¿De verdad
importa mucho quién gane las elecciones en Grecia? Gane quien gane la deuda no
permite gran libertad de maniobra. O se rescinde una parte del débito o no.
En el caso de que Grecia llegue a un acuerdo con los acreedores
internacionales, Europa habrá de enfrentarse a dos grandes problemas: uno, que
el resto de los países adeudados también exijan dicha medida para ellos y dos, una mayor debilidad del euro.
Lo más seguro es que se potencie la inflación,
de un modo u otro.
Si no llega a un acuerdo con los acreedores internacionales, el euro
seguirá igualmente debilitándose debido a la duración de la crisis, al
surgimiento y estabilización de movimientos de ideologías extremas y al
desequilibrio psicológico de la población que irá perdiendo la confianza en la
posibilidad de mejorar la situación.
Lo más seguro es que de un modo u otro se
potencie la inflación.
Si se potencia la inflación, es muy problable que el euro se debilite aún
más. Es de temer que la superproducción unida a la falta de mercados, genere
aún más conflictos económicos.
Si no se potencia la inflación, no existirá, ciertamente, un estallido de la
producción. Sin Embargo, la falta de incentivos económicos hará peligrar los puestos
de trabajo y el consumo; las empresas no podrán invertir. El euro se debilitará
hasta el límite de sus posibilidades.
Ante esta perspectiva puede ocurrir que una serie de países decidan o
desvincularse, o crear una nueva moneda que conservando la denominación “euro”,
tenga otra valoración. La zona euro se mantendría intacta en la forma pero no en
el fondo. Grecia habría salido “de facto” de la zona “euro”, sin
psicológicamente haber salido.
Los periódicos están de acuerdo en que resulta impredecible saber qué va a
pasar. A mí me parece que justamente lo contrario es el caso. ¿Qué va a pasar?
Nada. Nada que no sepamos ya. La deuda alcanza dimensiones planetarias y
deshacerse de ella parece prácticamente imposible. El sentido común de los
no-economistas les determina a lanzar la proposición de imprimir dinero. Los expertos en economía
aseguran que dicha solución constituye un tremendo error, que la inflación terminaría por socavar
los últimos cimientos que sostienen la ya de por sí maltrecha economía. El sentido común de los ciudadanos no
entienden por qué. En su opinión, de este modo circularía más dinero, el
Estado podría pagar las deudas de sus ciudadanos a los acreedores
internacionales, se podría establecer una renta básica que asegurara la existencia de los ciudadanos más necesitados, se podrían establecer controles y controles que
controlasen. ¿No nos controlan ya? ¿Por qué pues no controlar a los que
manejan el dinero? ¿No somos ya hackeados? ¿Por qué entonces no hackear los
movimientos de los que controlan? Eso dice el sentido común de los ciudadanos.
Los economistas, en cambio, fruncen preocupados el ceño y ofrecen largas y
oscuras explicaciones que son cada vez más largas y más oscuras y, por eso, justamente también, son, cada vez
menos, explicaciones.
No va a pasar nada. Nada que no
sepamos ya. Nada que no hayamos ya dicho en otros comentarios.
A veces releo lo que he escrito. Me divierte la ilusión con la que una y
otra vez aludo al juicio crítico.
En estos momentos el juicio
crítico resulta prácticamente inviable y ello porque, como ya una vez me dijo
Carlos, la ola no deja de mutar. El problema es que es una mutación casi
involuntaria. A no ser que creamos que hay, en efecto, unos hilos invisibles dirigiéndola, no nos queda más remedio que aceptar que sus movimientos no persiguen ningún fin. Son movimientos
nacidos de la improvisación, de las palabras huecas y vacías, de pretender la
mejor pose en la foto y hacer la mejor figura en la reunión. En situaciones
así, el sentido común y el juicio crítico lo único que puede hacer es lo que la
mayoría está haciendo en estos instantes: abandonar la esfera pública y callar.
Y cuando digo “esfera pública” no me refiero únicamente al ruedo político, me
refiero a la totalidad de la esfera pública y eso incluye sociedades empresariales, círculos de
amistades, rondas periodísticas, actividades artísticas y literarias... El individualismo actual no significa una mayor capacidad del uno para arreglar sus asuntos sino el intento de refugiarse de los peligros que desde el exterior le acechan irremediablemente. El individualismo del momento no viene determinado por las conductas extraordinarias de los sujetos sino por la absoluta conviccion de que el mundo social se ha convertido en una jungla a cuyos peligros no puede hacer frente adecuadamente .
Se quedan, claro, los otros. Duchos, sin duda, en las intrigas palaciegas
pero no en el manejo del timón durante el temporal.
Da igual quién gane. El euro seguirá debilitándose aunque una inyección de
dopaje le haga aparecer más fuerte. La sociedad seguirá debilitándose y la
política seguirá debilitándose. Que los movimientos radicales empiecen a
asentarse en escena es sólo una de las muchas señales de lo serio de la
situación, los conflictos aparentemente ocasionales van a ir también
incrementándose. Y la mejoría, porque habrá mejoría, será sólo aparente.
¿Solución?
El sentido común dice que una renta básica.
Para ello seguramente haría falta imprimir más dinero.
Como digo: el sentido común de los comunes mortales y el sentido común de
los sesudos economistas van por caminos distintos. A lo más que llegan es a
comprar deuda que es a todos los efectos – dicen- introducir más dinero en la
sociedad. De poco sirve que sea “a todos los efectos” si no llega a los
destinatarios comunes en forma de pan. Como ya dije en uno de mis blogs: la
iniciativa propia cada vez tiene menos espacio para iniciarse.
¡Vayamos a Marte !!!
Isabel Viñado Gascón
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