Wednesday, January 7, 2015

Grecia, el precio del petróleo y otros asuntos.


El precio del  crudo está a mínimos históricos.
Para unos, se trata de la consecuencia de los nuevos sistemas de obtención de energía. Gracias a las renovables y sobre todo, gracias al método del Fracking – afirman algunos- ya no es necesario extraer tanto petróleo.
Otros, en cambio, sostienen que se trata de una guerra de nervios entre los Estados Unidos y los países exportadores, especialmente Rusia que ve cómo se debilita su moneda y se resiente su economía.
Algunos consideran esta caída del precio como la consecuencia lógica de la crisis económica en la que nos encontramos. Puesto que la productividad sigue ralentizándose, la demanda de energía continúa– y continuará, afirman - disminuyendo.

El euro ha seguido al rublo en su descenso.
Para unos, reflejo de la misma cuestión: la crisis que en mayor o menor medida afecta a todo el planeta.
Para otros, la caída del rublo y del euro obedece a causas distintas. La crisis sólo afecta al rublo. El euro, por el contrario, ha de bajar – al tiempo que el dólar sube. Ambas monedas, en efecto, han de situarse al mismo nivel de cambio. El motivo no es otro que facilitar la realización del proyectado libre comercio entre Europa y los Estados Unidos: el famoso TTIP (Trasantlantic Trade and Investment Partnership).

Los griegos han convocado nuevas elecciones.

Al parecer la extrema izquierda tiene bastantes posibilidades de alzarse con el poder. La canciller alemana, Merkel, sumamente preocupada por el devenir del panorama político en Grecia amenaza con “expulsar”  a Grecia de la zona euro.
Los partidos de la izquierda europea, el gobierno de la UE en Bruselas, y muchos de los periódicos alemanes, han criticado dichas declaraciones. Las causas, claro, obedecen a razones distintas.
Para unos, constituyen un chantaje político ; para otros, la salida de Grecia de la zona Euro es un hecho inevitable sobre el que no hay que pronunciarse anticipadamente. Los problemas políticos a los cuales se enfrenta Europa no son pocos y hay que esforzarse por no echar leña al fuego, explican. En efecto, los movimientos de izquierda y de derecha amenazan el panorama. Se les llama de "izquierda" y de "derecha" por llamarlos de algún modo. En realidad, son movimientos populares de ciudadanos descontentos que –aparte de estar obsesionados por expresar su descontento- no explican claramente qué es lo quieren. Al menos no lo dicen claramente. A estas alturas, ni siquiera estamos muy seguros de poder determinar qué es lo que no quieren.

Todo esto provoca en los observadores grandes dolores de cabeza. ¿Son verdaderamente de izquierdas? ¿Son verdaderamente de derechas?

El motivo de la confusión nace, claro, de un fenómeno actual sumamente curioso. Mientras por un lado nos esforzamos por creer que los adelantos de nuestro tiempo alcanzan niveles poco menos que insuperables, estamos regresando a usos del lenguaje del tiempo decimonónico. Esto simplemente muestra la prueba irrefutable de la escisión entre desarrollo tecnológico y desarrollo humanista. Mientras esta fisura se mantenga, la técnica seguirá estando bajo el dominio de las fuerzas irracionales. Se culpará a la ciencia de lo que únicamente se debe a nuestro estancamiento humano.


En cualquier caso –y volviendo al caso que nos ocupa- la  “rapidez” con la que la canciller Merkel, de costumbre sumamente cuidadosa en sus expresiones, se ha manifestado obedece -en mi opinión- a razones populistas. Una gran parte de la población alemana está literalmente harta de las corrupciones de las poblaciones del Sur. Harta de Grecia, de Italia y si me apuran – y aunque me duela- incluso de España. Los alemanes leen con gran enfado la cantidad de inmobiliarias que poseen los ciudadanos corrientes de la Piel de Toro: un piso en la ciudad, uno en la playa y algunos incluso otro en la montaña. No cabe duda que la situación económica es completamente distinta para las nuevas generaciones, pero aún así – piensan- el volumen de herencias no es despreciable. No es de extrañar, por tanto, que los partidos euro-escépticos están ganando adeptos en las áreas de población socialmente más desprotegidas y débiles. Cada cual ve sus problemas. Los alemanes asisten con horror a un incremento de la pobreza, las madres solteras que educan solas a sus hijos son fantásticas –ya lo he dicho en el blog del Libro de la semana- cuando ganan un sueldo que les permite contratar ayuda necesaria. Pero cuando dichas mujeres a duras penas consiguen llegar a fin de mes y  además no disponen de una estructura familiar que les ofrezca apoyo moral y material, los esfuerzos que tienen que hacer para mantener el ritmo son prácticamente insoportables. No es de extrañar que el número de adolescentes con problemas aumente incesantemente. Los sueldos se han recortado. El trabajo a tiempo parcial es una realidad virtual. Es cierto que los trabajadores ocupan puestos a tiempo parcial, pero eso no significa que trabajen parcialmente. Significa, simplemente, que son pluriempleados y van de aquí para allá hasta caer agotados el fin de semana.Tienen trabajo, dicen los parados del Sur. A qué precio - replican los trabajadores del Norte. Las pensiones se han rebajado. El tiempo obligado a trabajar se alargó sin grandes protestas hasta los 67 años.
Es cierto que en el resto de Europa la situación es mucho peor. La diferencia estriba en el hecho de que Alemania sufre tales embates al tiempo que se le repite constantemente que su economía crece y está saneada y que sus miserias se deben al despilfarro de los otros. No es raro que tales movimientos de descontentos aparezcan. E igualmente no es raro – que justamente por el peligro que entrañan de radicalizar políticamente las estructuras sociales- se les intente apaciguar.


Mi experiencia, sin embargo, me dice que contentar a los descontentos es sencillamente imposible. El descontento no tiene nada que ver con el exigente. El exigente quiere  algo, pretende alcanzar determinadas metas y objetivos. Naturalmente sus propuestas se derivan de su descontento con la situación en la que se encuentra. Pero el exigente no se queda en dicho descontento. Quiere cambiar la situación y quiere cambiarla en una determinada dirección: en la que él propone.

El descontento, en cambio, se queda en su descontento. No quiere el dulce, pero tampoco está seguro de querer lo salado. Nada le gusta. Nada le parece suficiente. Hoy acepta lo que mañana rechaza por insuficiente. Se siente siempre estafado por la sociedad, por los políticos, por la familia… Siempre son los otros los culpables de su estado de miseria. Y por este motivo cree justificado cualquier medio a su alcance para protestar. Una protesta que se queda en la protesta. No se trata de conseguir nada que no sea la satisfacción inmediata. Dicha satisfacción consiste más en desestabilizar al que tiene enfrente que en proponer medidas. Son anti-islam pero no van a misa. Los representantes de las Iglesias Cristianas, por su parte, se apresuran a afirmar que ellos no quieren ninguna guerra de creencias. Y no mienten. Los movimientos anti-islam no se caracterizan -salvo muy contadas excepciones-  por llenar las iglesias cristianas.
Los descontentos quieren salir del Euro, que los otros salgan del Euro, pero no proponen nada en su lugar. Por ellos se interesan partidos populistas minados ellos mismos por intrigas internas.

Y sin embargo…. Y sin embargo los partidos tradicionales no pueden dejar de atender a dichos descontentos. Primero, porque son electores; segundo, porque su número no deja de crecer. De lo que se trata, por tanto, es de recoger una serie de insatisfacciones: las más numerosas, las más extendidas entre la población y convertirlas en parte de su programa. Con ello ganan votantes y controlan el descontento.


¿Realmente conseguirán controlar el auge de dichos movimientos? Todavía recuerdo a una mujer a la que traté durante años sin llegar a comprenderla jamás. A veces se metía en la cama alegando razones varias. Cuando la llamábamos para salir, lo único que repetía una y otra vez es que “no le apetecía, que ese día (y el resto de los días que seguían a ese día) estaba “tonta”.

Las personas de su alrededor se prestaban solícitas a sacarla de ese estado. Le proponían cientos de posibilidades. Nada le gustaba. Para sus amigos y familiares era terrible verla así. Cuando conseguían –después de muchas súplicas e intentos fallidos- que volviera a salir, dejaba claro que lo hacía única y exclusivamente por hacerles un favor. Los otros respiraban. El fenómeno no tardaba en volver a repetirse. Era una mujer con suerte. Tenía amigos y familiares que se preocupaban por ella. Para hacer honor a la verdad hay que reconocer que este interés no era gratuito. Cuando aquella mujer se encontraba bien no era una mujer: era un hada que convertía la realidad más insípida en mágica. En cambio, cuando se encontraba “tonta” hasta la rosa más fuerte se marchitaba.

Algo parecido pasa con estos movimientos de descontentos. Son tan encantadores cuando están contentos…

 

Del mismo modo, tampoco ha de asombrar que en el Sur de Europa los resentimientos contra los alemanes empiecen a aflorar. La tan traída y llevada “solidaridad” es, en realidad, un préstamo y los que más han ganado con dicho préstamo han sido, qué duda cabe, los alemanes, que han ganado ingentes sumas de dinero con los intereses que tales prestaciones les han generado . Es una cuestión de tiempo que a algún partido político del Sur de Europa se le ocurra proponer dejar de adquirir productos alemanes, o algo por el estilo.

 

Grecia por su parte exige una quita de la deuda y les recuerda a los alemanes que a ellos también les fue condonada una parte de su deuda al finalizar la Segunda Guerra Mundial, lo que permitió la posterior recuperación económica alemana: el llamado "milagro alemán".

El panorama europeo en concreto y mundial, en general, no va a dejar de agravarse. Los nervios están a flor de piel. El hedonismo narcisista en el que hemos sido educados cuesta demasiado dinero y no hay dinero. Todos somos conscientes de que las estructuras industriales no requieren de individuos únicos salvo en contadas y excepcionales ocasiones. Lo que las estructuras industriales necesitan son tornillos y de esos hay más que suficientes. Es por eso por lo que Huxley en su libro “Nueva visita a un mundo feliz” aseguraba que en un mundo como el nuestro los únicos que tienen posibilidad de sobrevivir son los psicópatas: ésos para los que el ser humano no tiene ningún valor salvo que se trate de él. O lo que es lo mismo: “el hombre es lobo para el hombre”. El individuo está, como Brecht bien supo ver, en una jungla pero, a diferencia de lo que el escritor pensaba, cada vez se hace más difícil salir de ella. La movilidad y los nuevos planteamientos sociales han debilitado los lazos familiares y comunales. Las filosofías comunitaristas proponen regresar a tradiciones y valores que – con ruptura ilustrada o sin ella- ya no resultan factibles.  En sociedades de facto plurales los conceptos como patria, bandera, e incluso Dios, son temas que producen y han producido más enfrentamientos que cohesiones. Intentar reintroducirlos significa –digan lo que digan los comunitaristas y todas sus matizadas y rematizadas teorías- introducir a la población en un Orden Universal y Eterno.

Los hombres libres no tardarán en encontrarse entre el Orden Universal y Eterno, a un lado y el movimiento de los Eternos Descontentos, al otro. Llegado ese caso: Sálvese quien pueda.

Los hombres libres se verán obligados  o a entrar en uno de los dos movimientos o a aceptar la pobreza y la marginación social. Ha pasado siempre y seguirá pasando. Sólo que en nuestros tiempos adquiere tintes todavía más marginales porque las estructuras industriales son cada vez más rígidas. Aquella propuesta de Huxley: Ocho horas trabajar y comportarse como un tornillo y ocho horas – después del trabajo- comportarse como un ser humano, resulta prácticamente imposible. El trabajo en equipo se ha convertido en una pieza indispensable del engranaje industrial y sólo pueden trabajar en equipo los adaptados al sistema. Los que “pasan” dentro de él. El mobbing en la escuela y en el trabajo es una pre-selección y una selección de los que se acoplan al sistema y de los que no. Cuantos más tornillos, más férrea será la selección. ¿No les resulta asombroso que últimamente se denomine “friki” (freaky )a aquéllos que se comportan de forma distinta a los demás, o sea, libremente? ¿No les resulta asombroso que se intente integrar a todos los “frikis” en un mismo grupo, como si entre ellos no existieran diferencias? ¿No les resulta asombroso que hoy en día el término “excéntrico” prácticamente ya no se utilice y se encuentre restringido sobre todo al “friki con dinero”?

Dos posibilidades acechan el futuro.

Una: Nos dirigimos o a una sociedad cada vez más industrializada en la que los tornillos que no se necesiten serán guardados en cajas (lo que significará la introducción de una renta básica) o serán tirados al basurero municipal (lo que significará empobrecimiento de la población, enfermedad y miseria. ¿Revoluciones? No sé. ¿Quién tiene fuerzas para empezar revoluciones cuando se tiene el estómago vacío?)

Dos: La guerra, primero (la causa que la provoque poco importa), la destrucción de la sociedad industrial, después y la barbarie, finalmente.

¿Una dictadura?

Por el camino que vamos, una dictadura, creo yo – es inevitable en cualquiera de los dos casos. ¿Qué otra cosa se puede esperar si no? Hemos sido educados para ser tornillos. Y cuando no podemos ser tornillos lo único que se le ocurre a la mayoría es pedir a las autoridades que les creen puestos en los que poder ser tornillos.
No se trata – ahora comprendo lo que hace años no entendía- que los individuos no sean emprendedores. Es que sencillamente en el sistema industrial, que es – al igual que lo era el sistema hegeliano- un sistema cerrado, no cabe la introducción de nuevos esquemas. Incluso los llamados “emprendedores” no son otra cosa que individuos que han tenido la intuición o la suerte de encontrar lugares escondidos todavía no ocupados por otros tornillos. Esto resulta cada vez más difícil. Los freelancer – o buscadores de huecos-  crecen día a día y en cambio, se reduce la cantidad de lugares no ocupados.

Sí. A qué negarlo. Las noticias que leo me arrastran cada vez más al pesimismo. Hubo un tiempo en el que vi en el cultivo de la tierra la posibilidad de un resurgir del individuo. Al día de hoy incluso esa posibilidad se nubla sin remedio. No es sólo que muchos tornillos no quieran o no sepan cómo dedicarse a ello. Es sobre todo, que las tierras de cultivo están siendo adquiridas por grandes consorcios y están reestructurando la agricultura en Europa en lo que nunca fue, en lo que nunca pudo ser: en monocultivos. Hasta en el campo empieza a ser la diversificación una Utopía.

No. No soy optimista.

Debe ser el tiempo.

Debe ser la edad.

Debe ser….

Isabel Viñado Gascón

 

 

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