Thursday, January 8, 2015

A Charlie con amor. A Charlie con dolor.


Ayer a media tarde sonó el teléfono. Era Jorge Iranzo. Me contó lo sucedido en París. Había intentado contactar con Carlos Saldaña, pero conseguirlo resulta prácticamente imposible, así que me llamó a mí. Yo no tenía ni idea de la noticia. Me quedé sin palabras. ¿Qué cosa razonable se puede decir ante la barbarie? Jorge, el tranquilo Jorge, estaba fuera de sí. La población europea había sido demasiado tolerante con los intolerantes, dijo. "Los europeos, porque el problema -afirmó- no era un problema francés sino europeo, no podían consentir ser amenazados por el miedo, no podían consentir que los extremistas les despojaran de los valores que hacían de Europa, Europa; y la libertad de expresión era uno de ellos. Los europeos se habían pasado la historia luchando y venciendo contra todo tipo y clase de dictaduras y tiranía y no iban a consentir que nadie les atemorizara: ni los islamistas radicales, ni los anti-islamistas radicales; ni la extrema izquierda ni la extrema derecha. Europa tenía que proteger los pilares sobre los que se asentaba."

Después de colgar, telefoneé a Carlota. Ella estaba enterada de los asesinatos y enormemente alterada. No era para menos. Parte de su familia es francesa y vive en París, y algunos de los amigos de sus hijos son de religión musulmana. Le pregunté por sus reacciones. Me  dijo que salvo defender el hecho, había de todo: desde el silencio, hasta la condena. La mayoría de sus amigos musulmanes, sin embargo, se decantaba por considerarlo “un acto bárbaro pero…”

Carlota, ya lo he dicho en algún blog, es un ser que califica cualquier discusión política en público como un signo de mala educación. Según ella, las ideas de los unos pueden molestar a los que tengan ideas distintas a ellos.  Imagínense pues lo que opina sobre las manifestaciones en alta voz sobre algo tan privado como son las creencias religiosas.

Ella, claro, se muestra totalmente de acuerdo con ese: “es un delito monstruoso pero…”.

Según Carlota, para que se pueda hablar de tolerancia, de una verdadera tolerancia, ha de aceptarse el hecho de que la tolerancia es un valor que se dirige en dos direcciones porque consta de dos partes. La tolerancia ha de ser practicada desde el uno hasta el otro y desde el otro hasta el uno. Sólo en ese caso puede hablarse de verdadera tolerancia. En otro caso se trata de una falsa tolerancia. Carlota me explicó que una de las viñetas que llevaba uno de los manifestantes que había acudido a protestar por los brutales asesinatos le parecía enormemente significativa. En ella un yihadista cubierto con un traje negro amenaza con una metralleta gigante a un dibujante. El dibujante, a su vez, le apunta con un lápiz.

 “¿Te das cuenta?” – me preguntó convencida- “No hay tolerancia. Cada uno de ellos quiere asesinar al otro. Cada cual con su arma. Unos asesinan al cuerpo y los otros al alma. Es una cuestión de perspectiva. En mi opinión el que hace un chiste sobre un negro es un racista, salvo si él mismo es un negro. El que hace un chiste sobre un judío es un antisemita, salvo si él mismo es un judío y el que hace un chiste sobre una madre es un mal nacido, lo haga quien lo haga. Por eso creo que el que hace una caricatura sobre las figuras claves de las creencias del Islam es anti-islamista. ¿Qué tiene que ver con eso la libertad de expresión? ¿Eh? Dime. Únicamente odio, aunque sea a través de la burla. Porque, seamos sinceros, eso que para unos es humor, para los afectados es burla. Y la burla, mata. A mi hija Verónica, por ejemplo, el miedo a la burla la ha tenido una semana sin ir al colegio. Y todo porque un día que llovía a mi hija se le ocurrió bailar en medio de la calle para invocar a los dioses del sol, o algo parecido. No hubiera pasado de una simple tontería si una graciosa no hubiera sentenciado que sólo a una loca se le ocurría hacer tales cosas y unos cuantos imbéciles no hubieran seguido “la condena del día” publicando el veredicto en las redes sociales. Verónica tenía tanto miedo a convertirse en la “loca” de la clase que se ha declarado enferma. “¿Depresión?” – le pregunté. “No” –contestó Carlota bajando la voz- “Trabajo. Para conseguir que se olvidaran del tema se ha dedicado a introducir en las redes sociales un cotilleo sobre amoríos ajenos vía indirecta, utilizando –ya sabes-  la infalible fórmula del “no se lo digas a nadie”; ha organizado una fiesta; ha creado una plataforma para la puesta en marcha de un periódico digital en el Instituto y ha dejado caer aquí y allá, de modo sumamente discreto pero en sitios y momentos sumamente oportunos, que la que la ha llamado “loca” está celosa de ella porque está enamorada de un chico y ese chico, en cambio, prefiere a Verónica. ¡Dios mío qué semana de actividad! A mí, francamente, me parece todo un horror. Un terrible horror que va a traer todavía más horror. Sigo pensando que expresar nuestras opiniones en materias como política y religión en simples reuniones sociales constituye un lamentable signo de arrogancia. Nunca puedes saber si tus comentarios molestan a las otras personas que te escuchan. La paz social no es un simple objetivo a conseguir. La paz social la hacemos nosotros. El humor es divertido. La burla, no.”

He intentado llamar a Carlos. Como de costumbre he dejado un mensaje a la espera de que el tema le interese lo suficiente como para contestar. No lo ha hecho. No creo que lo haga. Si a los misántropos como él, la simple presencia de sus otros congéneres ya les producen terribles dolores de cabeza, imagínense ustedes lo que sus acciones y opiniones le causan. Carlos hará lo que hace siempre: recluirse en el trabajo. No sabrá ni querrá saber otra cosa que no sea eso.

¿Y yo? ¿Qué pienso yo?

Pienso que estamos en un tiempo de cambios y fricciones tanto económicos, como políticos como religiosos. Los sistemas democráticos han ocultado demasiado tiempo corrupciones inconfesables en todos los sentidos y van a tener que regenerarse si quieren seguir en pie. El miedo de algunos es que sea demasiado tarde; otros sospechan que los ciudadanos todavía andan sumidos en la resaca de la fiesta y no se han dado cuenta de la gravedad del asunto. Hay quienes aseguran que el atentado es un atentado contra el laicismo. Esta afirmación me hace gracia. Lo cierto es que el laicismo esta muerto y abandonado a su suerte. El laicismo fue pero ya no es. El laicismo constituyó un ideal que en su día movió montañas y que hoy, en cambio,  a duras penas se sostiene en pie. Él, que nació como símbolo de la Ilustración, del deseo del ciudadano de salir de la minoría de edad a la que la ignorancia le  condenaba, ha sido arrollado por el hedonismo vacío, por la apatía intelectual. De la minoría de edad debida a la ignorancia, hemos caído en la minoría de edad debida al infantilismo narcisista. En ambos casos, es nuestra estupidez la que sobresale. Los enemigos nos muestran no sólo sus armas y sus fuerzas, también nuestras fronteras, nuestros límites y nuestros errores. Deberíamos ser conscientes de ello. Pero nos ponemos una venda en los ojos y gritamos alto, fuerte y tendido cuáles son nuestros valores esperando que sean otros los que los respeten. Los insultos entre periodistas y políticos, la falta de formas en las conversaciones, ¿expresa eso la tolerancia?; que una presentadora en uno de los programas más vistos del año muestre sus trasparentes trasparencias con la subsiguiente afirmación de que se siente orgullosa de haberlo hecho ¿es símbolo de tolerancia?

Se dice que uno puede hacer lo que quiera siempre que no moleste al otro.

Ahí empiezan los problemas.

¿Qué pasa si me molesta ese traje que deja ver claramente la braga negra que luce la presentadora y que yo no tengo ganas de ver porque afecta a mi pudor? ¿Apago la tele yo o se cambia ella? ¿No es esto en el fondo una cuestión de fuerza más que de tolerancia? ¿Y qué pasa con los debates televisivos? ¿Cuándo podré asistir a una discusión en el que las palabras “mentiroso”, “cretino”, “incompetente”  y similares, no se pronuncien porque son palabras que afectan a mi sensibilidad? ¿Apago la tele yo o aprenden a conversar ellos?

Se trata –querámoslo o no- de una cuestión de poder, no de una cuestión de valores. Se trata de los islamistas contra los anti islamistas y de los anti islamistas contra los islamistas. Cada uno lucha a su modo y manera, cada uno enciende la llama a su modo y manera.

Lo queramos o no, el islam ya forma parte de nuestras sociedades europeas. Podemos aceptarlo o podemos rechazarlo. Si lo aceptamos tendremos que aceptar también que los musulmanes son fieles a su religión, y que algunos de ellos son incluso extremadamente fieles. Si apelamos a la tolerancia tendremos que aceptar que algunos pueblos no aceptan determinadas expresiones del humor por considerarlas una falta de respeto a sus creencias. Creencias que les resultan sagradas. Lo que para nosotros es libertad de expresión es para ellos sacrilegio. Lo que para nosotros es tolerancia, es para ellos falta de respeto.

Si aceptamos sus posturas ¿somos miedosos o tolerantes?

Si contestamos que aceptar sus premisas significaría tener miedo y que por tanto hay que rechazar a los musulmanes tendremos que saber por qué lo hacemos y cómo lo hacemos. ¿Exigimos la expulsión del territorio europeo de todos los musulmanes? ¿Y luego? ¿De todos los extranjeros? ¿Y luego? ¿De todos los que no sean de mi comarca, de mi pueblo, de mi calle, de mi jardín?

Ha habido doce asesinatos. Capturemos a los asesinos y juzguémoslos. Dejemos a los miles de inocentes en paz.

 ¿Nos está invadiendo el Islam? ¿En qué se nota? ¿En que los musulmanes van a las mezquitas? Si ese es el miedo, volvamos pues a las Iglesias. ¿Arremete el Islam contra el laicismo? Seamos entonces auténticos laicos. Volvamos al estudio y a la virtud. ¿Deja encerradas a las mujeres en casa? Liberemos entonces a nuestras mujeres de la condición de objetos sexuales y activemos su educación éExige el Islam una “monocultura”? Construyamos entonces una “pluricultura”. Destruyamos los guetos. Invitemos a las madres musulmanas a tomar café aunque hablen mal el español y lleven velo, juguemos con los otros al futbol, aunque unos lleven turbante, otros recen a su Dios cinco veces y usted ni siquiera conozca la iglesia de su barrio, dejemos que nuestros hijos hagan amigos  en función de sus cualidades como personas y no en calidad de su procedencia social, religiosa o política. Dejemos de gritar que queremos tolerancia para empezar a ser tolerantes.

Alguien ha escrito un artículo en el que  asegura que en París afloran los guetos en los que gobiernan el Corán y las drogas. El problema no es el Corán, del mismo modo que en tiempos de la Inquisición tampoco la Biblia fue el problema. El problema es el clero fundamentalista de todas y cada una de las religiones, los políticos fundamentalistas ya sean de extrema izquierda o de extrema derecha, los intelectuales que para vender más libros proponen teorías a cual más ingeniosa pero también más rocambolesca y el problema, sobre todo, son las drogas, el desempleo, la miseria, el aislamiento y el rechazo social en un grupo de población especialmente joven, que pide y exige ser reconocido.

Las religiones son expansivas. La juventud, también. Y ambas: religión y juventud son utilizadas por los grupos de poder: políticos, religiosos y sociales,  para lograr sus propósitos. Unos utilizan a los adeptos de las religiones y otros a sus contrarios.

Son también los grupos de poder los que abusan de los jóvenes. Los movimientos estudiantiles, por ejemplo, lo único que muchas veces pretenden no es tanto alcanzar nuevas reformas sino lograr la consagración de nuevos delfines como futuros líderes políticos. Son también grupos de poder los que organizan la presencia de jóvenes en actos multitudinarios que sólo sirven para mostrar su facultad de convocatoria entre los jóvenes y repetir fórmulas que encabecen titulares en los periódicos.

El clero corrupto, por su parte, abusa de su religión y de los jóvenes. Unos hacen de ellos asesinos y otros efebos.

Es contra los corruptos, con independencia de la religión y del partido político al que pertenezcan, contra lo que hay que imponerse para que no deforme a los jóvenes.

A medida que la cohesión social se debilita, a medida que los valores se debilitan, crece el número de los formadores de sociedades, ciudadanos y hombres que son ineptos e incapaces de realizar adecuadamente su papel,  lleven la toga que lleven y esgriman el sello que esgriman.

Aceptémoslo. Nadie nos va a ganar con nuestros valores, sino con su pérdida. Y es justamente el otro, el de enfrente, el que siempre nos muestra con más crudeza nuestras faltas y nuestras carencias.

Doce hombres han muerto a mano de tres hombres, de tres asesinos.

Tres asesinos que han de ser capturados, juzgados y condenados.

No empecemos con linchamientos a inocentes.

Frenemos al clero fanático, a los educadores fanáticos, a los políticos y ciudadanos fanáticos, frenemos a los tolerantes fanáticos para su tolerancia, a los sensibles tan sensibles para su sensibilidad. Frenemos los discursos que defienden las bondades de la marihuana, la necesidad de aprender a beber cuando lo necesario es aprender a no beber, del mismo modo que ningún aprendiz de conductor aprende a cometer faltas, sino a no cometerlas. En fin, frenemos la estupidez de los mundos paralelos, de los mundos virtuales, de los mundos que no son ni existen porque sencillamente no están donde nosotros estamos que es aquí y ahora. Frenemos a esos que afirman que se ve lo que se quiere ver y lo que se quiere ver se ve y que existe lo que se quiere ver.  Todo eso no termina más que provocando terribles confusiones y terribles horrores.
Sigue lloviendo.
Jorge es optimista. Está convencido de que todo se va a arreglar. La crisis económica, las revueltas sociales, las luchas religiosas, las confrontaciones ideológicas...
Carlota es optimista. Conseguirlo es cuestión de discreción, trabajo y un poco de imaginación. "Querer es poder".
¿Por qué a mí me cuesta tanto esfuerzo conseguir serlo?
Debe ser la lluvia.


 
Isabel Viñado Gascón

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