El 9 de Noviembre de 1989 los alemanes limpiaron su conciencia. Aquél día
las masas alemanas demostraron a Europa y a sí mismas que no sólo servían para
conducir los totalistarismos más salvajes al poder. También sabían luchar por
la libertad sin necesidad de recurrir a liberadores extranjeros.
Nada de eso
importa el 9 de Noviembre del 2014. La crisis económica arrecia en el mundo
occidental. La mutua desconfianza rige las conversaciones de los aliados;
Europa es un edificio que se tambalea y un nuevo telón de acero parece
levantarse entre Rusia y Estados Unidos. Un nuevo telón que, al igual que el
antiguo, afecta sobre todo al Viejo Continente más viejo que nunca, hasta el
punto de que ni siquiera está seguro de si tendrá fuerzas para enfrentarse a los nuevos
retos culturales, religiosos y económicos que le acechan.
En el periódico
digital “El Confidencial” aparece un largo artículo sobre la Alemania rica y la
Alemania pobre firmado por un tal Antonio Martinez y que se apoya en un libro
titulado “La ilusión alemana”, escrito por un economista de prestigio llamado
Marcel Fratzscher. Lamentablemente yo no tengo el gusto de conocer a ninguno
de los dos pero después de lo que he leído, tengo la impresión de que el
periodista es un ingenuo y el economista un gran político.
Ingenuo es escribir que “ahora hay una barrera invisible que distancia,
cada vez más, a ricos y pobres”, como si esa “barrera invisible” fuera
exclusividad de Alemania y no de cualquier país de este mundo. El artículo es ingenuo e inexacto.
Escribir que se bajaron “las prestaciones por desempleo”, obliga a escribir a continuación que los parados de larga duración tienen derecho a percibir una cantidad mensual, lo suficientemente elevada como para permitir pagar el alquiler de una vivienda y adquirir comida. Esta medida, que al señor Martinez le parece tan insuficiente, es la que ya me gustaría a mí que acordara el gobierno para los parados españoles.
Decir que hay tres millones de desempleados no es decir mucho si no se especifica que Alemania tiene ochenta millones de habitantes.
Y el ejemplo de los mini-jobs y del pluriempleo tampoco arroja grandes luces sobre la situación si no se entiende que aquí trabajar no es “cosa de tontos”. Al contrario de lo que sucede en la tradición católica “Trabajar con el sudor de tu frente”, lejos de ser una maldición del cielo, determina en la concepción protestante una de los medios de dignificación del ser humano. Y es lógico. El alemán no sólo es consciente de que “el maná no cae del cielo”. También sabe a ciencia cierta lo duro que resulta conseguirlo. El pluriempleo significa precariedad económica, es cierto. Nada más lejos de mi intención que el pretender negarlo. Pero también indica que hay puestos de trabajo. Peor que cobrar 450 euros por trabajar, es estar a los cincuenta años viviendo todavía con los padres sin tener un empleo. Peor que cobrar 450 euros por realizar una actividad laboral es ser un "ni-ni" o un "desilusionado".
Afirmar que el consumo interior es bajo en un país que considera la austeridad como una de las virtudes que lo caracterizan, tampoco aporta grandes novedades. Mejor sería atender a la costumbre alemana de hacer regalos confeccionados por sí mismos, los libros de contabilidad que cualquier ama de casa que se precie lleva minuciosamente de la economía de su hogar y el incremento de los ahorros germanos.
A pesar de ser un pueblo arrasado continuamente por las guerras, el consumo por el consumo ha sido siempre considerado una gran necedad. Aquí desconocen la existencia de frases como “y que salga el sol por Antequera” o “a vivir que son dos días”, en las que los términos “sol” y “vivir” únicamente hacen referencia al sinsentido y banalidad de la vida.
En lo que al agotamiento físico se refiere, no me extraña. Las mujeres que se han incorporado al mercado laboral se ven poco menos que obligadas socialmente a atender la casa, los estudios de los hijos, las relaciones con los amigos, mantenerse en forma y practicar actividades de tiempo libre. Y por si fuera poco, hay que hacerlo bien. Los hombres, por su lado, practican la habitual competitividad en unos momentos en los que las estructuras laborales son cada vez más complejas. Los nuevos medios de comunicación permiten mantener el contacto con cualquier parte del mundo las veinticuatro horas del día. Eso significa que la información que se recibe es constante y constante es la necesidad de reacción a dicha nueva información. Vivimos en un mundo rápido. “Ve al punto”, se dice. El punto se ha convertido en el símbolo de ese dinamismo. Pero el estrés es un mal moderno que no afecta únicamente a la sociedad alemana, sino a la sociedad industrial en general.
Producto de esa globalización, de esa rapidez y de ese continuo “estar
ocupado” es, ciertamente, el incremento de trabajos de fin de semana. Muchos desearían que
los comercios, las academias de teatro, de idiomas, de deporte, de música...
abrieran durante el Sábado y el Domingo, como sucede en otras partes del Globo, para de este modo tener una semana más
equilibrada en lo que a horarios se refiere. Hasta el momento son los
supermercados los que lo han conseguido. Muchos están abiertos todos los días
de la semana. Hace veinte años una cosa así hubiera resultado impensable. En aquel entonces las tiendas cerraban sus puertas a las seis de la tarde, durante la
semana; y a las dos de la tarde, el sábado. Algunos, es cierto, añoran ese tranquilo ritmo
de vida, en el que el consumo carecía de la importancia que hoy en día ha
adquirido. Si a algunos les parece poco el consumo actual de los alemanes ¡imagínense
ustedes hace veinte años!Escribir que se bajaron “las prestaciones por desempleo”, obliga a escribir a continuación que los parados de larga duración tienen derecho a percibir una cantidad mensual, lo suficientemente elevada como para permitir pagar el alquiler de una vivienda y adquirir comida. Esta medida, que al señor Martinez le parece tan insuficiente, es la que ya me gustaría a mí que acordara el gobierno para los parados españoles.
Decir que hay tres millones de desempleados no es decir mucho si no se especifica que Alemania tiene ochenta millones de habitantes.
Y el ejemplo de los mini-jobs y del pluriempleo tampoco arroja grandes luces sobre la situación si no se entiende que aquí trabajar no es “cosa de tontos”. Al contrario de lo que sucede en la tradición católica “Trabajar con el sudor de tu frente”, lejos de ser una maldición del cielo, determina en la concepción protestante una de los medios de dignificación del ser humano. Y es lógico. El alemán no sólo es consciente de que “el maná no cae del cielo”. También sabe a ciencia cierta lo duro que resulta conseguirlo. El pluriempleo significa precariedad económica, es cierto. Nada más lejos de mi intención que el pretender negarlo. Pero también indica que hay puestos de trabajo. Peor que cobrar 450 euros por trabajar, es estar a los cincuenta años viviendo todavía con los padres sin tener un empleo. Peor que cobrar 450 euros por realizar una actividad laboral es ser un "ni-ni" o un "desilusionado".
Afirmar que el consumo interior es bajo en un país que considera la austeridad como una de las virtudes que lo caracterizan, tampoco aporta grandes novedades. Mejor sería atender a la costumbre alemana de hacer regalos confeccionados por sí mismos, los libros de contabilidad que cualquier ama de casa que se precie lleva minuciosamente de la economía de su hogar y el incremento de los ahorros germanos.
A pesar de ser un pueblo arrasado continuamente por las guerras, el consumo por el consumo ha sido siempre considerado una gran necedad. Aquí desconocen la existencia de frases como “y que salga el sol por Antequera” o “a vivir que son dos días”, en las que los términos “sol” y “vivir” únicamente hacen referencia al sinsentido y banalidad de la vida.
En lo que al agotamiento físico se refiere, no me extraña. Las mujeres que se han incorporado al mercado laboral se ven poco menos que obligadas socialmente a atender la casa, los estudios de los hijos, las relaciones con los amigos, mantenerse en forma y practicar actividades de tiempo libre. Y por si fuera poco, hay que hacerlo bien. Los hombres, por su lado, practican la habitual competitividad en unos momentos en los que las estructuras laborales son cada vez más complejas. Los nuevos medios de comunicación permiten mantener el contacto con cualquier parte del mundo las veinticuatro horas del día. Eso significa que la información que se recibe es constante y constante es la necesidad de reacción a dicha nueva información. Vivimos en un mundo rápido. “Ve al punto”, se dice. El punto se ha convertido en el símbolo de ese dinamismo. Pero el estrés es un mal moderno que no afecta únicamente a la sociedad alemana, sino a la sociedad industrial en general.
En cuanto a las consecuencias del cierre del grifo público, nadie duda que han sido enormemente duras. Las inversiones en infraestructuras son practicamente
inexistentes y los alemanes, mejor que nadie, son conscientes de ello. De algún
modo hacen como el que lleva el mismo abrigo durante treinta años porque tiene otros gastos más acuciantes a los que hacer frente y ese
abrigo, aunque viejo y medio roto, todavía sirve para calentarle. En efecto. El
gran reto al que se enfrentan ahora los alemanes es el del cambio hacia la energía
renovable en vez de, como hacen otros, empeñarse en sustituir las centrales de
energía nuclear por el fracking.
Y es cierto que las pensiones se han recortado. No sólo las pensiones,
también los sueldos. Estamos en crisis ¿o no?
Y es cierto que el fantasma de la pobreza vaga por las calles de las
grandes ciudades, a veces con modestia, a veces con arrogancia, casi siempre
con dignidad. Sí. Es cierto. Pero también lo es, que Alemania sigue siendo uno
de los países de Europa que más refugiados acoge. Y sí, es verdad, hay protestas
en contra por parte de los ciudadanos que ven, con dolor, cómo sus
mermados recursos menguan. No obstante, Alemania sigue acogiéndolos. ¿Cuánto tiempo más? El
máximo que sea posible.
La cuestión de los números negros es, sobre todo, una cuestión de visión y la visión exige Fe. A mí me gustaría creer que el pago de la deuda va a ser posible pero al igual que el escéptico Tomás, yo sólo creeré tal hecho cuando lo vea. Parece ser que la señora Merkel y el señor Schäuble tienen dicha visión y como buenos alemanes e idealistas que son, están poniendo todas las fuerzas a su alcance para conseguirlo. No sé si lo lograrán o no. Pero por respeto a dicho esfuerzo no seré yo, pese a mi incredulidad, la que se ría del intento y si hace falta colaborar, colaboraré. Ya lo dije en otro de mis Blogs. La diferencia entre el francés y el alemán es básicamente una cuestión de actitud ante el problema. Unos se mueren al compás de la música y con una copa de champán en la mano mientras el Titanic se hunde y otro lo hacen vaciando cubos. No pienso reirme de ninguna de las dos posturas porque ambas son, reconozcámoslo, brillantes. Y su brillantez descansa justamente en la absoluta convicción de cada una de las dos partes en sus ideas. La actitud es distinta. La admiración es mutua.
La cuestión de los números negros es, sobre todo, una cuestión de visión y la visión exige Fe. A mí me gustaría creer que el pago de la deuda va a ser posible pero al igual que el escéptico Tomás, yo sólo creeré tal hecho cuando lo vea. Parece ser que la señora Merkel y el señor Schäuble tienen dicha visión y como buenos alemanes e idealistas que son, están poniendo todas las fuerzas a su alcance para conseguirlo. No sé si lo lograrán o no. Pero por respeto a dicho esfuerzo no seré yo, pese a mi incredulidad, la que se ría del intento y si hace falta colaborar, colaboraré. Ya lo dije en otro de mis Blogs. La diferencia entre el francés y el alemán es básicamente una cuestión de actitud ante el problema. Unos se mueren al compás de la música y con una copa de champán en la mano mientras el Titanic se hunde y otro lo hacen vaciando cubos. No pienso reirme de ninguna de las dos posturas porque ambas son, reconozcámoslo, brillantes. Y su brillantez descansa justamente en la absoluta convicción de cada una de las dos partes en sus ideas. La actitud es distinta. La admiración es mutua.
Pero hete aquí que nuestro ingenuo señor Martinez asiste a una conferencia
del señor Fratzscher y lee un libro suyo y cree haber asistido al
descubrimiento del secreto mejor guardado de todos los tiempos: Alemania es pobre.
Pobrísima. !Vaya! !Y nosotros sin saberlo!
Y yo no consigo dilucidar si con ello el periodista del Confidencial pretende que los españoles se sientan más ricos o menos pobres pero en cualquier caso más contentos y menos críticos consigo mismos. Ahora que llegan las Navidades hay que ser consumistas. No como esos pobretones alemanes.
Y yo no consigo dilucidar si con ello el periodista del Confidencial pretende que los españoles se sientan más ricos o menos pobres pero en cualquier caso más contentos y menos críticos consigo mismos. Ahora que llegan las Navidades hay que ser consumistas. No como esos pobretones alemanes.
En lo que al señor Fratzscher se refiere, hay que hacer dos
puntualizaciones.
-
En
primer lugar, sus ideas políticas no coinciden con las de los conservadores y eso
incluye, naturalmente, a la señora Merkel y al señor Schäuble.
-
En segundo
lugar, cuando un economista – que además ocupa cargos políticos de gran responsabilidad - muestra la
pobreza de su propio país, uno debería pensar que tal vez ello obedezca a una
determinada estrategia. En el caso del señor Fratzscher – aunque no lo conozco, no
me resisto a elucubrar sobre sus posibles razones - tres son las causas que en mi opinión podrían incitarle a
hablar así.
a.
Despoja
a Alemania de su fama de “niño rico” de
Europa. Eso contribuye a apaciguar las envidias de sus vecinos y la libra del
punto de mira de sus ataques. Que Alemania no es rica, señor Martinez, lo sabemos todos. Lo saben incluso ellos. Justo porque no nada en la abundancia, tiene tanto cuidado con el dinero y ha sido pionera en la introducción del reciclaje de basura que, además de crear empleos y proteger a la naturaleza, evita derroches innecesarios. La diferencia con otros países de Europa descansa en su menor número de desempleados, una deuda pública más baja y un menor nivel de corrupción en las clases más poderosas. No sé si todos estos factores se deben a la tradición, a las estructuras industriales o a su adecuada dirección política. La pobre Alemania sale adelante. La rica Andalucía se ahoga en la miseria y en la pobreza. Trágico, sí. Trágico.
b.
Ofrece
argumentos racionales y convincentes de que la economía alemana está en
recesión y de que la pobreza ha dejado de constituir un riesgo para convertirse
en una realidad. No cabe duda de que esto es cierto. Fuerza es, por tanto, que
de dicho enunciado se deriven las consecuencias necesarias encaminadas a
resolver la crítica situación en la que la población alemana se encuentra.
¿Cuáles
podrían ser tales consecuencias?
¿Un mayor
gasto público?
¡Ni lo sueñen!
No puede
descartarse que un enunciado que incluye tal descripción del estado económico
germano sirva como justificación para argumentar contra la prestación de ayudas
solidarias con los otros países, para controlar y limitar el tiempo de
permanencia de los emigrantes.
Cuando
escuchen esgrimir comentarios como los del señor Fratzscher piensen igualmente
la cantidad de comentarios que los alemanes oyen al cabo del día sobre la
cantidad de “pecados” económicos que pagan de los otros países de la UE. ¡Si a
Lutero le molestaba tener que pagar por el perdón de sus pecados, imagínense si
se hubiera tratado de pagar los pecados de los otros! Tales enunciados
combinados con los otros enunciados hacen sentirse al aleman “pobre por culpa
del vago del sur”. Y eso no le gusta. Y créanme, el alemán puede ser sumamente
divertido, pero la diversión se acaba en cuanto el dinero entra por la puerta.
c.
Escribe
un libro que le reporta fama, al mismo tiempo que aporta críticas al partido
contrario. Quedan dos años para las elecciones pero ya es hora de ir tomando
posiciones.
Vuelvo a repetir. No conozco al señor Fratzscher e ignoro sus verdaderas
razones. Lo que sí en cambio digo, es que el señor Martinez debería ser menos
ingenuo y más crítico a la hora de plasmar las ideas de los
economistas-políticos que, en general, suelen cambiar a la velocidad de los
valores bursátiles.
Malos tiempos para la lírica. No cabe duda.
Y sin embargo, la historia de amor de la que ayer hablé sigue intacta.
Yo creo que Brecht miraría enternecido a su patria. Pensaría en su obra “El
señor Puntila y su criado Matti”. Suspiraría y concluiría:
“Es normal que subsista. Es un matrimonio perfecto: Ni el príncipe es tan
rico, ni cenicienta tan pobre. Ambos conforman una auténtica comunidad de
trabajo.”
¡Feliz Aniversario, Alemania!
Isabel Viñado Gascón
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