Sunday, January 25, 2015

Syriza


¿De verdad importa mucho quién gane las elecciones en Grecia? Gane quien gane la deuda no permite gran libertad de maniobra. O se rescinde una parte del débito o no.

En el caso de que Grecia llegue a un acuerdo con los acreedores internacionales, Europa habrá de enfrentarse a dos grandes problemas: uno, que el resto de los países adeudados también exijan dicha medida para ellos y dos, una mayor debilidad del euro.
Lo más seguro es que se potencie la inflación, de un modo u otro.

Si no llega a un acuerdo con los acreedores internacionales, el euro seguirá igualmente debilitándose debido a la duración de la crisis, al surgimiento y estabilización de movimientos de ideologías extremas y al desequilibrio psicológico de la población que irá perdiendo la confianza en la posibilidad de mejorar la situación.
Lo más seguro es que de un modo u otro se potencie la inflación.

Si se potencia la inflación, es muy problable que el euro se debilite aún más. Es de temer que la superproducción unida a la falta de mercados, genere aún más conflictos económicos.

Si no se potencia la inflación, no existirá, ciertamente, un estallido de la producción. Sin Embargo,  la falta de incentivos económicos hará peligrar los puestos de trabajo y el consumo; las empresas no podrán invertir. El euro se debilitará hasta el límite de sus posibilidades.

Ante esta perspectiva puede ocurrir que una serie de países decidan o desvincularse, o crear una nueva moneda que conservando la denominación “euro”, tenga otra valoración. La zona euro se mantendría intacta en la forma pero no en el fondo. Grecia habría salido “de facto” de la zona “euro”, sin psicológicamente haber salido.

Los periódicos están de acuerdo en que resulta impredecible saber qué va a pasar. A mí me parece que justamente lo contrario es el caso. ¿Qué va a pasar? Nada. Nada que no sepamos ya. La deuda alcanza dimensiones planetarias y deshacerse de ella parece prácticamente imposible. El sentido común de los no-economistas les determina a lanzar la proposición de imprimir dinero. Los expertos en economía aseguran que dicha solución constituye un tremendo error, que la inflación terminaría por socavar los últimos cimientos que sostienen la ya de por sí maltrecha economía. El sentido común de los ciudadanos no entienden por qué. En su opinión, de este modo circularía más dinero, el Estado podría pagar las deudas de sus ciudadanos a los acreedores internacionales, se podría establecer una renta básica que asegurara la existencia de los ciudadanos más necesitados, se podrían establecer controles y controles que controlasen. ¿No nos controlan ya? ¿Por qué  pues no controlar a los que manejan el dinero? ¿No somos ya hackeados? ¿Por qué entonces no hackear los movimientos de los que controlan? Eso dice el sentido común de los ciudadanos.

Los economistas, en cambio, fruncen preocupados el ceño y ofrecen largas y oscuras explicaciones que son cada vez más largas y más oscuras y, por eso, justamente también, son, cada vez menos, explicaciones.

No va  a pasar nada. Nada que no sepamos ya. Nada que no hayamos ya dicho en otros comentarios.

A veces releo lo que he escrito. Me divierte la ilusión con la que una y otra vez aludo al juicio crítico.

En estos momentos el juicio crítico resulta prácticamente inviable y ello porque, como ya una vez me dijo Carlos, la ola no deja de mutar. El problema es que es una mutación casi involuntaria. A no ser que creamos que hay, en efecto, unos hilos invisibles dirigiéndola, no nos queda más remedio que aceptar que sus movimientos no persiguen ningún fin. Son movimientos nacidos de la improvisación, de las palabras huecas y vacías, de pretender la mejor pose en la foto y hacer la mejor figura en la reunión. En situaciones así, el sentido común y el juicio crítico lo único que puede hacer es lo que la mayoría está haciendo en estos instantes: abandonar la esfera pública y callar. Y cuando digo “esfera pública” no me refiero únicamente al ruedo político, me refiero a la totalidad de la esfera pública y eso incluye sociedades empresariales, círculos de amistades, rondas periodísticas, actividades artísticas y literarias... El individualismo actual no significa una mayor capacidad del uno para arreglar sus asuntos sino el intento de refugiarse de los peligros que desde el exterior le acechan irremediablemente. El individualismo del momento no viene determinado por las conductas extraordinarias de los sujetos sino por la absoluta conviccion de que el mundo social se ha convertido en una jungla a cuyos peligros no puede hacer frente adecuadamente .

Se quedan, claro, los otros. Duchos, sin duda, en las intrigas palaciegas pero no en el manejo del timón durante el temporal.

Da igual quién gane. El euro seguirá debilitándose aunque una inyección de dopaje le haga aparecer más fuerte. La sociedad seguirá debilitándose y la política seguirá debilitándose. Que los movimientos radicales empiecen a asentarse en escena es sólo una de las muchas señales de lo serio de la situación, los conflictos aparentemente ocasionales van a ir también incrementándose. Y la mejoría, porque habrá mejoría, será sólo aparente.

¿Solución?

El sentido común dice que una renta básica.

Para ello seguramente haría falta imprimir más dinero.

Como digo: el sentido común de los comunes mortales y el sentido común de los sesudos economistas van por caminos distintos. A lo más que llegan es a comprar deuda que es a todos los efectos – dicen- introducir más dinero en la sociedad. De poco sirve que sea “a todos los efectos” si no llega a los destinatarios comunes en forma de pan. Como ya dije en uno de mis blogs: la iniciativa propia cada vez tiene menos espacio para iniciarse.
¡Vayamos a Marte !!!



Isabel Viñado Gascón

 

 

 

 

Falsos profetas. Falsas esperanzas.


Jorge no ha dejado de avisarme desde el principio. Nuestras discusiones han sido constantes. Yo estaba equivocada, lo reconozco. A veces uno ve nubes en el horizonte y se ríe de aquéllos que sacan el paragüas para prevenirse de la tormenta que se avecina. Quizás se deba al secreto deseo que uno abriga en su interior de tenderse tranquilamente al sol. Hace tanto frío...

Lo admito: Jorge tenía razón cuando incesantemente repetía que un gobierno que no es capaz de ayudar a su población no puede ayudar a nadie. La señora Merkel también tenía razón. Putin sólo persigue el poder. Como sabe que no es suficientemente fuerte hace lo que muchos: desestabilizar. La debilidad de los otros le hace a él más fuerte. En todo caso a él. A Rusia, desde luego, no. Nuevamente un gobernante ruso que, como todos los anteriores gobernantes rusos, no duda en sacrificar a su población, a sus jóvenes, para una guerra que no tiene sentido, que no la ha tenido nunca. Nuevamente palabras y palabras para justificar lo injustificable. Nuevamente el juego cínico de fingir inocencia.

¡Qué ingenua he sido!
Putin no ayudará a Europa. Putin intentará devorar a Europa. Putin no ayudará a la población rusa. La enviará a la muerte con los argumentos más irracionales envueltos en el racionalismo más puro.

¿Hay alguien que todavía se atreva a esperar un aliento de energía del Este para esta pobre Europa?

El ángel de la muerte observa al mundo con sus ojos negros....

Isabel Viñado Gascón

Petrificada por el absurdo.

Thursday, January 22, 2015

Una cuestión baladí: “¿Cuántos libros lee usted al año?”


Hace un par de años alguien me formuló esta pregunta. Seguramente el desconcierto y mi consiguiente balbuceo llevaron a mi interlocutor a hacerle pensar que pocos o casi ninguno. Lo cierto, sin embargo, es que yo jamás me había planteado dicha cuestión. ¿Tenía sentido hacerlo?

Después de largas cavilaciones llegué a la conclusión de que contestar a la pregunta por el número de ejemplares leídos a lo largo de un periodo de doce meses sólo era posible si uno consideraba que en virtud del Principio de Identidad (“a” es igual a “a”), un libro es un libro . O sea que un libro, cualquier libro, es igual a otro libro, cualquier otro libro, por ser justamente eso: un libro. Una vez establecidas dichas bases, lo único a efectuar era un simple razonamiento matemático: doscientas páginas, dos horas; como dispongo de una hora al día para leer, eso significa que cada dos días leo un libro. Los Domingos tengo más tiempo, así que puedo permitirme terminar uno entero. La solución es exacta: cuatro libros a la semana. El año tiene cincuenta y dos semanas. Cuatro por cincuenta y dos son doscientos ocho libros anuales.
Mi problema es que tales operaciones, aún siendo de una exactitud indiscutible, resultaban completamente falsas. En efecto, en mi cuentas, dos más dos eran cinco. Y ello porque desde mi punto de vista era imposible aplicar el Principio de Identidad. Hacerlo constituia un gravísimo y fundamental error: un libro no es un libro.

He llegado a la conclusión de que los que formulan y contestan a tales preguntas no saben realmente qué es un libro, ni entienden en qué consiste su esencia que es siempre mágica, diferente.  Un libro no es el resultado que surge de encuadernar un conjunto de páginas. Cada libro constituye en sí mismo un universo y del mismo modo que uno encuentra lugares que le satisfacen especialmente, o se le antojan más misteriosos o le ofrecen más riesgos y emociones que otros, uno encuentra  también distintos universos: en unos se ha detenido el tiempo, en otros – en cambio- avanza rápidamente; hay universos aburridos, lineales; universos en los que el ritmo del corazón se acelera y otros en los que se impone el meditar y la reflexión. Por poner un ejemplo, los dos últimos libros que he leído son “Orthodoxy”, de Chesterton y “Elementargeister” de Heinrich Heine. Mientras este último lo he acabado en una mañana, el otro me ha ocupado una semana entera y las reflexiones sobre él me ocuparán sin duda más tiempo todavía.

Resulta irónico: divagamos sobre la existencia de universos paralelos, nos complacemos en pensar la cantidad de mundos distintos que pueden existir más allá de nuestra galaxia, elucubramos sobre la posibilidad de la existencia de seres absolutamente distintos a nosotros y sin embargo nos empeñamos una y otra vez en meter en compartimentos estancos, cerrados y a veces hasta malolientes a todo lo que nos rodea y forma parte de nosotros.

El tema de la “reflexión sobre lo leído” me obliga a recordar un blog al que llegué por casualidad hace un par de semanas. El bloguero pedía que los lectores le recomendaran libros para de este modo confeccionar una lista con los cien mejores libros del año, o algo por el estilo. Una de las respuestas me dejó atónita. El participante no sólo afirmaba leer más de quinientos libros al año, sino que no ocultaba en absoluto su desprecio hacia aquéllos que dedican tiempo y energía a reflexionar y dialogar sobre un libro. “El verdadero lector”, sentenciaba contundente, “no destripa los libros, los degusta.”

Quinientos libros al año... Hace varias semanas que lo leí y aún no me he recuperado de la impresión. Menos aún del tono inquebrantable de su declaración según la cual una reflexión, un análisis posterior sobre los libros, resulta no sólo innecesaria sino incluso contraproducente porque impide lanzarse al viaje.

¡Y nos lo dice a nosotros: a mí y a todos los que son como yo! ¡Nómadas por carácter y por destino! 
Ese buen hombre –porque se trataba de un hombre- debería saber que uno no puede lanzarse a la aventura sin al menos considerar el terreno; uno no puede alzar el vuelo sin tener en cuenta el tiempo climatológico; mucho menos aún puede caminar interrumpidamente: tarde o temprano la fatiga le haría desfallecer. En cualquier actividad, incluso la más trivial, se impone la pausa; pausa que sirve para recuperar fuerzas y reflexionar sobre lo hecho, sobre el camino andado ¿De qué otra forma, si no, se puede degustar el camino recorrido? La emoción de un momento no descansa solamente en el instante, también en el recuerdo, también en la posibilidad de su deconstrucción, reconstrucción e incluso transformación: “¿Qué habría pasado si...?” es una de las preguntas que más interesantes resultan  a nuestro intelecto. Es entonces, entonces y no antes, cuando se abren las puertas a los mundos paralelos, a los mundos virtuales, a la magia del ensueño.

La reflexión sobre un libro no es simplemente un análisis de las palabras allí contenidas. Es también un diálogo con el escritor - si se trata de un ensayo- y con los personajes - caso de que se trate de una obra de ficción. No hace falta haber leído “Niebla” de Unamuno para saber que en una novela, en cualquier novela, los personajes cobran una existencia separada de su creador. El escritor es el que nos introduce en ese mundo. El escritor es, por decirlo de algún modo, el portero del edificio, pero es con los personajes con quienes el lector establece una relación amistosa o conflictiva, dependiendo del juicio que merecen las vidas que acabamos de conocer.

Es justamente este diálogo, primero y la reflexión, después lo que hace imposible que el lector se sienta solo – el verdadero lector, no el “que-cuenta-libros”. A mí me asombra las reacciones que muchas veces provocamos en los demás cuando decimos que nuestros únicos hobbys consisten en leer y en escribir. “A mí también” – dicen- “¿Pero y reunirte con gente? ¿y la vida social? ¿No crees que deberías dedicarle un par de horas al día?” – preguntan acto seguido un tanto desconcertados. Es en esos momentos en los que no nos queda más remedio que esconder la risa. ¡Pero si no paramos de estar con gente! Hoy cóctel con la gran sociedad, mañana asamblea con el proletariado y dentro de tres días una conferencia sobre la importancia del cristianismo en una sociedad marcada por el progreso, sin olvidar que por la tarde nos espera una pequeña charla sobre las ninfas, duendes y similares en la que probablemente se llegue a la conclusión de que las tradiciones paganas se introdujeron de una u otra forma en el cristianismo. ¿No es emocionante?

¡Y qué tragedia, en cambio, cuando un libro es malo y nos aburre! Volvemos entonces al mundo real, a nuestro mundo, con el mismo malhumor con el que se regresa a casa después de haber asistido a una reunión sumamente anodina, una de esas reuniones en las que no se habla más que de temas intrascendentes y archiconocidos. Dejamos los zapatos en la entrada y nos echamos en la cama invadidos por el terrible cansancio que el tedio causa y no nos recuperamos del disgusto y la contrariedad por el tiempo perdido hasta pasado un buen rato.

Se pregunta por qué se ha perdido el placer de la lectura. Se ha perdido porque aunque no deje de hablarse de la realidad virtual, se ha perdido el sentido de lo mágico.Sobre este tema les remito a mi blog “El tercer hombre” de Graham Green, aparecido en Octubre del 2013.

En cualquier caso, estoy convencida, por lo menos al día de hoy, que cuantificar la realidad es convertirla en un puro y simple objeto científico, desposeerla de la reflexión es negarle también cualquier tipo de emoción. Si algo muestra y demuestra la obra maestra de arte, es que ambos caracteres: emoción y reflexión caminan juntos. Es imposible que el uno pueda subsistir sin el otro y caso de que esto suceda, la obra maestra deja de ser obra maestra para convertirse en un simple producto. El arte deja de ser arte para devenir fabricación y, consiguientemente, marketing: “¿Cuántos cuadros tienes?”, “¿Cuántos Picassos?”

.Isabel Viñado Gascón

 

 

Wednesday, January 21, 2015

Métodos de manipulación. Guetos (Segunda Parte)


¿Representan los guetos una manifestación de la discriminación social que algunos grupos sufren o son los guetos una forma de defensa con respecto del tenebroso mundo de “afuera”, un modo de salvaguarda de la propia cultura, de los propios modos de vida?

Olvidémonos por un momento de los musulmanes y acudamos a otros ejemplos: el de los judíos ortodoxos en Israel, el de los chinos en Nueva York y el de los gitanos en España.

Todos estos grupos viven en comunidades cerradas y apartadas del resto de la sociedad, con la cual sólo entran en contacto “cuando no les queda más remedio”. Pese a las grandes diferencias que les separan, lo cierto es que todos estos grupos tienen en común su desconfianza, su rechazo incluso, hacia los esquemas que priman en el mundo exterior. Un gitano seguramente diría que por culpa de los payos pero si siguiéramos conversando no tardaríamos en descubrir (al menos, sospechar) que esa “culpa”, casi pecado, se deriva del hecho de que la cultura del payo no se adapta a la del gitano. El payo “no puede entender” al gitano. El gitano, de cultura milenaria, lucha por sobrevivir en un mundo de payos, por no ser “absorbido” por la cultura del payo. La falta de integración corre pareja al deseo de conservación. El gueto constituye su aislamiento y su defensa. Que impere uno u otro rasgo depende, en gran medida, de las condiciones materiales del momento.

En el caso del barrio chino de Nueva York, prima el mantenimiento de la cultura pero sobre todo, la ventaja de la independencia de acción (prioritariamente la comercial) que la dificultad del lenguaje otorga. El comerciante de la comunidad china cuida con esmero su independencia, tanto como los trasteros de sus tiendas: lo que allí se guarda no es incumbencia de nadie, salvo de él mismo.

En cuanto a los ortodoxos judíos de Israel, su aislamiento obedece a varias causas. En su caso no es simplemente que se aislen de la sociedad para no ser contaminada por sus pecados. A decir verdad, ésta ha de considerarse –pese a las apariencias y a lo que muchos digan- como la razón más nimia. El hombre bueno huye del mal y cuando no puede huir, lo resiste con dignidad. Dios está con él. Así pues, el auténtico motive de su aislamiento obedece a una misión: ellos son la salvaguarda moral de Israel. Sobre ellos descansa la obligación de oración, de plegaria y de la defensa moral de su pueblo. Lo que esta defensa moral signifique y hasta dónde pueda jurídica, política y socialmente llegar, es otro tema. Como me gusta meterme donde no me llaman y a pesar de no ser ni judía ni israelí, no me resisto a decir que considero un tremendo error que los ortodoxos judíos que viven en Israel tengan que cumplir el servicio militar. Israel necesita de una salvaguarda moral, mucho más aún viviendo en el caos violento en el que vive.

En cualquier caso, y como vemos todas estas tres comunidades conviven aisladamente y en lo que podríamos calificar “guetos”.

¿Y las comunidades musulmanas?

Al contrario que los chinos, las comunidades musulmanas francesas dominan el idioma del país en el que viven. Al contrario que los judíos ortodoxos, ellos no constituyen el grupo religioso ortodoxo dentro de su propio país, practicante de esa misma religión aunque de modo menos severo. Al contrario que los gitanos, ellos no simbolizan una cultura nómada.

Los musulmanes hablan el francés en Francia, que es un país laico y que defiende la libertad de expresión y de religión. Los niños musulmanes acuden a las mismas escuelas públicas que los otros niños no musulmanes. Si viven en barrios desprotegidos, también  otros niños no musulmanes lo hacen. Si viven en barrios con conflictos sociales, también otros niños cristianos los sufren. ¿Qué es pues, lo que ha fallado?

Valls reconoce la falta de integración. Valls reconoce los guetos. Valls no sabe qué va a hacer. Valls sabe que no hace falta ser musulmán para no estar integrado. Los míseros, los “sin hogar”, los “recién llegados”, tampoco están integrados.

La falta de integración de los habitantes de determinados barrios es universal. No sólo en Francia, no sólo en Europa. Pero incluso en los barrios de “no integrados” hay algunos más integrados que otros.

La integración de estos ciudadanos se incrementa o decrece según las condiciones económicas del país.

Del mismo modo, la integración de los grupos musulmanes aumentará o disminuirá según las condiciones económicas del país, pero en cualquier caso se acentuará a medida que crezcan los ataques terroristas. Esto no puede considerarse ni racismo ni discrimación del Occidente: es una consecuencia racional y cabal. La islamofobia se multiplicará a medida que los ataques terroristas lo hagan.
La Islamofobia y la “occidentofobia”, por llamarla de alguna manera, van de la mano. Y los artífices de esta genial manipulación no son otros que los terroristas
¿Qué terroristas? Aquéllos que costean desde hace décadas los entrenamientos de los kamikazes prestos a matarse por “la causa”.

Es una lástima que la relación entre las comunidades musulmanas y las comunidades judías sean tan negativas. Las comunidades musulmanas deberían preguntar a las comunidades judías acerca del tema de los guetos. Los judíos son expertos en la cuestión de la falta de aceptación. No han sido aceptados nunca. Tampoco lo intentan. A veces creo que ser aceptados despierta en ellos una desconfianza mayor aún. Las comunidades judías vivieron en guetos durante siglos. En Rusia y Polonia sufrían constantes “pogroms”, cada vez que alguien de los de “afuera” se aburría o se emborrachaba. Como esto solía suceder con relativa frecuencia, con relativa frecuencia también, debían esperar los ataques. Defenderse resultaba imposible debido a la magnitud desmedida de los atacantes y de sus represalias. Se trataba pues, de campear el temporal lo mejor posible. Eso incluía traiciones y engaños internos, dentro de la propia comunidad. Eso demostraba la maldad que los atacantes les achacaban: habían vendido a los suyos para sobrevivir. Así, el “sentimiento de culpa” corre parejo a su rabia. En este sentido no es extraño que fuera Freud el que estableciera la teoría de los instintos sublimados ¡Hombre! ¿Qué otra cosa se puede hacer en esos casos? La debilidad les impedía defenderse, a veces incluso les impedía mantener su integridad, pero no les impedía pensar. Y es lo que hicieron. Cuando llegó la política de integración-asimilación que consistía en obligarles a aprender el idioma del país (polaco, alemán) y acudir a las escuelas públicas, vieron el cielo abierto. Al fin podían mostrar y demostrar su valía. Eso les reportó el éxito tanto como la envidia del exterior. Lo que después pasó lo conocemos todos. Su emigración a los Estados Unidos supuso la salvación del cuerpo y la pérdida de sus lazos religiosos y lingüísticos. Los hijos aprendieron el inglés, idioma que muchos padres casi no dominaban. La ruptura generacional se manifestó en esos grupos con más virulencia que en el resto de la sociedad. Y si no, que se lo pregunten al escritor Singer.

Pero los musulmanes no preguntan a los judíos, que son una comunidad minoritaria igual que lo es su comunidad. ¿Por qué? ¿Porque no quieren escuchar “las mismas batallitas de siempre de los abuelos”?¿Por el problema de Israel? Pero los judios no son Israel. Y si los musulmanes están convencidos de que los judíos son Israel ¿podemos entonces pensar nosotros que ellos son Arabia Saudí, Afganistán, Irak y todos esos países en los que impera la ley islámica y en los que al día de hoy se siguen impartiendo latigazos a todo aquél cuyas opiniones no concuerden con la opinión infalible de la autoridad que rige?
¿Podemos pensar que ellos son los terroristas?

Aquí comienza el problema. El terrible problema del Principio de Identificación. ¿Es “a” igual a “a”?

Si los musulmanes sostienen que los judíos franceses son Israel y por tanto un enemigo a liquidar, eso determina que se pueda pensar que los musulmanes franceses sean islamistas radicales y en ese caso, ciertamente, lo mejor que podrían hacer es ir a vivir a aquéllos países en los que las estructuras sociales mejor se adaptan a sus creencias religiosas. Eso resultaría más fácil que pretender reformar la sociedad corrupta en la que se encuentran. Eso justamente es lo que hacen muchos judíos: emigrar a Israel porque,  Francia, sencillamente, no les ofrece la necesaria seguridad. Los judíos franceses no viven en guetos, pero viven con miedo. ¿No constituye también esto un problema?

Soluciones para escapar de la manipulación´y de los guetos no deseados.

-          No creer que el mundo se divide en “buenos” y “malos”

-          Si se cree que el mundo se divide en “buenos” y “malos”, entonces hay que admitir que existen dos posibilidades: la de dialogar con el diablo y la de no dialogar. Matar al diablo es imposible. Al diablo no se le puede matar. Al diablo sólo lo puede matar Dios y si lo ha dejado ahí, por algo será.

-          No fiarte de lo que te dice el otro. Preguntar primero por qué te lo puede decir. O sea, juicio crítico. Y eso determina: aprender, aprender, aprender.


A todos aquéllos que no están integrados pero quieren integrarse: tal vez ustedes no lo consigan, pero luchen porque sus hijos lo hagan. Promuevan el estudio en vez de el consumo. Eviten el victimismo. Eviten a los quejicosos. Luchen. Luchen con todas sus fuerzas. No con la espada. Sí con el cerebro. Consigan que sus hijos se introduzcan en la política europea, en las universidades europeas. Consigan que la religión del Islam sea sinónimo de “saber”, de “conocimiento” y no simplemente de “petro dinero”, “terror” y muerte.

O trabajamos todos juntos en una misma dirección o el carro se para. El Estado no puede solucionar cada uno de nuestros problemas si nosotros mismos no estamos dispuestos a hacer algo. En mis oídos resuenan las voces de miles de españoles quejándose del aumento del IVA, mientras las bibliotecas municipales permanecen cada vez menos visitadas porque el número de adolescentes que lee no para de descender. De nada sirven ya las lecturas obligatorias. Los jóvenes consultan blogs que les detallen el argumento y de paso les ofrezcan un comentario al respecto, wikipedia y se sienten sumamente felices si hay alguna película filmada de la obra.

El victimismo por la cultura es también un modo de manipulación. Nunca como hoy en día ha habido tantas posibilidades de acceder a la cultura. El que estas posibilidades no se aprovechen adecuadamente no significa que la cultura sea cara ni elitista. Significa que la cultura –hoy como ayer- es cosa de pocos.

Las dos manipulaciones a las que estamos siendo sometidos por parte de los terroristas son dos:

-          El sentido de culpa – dentro de los grupos europeos

-          El victimismo – dentro de los grupos musulmanes que intentan abrirse paso en la sociedad.


A los habitantes de Europa corresponde, independientemente del grupo de pertenencia, o superarlos o admitir, igual que admite Carlos, que nada del mundo externo, salvo lo estrictamente necesario, es digno de interés y que por tanto, no se dialogará con nadie con quien previamente no se haya concertado una cita.

Isabel Viñado Gascón.




Métodos de manipulación. Guetos. Primera Parte.


A lo largo de nuestra existencia todos nosotros hemos sido manipulados, al mismo tiempo que manipulábamos. La manipulación constituye el fundamento esencial de cualquier relación humana. “Cada hombre tiene un precio”, suele decirse, “sólo hay que buscarlo”. El problema, sin embargo, es que muy pocos están dispuestos a pagar por el hecho de que alguien actúe cómo se pretende que actúe. Al fin y al cabo “pagar” significa, que esa adhesión tiene un valor y por tanto, uno nunca está seguro de que ante los embates “económicos” el precio sufra grandes alteraciones al alza o a la baja.

 “Convencer” y “persuadir”, por el contrario, son términos que aluden a la intención del interlocutor de que el oyente acepte libre (y gratuitamente) los argumentos que se le plantean ya sea a través de esquemas racionales, en el caso de “convencer”, o de esquemas emocionales, cuando se aplica la “persuasión”.

A partir de ahí las posibilidades son prácticamente infinitas.

Uno de los más utilizados es el del complejo de culpabilidad. A la persona manipulada se le hace sentir “malvada”, “cruel”, “injusta”. Como en general ninguna persona normal desea ser así, el afectado o afectada suele esmerarse en sus acciones, considera en cada momento qué puede dañar al otro y lo evita atentando incluso contra sus propios intereses. La manipulación sin embargo, no acaba aquí. El segundo estadio es que el manipulado no considere sus buenas acciones como dignas de ser tenidas en cuenta. Cuando alguna vez el manipulado se siente orgulloso de sí mismo y lo expresa en voz alta.  el manipulador recurre al consabido “no es para tanto” o indignado pregunta: “¿se tienen que enterar todos de lo que haces?”. Si el manipulado denuncia una injusticia, las frases, sin duda, que escuchará serán: “los celos te matan”, “la envidia te corroe”. Y si alguna vez pierde los estribos tendrá que hacer frente a reproches parecidos a: “es un mal bicho”, “no te soportas ni tú”.

La última fase consiste en no dar importancia a sus sufrimientos y dolencias por aquéllo de que “no es para tanto”.

Una vez terminado este proceso, que dura como ustedes habrán comprendido, muchos años, el manipulado se convierte en un esclavo autómata a las órdenes del manipulador. El complejo de culpa hace de él un ser débil en cada momento y en cada situación.

No sé dónde terminan los niños que desde pequeños sufren este tipo de manipulación. A Ifigenia, como les dije, la salvó el irse fuera de casa y aún así no le quedó más remedio que cortar cualquier tipo de relación una vez que la madurez le hizo comprender el abuso psicológico que durante tanto tiempo había sufrido y que se basa en la sentencia: “Eres mala. Tu naturaleza es malvada. Para conseguir ser buena, tienes que hacer todo lo que nosotros queramos sin quejarte.”

Ifigenia se salvó. No obstante, el odio a sí misma la acompaña cada instante de su vida. Intenté presentársela a Carlos, pero éste se negó en rotundo. “El odio a uno mismo, el odio al otro – en eso y nada más consiste el glorificado mundo humano. Incluso la indiferencia es otro tipo de odio, otro tipo de manipulación, consistente en ignorar lo valioso de la acción de otra persona. El más divertido es el de aquéllos que se pasan la vida diciendo lo mucho que valen. Es la única terapia que serviría a tu amiga. Se la aconsejo: “Me tomo un helado. El helado es especial porque es mi helado. ¡Y qué bien me lo sé comer! No hay nadie que lo haga con tanta elegancia, con tanta delicadeza como yo...” Y que lo diga en voz alta, a sus amigos: Facebook, twitter, Instagram, Whatsapp, teléfono... ¿En qué otra cosa crees si no  que radica el éxito de todas esas nuevas tecnologías? Selfi-marketing. El individuo comunica al mundo, a su mundo, lo mucho que vale, lo estupendo que sabe hacer las cosas, lo bien que le va la vida, sus viajes, sus restaurantes... El problema es que los otros también lo hacen. La guerra  está nuevamente declarada. Lo dicho: el hombre es malo y estúpido. Malo y estúpido sin solución.”

Muchos afirman que Occidente, al igual que mi amiga Ifigenia, está sufriendo la manipulación del complejo de culpabilidad desde hace tiempo. Yo, en cambio, sigo pensando que Occidente no es Ifigenia. El Occidente moderno ha pretendido extender sus territorios, primero y su influencia después, tan lejos como le ha sido posible. El Islam, como potencia política y militar, está haciendo lo mismo.  Cada una de las dos fuerzas dispone de sus peones.
Para unas élites, la integración determina el mantenimiento de la paz; para los estamentos dominantes de la otra parte, la sumisión. Los unos tienen sus políticos democráticamente elegidos, sus estructuras laicas y tolerantes; los otros tienen sus Libros Sagrados que les confieren la facultad de expresar verdades absolutas y decisiones infalibles. De ahí que su autoridad sea irrevocable e incontestable.

En una relación así no hay manipulación que valga, hay oposición de fuerzas.

¿Quiénes son, pues, los manipulados?

Los manipulados son todos aquellos que se encuentran en una situación de inferioridad y se ven obligados a luchar “convencidos” o “persuadidos” por las causas de los poderosos. Los manipulados son los  peones del tablero en el que diferentes piezas, con diferentes posibilidades de actuación se mueven hasta dónde dichas posibilidades les permiten.

Los peones de Occidente están convencidos de que la libertad de expresión es uno de los pilares fundamentales de su civilización. Ironías de la vida, ellos que están absolutamente convencidos de que la libertad es uno de los grandes estandartes de su cultura, aceptan encantados que las cámaras de seguridad les graben y  que se recopilen sus datos para evitar que los terroristas les ataquen. Ellos, afirman tajantes, no tienen nada que temer puesto que son inocentes y por tanto aceptan una limitación de la libertad, de su libertad, en función de la seguridad, de su seguridad. ¿Quiénes les han manipulado? ¿Los gobernantes de sus países? No. No han sido los gobernantes. Han sido los terroristas. Los terroristas serán igualmente los que no tardarán en echarnos en cara nuestra falta de libertad real y tendremos que callar porque seguramente será verdad y encima – y eso es lo peor- ¡la habremos pedido nosotros mismos!

Los peones del Islam han sido también manipulados por los terroristas islamistas fundamentalistas radicales –ya no se sabe ni cómo llamarlos. Los terroristas  han manipulado a las comunidades musulmanas haciéndoles creer que ellos eran víctimas de la pobreza, de la miseria, de las clases gobernantes del país. Los terroristas los han manipulado a través de imanes fanáticos que únicamente piensan en la extensión de su religión. Seguramente es más cómodo pensar esto que pensar que la pobreza, lamentablemente, es un mal que afecta a una gran parte de la sociedad. Que se lo pregunten si no, a los millones de españoles que hay en paro; es más fácil pensar que la sociedad de afuera introduce la droga para matar a tus hijos que admitir que la misma enfermedad es la causa de la muerte de la sociedad de afuera. Se lo han hecho creer los imanes, sí. Pero también se lo han hecho creer los políticos de la extrema izquierda, resueltos a ganar votos y popularidad sea como sea. Y el victimismo es, admitámoslo, una de las formas de manipulación más fáciles y más rentable que existen. El “pobre de mí” es uno de los lamentos más universales que existen. Determinados políticos juegan con este sentimiento. En vez de decirles: "vuestras penas son reales pero son las penas de muchos otros ciudadanos franceses porque es una pena que descansa en una sociedad que es injusta no porque seáis musulmanes sino porque las sociedades siempre son injustas"; en vez de decirles: "Francia es injusta, sí, pero no sólo con vosotros, también lo es con otros muchos ciudadanos. Por eso es necesario que todos juntos trabajemos codo a codo para denunciar esas injusticas y solventarlas, el camino es largo y no está terminado pero ya hemos conseguido mucho y seguiremos consiguiéndolo"; en vez de eso, prefieren utilizer la demagogia y gritar: "¡Pobres maltratados, os desprecian por vuestra religión, unámonos contra el fuerte, juntos les venceremos, fuera la discriminación!"

A medida que las protestas se radicalizan, a medida que los atentados terroristas se suceden, mayores dificultades son las dificultades de los musulmanes para integrarse.

-          Por un lado, los terroristas y determinadas corrientes políticas les han manipulado para que ellos se sientan víctimas y reivindiquen sus derechos en una sociedad carente de latigazos.

-          Paralelamente, los atentados terroristas han provocado que el resto de la población  identifique sus protestas sociales, sus deseos de practicar su religión como amenazas encubiertas: “O haces lo que pido, o hay una bomba”.
La gente no musulmana “les tiene miedo” y ello provoca el rechazo y la desconfianza, como medida de autodefensa.

Ante el miedo y la precaución que los terroristas, primero y los musulmanes ,despues, despiertan hay diferentes reacciones. A algunos musulmanes, este “dar miedo”  les envalentona porque ven en el miedo un modo de conseguir sus propósitos;  a una minoría de musulmanes el rechazo que el miedo provoca los arrastra incluso a la radicalización y a establecer sus territorios de dominación. Sin embargo, la mayor parte de los musulmanes es moderada y no comprenden el temor que provocan. Ellos - explican-  son musulmanes, no terroristas.
No obstante a medida que el odio se intensifique, los moderados, como dice Carlos, sufrirán el desprecio tanto de los no musulmanes, que aprovecharán su moderación para arrojar sobre ellos su ira, como el de los otros musulmanes, que los considerarán débiles. Es posible que muchos, sintiéndose rechazados, decidan paulatinamente tomar partido por las tesis radicales como forma de integración  socio-cultural.

Es así como el fundamentalismo se expande.

Así pues, los terroristas han conseguido manipular a la población europea en su totalidad. Son los terroristas también los que están manipulando a la población para que entremos en el juego del “bueno” y el “malo”.¿Quiénes son los que podrían salvarse de esa manipulación?

Los jóvenes. Pero no cualquier tipo de jóvenes. Los góticos, los pijos, los punkies, las it-it- girls, los rockers satánicos y los frikis radicales... O sea, los extremos ¿Por qué? Porque ellos llevan aprendiendo en el Instituto lo que muchos todavía no han entendido: la tolerancia no es conversar sobre los problemas comunes; la tolerancia consiste básicamente en el pacto silencioso de no agresión y para eso: lo mejor es mantenerse alejados los unos de los otros y cambiar de Instituto cuando un único grupo domina sobre los otros. Un gótico en un Instituto donde sólo hay “pijos”, debería solicitar el traslado inmediato a no ser que existiera un pequeño grupo de “afines” y estuviera dispuesto a hacer presión. (Lo mismo si se trata del caso contrario) Hablar sólo hablan cuando no hay más remedio.

Esos grupos quieren su libertad y su independencia a toda costa y cuando les hablan de cámaras para visualizar a los terroristas murmullan un: “no me jodas” y piden una cerveza para reponerse del disgusto.

En estos grupos la tolerancia significa sobre todo: delimitación y separación del territorio en el que se opera. Una “invasión” del territorio significa una declaración de guerra. Una “conversación” entre grupos requiere el cumplimiento de una serie de formalidades.
Mal que nos pese, la Tolerancia hace referencia a un pacto de no agresión con los los que no pertenecen al grupo. Y este pacto de no agresión no significa otra cosa que: Incomunicación con los otros, con los distintos.

Esto nos introduce en un segundo tipo de problema:

El de los guetos.


Isabel Viñado Gascón

Sunday, January 18, 2015

El Papa Francisco y los periodistas españoles


Los mismos periodistas que defienden a gritos la libertad de expresión, suelen ser también los que con más virulencia atacan a todos aquéllos cuyas opiniones no se ajustan a las suyas. Las burlas más o menos encubiertas de las declaraciones del otro sirven para llenar los titulares y artículos que escriben. Todos los que no piensan cómo ellos están, por supuesto, en su derecho de expresar su opinión. Ellos son tolerantes. ¡Faltaría más! Pero a continuación, claro, se impone la inquisición. La inquisición de los periodistas no la de la Iglesia Católica, porque esa, gracias a Dios y a los Ilustrados, hace tiempo que fue superada. Y así, en virtud del poder   que la tribuna de los medios de comunicacion les confiere para defender sus propias ideas, declaran a todo aquél que no piensa como ellos o equivocado o tonto.

Evitan – y eso es lo terrible- la reflexión sobre lo que ese otro ha dicho. Por eso, de repente, muchos periodistas, maestros en el arte de ironizar, no entienden ni quieren comprender la ironía que a veces encierran las palabras. Ellos que, como españoles que son, habrán escuchado alguna vez - por lo menos, escuchado-  aquello de “te mato”, “me mato”, “me muero” cuando uno se encuentra ante una situación que le encoleriza o le asusta,  ignoran que la expresión “le doy un puñetazo” no significa  necesariamente “le doy un puñetazo” sino:  “me enfado muchísimo”, “ me encolerizo.

Tampoco intentan comprender a qué se puede estar refiriendo el Papa con sus palabras. Ellos son más listos que el Papa y han decidido que el Papa se ha equivocado, que ha resbalado mediáticamente y que, en fin… menuda semana de barbaridades llevan aguantando, ¡pobres sufridores!

Lo piensan, lo dicen y se quedan tan contentos. Ellos –sesudos periodistas- han hablado.
Punto final.

Un periódico tras otro juzga y sentencia al Papa.  Curiosamente últimamente la libertad de expresión parece consistir esencialmente en arremeter contra las ideas del otro. Las ideas propias, lo que se dice ideas propias, escasean. Y no me extraña: en el momento en el que uno se atreve a decir algo que no coincide con lo que han sentenciado unos cuantos, llega la inquisición y lo condena o por tonto o por loco.

He leído la prensa alemana.
A decir verdad ningún periódico se ocupa demasiado de las declaraciones del Papa, mucho menos revuelo aún causa la frase que tantos comentarios ha provocado en España. Los alemanes –tan cautos en sus declaraciones de amor y de violencia- dan por sentado que eso es una forma de hablar que se corresponde con los hábitos lingüísticos latinos y no le conceden mayor importancia. De lo que sí en cambio se ocupan es de aquello a lo que realmente se estaba refiriendo.
Los periodistas alemanes han hecho lo que la mayoría de los periodistas españoles han olvidado: reflexionar.

Y en efecto. Lo que ha dicho el Papa es importante, fundamental. Con sus declaraciones ha escindido los dos temas que aparecen entremezclados en esta tragedia. Por un lado, la violencia; por otro, los límites de la libertad de expresión, incluso para el caso en que jurídicamente la legislación no contemple ninguna represalia. Este tema, claro, a los malos periodistas les disgusta. A los buenos, sin embargo, les introduce en la problemática de la ética profesional.

El Papa ha condenado la violencia. Ha señalado expresamente que matar es malvado y terrible. Matar en nombre de Dios atenta contra Dios y los principios sagrados. El Papa ha condenado los asesinatos doblemente: por asesinatos y por haber sido cometidos en nombre de Dios. El Papa ha sido honesto al reconocer que en este sentido la Iglesia Católica históricamente vista tampoco está libre de culpa.

Pero el Papa ha reconocido igualmente que la libertad de expresión tiene unos límites y esos límites son el respeto a las ideas y creencias del otro, el respeto a lo que el otro considera como sagrado. Como ya escribí en uno de los blogs, mi amiga Carlota afirma que la tolerancia tiene dos direcciones: del uno al otro y del otro al uno. Los periodistas reclaman una sola dirección. El Papa ha recordado que hay que tener en cuenta la existencia de las dos y respetarlas. El insulto, la burla, no pueden ni deben resguardarse bajo la máscara protectora de la libertad de expresión. El insulto y la burla restan siempre insulto y burla. ¿En qué otra cosa si no consiste muchas veces el mobbing que sufren cientos de adolescentes en el instituto y en las redes sociales? ¿Acaso no ignoramos lo difícil que resulta superarlo? ¿Acaso no sabemos que se ejerce siempre contra los socialmente más débiles, contra los menos integrados en los grupos, contra los distintos, contra los solitarios –poco importa la causa?

El Papa condena la violencia y condena la burla. Condena el asesinato aunque sea en nombre de Dios pero también condena la burla hacia lo sagrado. Los que asesinan deben de ir a la cárcel. ¿Y los que se burlan de los otros? ¿Qué se hace con los que no asesinan el cuerpo pero asesinan el alma? Pegar un puñetazo, lo sabemos todos, lo admitamos o no, no significa pegar un puñetazo, (sobre todo porque el que pega un puñetazo se arriesga a ser condenado jurídicamente) pero sí significa el derecho a establecer consecuencias. Últimamente el insultado no se puede ni enfadar. O le llaman “enfadón”, o le dicen que no tiene sentido del humor, que ha sido simplemente un comentario, que tampoco es para tanto…

En cambio, el Papa Francisco ha expresado llana pero contundentemente que hay cosas que sí son para tanto, que hay insultos que sí insultan, que las gracias y las “gracietas” tienen un límite y si esto no lo sabe el que las pronuncia, tendrá que enseñárselo el ofendido con su reacción.

En este sentido, el comentario del periodista Rainer Hermann, publicado en el FAZ (Frankfurter Allgemeine Zeitung) ayer Sábado: 17 de Enero del 2015, me parece brillante. Traduzco una parte del artículo: “El Papa Francisco recordó una verdad fundamental que rige en las relaciones de unos individuos con otros: quien insulta lo que a otro le resulta sagrado, quien conscientemente y sin gusto provoca, debe esperar las consiguientes reacciones. Por eso muestra comprensión hacia la reacción de los musulmanes, igual que debe esperar un puñetazo todo aquél que insulte a su madre. Fue un Papa directo, como anteriormente, cuando predicaba en las Favelas de Sudamérica. (…) En las personas descansa la obligación de practicar con responsabilidad las libertades y respetarse los unos a los otros. No se tiene que compartir la creencia del otro, pero sí debiera respetarse. De ahí se establecen las autolimitaciones y las fronteras, del mismo modo que no todo lo que técnicamente es posible, está permitido. Los creyentes, independientemente de la religión, son atacados más fácilmente que los ateos, a los cuales ya nada les resulta sagrado. (…) “

Hay un punto más que añadir al comentario del señor Hermann.

¡Por fin la Iglesia Católica está volviendo a recobrar la sensatez! Ya no basta con pedir perdón simplemente, ya no basta con poner la mejilla directamente. Perdón a los que sinceramente se arrepientan, poner la otra mejilla para los asuntos relevantes, pero para  los necios, para los malvados, para los hipócritas, repulsión y alejamiento.
Al fin, la Iglesia empieza a salir de ese círculo maldito del “Todo en el Uno y el Uno en el Todo”, al fin empieza a olvidarse del “Amor-Uno” y del Perdón automático que cuando se pide –si se pide- suena a fonema pero a nada más, y si eres creyente y te enfadas estás condenado a darlo incluso antes de que te lo pidan “porque para eso eres creyente”. Al fin, la Iglesia Católica reconoce que hay un Bien y que hay un Mal y que el Mal no debe de ser tolerado. Al fin volvemos al discurso teológico serio: qué es el Bien y qué es el Mal en una sociedad como la nuestra.

Es un comienzo.

Queda aún mucho camino.

Lo recorreremos, lo recorreremos.

Para eso somos nómadas.

Isabel Viñado Gascón

Wednesday, January 14, 2015

Líos, nudos y problemas.Elucubraciones


El mundo siempre ha sido un lío, pero algunas veces más que otras. Como los líos siempre me han dado dolor de cabeza, he intentado evitarlos en la medida de lo posible; cuando no me ha sido posible he intentado enfrentarme a ellos con el diálogo y la comprensión a la espera de que a los otros también les movieran las mismas intenciones que a mí. Esto es: la clarificación del asunto. Hubo una época de mi vida que hoy contemplo con dolor en la que los líos me desbordaron sin que yo tuviera ni el tiempo, ni la calma ni la madurez necesaria para superarlos adecuadamente. En aquél tiempo de inocente juventud todavía ignoraba que los líos nunca se resuelven con el razonamiento. El razonamiento sirve para solucionar problemas. Nunca los líos. Y esto porque los líos contienen un porcentaje de caos emocional – pretendido o no- del que los problemas carecen. Este porcentaje de caos emocional determina que lo subjetivo, los significados ambivalentes de las palabras, lo que se dice sin haber sido pronunciado, etc, etc, juegue un papel significativo en la cuestión. Hay fabricantes de líos tan expertos que consiguen revestir su lío con la apariencia de un problema. Lo único que el razonamiento puede hacer  en dichos casos es comprender la falacia. Resolver no resolverá nada. El razonamiento terminará exasperado y desesperado. En casos extremos puede que incluso autodestruido e inutilizado. Al mío lo salvaron el tiempo, los libros y mi amiga Carlota.

Ha sido la experiencia, no obstante, la que me ha permitido comprender que hay personas que han hecho de la fabricación de líos su hobby, así que dedican su vida a confeccionar líos para que otros los deshagan: una especie de arrastre hasta la madurez de aquél juego de niños que consistía en hacer nudos a ver si el rival conseguía deshacerlo en el tiempo fijado. Hay nudos sencillos que exigen poco esfuerzo. Otros, en cambio, son tan complicados que deshacerlos parece imposible.Las posibilidades en estos casos son varias. Una consiste en intentar comprender el nudo. Esto es, qué duda cabe, loable pero lo normal es que los que actúan así agoten el tiempo del que disponen y  pierdan. Otros jugadores pasan a la acción directamente y terminan enredando aún más si cabe el nudo. Por último hay quienes hartos de no obtener resultados, sacan las tijeras que llevan guardadas en el bolsillo y raudos lo cortan por la mitad. El nudo ha sido deshecho. Han ganado. El que lo ha confeccionado se enfada y grita enojado que eso es trampa. La discusión sobre lo que es trampa puede durar bastante. Todo depende de las energías retóricas de los adversarios. El final suele ser variado: o los participantes terminan revolcados en el suelo o comiéndose un helado. Así de fácil. Esto demuestra que la línea directriz que rige en la mayor parte de los conflictos no es su resolución sino la capacidad que cada uno de los involucrados en el lío posee para imponerse al otro y en todo caso, conseguir salir de él sin ninguna responsabilidad.

Huelga decir que el juego de hacer y deshacer nudos no se incluía entre nuestros favoritos. Si el nudo era fácil de deshacer, el juego resultaba aburrido. Si era difícil, el tiempo se agotaba, el nudo empezaba a pasar de unas manos a otras sin que ni siquiera el que lo había construido pudiera hacer nada por resolver el problema. O terminábamos cortándolo o terminábamos abandonándolo por imposible.

Hubo uno, sin embargo, al que le gustaba especialmente fabricar nudos. Constantemente nos venía con “nuevos desafíos”. Así los llamaba. Al principio jugábamos. Después intentamos ignorarle. Ante su empeño, le explicamos que no deseábamos dedicar nuestro tiempo libre a tal menester. Su obsesiva insistencia provocó que el tono de las voces –nuestras voces-  fuera elevándose con cada nuevo encuentro. Los adultos no tardaron en reprendernos por nuestros gritos. Los nuestros, que no los suyos. Él era la letanía y las letanías son siempre en voz baja. Los gritos éramos nosotros. Los reprendidos por mal comportamiento también. La sonrisa de satisfacción que aparecía entonces en el rostro de “la letanía” era indescriptible.

Nuestra táctica final fue la huida. En cuanto lo veíamos aparecer corríamos en desbandada.

Esa es también mi reacción actual ante lo líos: huir. Empieza a haber demasiados fabricantes de líos, demasiados modelos, demasiados tejidos y materiales diferentes con los que poder construirlos. Huir se hace necesario porque si no, se corre el peligro de terminar enredadas en el lío.

 ¿Cobardía? Para los que se dedican a la fabricación de líos, desde luego. Para las personas normales, signo de sensatez. A veces huir es la mejor defensa. Es lo que deberían hacer las moscas antes de quedar atrapadas en la red de la araña.

El problema es cuando no se puede huir a ninguna parte. Cuando estamos sujetos y bien sujetos a ese lío. Cuando de repente el lío ya no está confeccionado fuera de nosotros sino que ha sido insertado en nosotros mismos.

Uno de ese tipo de líos son los vecinos que protestan por cualquier comportamiento que sea distinto del que ellos consideran que debe establecerse. Puede ser que un vecino proteste porque el otro se dedica demasiado al jardín, o porque se dedica demasiado poco. Porque los hijos del otro juegan demasiado en la calle, o demasiado poco. Ese tipo de vecinos son los terroristas del Orden Inmutable y Eterno de la Moral: de su Moral y de su Orden. No se detendrán hasta que el mundo no sea tal y como ellos lo han pensado y se imaginan. Da igual cuántas cabezas sean necesarias para conseguirlo. Las voces de protesta son inútiles. El que más y el que menos no tiene tiempo para dedicarse a esos jueguecitos de poder, así que suelen reducirse al ataque sistemático contra una familia determinada. Los otros están felices de que no sea con ellos hacia los que se dirige el ataque.

Otros no quieren un Orden específico. Quieren su bienestar en cualquier momento y en cualquier situación sin que ello les exija mucho esfuerzo. No quieren ningún Orden Eterno e Inmutable. Nada les gusta, nada les complace. Este es el grupo conformado por los descontentos. Este tipo de individuos empiezan a quejarse en  cuanto llegan a un sitio, aunque sea de visita, olvidando con ello que están en calidad de huéspedes y no de clientes. Recuerdo que a Carlota le pasó algo así un par de veces. La primera vez que le sucedió la sorpresa no la dejó reaccionar. Se esmeró hasta el desfallecimiento sin éxito. Estuvo llorando una semana en la cama. Reconozco que la admiré por haber sido capaz de desahogar su frustración a través del silencioso y resignado llanto. Su marido estaba demasiado ocupado con el trabajo y la dejó llorando conmigo. La segunda vez que hubo de enfrentarse a semejantes congéneres, Carlota – debido seguramente a mi mala influencia- les invitó a abandonar su casa. No sólo le retiraron la palabra sino que le otorgaron una inmerecida fama de insoportable. Carlota pasó otra semana en cama. (Esta vez sin mí.) Pero ya no se dedicó a llorar. Estaba demasiado enfadada. Mientras su marido trabajaba veintitres horas al dia, ella se dedicó a pensar veinticuatro. Así que cuando tuvo que enfrentarse a una nueva invasión de extraterrestres de la raza de los descontentos, Carlota sabía perfectamente qué hacer.  Ante su primera protesta y como se trataba de relaciones de trabajo de su marido,  no les permitió seguir. Les dió la razón en todo. Carlota se apresuró a culpar a la criada, a la cocinera, al mayordomo, al jardinero y a la nanny de cada falta que los otros encontraban y a suspirar excusándose por encontrarse en ese momento en una situación tan desagradable como la de carecer de personal de servicio justo cuando personas tan simpáticas la visitaban. Carlota empezó a quejarse de la dificultad en encontrar auténticos profesionales y de lo angustioso que resultaba llegar a todo. Enumeró tantas y tan diversas tareas a las que diariamente debía enfrentarse ella sola, que consiguió lo que parecía imposible: que los descontentos se mantuvieran callados. La noche transcurrió en un silencio sólo interrumpido por las quejas de Carlota contra el servicio y la mirada atónita de su pobre marido que no se atrevía a proferir palabra alguna porque con tanto trabajo no se había enterado de la cantidad de personal de que disponían y no sabía si sentirse orgulloso de lo mucho que reportaban sus beneficios o aterrado por el derroche de su mujer.

Huelga decir que mi amiga no tenía ni criada, ni mayordomo, ni jardinero ni nada que se le parezca. Ni lo tenía, ni lo tiene, ni lo tendrá. Sus cinco hijos están demasiado bien educados como para que necesite algún día de ayuda pagada.

 Todas estas anécdotas que parecen – por personales- carentes de importancia son precisamente las cuestiones a las que se enfrentan actualmente Europa y los Estados Unidos: más líos que problemas, lamentablemente.

La política interior de Europa es un lío. La política interior es un lío porque la extrema derecha niega ser extrema y la extrema izquierda niega ser extrema e izquierda. La política es un lío porque los políticos de izquierda y de derecha que no pertenecen al pensamiento extremo dicen y hacen lo mismo, con lo cual el elector no sabe a quién votar y en cuanto la izquierda y la derecha intentan sentar diferencias caen rápidamente en el banco de la respectiva “extrema” y no saben si salir de allí huyendo despavoridos o intentar quedarse a ver si de este modo caen un par de votos más.
La política interior es un lío no sólo por la corrupción de unos y de otros, sino por la unidad en la argumentación política lo cual significa, claro, que no existe diferenciación ideológica alguna. Nadie se siente culpable de la deuda y todos miran con envidia o con exasperación al vecino. Todos se sienten con derecho a quejarse, ya sea por lo poco que tienen o por lo mucho que pagan. La corrupción ha empezado a notarse en cuanto la crisis de las finanzas han impedido el nivel de corruptela al que se habían  acostumbrado. Corruptos son siempre los otros, claro. Fuenteovejuna no es nunca corrupta. Así que todos intentan subirse al tren de Fuenteovejuna y de los populismos. Déjenme que les cuente un episodio. Esta semana, en un programa de televisión dos hermanos de raza gitana se burlaron de un hombre de piel negra y se preguntaron entre risas si ese hombre que tenían delante era un mono. Eso provocó grandes indignaciones. Los hermanos gitanos se asombraron de las reacciones que habían provocado: lo que para todos era un comentario racista inadmisible, era para ellos "un intento de ser graciosos". Lo curioso es que ellos son de "raza gitana", raza que sufre y se lamenta de los comportamientos racistas de los "payos". 
Los responsables del programa por su parte, para remediar un entuerto que ya no tiene solución, intentan que el desagradable suceso se olvide y retiran el video hasta la medida de lo posible. !Ah!, sí. Es la nueva moda. Hablemos y dejemos hablar de todo, salvo de lo que no nos conviene; Sobre eso, corramos un tupido velo.
 Algo parecido sucede con Fuenteovejuna y el tema de la corrupción. Hacer del pueblo un pueblo "santo" e incorruptible es un grave error. Por mucho que él mismo la sufra,  la corrupción no pertenece a un grupo social, sino a un sistema de vida, a una sociedad. No obstante la mayoría  prefiere ignorar este hecho y divide a la sociedad en dos: los políticos corruptos y Fuenteovejuna.
Fuenteovejuna tiene suerte: sobre sus faltas siempre se termina corriendo un tupido velo.
Demasiados votos en juego.
Pero no es este el tema de hoy,  lo sé...

La política exterior occidental es un lío porque hay infidelidades constantes entre los propios aliados, porque todos son amigos de todos y todos se traicionan. Quieren un club de socios con los que poder presionar a cuantos se opongan a sus intereses, quieren aislar al que no se avenga a las reglas del club de los socios. Pero lo cierto es que bajo la mesa, empieza a ser frecuente que cada uno de los socios busque su propio interés – con o sin el acuerdo del club al que pertenece e incluso establezca relaciones con otros clubes. Si uno es libre, es libre para hacer lo que él quiera – o al menos, hacer hasta donde sus fuerzas internacionales le permitan. La política exterior es un lío porque su equilibrio es siempre difícil y uno va intentando unir Aquí y Allá, sin romper con los Unos y manteniendo relaciones con los Otros y al final, sin saber ni siquiera cómo, uno se encuentra con un terrible lío.

El islam no es un problema. Es un lío y uno de los complicados. Es un lío tanto para los musulmantes como para los no-musulmanes. Intentar solucionarlo como problema, que es lo que se está haciendo en este instante, no conducirá a ningún resultado positivo. A mí me divierte todos aquéllos que aseguran convencidos que la religión musulmana no pertenece a Europa. ¡Qué cosas! Claro que pertenece. Tal vez no sea originaria. Tampoco la cultura romana era originaria de Francia en tiempos de los galos. Sin embargo, no sólo se asentó sino que forma parte fundamental de toda la cultura y  forma de ser francesa.
Con la religión musulmana sucede lo mismo: europeos orihundos que se convierten a la religión del islam, matrimonios mixtos, educación integrada... ¿Qué no pertenece? No sé quién lo afirma. Formar parte, desde luego, sí forma. ¿Qué hacemos? ¿Lo mismo que hicieron los españoles con los judíos? ¿Conversión o fuera? ¿Y a eso se le llama sociedad pluralista? Lo dicho. Basta elucubrar, un poco, sólo un poco y ya nos damos cuenta de lo líoso del asunto.

Algunos no entienden el concepto de “lío” y se preguntan por qué Obama no estuvo en la marcha de París. Obama se ha disculpado. Los que deberían disculparse son los que hacen ese tipo de preguntas. Que el Presidente de los Estados Unidos no estuviera en París es la única postura razonable en un lío de este calibre. Y lo es por varios motivos. En primer lugar ¿dónde se le situaba? ¿En cabeza junto a Hollande? Más de uno le hubiera criticado por su posición imperialista. ¿Atrás? Entonces los americanos hubieran pensado que su país ya no es lo que era. Nueva avalancha de comentarios. En segundo lugar, de eso no me cabe la menor duda, los anti americanos hubieran aprovechado para que la marcha se convirtiera en una marcha no sólo y exclusivamente contra el terrorismo y los asesinatos sino contra la política de los Estados Unidos que –hubieran dicho- había propiciado e incrementado el terrorismo. Obama ha hecho lo único sensato. Y lo único sensato en el caso de los líos es huir hasta donde sea posible. Esa justamente era, creo yo, su intención: huir del lío lo más rápidamente posible. Huir porque los líos, se haga lo que se haga, no tienen solución

El movimiento de la Pegida tampoco es un problema. Es un lío y uno tan complicado – o más- que el del islam. Su calificación como problema no conduce realmente a nada. De poco sirve que los partidos políticos afirmen que hay que preocuparse por solucionar los problemas de las personas que componen un grupo que crece día a día. Los descontentos no hacen otra cosa que crear líos. Si no es un motivo, habrá otro. Si algo he aprendido es la fuerza que se les da en Alemania a aquéllos que protestan. Cuando la protesta es racional puede racionalmente atenerse y lleva a un mejoramiento de la sociedad. Pero la protesta se ha convertido en un arma, en un medio de poder. El que protesta reta al otro. Le hace consciente de sus faltas y de sus limitaciones y le introduce – y esto es lo más importante de todo- en la posición defensiva: o introduce reformas o encuentra explicaciones. Pero ninguna reforma y ninguna explicación sirve por mucho tiempo. Las fuerzas de aquéllos hombres de buena voluntad que intentan satisfacer las exigencias de los que así protestan decaen mientras aumentan las de aquéllos que ven con placer cómo los otros corren a satisfacer sus quejas o a recompensarles económicamente cuando los otros no lo consiguen. Curiosamente, ante el acostumbrado a protestar por cualquier cosa ninguna queja resulta lo bastante importante. Si uno se queja del horario de su trabajo, los otros se quejan aún más fuerte del horario del suyo. Sea el que sea. Y es mejor quejarse, porque de no hacerlo los otros le reprocharán su suerte, aunque más que suerte sea fortaleza de ánimo para soportar los embates.

Rusia, sin embargo, es “únicamente” un problema aunque muchos se refieran a él como si de un lío se tratara y otros tantos estén trabajando duramente para conseguir convertirlo en un lío. Si logran sus propósitos, la política racional habrá sufrido un duro revés. No sé muy bien quién y cómo ha iniciado el problema. Lo que sí digo es que deberían empezar a acercar posiciones. Para ello los rusos han de olvidarse de lo que fueron pero ya no son, de lo que quisieron ser pero no fueron y los americanos han de olvidarse de su imagen para concentrarse en su ser.

Las relaciones entre Estados Unidos, Europa y Rusia son hasta el momento problemáticas y por tanto, hasta el momento, susceptibles de ser resueltas. La cordura, el raciocinio, juegan un papel tan importante como la voluntad de Poder, de la cual, por otra parte, escasos individuos pueden independizarse. En el tema del lío con el Islam, Rusia – diga lo que diga y piense lo que piense- está tan implicada como Europa y los Estados Unidos. Su amistad con Siria es tan inestable como la amistad de los Estados Unidos con Arabia Saudí. Y lo mismo en lo que al lío de la Pegida se refiere. Que en estos instantes Rusia esté divirtiéndose e incluso alentando a estos líos, no significa en absoluto que no deba ella misma de enfrentarse a ellos. Que Siria, según los periódicos, empiece a constituirse en amenaza atómica e Iran la esté ayudando a conseguirlo pertenece al lío. Va a haber más.

La guerra todavía no ha empezado, pero las partes se están organizando y los ejércitos están comenzando a limpiar sus oxidadas armarduras. La causa que la provoque – no me canso de repetirlo- carece de interés. Los engranajes están en marcha. Tal vez ya lo estaban hace cuatro años, cuando los teóricos de la conspiración anunciaban una futura guerra en Europa. Profetas o causantes, Quién lo sabe. Europa: campo de batalla. Habrá guerra y habrá dictadura. Es una cuestión de tiempo. Las habrá por mucho que se repita una y otra vez que tales voces pertenecen a individuos derrotistas y a teorías de la conspiración. ¿Quiénes serán los culpables de la futura barbarie que aguarda a Europa a las puertas de la esquina?: ¿Club Bilderberg? ¿Illuminatis? ¿Anticristo? ¿Extraterrestres, tal vez? La Historia se encargará de decirlo. Nosotros tendremos suerte si lo sobrevivimos.

Lo cierto es que los terroristas ya le han declarado la guerra a Occidente alegando un atentado contra su Religión. Los descontentos por su parte, lo hacen cada vez que exigen de Occidente que les devuelva un bienestar que la deuda y la necesidad de su devolución impiden y una identidad que ya no existe, del mismo modo que tampoco existe la identidad del ciudadano que habitaba en el Imperio Austro-húngaro. Ellos mismos se encargan de proponer y exigir recetas mágicas. La más fácil: “todos fuera menos nosotros”. Los descontentos declaran la guerra a Occidente amable y pacíficamente: lanzando la piedra y escondiendo la mano; permitiendo que la extrema derecha alemana, nunca muerta, nunca tan moribunda como los propios alemanes querían creer que estaba, se reestructure. Ha sido el bienestar – y no el cambio de ideas- la que la ha mantenido silenciosa todo este tiempo. Ahora está empezando a despertar nuevamente.

De momento, Europa y sus tranquilos ciudadanos se han decidido por la moderación. Se trata de mantener los esquemas existentes hasta donde ésto sea posible. No es que no conozcan los defectos de sus sociedades, pero unos son optimistas y creen que es cuestión de un par de reformas para que la sensatez vuelva a imperar. Otros, actúan moderadamente cara al público y en cuanto cierran el local se lanzan escaleras abajo hacia el sótano, a seguir transformándolo en un bunker o a revisar el arsenal que llevan introduciendo allí desde hace décadas y que se incrementa con cada nueva Nochevieja. Algunos han decidido dejar pasar al vencedor, sea quién sea, con tal de que el vencedor le deje vivir a él. La Historia muestra que unos van y unos vienen. Para qué pues intentar frenar el curso de la Historia... La moderación de algunos es constitucional: “La ola vendrá pero todavía no está aquí. Cuando esté aquí podremos empezar a actuar”- dicen.

No sé cuánto tiempo podrá mantenerse la moderación. Depende de la virulencia con que ataquen los terroristas, de la rapidez y de la fuerza con las que se extiendan las protestas en la sociedad, de la cuestión europea, de la reacción de los futuros gobernantes ante la crisis económica.

Particularmente no creo que dure mucho.

Ya lo he dicho: la reflexión pocas veces consigue deshacer el nudo dentro del tiempo fijado. Lo más normal es que alguien saque las tijeras del bolsillo y corte el nudo por la mitad. ¡Zas!

El nudo deshecho.

La cuerda partida.

“¡Eso es trampa!”

El terrorismo también es una trampa. Hagamos lo que hagamos el terrorismo acabará con nuestra forma de vida. La seguridad va a tener que ser cada vez más exhaustiva, sobre todo después de que hayan amenazado con atentados a supermercados, restaurantes y similares. El incremento de esa seguridad y de esa vigilancia supone una ruptura de nuestro valor máximo: la libertad.

Ironías de la vida, Europa empieza a encontrarse justo donde se encontraron los Estados Unidos después del 2001. Al paso que vamos terminará haciendo lo mismo que la India: en cada Centro Comercial soldados armados. En cada plaza, soldados armados. En cada hotel, soldados armados.

¿Podemos huir del lío?

Demasiado tarde.

Estamos dentro de él.

¡Ah! Cuánto echo de menos aquéllas interesantes partidas de ajedrez del último verano...

Yo sigo confiando, realmente todavía confío, en la genialidad que caracteriza a Putin jugando al ajedrez. Si mi confianza es cierta, si de verdad está intentando la jugada que yo creo que está intentando, Putin no sólo será un magnífico jugador de ajedrez. También habrá salvado a Europa. No me atrevo a decir nada. Al fin y al cabo, la situación –como ya digo-  es un lío. No es conveniente hacerse falsas ilusiones. Lo sabemos.

Los líos siguen dándome dolores de cabeza.

No hay forma de solucionarlos.

La moderación nos da tiempo para prepararnos para lo inevitable pero – lamentablemente-no deshace el nudo.

“Consolation número 4” de Liszt suena dulcemente.

El imperio de Liszt se derrumbó.

Queda la música.

Isabel Viñado Gascón