Friday, January 9, 2015

Terrorismo


Algunos medios de comunicación españoles piden lo mismo que algunos medios alemanes piden desde hace tiempo: que las asociaciones musulmanas se declaren abierta y claramente contra el terrorismo islamista. Algunos grupos saldrán, sí, saldrán pero eso no acabará con el terrorismo, del mismo modo que no acabaron con el terrorismo las manifestaciones de los vascos contra el terrorismo etarra.

¿Mostrará ese salir a manifestarse la realidad de sus sentimientos o se tratará de lo que los periodistas quieren: una nueva realidad virtual, un nuevo titular para el periódico, un nuevo episodio de la docu-realidad? Es necesario comprender que los grupos musulmanes no pueden manifestarse en contra de salvajadas cometidas por sus componentes porque los individuos que los componen no lo hacen. Y el hecho de que esos componentes no lo hagan nos obliga a buscar primero los motivos por los que no lo hacen y encontrar después soluciones a esos motivos.

Los motivos, lo dije ya en otro de los blogs, son varios.

En primer lugar, muchos musulmanes tienen miedo de ser foco de las represalias de los sectores más radicales. Y los sectores radicales crecen paralelos a la crisis y a los movimientos de extrema derecha. No es que solamente tengan miedo a que los asesinen. Tambien tienen miedo a ser aislados socialmente. A perder cualquier conexión social. A quedar solos en medio de dos aguas turbulentas: los de adentro y los de afuera. A perder las conexiones con los amigos, con los familiares. Pasa lo mismo que pasaba con el terrorismo vasco. ¿Eran terroristas todos los vascos? ¿Podían condenar los vascos de Vascongadas-País Vasco- Euskadi no digo ya a los etarras, sino a los pro-etarras y a los simpatizantes de los etarras que vivían en la puerta de al lado, bebían en la misma taberna y jugaban en el mismo club de fútbol? Como admitía resignado un político vasco, el problema era que Vascongadas-País Vasco- Euskadi era muy pequeño y allí se conocían todos.

En segundo lugar, la radicalización se está expandiendo. Ello obedece a varias causas. Una es la descohesión social que ha generado una crisis de identidad de la que muchos quieren salir sea como sea. Esta descohesión social no es un fenómeno que afecte sólo y exclusivamente a los musulmanes. Afecta a toda los ciudadanos de Europa. La movilidad profesional, el individualismo, la pluralidad cultural, la diversidad de formas de vida, contribuyen a que los lazos sociales se debiliten en todas las esferas. No es un reproche. Es sencillamente una realidad. La radicalidad, por el contrario, actúa en sentido inverso: crea lazos y conexiones. El individuo vuelve a ser y sentirse parte de una obra superior y trascendental a él. Es justamente por este motivo por el que la radicalidad se da más entre los jóvenes –plenos de euforia y fe en los otros seres humanos- que entre los viejos –lavados en tantas desilusiones y traiciones, incluso de los seres más queridos. Es por eso también que la radicalidad crece no sólo en los grupos de musulmanes sino en otros muchos grupos. Otra causa que favorece la radicalización es la crisis económica. Esta causa, al igual que la anterior, favorece la radicalización en todos los sectores de la sociedad, no solamente en los grupos musulmanes. La cuarta, y esta sí que les es propia, es el aparente éxito que los radicales islamistas están obteniendo. Muchos, en efecto, no empuñan todavía las armas pero muchas conversaciones de café giran acerca de los atentados suicidas y el tono no indica rechazo sino admiración. Como también ya he dicho alguna vez, son los indecisos los que al final suelen determinar los resultados de las elecciones.

En quinto lugar, la religión islámica aparece conectada a una determinada ideología política basada en dos pilares. El primero se construye a partir de la crítica a Occidente y más concretamente a su máximo exponente: los Estados Unidos. El segundo se basa en el rechazo al capitalismo y su consiguiente adhesión a las ideas de extrema izquierda. Así pues, podría afirmarse que es el capitalismo americano contra lo que en primera instancia luchan y una de las tácticas consiste en amedrentar a sus aliados.

Estos dos pilares complican aún más el problema islamista.

  • Primero porque les alía a otros grupos radicales terroristas antiamericanos de ideología de izquierdas. E incluso sin llegar tan lejos, dichos pilares les proporcionan las simpatías de los grupos de extrema izquierda e incluso simplemente de izquierdas. Ello a su vez favorece que los gobiernos de las naciones afectadas se decidan a establecer con el beneplácito de sus ciudadanos políticas a lo MacArthur.
  • Segundo, porque permite la aparición y expansión de grupos de extrema derecha y obliga a los cristianos a posicionarse políticamente dentro de las formaciones conservadoras.
    En este sentido, la Iglesia Católica no en manos – como algunos escriben- franciscanas (aunque el Papa se llame Francisco) sino Jesuitas y bien Jesuitas está llevando a cabo una tarea realmente complicada pero magistralmente interesante: la de intentar romper este círculo; de modo y manera que los católicos puedan ser de ideología de izquierdas al tiempo que católicos. Con ello frena el ateísmo de los movimientos de izquierdas, modera la simpatía de éstos por su religión rival: el Islam, al introducir en dichos movimientos nuevos elementos y una pluralidad de religions. Además lima la controvertida oposición: “Ideología de izquierdas – Estados Unidos”.
    Si el Papa Francisco consigue hacer realidad todos estos proyectos será uno de los genios políticos más importantes de la historia de la Humanidad. Si no lo consigue, Roma corre el peligro de arder.

El Papa, al igual que el resto de los representantes de las Iglesias Cristianas, sabe – al menos eso creo- que para conseguir sus propósitos Occidente no necesita de movimientos Pegidas sino de católicos activos en su catolicidad. La Iglesia necesita imperiosamente de gente humilde y trabajadora que nuevamente llenen las Iglesias. Gente que reivindique la justicia social y la igualdad sin ser marxista ateísta y para ello – eso será lo siguiente- se trata de convertir a los Estados Unidos no en el estandarte del liberalismo más agresivo, sino en un Estado social de derecho a la manera europea.
Por eso en este momento, los grupos cristianos intentan mantener a sus componentes alejados de los movimientos anti islam.

Veremos. De momento, el primer paso consiste, como digo, en llenar las iglesias con gente trabajadora y humilde, comprometida con las creencias religiosas.

Eso hace el Vaticano.

¿Qué hacen los medios de comunicación?

Muchos de los medios de comunicación españoles dicen que pedir moderación a la xenofobia es de imbéciles porque los xenófobos son ellos: los musulmanes. Otros dicen que los occidentales nos pasamos la vida echándonos la culpa de todos los males de este mundo y que tenemos que deshacernos de ese complejo de culpabilidad. Todos coinciden en señalar que en Europa rigen unas leyes y unas costumbres y el que quiera vivir aquí tiene que adaptarse o marcharse.

A mí todos estos discursos me parecen, francamente, hipócritas. Tan pronto dicen eso como afirman que hay que apaciguar los ánimos y no echar aceite al fuego. Tan pronto aluden a las leyes de Occidente como muestran cuadros terribles de gente muriendo a causa del hambre, la enfermedad y la guerra. Lo cierto es que ellos mismos –los periodistas- están inmersos en una miseria de la que les va a resultar difícil salir porque son ellos los que con su falta de criterio, su deseo simplemente de “vender” historias, de construir docu-realidades que subieran las cuotas de audiencia, han propiciado que la credibilidad que tenía decaiga. No es extraño que la desconfianza hacia ellos y las noticias que imparten haya crecido en los últimos tiempos. Han traicionado el valor que más tenían que haber cuidado: la independencia y han prometido vasallaje a aquél que más les ofrezca. Y si no, utilizan la pluma para asarlo. Esa falta de independencia va a ser utilizada contra ellos justo en los momentos en los que la libertad de expresión más se necesitaría y por los grupos más radicales –tanto de derechas como de izquierdas; tanto islamistas como anti-islamistas.  No estaría mal que se lanzaran a la autocrítica.

¿Qué pretenden, que no llamemos a la moderación? ¿De verdad que creen que insistir en la moderación, en la apertura, en la conversación es de débiles?

¡Que llamen a MacArthur!

Yo en cambio prefiero llamar a la moderación y a la sensatez.

¿Por qué se han de manifestar los grupos cuando los individuos ni quieren ni pueden?
No quieren porque aunque están en contra de los asesinatos, de las muertes y de la violencia, están en contra de ser tratados como ciudadanos de segunda clase. El victimismo, sí. El victimismo que inunda y ahoga nuestra sociedad. El esfuerzo no cuenta. El que triunfa se lo debe a la suerte o a la corrupción. El victimismo al que el igualitarismo aboca. El victimismo del que los periódicos y los políticos abusan con tanto éxito. Victimismo de los estudiantes que suspenden, de los maestros que enseñan, de los trabajadores que trabajan y de los parados que no trabajan, victimismo de las mujeres que no trabajan y de las que sí lo hacen. Los únicos que se libran de ese victimismo son los personajes de los anuncios de televisión. Esos que conducen un coche de lujo, lucen relojes de oro y habitan mansiones decoradas con esmero y al sentarse con aire cansado pero satisfecho en el sofá alguien les sirve un dulce o una copa o qué se yo, que les reconforta al instante. Personajes virtuales de los que se olvida que son virtuales.

Los grupos de musulmanes no pueden ni quieren salir a la calle porque muchos de ellos están dirigidos por predicadores que sueñan, claro, con una expansión mundial del Islam y por tanto no se quieren enfrentar abiertamente a los fundamentalistas radicales. Y los creyentes comparten sus sueños de gloria en unos momentos en los que es sólo la miseria la que se extienden entre sus comunidades. ¿Sólo entre sus comunidades?

¡Qué más quisiéramos nosotros! La droga, la miseria, la estupidez moral, la apatía intelectual, se están extendiendo por todas las capas de la sociedad. No son sólo los jóvenes musulmanes los que están atrapados en ese cajón. Pero claro, a muchos les parece que decir esto no es adecuado. Eso significa tener complejo de culpa, nos recriminan algunos periodistas.

¡Ja! Eso dicen ellos.

No. Los moderados no tenemos miedo. No permanecemos ajenos a los problemas. De sobras sabemos los problemas que introduce la religión cuando se la deja tomar parte en el gobierno ya sea político o económico y a veces incluso en la esfera social.

Pero como decía Asimov en su obra “Fundación”: “la violencia es el último recurso del incompetente.” Por tanto hay que buscar otros medios. Hay que hacerlo.

Los moderados somos reflexivos. No estamos satisfechos con nosotros. No queremos estarlo. Eso significaría aceptar la inactividad, la inercia. Y no queremos. Nosotros queremos ser nómadas del pensamiento y si puede ser de los caminos. No queremos pensamientos estancados. No queremos radicalidades en ningún sentido. Somos conscientes de que tenemos al enemigo en casa. Lo hemos dicho en otros blogs. Somos conscientes de que nos dirigimos hacia una guerra y sabemos que poco importa la causa que la provoque porque hay demasiada gente empeñada en ello. Somos conscientes de que hemos de prepararnos para lo inevitable. Pero somos conscientes también de que no nos servirán las palabras huecas ni la hipocresía, sino nuestra individualidad y nuestra virtud. Somos conscientes de que no poseemos ni la una ni la otra. La voz crítica y desesperada de Nietzsche resuena en nuestros oídos. Somos cínicos infantiles, narcisistas y mediocres que ya no toman en serio nada. Ni siquiera su propio discurso. Ni siquiera su individualidad. Nos creemos el Primer Hombre y el Último hombre, pero no queremos descendientes que sigan nuestra obra. Falta de dinero, decimos. Precariedad en el trabajo, decimos. Victimismo que encubre la auténtica realidad: Somos hedonistas y queremos vivir bien. Somos conscientes de que hemos perdido demasiado tiempo siendo incompetentes pero tenemos la esperanza de que tal vez no esté todo perdido y sea el señor Gysi el que al final tenga razón y se impongan el juicio de las palabras y de la cordura. Pero para que sea el discurso el que triunfe, ha de ser un discurso real y no virtual; real y no cínico. De ahí nuestra constante llamada a la virtud, y nuestra crítica al Principio de Identidad, al Principio del Todo en el Uno y el Uno en el Todo, al Principio del Amor-Uno que es el Principio del Perdón-Uno. A la necesidad de concretar y armonizar los valores. Al peligro que entraña en convertirlos en un monolito. A la necesidad de saber y determinar qué queremos, en vez de estar siempre protestando por aquello que no queremos. Y una vez determinados nuestros objetivos, establecer cómo vamos a alcanzarlos: si con trampas o por medio de la virtud. Ulises fue un gran tramposo, es cierto. Pero de nada le hubieran servido sus farsas si no hubieran estado dirigidas por principios y axiomas inalterables: el regreso a su casa y el regreso a su familia. El arte del teatro pertenece a la vida pero incluso el teatro de la Comedia Francesa aparece lleno de ideas y principios: la libertad de elección de la mujer, la necesidad de actuar según el sentido del humor, la precipitación de los necios en el absurdo… El teatro del absurdo surge en nuestros días, cuando el hacer trampas obedece simple y exclusivamente a motivos absurdos, sin sentido, cuando nada ni nadie persigue un fin superior.

¿Y ser conscientes de esto nos aboca en el complejo de culpabilidad?

¡Ni lo sueñen!

Nos lleva justamente a la confección de soluciones que nos permitan salir de este estado de miseria no precisamente en grupo, pero sí individualmente.

Es verdad: los moderados no queremos revueltas populares ni callejeras. No queremos peleas de matones de uno y otro bando. No queremos ni iglesias ni mezquitas ni sinagogas incendiadas. No queremos luces que brillen a la oscuridad de la Catedral de la Colonia.

Los moderados queremos reflexión, queremos acercamiento, queremos comunicación, queremos paralizar el odio, la muerte, el máximo tiempo posible.

Y no. No es el complejo de culpabilidad el que nos guía. Es la autocrítica y la reflexión. La necesaria, la imprescindible. No estamos preparados para ninguna acción que se precie. Los ejércitos de alta tecnología no consiguen victorias porque les falta la Fe, disciplina y virtud. Los individuos occidentales leen el periódico y se escandalizan por los asesinatos de hoy igual que ayer se escandalizaban por los sucesos de Ucrania y dos días más tarde se mostraban preocupados por la desaparición de un avión en el océano. Dentro de una semana será la quiebra de Grecia la que mantendrá sus espíritus atentos.

Muchos medios incitan con sus palabras pero no dicen, como de costumbre qué quieren realmente. ¿Acordonar las mezquitas? ¿Apresar a los predicadores musulmanes? ¿Expulsar a los musulmanes? ¿Prohibir el Islam? Si es cierto que –como dicen algunos- la guerra ya ha empezado tendremos que empezar una acción defensiva.

¿Cuál?

Eso no lo dicen. Lo más que dirán será algo parecido a intensificar los refuerzos policiales, promulgar leyes más estrictas  y cosas por el estilo.

Sí es un problema de integración. De integración y de conversación. La integración de dos mundos que se encuentran en un campo distinto al que se encontraron por última vez. Dos mundos enfermos ambos y ambos heridos de muerte por sus propios errores. Ambos mundos han de olvidar el odio si quieren vivir en paz. Ninguno de ellos podrá sostenerse sin el otro. Francia ya no es lo que fue, del mismo modo que dejó de ser lo que era en el mismo instante en que llegaron los romanos. El mundo, igual que el individuo, se transforma. El individuo de ayer no es ya el que es hoy. Sus ideas, sus esquemas, han cambiado. Igual sucede con las sociedades.

Algunos periodistas protestan cuando los moderados analizan doce asesinatos como un caso aislado y no como una guerra. Como si doce asesinatos y la desesperación que esos doce asesinatos producen en sus familias, en sus amigos y en la sociedad, no fueran ya bastante motivo de terror.

Y sin embargo, tendremos que mantener la calma igual que la mantenemos cuando un avión se precipita. Por mucho que esos hechos aislados se repitan una y otra vez nadie piensa en declarar una guerra a los viajes en avión.

Claro que hay que tomar las medidas oportunas contra el terrorismo. Claro que hay que luchar contra él y la mejor manera para lograrlo es conseguir detener a esos tres terroristas, vivos a poder ser. Los mártires de las causas crean más mártires.

No. Los moderados no tenemos miedo.

No lo tenemos a pesar de saber que en tiempos de la Revolución Francesa fueron los moderados los primeros en caer en desgracia.

Como Asimov escribió: “La violencia es el último recurso del incompetente”.

Al parecer el número de incompetentes crece.

Seguimos siendo moderados.

Seguimos siendo nómadas.

Seguimos siendo.

Seguimos.

Isabel Viñado Gascón

 

 

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