El precio del
crudo está a mínimos históricos.
Para unos, se trata de la consecuencia de
los nuevos sistemas de obtención de energía. Gracias a las renovables y sobre
todo, gracias al método del Fracking – afirman algunos- ya no es necesario
extraer tanto petróleo.
Otros, en cambio, sostienen que se trata de una guerra
de nervios entre los Estados Unidos y los países exportadores, especialmente
Rusia que ve cómo se debilita su moneda y se resiente su economía.
Algunos
consideran esta caída del precio como la consecuencia lógica de la crisis económica
en la que nos encontramos. Puesto que la productividad sigue ralentizándose, la
demanda de energía continúa– y continuará, afirman - disminuyendo.
El euro ha seguido al rublo en su descenso.
Para unos, reflejo de la misma cuestión: la crisis que en mayor o menor medida
afecta a todo el planeta.
Para otros, la caída del rublo y del euro obedece a
causas distintas. La crisis sólo afecta al rublo. El euro, por el contrario, ha
de bajar – al tiempo que el dólar sube. Ambas monedas, en efecto, han de
situarse al mismo nivel de cambio. El motivo no es otro que facilitar la
realización del proyectado libre comercio entre Europa y los Estados Unidos: el
famoso TTIP (Trasantlantic Trade and Investment Partnership).
Los griegos han
convocado nuevas elecciones.
Al parecer la extrema izquierda tiene bastantes
posibilidades de alzarse con el poder. La canciller alemana, Merkel, sumamente preocupada
por el devenir del panorama político en Grecia amenaza con “expulsar” a
Grecia de la zona euro.
Los partidos de la izquierda europea, el gobierno de la
UE en Bruselas, y muchos de los periódicos alemanes, han criticado dichas
declaraciones. Las causas, claro, obedecen a razones distintas.
Para unos, constituyen
un chantaje político ; para otros, la salida de Grecia de la zona Euro es un hecho inevitable sobre el que no hay
que pronunciarse anticipadamente. Los problemas políticos a los cuales se
enfrenta Europa no son pocos y hay que esforzarse por no echar leña al fuego,
explican. En efecto, los movimientos de izquierda y de derecha amenazan el
panorama. Se les llama de "izquierda" y de "derecha" por llamarlos de algún modo.
En realidad, son movimientos populares de ciudadanos descontentos que –aparte de
estar obsesionados por expresar su descontento- no explican claramente qué es
lo quieren. Al menos no lo dicen claramente. A estas alturas, ni siquiera
estamos muy seguros de poder determinar qué es lo que no quieren.
Todo esto provoca en los observadores grandes dolores de
cabeza. ¿Son verdaderamente de izquierdas? ¿Son verdaderamente de derechas?
El motivo de la
confusión nace, claro, de un fenómeno actual sumamente curioso. Mientras por un
lado nos esforzamos por creer que los adelantos de nuestro tiempo alcanzan
niveles poco menos que insuperables, estamos regresando a usos del lenguaje del
tiempo decimonónico. Esto simplemente muestra la prueba irrefutable de la
escisión entre desarrollo tecnológico y desarrollo humanista. Mientras esta
fisura se mantenga, la técnica seguirá estando bajo el dominio de las fuerzas
irracionales. Se culpará a la ciencia de lo que únicamente se debe a nuestro estancamiento
humano.
En cualquier caso
–y volviendo al caso que nos ocupa- la “rapidez”
con la que la canciller Merkel, de costumbre sumamente cuidadosa en sus expresiones,
se ha manifestado obedece -en mi opinión- a razones populistas. Una gran parte
de la población alemana está literalmente harta de las corrupciones de las
poblaciones del Sur. Harta de Grecia, de Italia y si me apuran – y aunque me
duela- incluso de España. Los alemanes leen con gran enfado la cantidad de
inmobiliarias que poseen los ciudadanos corrientes de la Piel de Toro: un piso
en la ciudad, uno en la playa y algunos incluso otro en la montaña. No cabe
duda que la situación económica es completamente distinta para las nuevas
generaciones, pero aún así – piensan- el volumen de herencias no es
despreciable. No es de extrañar, por tanto, que los partidos euro-escépticos están
ganando adeptos en las áreas de población socialmente más desprotegidas y débiles.
Cada cual ve sus problemas. Los alemanes asisten con horror a un incremento de
la pobreza, las madres solteras que educan solas a sus hijos son fantásticas –ya
lo he dicho en el blog del Libro de la semana- cuando ganan un sueldo que les
permite contratar ayuda necesaria. Pero cuando dichas mujeres a duras penas
consiguen llegar a fin de mes y además no
disponen de una estructura familiar que les ofrezca apoyo moral y material, los
esfuerzos que tienen que hacer para mantener el ritmo son prácticamente insoportables.
No es de extrañar que el número de adolescentes con problemas aumente
incesantemente. Los sueldos se han recortado. El trabajo a tiempo parcial es
una realidad virtual. Es cierto que los trabajadores ocupan puestos a tiempo
parcial, pero eso no significa que trabajen parcialmente. Significa,
simplemente, que son pluriempleados y van de aquí para allá hasta caer agotados
el fin de semana.Tienen trabajo, dicen los parados del Sur. A qué precio - replican los trabajadores del Norte. Las pensiones se han rebajado. El tiempo obligado a trabajar
se alargó sin grandes protestas hasta los 67 años.
Es cierto que en el resto de
Europa la situación es mucho peor. La diferencia estriba en el hecho de que
Alemania sufre tales embates al tiempo que se le repite constantemente que su
economía crece y está saneada y que sus miserias se deben al despilfarro de los
otros. No es raro que tales movimientos de descontentos aparezcan. E igualmente
no es raro – que justamente por el peligro que entrañan de radicalizar políticamente
las estructuras sociales- se les intente apaciguar.
Mi experiencia,
sin embargo, me dice que contentar a los descontentos es sencillamente imposible.
El descontento no tiene nada que ver con el exigente. El exigente quiere algo, pretende alcanzar determinadas metas y
objetivos. Naturalmente sus propuestas se derivan de su descontento con la
situación en la que se encuentra. Pero el exigente no se queda en dicho
descontento. Quiere cambiar la situación y quiere cambiarla en una determinada
dirección: en la que él propone.
El descontento,
en cambio, se queda en su descontento. No quiere el dulce, pero tampoco está
seguro de querer lo salado. Nada le gusta. Nada le parece suficiente. Hoy
acepta lo que mañana rechaza por insuficiente. Se siente siempre estafado por
la sociedad, por los políticos, por la familia… Siempre son los otros los
culpables de su estado de miseria. Y por este motivo cree justificado cualquier
medio a su alcance para protestar. Una protesta que se queda en la protesta. No
se trata de conseguir nada que no sea la satisfacción inmediata. Dicha
satisfacción consiste más en desestabilizar al que tiene enfrente que en
proponer medidas. Son anti-islam pero no van a misa. Los representantes de las
Iglesias Cristianas, por su parte, se apresuran a afirmar que ellos no quieren ninguna guerra de creencias. Y no mienten. Los movimientos anti-islam no se caracterizan -salvo muy contadas excepciones- por llenar las iglesias cristianas.
Los descontentos quieren salir del
Euro, que los otros salgan del Euro, pero no proponen nada en su lugar. Por
ellos se interesan partidos populistas minados ellos mismos por intrigas internas.
Y sin embargo…. Y sin embargo los partidos tradicionales no pueden dejar de
atender a dichos descontentos. Primero, porque son electores; segundo, porque
su número no deja de crecer. De lo que se trata, por tanto, es de recoger una
serie de insatisfacciones: las más numerosas, las más extendidas entre la
población y convertirlas en parte de su programa. Con ello ganan votantes y
controlan el descontento.
¿Realmente conseguirán
controlar el auge de dichos movimientos? Todavía recuerdo a una mujer a la que
traté durante años sin llegar a comprenderla jamás. A veces se metía en la cama
alegando razones varias. Cuando la llamábamos para salir, lo único que repetía
una y otra vez es que “no le apetecía, que ese día (y el resto de los días que
seguían a ese día) estaba “tonta”.
Las personas de
su alrededor se prestaban solícitas a sacarla de ese estado. Le proponían
cientos de posibilidades. Nada le gustaba. Para sus amigos y familiares era
terrible verla así. Cuando conseguían –después de muchas súplicas e
intentos fallidos- que volviera a salir, dejaba claro que lo hacía única y
exclusivamente por hacerles un favor. Los otros respiraban. El fenómeno no
tardaba en volver a repetirse. Era una mujer con suerte. Tenía amigos y
familiares que se preocupaban por ella. Para hacer honor a la verdad hay que
reconocer que este interés no era gratuito. Cuando aquella mujer se encontraba
bien no era una mujer: era un hada que convertía la realidad más insípida en mágica.
En cambio, cuando se encontraba “tonta” hasta la rosa más fuerte se marchitaba.
Algo parecido
pasa con estos movimientos de descontentos. Son tan encantadores cuando están
contentos…
Del mismo modo,
tampoco ha de asombrar que en el Sur de Europa los resentimientos contra los
alemanes empiecen a aflorar. La tan traída y llevada “solidaridad” es, en
realidad, un préstamo y los que más han ganado con dicho préstamo han sido, qué
duda cabe, los alemanes, que han ganado ingentes sumas de dinero con los intereses que tales prestaciones les han generado .
Es una cuestión de tiempo que a algún partido político del Sur de Europa se le
ocurra proponer dejar de adquirir productos alemanes, o algo por el estilo.
Grecia por su parte exige una quita de la
deuda y les recuerda a los alemanes que a ellos también les fue condonada una
parte de su deuda al finalizar la Segunda Guerra Mundial, lo que permitió la posterior recuperación económica alemana: el llamado "milagro alemán".
El panorama europeo en concreto y mundial, en
general, no va a dejar de agravarse. Los nervios están a flor de piel. El
hedonismo narcisista en el que hemos sido educados cuesta demasiado dinero y no
hay dinero. Todos somos conscientes de que las estructuras industriales no
requieren de individuos únicos salvo en contadas y excepcionales ocasiones. Lo
que las estructuras industriales necesitan son tornillos y de esos hay más que
suficientes. Es por eso por lo que Huxley en su libro “Nueva visita a un mundo
feliz” aseguraba que en un mundo como el nuestro los únicos que tienen
posibilidad de sobrevivir son los psicópatas: ésos para los que el ser
humano no tiene ningún valor salvo que se trate de él. O lo que es lo
mismo: “el hombre es lobo para el hombre”. El individuo está, como Brecht bien
supo ver, en una jungla pero, a diferencia de lo que el escritor pensaba, cada
vez se hace más difícil salir de ella. La movilidad y los nuevos planteamientos
sociales han debilitado los lazos familiares y comunales. Las filosofías
comunitaristas proponen regresar a tradiciones y valores que – con ruptura
ilustrada o sin ella- ya no resultan factibles.
En sociedades de facto plurales los conceptos como patria, bandera, e incluso
Dios, son temas que producen y han producido más enfrentamientos que
cohesiones. Intentar reintroducirlos significa –digan lo que digan los
comunitaristas y todas sus matizadas y rematizadas teorías- introducir a la
población en un Orden Universal y Eterno.
Los hombres libres no tardarán en encontrarse
entre el Orden Universal y Eterno, a un lado y el movimiento de los Eternos
Descontentos, al otro. Llegado ese caso: Sálvese quien pueda.
Los hombres libres se verán obligados o a entrar en uno de los dos movimientos o a
aceptar la pobreza y la marginación social. Ha pasado siempre y seguirá
pasando. Sólo que en nuestros tiempos adquiere tintes todavía más marginales
porque las estructuras industriales son cada vez más rígidas. Aquella propuesta
de Huxley: Ocho horas trabajar y comportarse como un tornillo y ocho horas –
después del trabajo- comportarse como un ser humano, resulta prácticamente imposible.
El trabajo en equipo se ha convertido en una pieza indispensable del engranaje
industrial y sólo pueden trabajar en equipo los adaptados al sistema. Los que “pasan”
dentro de él. El mobbing en la escuela y en el trabajo es una pre-selección y
una selección de los que se acoplan al sistema y de los que no. Cuantos más
tornillos, más férrea será la selección. ¿No les resulta asombroso que últimamente
se denomine “friki” (freaky )a aquéllos que se comportan de forma distinta a los demás,
o sea, libremente? ¿No les resulta asombroso que se intente integrar a todos
los “frikis” en un mismo grupo, como si entre ellos no existieran diferencias?
¿No les resulta asombroso que hoy en día el término “excéntrico” prácticamente
ya no se utilice y se encuentre restringido sobre todo al “friki con dinero”?
Dos posibilidades acechan el futuro.
Una: Nos dirigimos o a una sociedad cada vez
más industrializada en la que los tornillos que no se necesiten serán guardados
en cajas (lo que significará la introducción de una renta básica) o serán tirados
al basurero municipal (lo que significará empobrecimiento de la población,
enfermedad y miseria. ¿Revoluciones? No sé. ¿Quién tiene fuerzas para empezar
revoluciones cuando se tiene el estómago vacío?)
Dos: La guerra, primero (la causa que la
provoque poco importa), la destrucción de la sociedad industrial, después y la
barbarie, finalmente.
¿Una dictadura?
Por el camino que vamos, una dictadura, creo
yo – es inevitable en cualquiera de los dos casos. ¿Qué otra cosa se puede
esperar si no? Hemos sido educados para ser tornillos. Y cuando no podemos ser
tornillos lo único que se le ocurre a la mayoría es pedir a las autoridades que
les creen puestos en los que poder ser tornillos.
No se trata – ahora comprendo
lo que hace años no entendía- que los individuos no sean emprendedores. Es que
sencillamente en el sistema industrial, que es – al igual que lo era el sistema
hegeliano- un sistema cerrado, no cabe la introducción de nuevos esquemas. Incluso
los llamados “emprendedores” no son otra cosa que individuos que han tenido la
intuición o la suerte de encontrar lugares escondidos todavía no ocupados por otros tornillos. Esto resulta cada
vez más difícil. Los freelancer – o buscadores de huecos- crecen día a
día y en cambio, se reduce la cantidad de lugares no ocupados.
Sí. A qué negarlo. Las noticias que leo me
arrastran cada vez más al pesimismo. Hubo un tiempo en el que vi en el cultivo
de la tierra la posibilidad de un resurgir del individuo. Al día de hoy incluso
esa posibilidad se nubla sin remedio. No es sólo que muchos tornillos no quieran o no sepan
cómo dedicarse a ello. Es sobre todo, que las tierras de cultivo están siendo
adquiridas por grandes consorcios y están reestructurando la agricultura en
Europa en lo que nunca fue, en lo que nunca pudo ser: en monocultivos. Hasta en
el campo empieza a ser la diversificación una Utopía.
No. No soy optimista.
Debe ser el tiempo.
Debe ser la edad.
Debe ser….
Isabel Viñado Gascón
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