Ayer a media tarde sonó el teléfono. Era
Jorge Iranzo. Me contó lo sucedido en París. Había intentado contactar con
Carlos Saldaña, pero conseguirlo resulta prácticamente imposible, así que me
llamó a mí. Yo no tenía ni idea de la noticia. Me quedé sin palabras. ¿Qué cosa
razonable se puede decir ante la barbarie? Jorge, el tranquilo Jorge, estaba
fuera de sí. La población europea había sido demasiado tolerante con los
intolerantes, dijo. "Los europeos, porque el problema -afirmó- no era un problema francés
sino europeo, no podían consentir ser amenazados por el miedo, no podían
consentir que los extremistas les despojaran de los valores que hacían de
Europa, Europa; y la libertad de expresión era uno de ellos. Los europeos se
habían pasado la historia luchando y venciendo contra todo tipo y clase de
dictaduras y tiranía y no iban a consentir que nadie les atemorizara: ni los
islamistas radicales, ni los anti-islamistas radicales; ni la extrema izquierda
ni la extrema derecha. Europa tenía que proteger los pilares sobre los que se
asentaba."
Después de colgar, telefoneé a Carlota. Ella
estaba enterada de los asesinatos y enormemente alterada. No era para menos.
Parte de su familia es francesa y vive en París, y algunos de los amigos de sus
hijos son de religión musulmana. Le pregunté por sus reacciones. Me dijo que salvo defender el hecho, había de
todo: desde el silencio, hasta la condena. La mayoría de sus amigos musulmanes,
sin embargo, se decantaba por considerarlo “un acto bárbaro pero…”
Carlota, ya lo he dicho en algún blog, es un
ser que califica cualquier discusión política en público como un signo de mala
educación. Según ella, las ideas de los unos pueden molestar a los que tengan
ideas distintas a ellos. Imagínense pues
lo que opina sobre las manifestaciones en alta voz sobre algo tan privado como son
las creencias religiosas.
Ella, claro, se muestra totalmente de acuerdo
con ese: “es un delito monstruoso pero…”.
Según Carlota, para
que se pueda hablar de tolerancia, de una verdadera tolerancia, ha de aceptarse
el hecho de que la tolerancia es un valor que se dirige en dos direcciones
porque consta de dos partes. La tolerancia ha de ser practicada desde el uno
hasta el otro y desde el otro hasta el uno. Sólo en ese caso puede hablarse de
verdadera tolerancia. En otro caso se trata de una falsa tolerancia. Carlota me
explicó que una de las viñetas que llevaba uno de los manifestantes que había
acudido a protestar por los brutales asesinatos le parecía enormemente
significativa. En ella un yihadista cubierto con un traje negro amenaza con una
metralleta gigante a un dibujante. El dibujante, a su vez, le apunta con un
lápiz.
“¿Te
das cuenta?” – me preguntó convencida- “No hay tolerancia. Cada uno de ellos
quiere asesinar al otro. Cada cual con su arma. Unos asesinan al cuerpo y los
otros al alma. Es una cuestión de perspectiva. En mi opinión el que hace un
chiste sobre un negro es un racista, salvo si él mismo es un negro. El que hace
un chiste sobre un judío es un antisemita, salvo si él mismo es un judío y el
que hace un chiste sobre una madre es un mal nacido, lo haga quien lo haga. Por
eso creo que el que hace una caricatura sobre las figuras claves de las
creencias del Islam es anti-islamista. ¿Qué tiene que ver con eso la libertad
de expresión? ¿Eh? Dime. Únicamente odio, aunque sea a través de la burla.
Porque, seamos sinceros, eso que para unos es humor, para los afectados es
burla. Y la burla, mata. A mi hija Verónica, por ejemplo, el miedo a la burla
la ha tenido una semana sin ir al colegio. Y todo porque un día que llovía a mi
hija se le ocurrió bailar en medio de la calle para invocar a los dioses del
sol, o algo parecido. No hubiera pasado de una simple tontería si una graciosa
no hubiera sentenciado que sólo a una loca se le ocurría hacer tales cosas y
unos cuantos imbéciles no hubieran seguido “la condena del día” publicando el
veredicto en las redes sociales. Verónica tenía tanto miedo a convertirse en la
“loca” de la clase que se ha declarado enferma. “¿Depresión?” – le pregunté.
“No” –contestó Carlota bajando la voz- “Trabajo. Para conseguir que se
olvidaran del tema se ha dedicado a introducir en las redes sociales un
cotilleo sobre amoríos ajenos vía indirecta, utilizando –ya sabes- la infalible fórmula del “no se lo digas a
nadie”; ha organizado una fiesta; ha creado una plataforma para la puesta en
marcha de un periódico digital en el Instituto y ha dejado caer aquí y allá, de
modo sumamente discreto pero en sitios y momentos sumamente oportunos, que la
que la ha llamado “loca” está celosa de ella porque está enamorada de un chico
y ese chico, en cambio, prefiere a Verónica. ¡Dios mío qué semana de actividad!
A mí, francamente, me parece todo un horror. Un terrible horror que va a traer
todavía más horror. Sigo pensando que expresar nuestras opiniones en materias
como política y religión en simples reuniones sociales constituye un lamentable
signo de arrogancia. Nunca puedes saber si tus comentarios molestan a las otras
personas que te escuchan. La paz social no es un simple objetivo a conseguir.
La paz social la hacemos nosotros. El humor es divertido. La burla, no.”
He intentado llamar a Carlos. Como de
costumbre he dejado un mensaje a la espera de que el tema le interese lo
suficiente como para contestar. No lo ha hecho. No creo que lo haga. Si a los
misántropos como él, la simple presencia de sus otros congéneres ya les
producen terribles dolores de cabeza, imagínense ustedes lo que sus acciones y
opiniones le causan. Carlos hará lo que hace siempre: recluirse en el trabajo.
No sabrá ni querrá saber otra cosa que no sea eso.
¿Y yo? ¿Qué pienso yo?
Pienso que estamos en un tiempo de cambios y
fricciones tanto económicos, como políticos como religiosos. Los sistemas
democráticos han ocultado demasiado tiempo corrupciones inconfesables en todos
los sentidos y van a tener que regenerarse si quieren seguir en pie. El miedo
de algunos es que sea demasiado tarde; otros sospechan que los ciudadanos
todavía andan sumidos en la resaca de la fiesta y no se han dado cuenta de la
gravedad del asunto. Hay quienes aseguran que el atentado es un atentado contra
el laicismo. Esta afirmación me hace gracia. Lo cierto es que el laicismo esta
muerto y abandonado a su suerte. El laicismo fue pero ya no es. El laicismo
constituyó un ideal que en su día movió montañas y que hoy, en cambio, a duras penas se sostiene en pie. Él, que
nació como símbolo de la Ilustración, del deseo del ciudadano de salir de la
minoría de edad a la que la ignorancia le
condenaba, ha sido arrollado por el hedonismo vacío, por la apatía
intelectual. De la minoría de edad debida a la ignorancia, hemos caído en la
minoría de edad debida al infantilismo narcisista. En ambos casos, es nuestra
estupidez la que sobresale. Los enemigos nos muestran no sólo sus armas y sus
fuerzas, también nuestras fronteras, nuestros límites y nuestros errores.
Deberíamos ser conscientes de ello. Pero nos ponemos una venda en los ojos y
gritamos alto, fuerte y tendido cuáles son nuestros valores esperando que sean
otros los que los respeten. Los insultos entre periodistas y políticos, la
falta de formas en las conversaciones, ¿expresa eso la tolerancia?; que una
presentadora en uno de los programas más vistos del año muestre sus
trasparentes trasparencias con la subsiguiente afirmación de que se siente
orgullosa de haberlo hecho ¿es símbolo de tolerancia?
Se dice que uno puede hacer lo que quiera
siempre que no moleste al otro.
Ahí empiezan los problemas.
¿Qué pasa si me molesta ese traje que deja
ver claramente la braga negra que luce la presentadora y que yo no tengo ganas
de ver porque afecta a mi pudor? ¿Apago la tele yo o se cambia ella? ¿No es
esto en el fondo una cuestión de fuerza más que de tolerancia? ¿Y qué pasa con
los debates televisivos? ¿Cuándo podré asistir a una discusión en el que las
palabras “mentiroso”, “cretino”, “incompetente” y similares, no se pronuncien porque son
palabras que afectan a mi sensibilidad? ¿Apago la tele yo o aprenden a
conversar ellos?
Se trata –querámoslo o no- de una cuestión de
poder, no de una cuestión de valores. Se trata de los islamistas contra los
anti islamistas y de los anti islamistas contra los islamistas. Cada uno lucha
a su modo y manera, cada uno enciende la llama a su modo y manera.
Lo queramos o no, el islam ya forma parte de
nuestras sociedades europeas. Podemos aceptarlo o podemos rechazarlo. Si lo
aceptamos tendremos que aceptar también que los musulmanes son fieles a su
religión, y que algunos de ellos son incluso extremadamente fieles. Si apelamos
a la tolerancia tendremos que aceptar que algunos pueblos no aceptan
determinadas expresiones del humor por considerarlas una falta de respeto a sus
creencias. Creencias que les resultan sagradas. Lo que para nosotros es libertad
de expresión es para ellos sacrilegio. Lo que para nosotros es tolerancia, es para
ellos falta de respeto.
Si aceptamos sus posturas ¿somos miedosos o
tolerantes?
Si contestamos que aceptar sus premisas significaría
tener miedo y que por tanto hay que rechazar a los musulmanes tendremos que
saber por qué lo hacemos y cómo lo hacemos. ¿Exigimos la expulsión del
territorio europeo de todos los musulmanes? ¿Y luego? ¿De todos los extranjeros?
¿Y luego? ¿De todos los que no sean de mi comarca, de mi pueblo, de mi calle,
de mi jardín?
Ha habido doce asesinatos. Capturemos a los
asesinos y juzguémoslos. Dejemos a los miles de inocentes en paz.
¿Nos
está invadiendo el Islam? ¿En qué se nota? ¿En que los musulmanes van a las
mezquitas? Si ese es el miedo, volvamos pues a las Iglesias. ¿Arremete el Islam
contra el laicismo? Seamos entonces auténticos laicos. Volvamos al estudio y a
la virtud. ¿Deja encerradas a las mujeres en casa? Liberemos entonces a
nuestras mujeres de la condición de objetos sexuales y activemos su educación éExige
el Islam una “monocultura”? Construyamos entonces una “pluricultura”.
Destruyamos los guetos. Invitemos a las madres musulmanas a tomar café aunque
hablen mal el español y lleven velo, juguemos con los otros al futbol, aunque unos
lleven turbante, otros recen a su Dios cinco veces y usted ni siquiera conozca
la iglesia de su barrio, dejemos que nuestros hijos hagan amigos en función de sus cualidades como personas y
no en calidad de su procedencia social, religiosa o política. Dejemos de gritar
que queremos tolerancia para empezar a ser tolerantes.
Alguien ha escrito un artículo en el que asegura que en París afloran los guetos en
los que gobiernan el Corán y las drogas. El problema no es el Corán, del mismo
modo que en tiempos de la Inquisición tampoco la Biblia fue el problema. El
problema es el clero fundamentalista de todas y cada una de las religiones, los
políticos fundamentalistas ya sean de extrema izquierda o de extrema derecha, los
intelectuales que para vender más libros proponen teorías a cual más ingeniosa
pero también más rocambolesca y el problema, sobre todo, son las drogas, el
desempleo, la miseria, el aislamiento y el rechazo social en un grupo de
población especialmente joven, que pide y exige ser reconocido.
Las religiones son expansivas. La juventud,
también. Y ambas: religión y juventud son utilizadas por los grupos de poder: políticos,
religiosos y sociales, para lograr sus
propósitos. Unos utilizan a los adeptos de las religiones y otros a sus
contrarios.
Son también los grupos de poder los que abusan
de los jóvenes. Los movimientos estudiantiles, por ejemplo, lo único que muchas
veces pretenden no es tanto alcanzar nuevas reformas sino lograr la
consagración de nuevos delfines como futuros líderes políticos. Son también
grupos de poder los que organizan la presencia de jóvenes en actos
multitudinarios que sólo sirven para mostrar su facultad de convocatoria entre
los jóvenes y repetir fórmulas que encabecen titulares en los periódicos.
El clero corrupto, por su parte, abusa de su
religión y de los jóvenes. Unos hacen de ellos asesinos y otros efebos.
Es contra los corruptos, con independencia de
la religión y del partido político al que pertenezcan, contra lo que hay que
imponerse para que no deforme a los jóvenes.
A medida que la cohesión social se debilita,
a medida que los valores se debilitan, crece el número de los formadores de sociedades,
ciudadanos y hombres que son ineptos e incapaces de realizar adecuadamente su papel,
lleven la toga que lleven y esgriman el sello
que esgriman.
Aceptémoslo. Nadie nos va a ganar con nuestros
valores, sino con su pérdida. Y es justamente el otro, el de enfrente, el que
siempre nos muestra con más crudeza nuestras faltas y nuestras carencias.
Doce hombres han muerto a mano de tres
hombres, de tres asesinos.
Tres asesinos que han de ser capturados,
juzgados y condenados.
No empecemos con linchamientos a inocentes.
Frenemos al clero fanático, a los educadores
fanáticos, a los políticos y ciudadanos fanáticos, frenemos a los tolerantes
fanáticos para su tolerancia, a los sensibles tan sensibles para su
sensibilidad. Frenemos los discursos que defienden las bondades de la
marihuana, la necesidad de aprender a beber cuando lo necesario es aprender a
no beber, del mismo modo que ningún aprendiz de conductor aprende a cometer
faltas, sino a no cometerlas. En fin, frenemos la estupidez de los mundos
paralelos, de los mundos virtuales, de los mundos que no son ni existen porque sencillamente
no están donde nosotros estamos que es aquí y ahora. Frenemos a esos que
afirman que se ve lo que se quiere ver y lo que se quiere ver se ve y que
existe lo que se quiere ver. Todo eso no
termina más que provocando terribles confusiones y terribles horrores.
Sigue lloviendo.
Jorge es optimista. Está convencido de que todo se va a arreglar. La crisis económica, las revueltas sociales, las luchas religiosas, las confrontaciones ideológicas...
Carlota es optimista. Conseguirlo es cuestión de discreción, trabajo y un poco de imaginación. "Querer es poder".
¿Por qué a mí me cuesta tanto esfuerzo conseguir serlo?
Debe ser la lluvia.
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