos pasados! Pero su transcurrir desvirtúa y deforma los acontecimientos y del injustamente acusado termina quedando sólo el acusado. Contra ese recuerdo cruel e inactivo que no sirve más que para sembrar el camino con más cadáveres de los que ya hay y que arroja a la mentira o al destierro, contra ese – curiosamente- nadie se pronuncia.
Díganme ¿No creen ustedes que este derecho es absurdo? ¿No les parece salido de una novela de P.G. Wodehouse o mejor aún de Chesterton?
Lo siento. La risa no me deja
continuar...
Isabel Viñado Gascón
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