El espectador continúa sentado en
su sillón como de costumbre, pero en vez de concentrarse en los programas de
televisión hoy prefiere dirigir su atención al mundo exterior, a ése que se
desarrolla tras los cristales.
Pasado el invierno, los árboles han vuelto a
cubrirse de hojas y los jardines alegres muestran orgullosos su riqueza floral.
Un tímido y agradable sol entra por las ventanas y calienta e ilumina la
estancia. El espectador cae en ese estado de somnolencia en los que uno
experimenta cómo la realidad va difuminándose paulatinamente hasta desaparecer
por completo. Ese momento en el que no se sabe si la realidad es lo soñado o es
al revés. Por un instante, las fronteras que separaban ambos mundos han caído.
De repente, el espectador escucha acercarse unas voces que insistentemente repiten lo mucho que le quieren, lo mucho que le adoran.
“Te quiero”, “te quiero mucho”, “te adoro” – dice una voz. “Te quiere”. “te
quiere mucho”, “dice que te adora”- repite el acompañante de la primera voz.
Las voces suenan incansables, lo rodean, lo mecen, lo acunan.
“Te quiero”, “te
quiere”, “te quiero”, “te quiere”...
Y por unos segundos no puede
evitar dejar llevarse por la dulzura y la magia de las voces y de los sonidos.
Los tonos suaves y cadenciosos lo arropan y lo sumergen en las tibias aguas de
días olvidados o incluso nunca vividos, simplemente deseados.
Conforme las palabras lo
arrastran, siente cómo el sillón en el que siempre está sentado, su sillón, se
torna de un rojo carmesí. Es su sangre. Su propia sangre.
El espectador comprende
aterrorizado la verdad.
“Te quiero”, “te quiere” no significan nada bueno para el que las escucha;
son más bien el anticipo de su desgracia. ¡Pobre de aquél que las crea!
“Te quiero” y “te quiere”son
voces malignas que actúan conjuntamente, como esos maleantes callejeros que
actúan en complicidad no manifiesta para engañar más rápidamente al pobre bobo
que se avenga a prestarles un poco de atención.
"Te quiero", "te quiere" es la misma cantinela que el espectador escucha diariamente en los programas de la televisión en España, sean del tipo que sean. Las últimas palabras que el condenado de turno oye antes de ser conducido al patíbulo.
El espectador abre los ojos aterrorizado.
Por fin sabe cuál era el canto
con el que las crueles sirenas llevaban a los marineros a la muerte y que
Ulises nunca se atrevió a desvelar a pesar de haber sobrevivido a él.
Isabel Viñado Gascón.
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