Tiempos extraños los nuestros. Por un lado pocos son los que se confiesan
creyentes y aún menos los que admiten ser practicantes; por otro, siguen utilizándose los
conceptos eclesiásticos aunque bajo distintos nombres. Lo que antaño era el Espíritu
Santo es hoy la inspiración creativa; el requisito de “deja todo y sígueme”, ha
sido adoptado por muchas ONG. El amor al prójimo se llama ahora solidaridad y
tolerancia. El famoso “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”
ha sido recogido como lema de los inspectores de Hacienda dedicados a controlar
minuciosamente el pago de impuestos. La libertad de la voluntad consiste
básicamente en el derecho a hacer lo que a la voluntad le plazca y Justicia
divina es hoy la Justicia que imparten los Tribunales Internacionales, sobre
todo a la hora de dirimir conflictos económicos entre las Naciones y las
Empresas.
Nada más lejos de mi intención que pretender caer en el Principio de
Identidad. Soy consciente de las grandes disparidades que existen entre el
concepto de “Espíritu Santo” y el de “inspiración creativa”. Pero en este caso
me resulta necesario resaltar las similitudes a fin de expresar las diferencias
con mayor claridad. Así pues, siguiendo con las analogías, podemos afirmar que
una de las palabras clave en nuestro vocabulario:“innovar”, está también
contenida en la idea cristiana cuando se habla de la necesidad de conseguir
sacar de nosotros “un hombre nuevo”.
Sin embargo la innovación actual no tiene nada que ver con la innovación
cristiana. El vocablo “innovación”, tan importante en nuestros días, hace
referencia a la creación de nuevos aparatos, de nuevos métodos de venta, de
ideas más competitivas. La innovación actual se refiere sólo y exclusivamente a
la cuestión externa. El hombre se ha convertido también en un concepto
externo y ya no se tiene que “renovar”, sino que se tiene que “reinventar”, con la
finalidad de poder “venderse” mejor y de esta manera “vender” sus ideas más
rápida y eficazmente. Renovar, lo que se dice renovar, sólo se renueva la casa
y el armario.
En este sentido, la Iglesia Católica ha decidido reinventarse, a la vez que
renueva su armario. Reinventa la Justicia Social, que en tiempos de crisis
nunca va mal y renueva un armario viejo y obsoleto, en el que ya no cabía nada,
para a continuación meter en él todo lo que se pueda y más. Los populismos triunfan no sólo en política:
también en la Iglesia. Y con esto no me estoy refiriendo ni a los
casados-divorciados ni a los homosexuales-creyentes. Mi objetivo es hacer
incapié en que la Iglesia se está preocupando más del número de feligreses que
de la renovación interior de esos feligreses. Que la Iglesia Católica está convencida de que lo
primero que ha de hacer es llenar las iglesias utilizando conceptos tales como
Amor Universal, Perdón Universal y qué se yo y se está olvidando del dolor
individual del que ha sido acribillado por la sociedad, del solitario, del
indefenso, del torturado, del vejado... La Iglesia Católica está convencida de
que innova cuando digitaliza su biblioteca cuando lo único que hace es utilizar la técnica a su alcance y
cree que se está renovando cuando lo utilizando una retórica anquilosada y vacía.
Uno acude ensangrentado a la Iglesia Católica ¿y qué escucha?: Paciencia,
Resignación, Comprensión, Perdón al que le ha causado el dolor, Cargar la Cruz
con Humildad.
Uno acude ensangrentado a la Iglesia Luterana ¿y qué escucha? Nada de Paciencia,
Nada de Resignación, Nada de Perdón. Eso son cosas baladís. Lo importante no es
nada eso. Lo importante es responder a la pregunta: "¿Qué quiere Dios de mí?"
Y ante esa pregunta uno decide. Decide solo y libremente. Decide ayudado
por el Espíritu Santo o la inspiración creativa ¡qué más da!
La Iglesia Luterana no explica cómo se debe reaccionar ante el ultraje. En vez de eso, anima a reflexionar sobre el sentido del dolor. Su interés no se centra en que el doliente comprenda su dolor o perdone al que le ha lastimado. Le exhorta a meditar sobre el tema: "¿Qué quiere Dios de mí?"
La Iglesia Luterana consigue que el herido sienta renacer su autoestima: Dios quiere algo de él. Él es importante para la obra de Dios, lanzándolo al mismo tiempo a la introspección y de ahí a la acción. No se trata de aceptar ni de perdonar, sin más. Es un proceso. Un proceso que aúna la razón y la voluntad: "Primero piensa, luego decide y finalmente actúa". Sólo así puede contestarse a la pregunta: "¿Qué quiere Dios de mí?
La Iglesia Luterana no explica cómo se debe reaccionar ante el ultraje. En vez de eso, anima a reflexionar sobre el sentido del dolor. Su interés no se centra en que el doliente comprenda su dolor o perdone al que le ha lastimado. Le exhorta a meditar sobre el tema: "¿Qué quiere Dios de mí?"
La Iglesia Luterana consigue que el herido sienta renacer su autoestima: Dios quiere algo de él. Él es importante para la obra de Dios, lanzándolo al mismo tiempo a la introspección y de ahí a la acción. No se trata de aceptar ni de perdonar, sin más. Es un proceso. Un proceso que aúna la razón y la voluntad: "Primero piensa, luego decide y finalmente actúa". Sólo así puede contestarse a la pregunta: "¿Qué quiere Dios de mí?
Y el ensangrentado que era yo hace dos semanas se va a casa no sé si
renovado pero desde luego feliz de saber que hay alguien – Dios- que quiere
algo de él y que además confía lo suficiente en su razón y en su voluntad para
dejar a su libre albedrío la decisión a seguir.
Ese libre albedrío que la Iglesia Católica a veces confunde con soberbia y que me niega sistemáticamente cuando, cada vez que le llego ensangrentada, me pide, por no decir exige, que perdone al torturador o torturadora de turno.
Ese libre albedrío que la Iglesia Católica a veces confunde con soberbia y que me niega sistemáticamente cuando, cada vez que le llego ensangrentada, me pide, por no decir exige, que perdone al torturador o torturadora de turno.
Isabel Viñado Gascón.
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