Thursday, November 13, 2014

Globalización. Regionalismo. Feudalismo. Una divagación superficial y trivial sobre el tema


Uno deambula en busca de novedades por los periódicos de las diferentes naciones y el paisaje que se le presenta es siempre el mismo. Cansado de tanta monotonía regresa a casa. Se prepara una taza de café. Mientras el café humea, contempla la calle gris a través de la ventana y se pregunta por qué en invierno la mayoría de los transeúntes camina enfundada en abrigos grises y negros en vez de en abrigos rojos, verdes, amarillos.... por qué ese empeño en lucir colores que enfrían al frío. Toma un sorbo de café. Ucrania, tan lejos y tan cerca, los rusos, los tanques, los radicales de cualquier lugar, los periódicos de todos los magnates... ¿Alguien ha oído hablar del fenómeno de la enajenación provocada no por la organización industrial, sino por el alúd de información que diariamente sufrimos?

 
Sí. Lo confieso. Hoy es uno de esos días en los que la superficialidad de las noticias, su banalidad, me resulta sencillamente insoportable. Odio escribir sobre sucesos que no significan nada, realmente nada, fingiendo que ejercen una importancia vital en mi vida. Tan vital que incluso me veo en la necesidad imperiosa de comentarlos. Odio leer periódicos cuando las palabras se me presentan en forma de fonemas alineados dando la impresión de poseer un sentido que en realidad no tienen.  Su intención última de provocar polémica en vez de animar a la reflexión me lleva a preguntarme por qué diantres me ocupo de las noticias  en vez de disfrutar de un buen libro de historia, que tal vez no me informe de lo que pasa en el mundo pero que probablemente mostrará lo efímero del transcurrir con un poco más de sentido.

 
No sé si ese deseo del individuo de estar al tanto de lo que ocurre en lejanas tierras - tan lejanas que ningún terremoto de los que allí se produzcan puede afectarle - nace de la obstinación del ser humano por arroparse bajo las mantas de la universalización, ya sean estas las mantas de las siete esferas del Universo o las mantas de la globalización nihilista bajo las que actualmente nos encontramos. En cualquier caso no es un deseo inteligente. Además de no proporcionarle el deseado abrigo, le dejan desnudo porque le despojan del único ropaje que realmente le pertenece: la conciencia del valor de su propia individualidad.

 
Sin embargo hay que ser honestos y reconocer que el tema de la globalización resulta apasionante. Sobre todo ahora que hay tantos interesados en participar en el juego: los americanos, los chinos, los rusos y en un momento dado, incluso los indios... Todos ellos aspiran a ser la suprema potencia global del mundo. Si esto no fuera posible, entonces estarían de acuerdo en pactar el reparto global del mundo. Tolerancia y paz fría. Ya saben.

He pensado en las bombas americanas, rusas, (¿dónde están las chinas?) La evidencia ha golpeado mi mente: ninguna globalización que se precie se ha hecho de manera pacífica.

 
Ya no me apetece seguir con el tema.

Tal vez mi desgana nazca de mi condición de europea. Europa, que ya vivió el cénit de su aventura globalista durante el periodo colonial, prefiere quedarse en casa jugando a los regionalismos. Al paso que va, no tardará en pasar al juego de los sistemas feudales.

 ¡Qué apasionante fenómeno el de volver a la Europa de los Condados, de los Ducados, de los Feudos!

¡Qué aventura tan excitante la de jugar a disfrazar a Europa de Europa medieval y jugar a las damas, a los caballeros e incluso, si es necesario, a las cruzadas!

¡Qué feliz pensamiento el de caminar por sendas sin asfaltar, conociendo a otros viajeros y guardándose de los asaltadores! ¡Qué emoción jugar a los feudos!

¡Extraordinario modo de ser globalista sin salir de casa! ¡Cada diez kilómetros un nuevo reino, un nuevo territorio con nuevos gobiernos y nuevas normas! ¿Se imaginan?

¿Puede hablarse realmente de globalización cuando medio mundo – aunque ese medio mundo sea el mundo viejo- está deseando jugar al juego de los regionalismos y de los feudos? ¿Un mundo en el que los nómadas empiezan a ser un grupo tan reducido que se conocen casi todos y que si no han constituido un gueto es porque su individualidad lo impide? ¿Cómo pensar en globalización cuando todo indica que son los provincianos los que tomarán las riendas del poder en un futuro no muy lejano? ¿Cómo se podría interpretar el concepto globalización en un mundo compuesto exclusivamente por regiones y feudos?

 
Sí. Ya sé. Lo sabemos todos. Decir Globalización no es decir Humanidad. No es decir Universalidad. No es decir Hombre. Esos conceptos universales que nunca existieron no merecen al parecer ni siquiera el esfuerzo de ser concretizados en el tiempo y en el espacio en el que estamos.  Entonando el canto de la tolerancia se les obliga a vagar como si de sombras fantasmales se trataran.

Decir globalización es aludir a un mundo en el que los adelantos técnicos han destruído la linea que separaba la noche del día y que por relativizar ha relativizado incluso la importancia del reloj.

¿Pero cómo puede escribirse sobre la ausencia de barreras que sólo son ausentes en la realidad virtual porque en la calle en la que vives el reloj marca las tres de la madrugada y esas” tres de la madrugada” son las mismas “tres de la madrugada” de tu lugar del trabajo y las tres de la madrugada no son horas de llegar a casa  aunque en el país del tipo con el cual se acaba de cerrar un contrato los relojes no marquen más allá de las seis de la tarde?  ¿Cómo hablar de la desaparición de horarios cuando uno es consciente de que después de siete horas de vuelo el cuerpo habrá de enfrentarse al gran agotamiento que supone cambiar de zona horaria?

Y sobre todo ¿cómo escribir de globalización con aviones militares sobrevolando el Planeta de un lado a otro, marcando su territorio igual que lo hacen diariamente los perros de mi vecindario cuando sus propietarios los sacan a pasear?

Muchos esperaban, esperábamos, que los rusos se concentraran en resolver sus problemas internos; que hicieran frente a la crisis socioeconómico-cultural por la que atraviesa el país no desde hace décadas: ¡desde hace siglos!. No era una cuestión de autarquía, decíamos. Era una cuestión de dedicarse a la labor de crear nuevas estructuras sociales, culturales, económicas, capaces de infundir el sano vigor que el ejercicio de las potencias individuales bien orientadas trae consigo.

Pero hete aquí que ¿dónde se concentra la cuestión rusa? ¡Al parecer en Ucrania y en el armamento militar!  

Sí. También lo sabemos. La globalización no consiste en la libertad de ir y venir por el mundo sin necesidad de fronteras, sin necesidad de pasaportes ni de visados. La globalización significa libertad de comercio y por tanto hace referencia única y exclusivamente al consumo.

El mundo es una tienda abierta las veinticuatro horas del día. Internet y los globales medios de comunicación lo hacen posible.

El individuo está dentro de la globalización sólo, y sólo si, o bien viaja como consumidor – o sea, como turista-  o bien como productor, formando parte del engranaje de una empresa o de un proyecto global. Fuera de estos dos supuestos, el individuo se convierte en una gran molestia. De repente ya no se encuentra en el universo global. Otra es la dimensión a la que pertenece: la regional.

Peor aún: la feudal. Los condenados de esta tierra no tienen ni ley que les proteja ni patria que les defienda. Tienen que avenirse a lo que decidan los señores de los feudos en los cuales aterrizan. Éstos pueden ser justos, déspotas ilustrados o tiranos. Una cosa es cierta: cómo traten al individuo que no es ni consumidor ni productor, sino uno de los muchos desheredados de este mundo, no tiene nada que ver con el imperio de las normas sino con el carácter personal de cada uno de esos gobernantes feudales.

Allí justamente quieren ir a morar los catalanes, los vascos y todos esos que aspiran a la independencia.
Lo admito: los comentarios referentes al tema de la consulta celebrada en Cataluña me producen un terrible dolor de cabeza: que si independencia sí, que si independencia no, que si referéndum sí, que si referéndum no;  que si Mas ha ganado, que si ha ganado Rajoy, que si Mas a los tribunales, que si Rajoy es un cobarde, que si Mas es un héroe, que si del problema catalán sólo pueden hablar los catalanes, que si no, que si patatín, que si patatán. Ping, Pong, Ping, Pong, Ping, Pong.

No digo que no lo haya, pero yo todavía no he encontrado ningún comentarista que escriba algún blog titulado: “Independencia. ¿Qué independencia?”

 ¿Qué independencia? ¡A la independencia feudal es a la que aspiran! ¡Y desde la independencia feudal al comercio global! Eso sí: al noble y antiguo estilo: a lo veneciano, a lo Marco Polo.

Empezarán a lo Marco Polo y terminarán, seguramente, a lo César Borgia.

¡Oh Dios!

Me voy a dormir ¿Qué otra cosa puedo hacer? Incluso en sueños resuenan las carcajadas de Jorge en mis oídos: “¡Te lo dije!, ¡Te lo dije!”, repite incesante.

¡Oh Dios! – vuelvo a exclamar. Pero esta vez es porque,  en mis sueños, de verdad veo aparecer a Dios. Y detrás de Dios, siguiéndole, viene, como no podía ser menos, la Iglesia Católica.

La Iglesia Católica que sabia, sabia en su sabiduría, sabia pese a todos sus pecados, sabia seguramente gracias a ellos, no tiene esta vez una sino dos cabezas: la de Benedicto XVI y la del Papa Francisco.

“Hija” –me dicen amablemente al tiempo que cada uno de ellos se acerca portando una bandeja con un sobre - “El recogimiento y la meditacion a un lado; la lucha y la revolución al otro. Elige.”

Me despierto gritando.

He entendido el mensaje. Lo sé. Ahora lo sé.

Elijan.

Es cuestión de gustos.

Seguir, siguen ustedes, seguimos todos, dentro de la cápsula de las siete esferas...

Isabel Viñado Gascón

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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