El mundo siempre ha
sido un lío, pero algunas veces más que otras. Como los líos siempre me han dado
dolor de cabeza, he intentado evitarlos en la medida de lo posible; cuando no
me ha sido posible he intentado enfrentarme a ellos con el diálogo y la comprensión
a la espera de que a los otros también les movieran las mismas intenciones que
a mí. Esto es: la clarificación del asunto. Hubo una época de mi vida que hoy
contemplo con dolor en la que los líos me desbordaron sin que yo tuviera ni el
tiempo, ni la calma ni la madurez necesaria para superarlos adecuadamente. En aquél tiempo de inocente juventud todavía
ignoraba que los líos nunca se resuelven con el razonamiento. El razonamiento
sirve para solucionar problemas. Nunca los líos. Y esto porque los líos contienen
un porcentaje de caos emocional – pretendido o no- del que los problemas
carecen. Este porcentaje de caos emocional determina que lo subjetivo, los
significados ambivalentes de las palabras, lo que se dice sin haber sido pronunciado, etc, etc, juegue
un papel significativo en la cuestión. Hay fabricantes de líos tan expertos que
consiguen revestir su lío con la apariencia de un problema. Lo único que el
razonamiento puede hacer en dichos casos es comprender la falacia. Resolver no resolverá
nada. El razonamiento terminará exasperado y desesperado. En casos extremos
puede que incluso autodestruido e inutilizado. Al mío lo salvaron el tiempo, los libros y mi amiga Carlota.
Ha sido la
experiencia, no obstante, la que me ha permitido comprender que hay personas
que han hecho de la fabricación de líos su hobby, así que dedican su vida a
confeccionar líos para que otros los deshagan: una especie de arrastre hasta la
madurez de aquél juego de niños que consistía en hacer nudos a ver si el rival
conseguía deshacerlo en el tiempo fijado. Hay nudos sencillos que exigen poco
esfuerzo. Otros, en cambio, son tan complicados que deshacerlos parece
imposible.Las posibilidades en estos casos son varias. Una consiste en intentar
comprender el nudo. Esto es, qué duda cabe, loable pero lo normal es que los
que actúan así agoten el tiempo del que disponen y pierdan. Otros jugadores pasan a la acción
directamente y terminan enredando aún más si cabe el nudo. Por último hay
quienes hartos de no obtener resultados, sacan las tijeras que llevan guardadas
en el bolsillo y raudos lo cortan por la mitad. El nudo ha sido deshecho. Han ganado. El que lo ha
confeccionado se enfada y grita enojado que eso es trampa. La discusión sobre
lo que es trampa puede durar bastante. Todo depende de las energías retóricas
de los adversarios. El final suele ser variado: o los participantes terminan
revolcados en el suelo o comiéndose un helado. Así de fácil. Esto demuestra que
la línea directriz que rige en la mayor parte de los conflictos no es su
resolución sino la capacidad que cada uno de los involucrados en el lío posee
para imponerse al otro y en todo caso, conseguir salir de él sin ninguna
responsabilidad.
Huelga decir que el juego de hacer y deshacer nudos no
se incluía entre nuestros favoritos. Si el nudo era fácil de deshacer, el juego
resultaba aburrido. Si era difícil, el tiempo se agotaba, el nudo empezaba a
pasar de unas manos a otras sin que ni siquiera el que lo había construido
pudiera hacer nada por resolver el problema. O terminábamos cortándolo o terminábamos
abandonándolo por imposible.
Hubo uno, sin
embargo, al que le gustaba especialmente fabricar nudos. Constantemente nos
venía con “nuevos desafíos”. Así los llamaba. Al principio jugábamos. Después
intentamos ignorarle. Ante su empeño, le explicamos que no deseábamos dedicar
nuestro tiempo libre a tal menester. Su obsesiva insistencia provocó que el tono
de las voces –nuestras voces- fuera
elevándose con cada nuevo encuentro. Los adultos no tardaron en reprendernos por
nuestros gritos. Los nuestros, que no los suyos. Él era la letanía y las
letanías son siempre en voz baja. Los gritos éramos nosotros. Los reprendidos
por mal comportamiento también. La sonrisa de satisfacción que aparecía
entonces en el rostro de “la letanía” era indescriptible.
Nuestra táctica
final fue la huida. En cuanto lo veíamos aparecer corríamos en desbandada.
Esa es también mi
reacción actual ante lo líos: huir. Empieza a haber demasiados fabricantes de
líos, demasiados modelos, demasiados tejidos y materiales diferentes con los
que poder construirlos. Huir se hace necesario porque si no, se corre el peligro de terminar enredadas en el lío.
¿Cobardía? Para los que se dedican a la
fabricación de líos, desde luego. Para las personas normales, signo de
sensatez. A veces huir es la
mejor defensa. Es lo que deberían hacer las moscas antes de quedar atrapadas en la red de la araña.
El problema es
cuando no se puede huir a ninguna parte. Cuando estamos sujetos y bien sujetos
a ese lío. Cuando de repente el lío ya no está confeccionado fuera de nosotros
sino que ha sido insertado en nosotros mismos.
Uno de ese tipo de
líos son los vecinos que protestan por cualquier comportamiento que sea
distinto del que ellos consideran que debe establecerse. Puede ser que un
vecino proteste porque el otro se dedica demasiado al jardín, o porque se dedica
demasiado poco. Porque los hijos del otro juegan demasiado en la calle, o
demasiado poco. Ese tipo de vecinos son los terroristas del Orden Inmutable y
Eterno de la Moral: de su Moral y de su Orden. No se detendrán hasta que el
mundo no sea tal y como ellos lo han pensado y se imaginan. Da igual cuántas
cabezas sean necesarias para conseguirlo. Las voces de protesta son inútiles.
El que más y el que menos no tiene tiempo para dedicarse a esos jueguecitos de
poder, así que suelen reducirse al ataque sistemático contra una familia
determinada. Los otros están felices de que no sea con ellos hacia los que se
dirige el ataque.
Otros no quieren un
Orden específico. Quieren su bienestar en cualquier momento y en cualquier
situación sin que ello les exija mucho esfuerzo. No quieren ningún Orden Eterno
e Inmutable. Nada les gusta, nada les complace. Este es el grupo conformado por
los descontentos. Este tipo de individuos empiezan a quejarse en cuanto llegan a un sitio, aunque sea de
visita, olvidando con ello que están en calidad de huéspedes y no de clientes.
Recuerdo que a Carlota le pasó algo así un par de veces. La primera vez que le
sucedió la sorpresa no la dejó reaccionar. Se esmeró hasta el desfallecimiento
sin éxito. Estuvo llorando una semana en la cama. Reconozco que la admiré por
haber sido capaz de desahogar su frustración a través del silencioso y
resignado llanto. Su marido estaba demasiado ocupado con el trabajo y la dejó
llorando conmigo. La segunda vez que hubo de enfrentarse a semejantes congéneres, Carlota – debido seguramente a mi mala influencia- les invitó
a abandonar su casa. No sólo
le retiraron la palabra sino que le otorgaron una inmerecida fama de insoportable.
Carlota pasó otra semana en cama. (Esta vez sin mí.) Pero ya no se dedicó a
llorar. Estaba demasiado enfadada. Mientras su marido trabajaba veintitres horas
al dia, ella se dedicó a pensar veinticuatro. Así que cuando tuvo que
enfrentarse a una nueva invasión de extraterrestres de la raza de los descontentos,
Carlota sabía perfectamente qué hacer.
Ante su primera protesta y como se trataba de relaciones de trabajo de
su marido, no les permitió seguir. Les
dió la razón en todo. Carlota se apresuró a culpar a la criada, a la cocinera,
al mayordomo, al jardinero y a la nanny de cada falta que los otros encontraban
y a suspirar excusándose por encontrarse en ese momento en una situación tan
desagradable como la de carecer de personal de servicio justo cuando
personas tan simpáticas la visitaban. Carlota empezó a quejarse de la
dificultad en encontrar auténticos profesionales y de lo angustioso que
resultaba llegar a todo. Enumeró tantas y tan diversas tareas a las que diariamente debía
enfrentarse ella sola, que consiguió lo que parecía imposible: que los descontentos se mantuvieran
callados. La noche transcurrió en un silencio sólo interrumpido por las quejas
de Carlota contra el servicio y la mirada atónita de su pobre marido que no se
atrevía a proferir palabra alguna porque con tanto trabajo no se había enterado de la
cantidad de personal de que disponían y no sabía si sentirse orgulloso de lo
mucho que reportaban sus beneficios o aterrado por el derroche de su mujer.
Huelga decir que mi
amiga no tenía ni criada, ni mayordomo, ni jardinero ni nada que se le parezca.
Ni lo tenía, ni lo tiene, ni lo tendrá. Sus cinco hijos están demasiado bien
educados como para que necesite algún día de ayuda pagada.
Todas estas
anécdotas que parecen – por personales- carentes de importancia son
precisamente las cuestiones a las que se enfrentan actualmente Europa y los
Estados Unidos: más líos que problemas,
lamentablemente.
La política interior de Europa es un lío. La política interior es un lío porque la extrema derecha niega ser
extrema y la extrema izquierda niega ser extrema e izquierda. La política es un
lío porque los políticos de izquierda y de derecha que no pertenecen al pensamiento extremo dicen y
hacen lo mismo, con lo cual el elector no sabe a quién votar y en cuanto la
izquierda y la derecha intentan sentar diferencias caen rápidamente en el banco
de la respectiva “extrema” y no saben si salir de allí huyendo despavoridos o
intentar quedarse a ver si de este modo caen un par de votos más.
La política
interior es un lío no sólo por la corrupción de unos y de otros, sino por la
unidad en la argumentación política lo cual significa, claro, que no existe
diferenciación ideológica alguna. Nadie se siente culpable de la deuda y todos miran con envidia o con exasperación al vecino. Todos se sienten con derecho a quejarse, ya sea por lo poco que tienen o por lo mucho que pagan. La corrupción ha empezado a notarse en cuanto la crisis de las finanzas han impedido el nivel de corruptela al que se habían acostumbrado. Corruptos son siempre los otros, claro. Fuenteovejuna no es nunca corrupta. Así que todos intentan subirse al tren de Fuenteovejuna y de los populismos. Déjenme que les cuente un episodio. Esta semana, en un programa de televisión dos hermanos de raza gitana se burlaron de un hombre de piel negra y se preguntaron entre risas si ese hombre que tenían delante era un mono. Eso provocó grandes indignaciones. Los hermanos gitanos se asombraron de las reacciones que habían provocado: lo que para todos era un comentario racista inadmisible, era para ellos "un intento de ser graciosos". Lo curioso es que ellos son de "raza gitana", raza que sufre y se lamenta de los comportamientos racistas de los "payos".
Los responsables del programa por su parte, para remediar un entuerto que ya no tiene solución, intentan que el desagradable suceso se olvide y retiran el video hasta la medida de lo posible. !Ah!, sí. Es la nueva moda. Hablemos y dejemos hablar de todo, salvo de lo que no nos conviene; Sobre eso, corramos un tupido velo.
Algo parecido sucede con Fuenteovejuna y el tema de la corrupción. Hacer del pueblo un pueblo "santo" e incorruptible es un grave error. Por mucho que él mismo la sufra, la corrupción no pertenece a un grupo social, sino a un sistema de vida, a una sociedad. No obstante la mayoría prefiere ignorar este hecho y divide a la sociedad en dos: los políticos corruptos y Fuenteovejuna.
Fuenteovejuna tiene suerte: sobre sus faltas siempre se termina corriendo un tupido velo.
Demasiados votos en juego.
Pero no es este el tema de hoy, lo sé...
La política exterior occidental es un lío porque hay infidelidades constantes entre los propios aliados, porque
todos son amigos de todos y todos se traicionan. Quieren un club de socios con
los que poder presionar a cuantos se opongan a sus intereses, quieren aislar al
que no se avenga a las reglas del club de los socios. Pero lo cierto es que
bajo la mesa, empieza a ser frecuente que cada uno de los socios busque su
propio interés – con o sin el acuerdo del club al que pertenece e incluso
establezca relaciones con otros clubes. Si uno es libre, es libre para hacer lo
que él quiera – o al menos, hacer hasta donde sus fuerzas internacionales le
permitan. La política exterior es un lío porque su equilibrio es siempre
difícil y uno va intentando unir Aquí y Allá, sin romper con los Unos y
manteniendo relaciones con los Otros y al final, sin saber ni siquiera cómo,
uno se encuentra con un terrible lío.
El islam no es un problema. Es un lío y uno de los
complicados. Es un lío tanto para los musulmantes como
para los no-musulmanes. Intentar solucionarlo como problema, que es lo que se
está haciendo en este instante, no conducirá a ningún resultado positivo. A mí
me divierte todos aquéllos que aseguran convencidos que la religión musulmana
no pertenece a Europa. ¡Qué cosas! Claro que pertenece. Tal vez no sea
originaria. Tampoco la cultura romana era originaria de Francia en tiempos de
los galos. Sin embargo, no sólo se asentó sino que forma parte fundamental de
toda la cultura y forma de ser francesa.
Con la religión musulmana sucede lo mismo:
europeos orihundos que se convierten a la religión del islam, matrimonios
mixtos, educación integrada... ¿Qué no pertenece? No sé quién lo afirma. Formar parte, desde luego, sí forma. ¿Qué hacemos? ¿Lo mismo que hicieron los españoles con los
judíos? ¿Conversión o fuera? ¿Y a eso se le llama sociedad pluralista? Lo
dicho. Basta elucubrar, un poco, sólo un poco y ya nos damos cuenta de lo líoso
del asunto.
Algunos no
entienden el concepto de “lío” y se preguntan por qué Obama no estuvo en la
marcha de París. Obama se ha disculpado. Los que deberían disculparse son los
que hacen ese tipo de preguntas. Que el Presidente de los Estados Unidos no
estuviera en París es la única postura razonable en un lío de este calibre. Y
lo es por varios motivos. En primer lugar ¿dónde se le situaba? ¿En cabeza
junto a Hollande? Más de uno le hubiera criticado por su posición imperialista.
¿Atrás? Entonces los americanos hubieran pensado que su país ya no es lo que
era. Nueva avalancha de comentarios. En segundo lugar, de eso no me cabe la
menor duda, los anti americanos hubieran aprovechado para que la marcha se
convirtiera en una marcha no sólo y exclusivamente contra el terrorismo y los
asesinatos sino contra la política de los Estados Unidos que –hubieran dicho-
había propiciado e incrementado el terrorismo. Obama ha hecho lo único sensato.
Y lo único sensato en el caso de los líos es huir hasta donde sea posible. Esa
justamente era, creo yo, su intención: huir del lío lo más rápidamente posible. Huir porque los líos, se haga lo que se haga, no tienen solución
El movimiento de la Pegida tampoco es un problema. Es un
lío y uno tan complicado – o más- que el del islam. Su
calificación como problema no conduce realmente a nada. De poco sirve que los
partidos políticos afirmen que hay que preocuparse por solucionar los problemas
de las personas que componen un grupo que crece día a día. Los descontentos no
hacen otra cosa que crear líos. Si no es un motivo, habrá otro. Si algo he
aprendido es la fuerza que se les da en Alemania a aquéllos que protestan.
Cuando la protesta es racional puede racionalmente atenerse y lleva a un
mejoramiento de la sociedad. Pero la protesta se ha convertido en un arma, en
un medio de poder. El que protesta reta al otro. Le hace consciente de sus
faltas y de sus limitaciones y le introduce – y esto es lo más importante de
todo- en la posición defensiva: o introduce reformas o encuentra explicaciones.
Pero ninguna reforma y ninguna explicación sirve por mucho tiempo. Las fuerzas
de aquéllos hombres de buena voluntad que intentan satisfacer las exigencias de
los que así protestan decaen mientras aumentan las de aquéllos que ven con
placer cómo los otros corren a satisfacer sus quejas o a recompensarles
económicamente cuando los otros no lo consiguen. Curiosamente, ante el
acostumbrado a protestar por cualquier cosa ninguna queja resulta lo bastante
importante. Si uno se queja del horario de su trabajo, los otros se quejan aún
más fuerte del horario del suyo. Sea el que sea. Y es mejor quejarse, porque de
no hacerlo los otros le reprocharán su suerte, aunque más que suerte sea
fortaleza de ánimo para soportar los embates.
Rusia, sin embargo, es “únicamente” un problema aunque muchos se refieran a él como si de un lío se tratara y otros
tantos estén trabajando duramente para conseguir convertirlo en un lío. Si
logran sus propósitos, la política racional habrá sufrido un duro revés. No sé
muy bien quién y cómo ha iniciado el problema. Lo que sí digo es que deberían
empezar a acercar posiciones. Para ello los rusos han de olvidarse de lo que
fueron pero ya no son, de lo que quisieron ser pero no fueron y los americanos han
de olvidarse de su imagen para concentrarse en su ser.
Las relaciones
entre Estados Unidos, Europa y Rusia son hasta el momento problemáticas y por
tanto, hasta el momento, susceptibles de ser resueltas. La cordura, el
raciocinio, juegan un papel tan importante como la voluntad de Poder, de la
cual, por otra parte, escasos individuos pueden independizarse. En el tema del
lío con el Islam, Rusia – diga lo que diga y piense lo que piense- está tan
implicada como Europa y los Estados Unidos. Su amistad con Siria es tan
inestable como la amistad de los Estados Unidos con Arabia Saudí. Y lo mismo en
lo que al lío de la Pegida se refiere. Que en estos instantes Rusia esté
divirtiéndose e incluso alentando a estos líos, no significa en absoluto que no
deba ella misma de enfrentarse a ellos. Que Siria, según los periódicos, empiece a constituirse en
amenaza atómica e Iran la esté ayudando a conseguirlo pertenece al lío. Va a
haber más.
La guerra todavía
no ha empezado, pero las partes se están organizando y los ejércitos
están comenzando a limpiar sus oxidadas armarduras. La causa que la provoque –
no me canso de repetirlo- carece de interés. Los engranajes están en marcha.
Tal vez ya lo estaban hace cuatro años, cuando los teóricos de la conspiración
anunciaban una futura guerra en Europa. Profetas o causantes, Quién lo sabe. Europa:
campo de batalla. Habrá guerra y habrá dictadura. Es una cuestión de tiempo.
Las habrá por mucho que se repita una y otra vez que tales voces pertenecen a
individuos derrotistas y a teorías de la conspiración. ¿Quiénes serán los
culpables de la futura barbarie que aguarda a Europa a las puertas de la
esquina?: ¿Club Bilderberg? ¿Illuminatis? ¿Anticristo? ¿Extraterrestres, tal vez?
La Historia se encargará de decirlo. Nosotros tendremos suerte si lo
sobrevivimos.
Lo cierto es que
los terroristas ya le han declarado la guerra a Occidente alegando un atentado
contra su Religión. Los descontentos por su parte, lo hacen cada vez que exigen de Occidente
que les devuelva un bienestar que la deuda y la necesidad de su devolución
impiden y una identidad que ya no existe, del mismo modo que tampoco existe la
identidad del ciudadano que habitaba en el Imperio Austro-húngaro. Ellos mismos
se encargan de proponer y exigir recetas mágicas. La más fácil: “todos fuera
menos nosotros”. Los descontentos declaran la guerra a Occidente amable y
pacíficamente: lanzando la piedra y escondiendo la mano; permitiendo que la
extrema derecha alemana, nunca muerta, nunca tan moribunda como los propios
alemanes querían creer que estaba, se reestructure. Ha sido el bienestar – y no
el cambio de ideas- la que la ha mantenido silenciosa todo este tiempo. Ahora
está empezando a despertar nuevamente.
De momento, Europa
y sus tranquilos ciudadanos se han decidido por la moderación. Se trata de
mantener los esquemas existentes hasta donde ésto sea posible. No es que no
conozcan los defectos de sus sociedades, pero unos son optimistas y creen que es cuestión de un
par de reformas para que la sensatez vuelva a imperar. Otros, actúan
moderadamente cara al público y en cuanto cierran el local se lanzan escaleras
abajo hacia el sótano, a seguir transformándolo en un bunker o a revisar el
arsenal que llevan introduciendo allí desde hace décadas y que se incrementa
con cada nueva Nochevieja. Algunos han decidido dejar pasar al vencedor, sea
quién sea, con tal de que el vencedor le deje vivir a él. La Historia muestra
que unos van y unos vienen. Para qué pues intentar frenar el curso de la
Historia... La moderación de algunos es constitucional: “La ola vendrá pero
todavía no está aquí. Cuando esté aquí podremos empezar a actuar”- dicen.
No sé cuánto tiempo
podrá mantenerse la moderación. Depende de la virulencia con que ataquen los
terroristas, de la rapidez y de la fuerza con las que se extiendan las
protestas en la sociedad, de la cuestión europea, de la reacción de los futuros
gobernantes ante la crisis económica.
Particularmente no
creo que dure mucho.
Ya lo he dicho: la
reflexión pocas veces consigue deshacer el nudo dentro del tiempo fijado. Lo más
normal es que alguien saque las tijeras del bolsillo y corte el nudo por la
mitad. ¡Zas!
El nudo deshecho.
La cuerda partida.
“¡Eso
es trampa!”
El terrorismo también
es una trampa. Hagamos lo que hagamos el terrorismo acabará con nuestra forma
de vida. La seguridad va a tener que ser cada vez más exhaustiva, sobre todo
después de que hayan amenazado con atentados a supermercados, restaurantes y
similares. El incremento de esa seguridad y de esa vigilancia supone una ruptura
de nuestro valor máximo: la libertad.
Ironías de la vida,
Europa empieza a encontrarse justo donde se encontraron los Estados Unidos
después del 2001. Al paso que vamos terminará haciendo lo mismo que la India:
en cada Centro Comercial soldados armados. En cada plaza, soldados armados. En
cada hotel, soldados armados.
¿Podemos huir del lío?
Demasiado tarde.
Estamos dentro de él.
¡Ah! Cuánto echo de
menos aquéllas interesantes partidas de ajedrez del último verano...
Yo sigo confiando,
realmente todavía confío, en la genialidad que caracteriza a Putin jugando al ajedrez.
Si mi confianza es cierta, si de verdad está intentando la jugada que yo creo
que está intentando, Putin no sólo será un magnífico jugador de ajedrez. También
habrá salvado a Europa. No me atrevo a decir nada. Al fin y al cabo, la situación
–como ya digo- es un lío. No es
conveniente hacerse falsas ilusiones. Lo sabemos.
Los líos siguen dándome
dolores de cabeza.
No hay forma de
solucionarlos.
La moderación nos
da tiempo para prepararnos para lo inevitable pero – lamentablemente-no deshace
el nudo.
“Consolation número
4” de Liszt suena dulcemente.
El imperio de Liszt se
derrumbó.
Queda la música.
Isabel Viñado Gascón