Uno deambula en busca de
novedades por los periódicos de las diferentes naciones y el paisaje que
se le presenta es siempre el mismo. Cansado de tanta monotonía regresa a casa. Se
prepara una taza de café. Mientras el café humea, contempla la calle gris a
través de la ventana y se pregunta por qué en invierno la mayoría de los transeúntes camina
enfundada en abrigos grises y negros en vez de en abrigos rojos, verdes,
amarillos.... por qué ese empeño en lucir colores que enfrían al frío. Toma un
sorbo de café. Ucrania, tan lejos y tan cerca, los rusos, los tanques, los
radicales de cualquier lugar, los periódicos de todos los magnates... ¿Alguien
ha oído hablar del fenómeno de la enajenación provocada no por la organización
industrial, sino por el alúd de información que diariamente sufrimos?
He pensado en las bombas
americanas, rusas, (¿dónde están las chinas?) La evidencia ha golpeado mi mente:
ninguna globalización que se precie se ha hecho de manera pacífica.
Tal vez mi desgana nazca de
mi condición de europea. Europa, que ya vivió el cénit de su aventura globalista durante el
periodo colonial, prefiere quedarse en casa jugando a los regionalismos. Al paso
que va, no tardará en pasar al juego de los sistemas feudales.
¡Qué apasionante fenómeno el de volver a la Europa de los Condados, de los Ducados, de los Feudos!
¡Qué aventura tan excitante la de jugar a disfrazar a Europa de Europa medieval y jugar a las damas, a los caballeros e incluso, si es necesario, a las cruzadas!
¡Qué aventura tan excitante la de jugar a disfrazar a Europa de Europa medieval y jugar a las damas, a los caballeros e incluso, si es necesario, a las cruzadas!
¡Qué feliz pensamiento el
de caminar por sendas sin asfaltar, conociendo a otros viajeros y guardándose
de los asaltadores! ¡Qué emoción jugar a los feudos!
¡Extraordinario modo de ser globalista sin salir de casa! ¡Cada diez kilómetros un nuevo reino, un nuevo territorio con nuevos gobiernos y nuevas normas! ¿Se imaginan?
¿Puede hablarse realmente
de globalización cuando medio mundo – aunque ese medio mundo sea el mundo
viejo- está deseando jugar al juego de los regionalismos y de los feudos? ¿Un mundo en el que los nómadas empiezan
a ser un grupo tan reducido que se conocen casi todos y que si no han
constituido un gueto es porque su individualidad lo impide? ¿Cómo pensar en globalización
cuando todo indica que son los provincianos los que tomarán las riendas del
poder en un futuro no muy lejano? ¿Cómo se podría interpretar el concepto globalización en un mundo compuesto exclusivamente por regiones y feudos?
Decir globalización es
aludir a un mundo en el que los adelantos técnicos han destruído la linea que
separaba la noche del día y que por relativizar ha relativizado incluso la
importancia del reloj.
¿Pero cómo puede escribirse sobre la ausencia de barreras que sólo son
ausentes en la realidad virtual porque en la calle en la que vives el reloj
marca las tres de la madrugada y esas” tres de la madrugada” son las mismas “tres
de la madrugada” de tu lugar del trabajo y las tres de la madrugada no son
horas de llegar a casa aunque en el país
del tipo con el cual se acaba de cerrar un contrato los relojes no marquen más
allá de las seis de la tarde? ¿Cómo hablar
de la desaparición de horarios cuando uno es consciente de que después de siete
horas de vuelo el cuerpo habrá de enfrentarse al gran agotamiento que supone
cambiar de zona horaria?
Y sobre todo ¿cómo escribir
de globalización con aviones militares sobrevolando el Planeta de un lado a
otro, marcando su territorio igual que lo hacen diariamente los perros de mi vecindario
cuando sus propietarios los sacan a pasear?
Muchos esperaban,
esperábamos, que los rusos se concentraran en resolver sus problemas internos;
que hicieran frente a la crisis socioeconómico-cultural por la que atraviesa el
país no desde hace décadas: ¡desde hace siglos!. No era una cuestión de
autarquía, decíamos. Era una cuestión de dedicarse a la labor de crear nuevas
estructuras sociales, culturales, económicas, capaces de infundir el sano vigor
que el ejercicio de las potencias individuales bien orientadas trae consigo.
Pero hete aquí que ¿dónde se concentra la cuestión rusa? ¡Al parecer en
Ucrania y en el armamento militar!
Sí. También lo sabemos. La
globalización no consiste en la libertad de ir y venir por el mundo sin
necesidad de fronteras, sin necesidad de pasaportes ni de visados. La globalización
significa libertad de comercio y por tanto hace referencia única y
exclusivamente al consumo.
El mundo es una tienda
abierta las veinticuatro horas del día. Internet y los globales medios de
comunicación lo hacen posible.
El individuo está dentro de
la globalización sólo, y sólo si, o bien viaja como consumidor – o sea, como
turista- o bien como productor, formando
parte del engranaje de una empresa o de un proyecto global. Fuera de estos dos
supuestos, el individuo se convierte en una gran molestia. De repente ya no se
encuentra en el universo global. Otra es la dimensión a la que pertenece: la
regional.
Peor aún: la feudal. Los condenados de esta tierra no tienen ni ley que les proteja ni patria que les defienda. Tienen que avenirse a lo que decidan los señores de los feudos en los cuales aterrizan. Éstos pueden ser justos, déspotas ilustrados o tiranos. Una cosa es cierta: cómo traten al individuo que no es ni consumidor ni productor, sino uno de los muchos desheredados de este mundo, no tiene nada que ver con el imperio de las normas sino con el carácter personal de cada uno de esos gobernantes feudales.
Allí justamente quieren ir
a morar los catalanes, los vascos y todos esos que aspiran a la independencia.
Lo admito: los comentarios
referentes al tema de la consulta celebrada en Cataluña me producen un terrible
dolor de cabeza: que si independencia sí, que si independencia no, que si referéndum
sí, que si referéndum no; que si Mas ha
ganado, que si ha ganado Rajoy, que si Mas a los tribunales, que si Rajoy es un
cobarde, que si Mas es un héroe, que si del problema catalán sólo pueden hablar
los catalanes, que si no, que si patatín, que si patatán. Ping, Pong, Ping,
Pong, Ping, Pong.
No digo que no lo haya,
pero yo todavía no he encontrado ningún comentarista que escriba algún blog
titulado: “Independencia. ¿Qué independencia?”
Empezarán a lo Marco Polo y terminarán, seguramente, a lo César Borgia.
¡Oh Dios!
Me voy a dormir ¿Qué otra cosa puedo hacer? Incluso en sueños resuenan las
carcajadas de Jorge en mis oídos: “¡Te lo dije!, ¡Te lo dije!”, repite
incesante.
¡Oh Dios! – vuelvo a exclamar. Pero esta vez es porque, en mis sueños, de verdad veo aparecer a Dios.
Y detrás de Dios, siguiéndole, viene, como no podía ser menos, la Iglesia
Católica.
La Iglesia Católica que sabia, sabia en su sabiduría, sabia pese a todos
sus pecados, sabia seguramente gracias a ellos, no tiene esta vez una sino dos
cabezas: la de Benedicto XVI y la del Papa Francisco.
“Hija” –me dicen amablemente al tiempo que cada uno de ellos se acerca portando una
bandeja con un sobre - “El recogimiento y la meditacion a un lado; la lucha y
la revolución al otro. Elige.”
Me despierto gritando.
He entendido el mensaje. Lo sé. Ahora lo sé.
Elijan.
Es cuestión de gustos.
Seguir, siguen ustedes, seguimos todos, dentro de la cápsula de las siete
esferas...
Isabel Viñado Gascón
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