Wednesday, January 14, 2015

Líos, nudos y problemas.Elucubraciones


El mundo siempre ha sido un lío, pero algunas veces más que otras. Como los líos siempre me han dado dolor de cabeza, he intentado evitarlos en la medida de lo posible; cuando no me ha sido posible he intentado enfrentarme a ellos con el diálogo y la comprensión a la espera de que a los otros también les movieran las mismas intenciones que a mí. Esto es: la clarificación del asunto. Hubo una época de mi vida que hoy contemplo con dolor en la que los líos me desbordaron sin que yo tuviera ni el tiempo, ni la calma ni la madurez necesaria para superarlos adecuadamente. En aquél tiempo de inocente juventud todavía ignoraba que los líos nunca se resuelven con el razonamiento. El razonamiento sirve para solucionar problemas. Nunca los líos. Y esto porque los líos contienen un porcentaje de caos emocional – pretendido o no- del que los problemas carecen. Este porcentaje de caos emocional determina que lo subjetivo, los significados ambivalentes de las palabras, lo que se dice sin haber sido pronunciado, etc, etc, juegue un papel significativo en la cuestión. Hay fabricantes de líos tan expertos que consiguen revestir su lío con la apariencia de un problema. Lo único que el razonamiento puede hacer  en dichos casos es comprender la falacia. Resolver no resolverá nada. El razonamiento terminará exasperado y desesperado. En casos extremos puede que incluso autodestruido e inutilizado. Al mío lo salvaron el tiempo, los libros y mi amiga Carlota.

Ha sido la experiencia, no obstante, la que me ha permitido comprender que hay personas que han hecho de la fabricación de líos su hobby, así que dedican su vida a confeccionar líos para que otros los deshagan: una especie de arrastre hasta la madurez de aquél juego de niños que consistía en hacer nudos a ver si el rival conseguía deshacerlo en el tiempo fijado. Hay nudos sencillos que exigen poco esfuerzo. Otros, en cambio, son tan complicados que deshacerlos parece imposible.Las posibilidades en estos casos son varias. Una consiste en intentar comprender el nudo. Esto es, qué duda cabe, loable pero lo normal es que los que actúan así agoten el tiempo del que disponen y  pierdan. Otros jugadores pasan a la acción directamente y terminan enredando aún más si cabe el nudo. Por último hay quienes hartos de no obtener resultados, sacan las tijeras que llevan guardadas en el bolsillo y raudos lo cortan por la mitad. El nudo ha sido deshecho. Han ganado. El que lo ha confeccionado se enfada y grita enojado que eso es trampa. La discusión sobre lo que es trampa puede durar bastante. Todo depende de las energías retóricas de los adversarios. El final suele ser variado: o los participantes terminan revolcados en el suelo o comiéndose un helado. Así de fácil. Esto demuestra que la línea directriz que rige en la mayor parte de los conflictos no es su resolución sino la capacidad que cada uno de los involucrados en el lío posee para imponerse al otro y en todo caso, conseguir salir de él sin ninguna responsabilidad.

Huelga decir que el juego de hacer y deshacer nudos no se incluía entre nuestros favoritos. Si el nudo era fácil de deshacer, el juego resultaba aburrido. Si era difícil, el tiempo se agotaba, el nudo empezaba a pasar de unas manos a otras sin que ni siquiera el que lo había construido pudiera hacer nada por resolver el problema. O terminábamos cortándolo o terminábamos abandonándolo por imposible.

Hubo uno, sin embargo, al que le gustaba especialmente fabricar nudos. Constantemente nos venía con “nuevos desafíos”. Así los llamaba. Al principio jugábamos. Después intentamos ignorarle. Ante su empeño, le explicamos que no deseábamos dedicar nuestro tiempo libre a tal menester. Su obsesiva insistencia provocó que el tono de las voces –nuestras voces-  fuera elevándose con cada nuevo encuentro. Los adultos no tardaron en reprendernos por nuestros gritos. Los nuestros, que no los suyos. Él era la letanía y las letanías son siempre en voz baja. Los gritos éramos nosotros. Los reprendidos por mal comportamiento también. La sonrisa de satisfacción que aparecía entonces en el rostro de “la letanía” era indescriptible.

Nuestra táctica final fue la huida. En cuanto lo veíamos aparecer corríamos en desbandada.

Esa es también mi reacción actual ante lo líos: huir. Empieza a haber demasiados fabricantes de líos, demasiados modelos, demasiados tejidos y materiales diferentes con los que poder construirlos. Huir se hace necesario porque si no, se corre el peligro de terminar enredadas en el lío.

 ¿Cobardía? Para los que se dedican a la fabricación de líos, desde luego. Para las personas normales, signo de sensatez. A veces huir es la mejor defensa. Es lo que deberían hacer las moscas antes de quedar atrapadas en la red de la araña.

El problema es cuando no se puede huir a ninguna parte. Cuando estamos sujetos y bien sujetos a ese lío. Cuando de repente el lío ya no está confeccionado fuera de nosotros sino que ha sido insertado en nosotros mismos.

Uno de ese tipo de líos son los vecinos que protestan por cualquier comportamiento que sea distinto del que ellos consideran que debe establecerse. Puede ser que un vecino proteste porque el otro se dedica demasiado al jardín, o porque se dedica demasiado poco. Porque los hijos del otro juegan demasiado en la calle, o demasiado poco. Ese tipo de vecinos son los terroristas del Orden Inmutable y Eterno de la Moral: de su Moral y de su Orden. No se detendrán hasta que el mundo no sea tal y como ellos lo han pensado y se imaginan. Da igual cuántas cabezas sean necesarias para conseguirlo. Las voces de protesta son inútiles. El que más y el que menos no tiene tiempo para dedicarse a esos jueguecitos de poder, así que suelen reducirse al ataque sistemático contra una familia determinada. Los otros están felices de que no sea con ellos hacia los que se dirige el ataque.

Otros no quieren un Orden específico. Quieren su bienestar en cualquier momento y en cualquier situación sin que ello les exija mucho esfuerzo. No quieren ningún Orden Eterno e Inmutable. Nada les gusta, nada les complace. Este es el grupo conformado por los descontentos. Este tipo de individuos empiezan a quejarse en  cuanto llegan a un sitio, aunque sea de visita, olvidando con ello que están en calidad de huéspedes y no de clientes. Recuerdo que a Carlota le pasó algo así un par de veces. La primera vez que le sucedió la sorpresa no la dejó reaccionar. Se esmeró hasta el desfallecimiento sin éxito. Estuvo llorando una semana en la cama. Reconozco que la admiré por haber sido capaz de desahogar su frustración a través del silencioso y resignado llanto. Su marido estaba demasiado ocupado con el trabajo y la dejó llorando conmigo. La segunda vez que hubo de enfrentarse a semejantes congéneres, Carlota – debido seguramente a mi mala influencia- les invitó a abandonar su casa. No sólo le retiraron la palabra sino que le otorgaron una inmerecida fama de insoportable. Carlota pasó otra semana en cama. (Esta vez sin mí.) Pero ya no se dedicó a llorar. Estaba demasiado enfadada. Mientras su marido trabajaba veintitres horas al dia, ella se dedicó a pensar veinticuatro. Así que cuando tuvo que enfrentarse a una nueva invasión de extraterrestres de la raza de los descontentos, Carlota sabía perfectamente qué hacer.  Ante su primera protesta y como se trataba de relaciones de trabajo de su marido,  no les permitió seguir. Les dió la razón en todo. Carlota se apresuró a culpar a la criada, a la cocinera, al mayordomo, al jardinero y a la nanny de cada falta que los otros encontraban y a suspirar excusándose por encontrarse en ese momento en una situación tan desagradable como la de carecer de personal de servicio justo cuando personas tan simpáticas la visitaban. Carlota empezó a quejarse de la dificultad en encontrar auténticos profesionales y de lo angustioso que resultaba llegar a todo. Enumeró tantas y tan diversas tareas a las que diariamente debía enfrentarse ella sola, que consiguió lo que parecía imposible: que los descontentos se mantuvieran callados. La noche transcurrió en un silencio sólo interrumpido por las quejas de Carlota contra el servicio y la mirada atónita de su pobre marido que no se atrevía a proferir palabra alguna porque con tanto trabajo no se había enterado de la cantidad de personal de que disponían y no sabía si sentirse orgulloso de lo mucho que reportaban sus beneficios o aterrado por el derroche de su mujer.

Huelga decir que mi amiga no tenía ni criada, ni mayordomo, ni jardinero ni nada que se le parezca. Ni lo tenía, ni lo tiene, ni lo tendrá. Sus cinco hijos están demasiado bien educados como para que necesite algún día de ayuda pagada.

 Todas estas anécdotas que parecen – por personales- carentes de importancia son precisamente las cuestiones a las que se enfrentan actualmente Europa y los Estados Unidos: más líos que problemas, lamentablemente.

La política interior de Europa es un lío. La política interior es un lío porque la extrema derecha niega ser extrema y la extrema izquierda niega ser extrema e izquierda. La política es un lío porque los políticos de izquierda y de derecha que no pertenecen al pensamiento extremo dicen y hacen lo mismo, con lo cual el elector no sabe a quién votar y en cuanto la izquierda y la derecha intentan sentar diferencias caen rápidamente en el banco de la respectiva “extrema” y no saben si salir de allí huyendo despavoridos o intentar quedarse a ver si de este modo caen un par de votos más.
La política interior es un lío no sólo por la corrupción de unos y de otros, sino por la unidad en la argumentación política lo cual significa, claro, que no existe diferenciación ideológica alguna. Nadie se siente culpable de la deuda y todos miran con envidia o con exasperación al vecino. Todos se sienten con derecho a quejarse, ya sea por lo poco que tienen o por lo mucho que pagan. La corrupción ha empezado a notarse en cuanto la crisis de las finanzas han impedido el nivel de corruptela al que se habían  acostumbrado. Corruptos son siempre los otros, claro. Fuenteovejuna no es nunca corrupta. Así que todos intentan subirse al tren de Fuenteovejuna y de los populismos. Déjenme que les cuente un episodio. Esta semana, en un programa de televisión dos hermanos de raza gitana se burlaron de un hombre de piel negra y se preguntaron entre risas si ese hombre que tenían delante era un mono. Eso provocó grandes indignaciones. Los hermanos gitanos se asombraron de las reacciones que habían provocado: lo que para todos era un comentario racista inadmisible, era para ellos "un intento de ser graciosos". Lo curioso es que ellos son de "raza gitana", raza que sufre y se lamenta de los comportamientos racistas de los "payos". 
Los responsables del programa por su parte, para remediar un entuerto que ya no tiene solución, intentan que el desagradable suceso se olvide y retiran el video hasta la medida de lo posible. !Ah!, sí. Es la nueva moda. Hablemos y dejemos hablar de todo, salvo de lo que no nos conviene; Sobre eso, corramos un tupido velo.
 Algo parecido sucede con Fuenteovejuna y el tema de la corrupción. Hacer del pueblo un pueblo "santo" e incorruptible es un grave error. Por mucho que él mismo la sufra,  la corrupción no pertenece a un grupo social, sino a un sistema de vida, a una sociedad. No obstante la mayoría  prefiere ignorar este hecho y divide a la sociedad en dos: los políticos corruptos y Fuenteovejuna.
Fuenteovejuna tiene suerte: sobre sus faltas siempre se termina corriendo un tupido velo.
Demasiados votos en juego.
Pero no es este el tema de hoy,  lo sé...

La política exterior occidental es un lío porque hay infidelidades constantes entre los propios aliados, porque todos son amigos de todos y todos se traicionan. Quieren un club de socios con los que poder presionar a cuantos se opongan a sus intereses, quieren aislar al que no se avenga a las reglas del club de los socios. Pero lo cierto es que bajo la mesa, empieza a ser frecuente que cada uno de los socios busque su propio interés – con o sin el acuerdo del club al que pertenece e incluso establezca relaciones con otros clubes. Si uno es libre, es libre para hacer lo que él quiera – o al menos, hacer hasta donde sus fuerzas internacionales le permitan. La política exterior es un lío porque su equilibrio es siempre difícil y uno va intentando unir Aquí y Allá, sin romper con los Unos y manteniendo relaciones con los Otros y al final, sin saber ni siquiera cómo, uno se encuentra con un terrible lío.

El islam no es un problema. Es un lío y uno de los complicados. Es un lío tanto para los musulmantes como para los no-musulmanes. Intentar solucionarlo como problema, que es lo que se está haciendo en este instante, no conducirá a ningún resultado positivo. A mí me divierte todos aquéllos que aseguran convencidos que la religión musulmana no pertenece a Europa. ¡Qué cosas! Claro que pertenece. Tal vez no sea originaria. Tampoco la cultura romana era originaria de Francia en tiempos de los galos. Sin embargo, no sólo se asentó sino que forma parte fundamental de toda la cultura y  forma de ser francesa.
Con la religión musulmana sucede lo mismo: europeos orihundos que se convierten a la religión del islam, matrimonios mixtos, educación integrada... ¿Qué no pertenece? No sé quién lo afirma. Formar parte, desde luego, sí forma. ¿Qué hacemos? ¿Lo mismo que hicieron los españoles con los judíos? ¿Conversión o fuera? ¿Y a eso se le llama sociedad pluralista? Lo dicho. Basta elucubrar, un poco, sólo un poco y ya nos damos cuenta de lo líoso del asunto.

Algunos no entienden el concepto de “lío” y se preguntan por qué Obama no estuvo en la marcha de París. Obama se ha disculpado. Los que deberían disculparse son los que hacen ese tipo de preguntas. Que el Presidente de los Estados Unidos no estuviera en París es la única postura razonable en un lío de este calibre. Y lo es por varios motivos. En primer lugar ¿dónde se le situaba? ¿En cabeza junto a Hollande? Más de uno le hubiera criticado por su posición imperialista. ¿Atrás? Entonces los americanos hubieran pensado que su país ya no es lo que era. Nueva avalancha de comentarios. En segundo lugar, de eso no me cabe la menor duda, los anti americanos hubieran aprovechado para que la marcha se convirtiera en una marcha no sólo y exclusivamente contra el terrorismo y los asesinatos sino contra la política de los Estados Unidos que –hubieran dicho- había propiciado e incrementado el terrorismo. Obama ha hecho lo único sensato. Y lo único sensato en el caso de los líos es huir hasta donde sea posible. Esa justamente era, creo yo, su intención: huir del lío lo más rápidamente posible. Huir porque los líos, se haga lo que se haga, no tienen solución

El movimiento de la Pegida tampoco es un problema. Es un lío y uno tan complicado – o más- que el del islam. Su calificación como problema no conduce realmente a nada. De poco sirve que los partidos políticos afirmen que hay que preocuparse por solucionar los problemas de las personas que componen un grupo que crece día a día. Los descontentos no hacen otra cosa que crear líos. Si no es un motivo, habrá otro. Si algo he aprendido es la fuerza que se les da en Alemania a aquéllos que protestan. Cuando la protesta es racional puede racionalmente atenerse y lleva a un mejoramiento de la sociedad. Pero la protesta se ha convertido en un arma, en un medio de poder. El que protesta reta al otro. Le hace consciente de sus faltas y de sus limitaciones y le introduce – y esto es lo más importante de todo- en la posición defensiva: o introduce reformas o encuentra explicaciones. Pero ninguna reforma y ninguna explicación sirve por mucho tiempo. Las fuerzas de aquéllos hombres de buena voluntad que intentan satisfacer las exigencias de los que así protestan decaen mientras aumentan las de aquéllos que ven con placer cómo los otros corren a satisfacer sus quejas o a recompensarles económicamente cuando los otros no lo consiguen. Curiosamente, ante el acostumbrado a protestar por cualquier cosa ninguna queja resulta lo bastante importante. Si uno se queja del horario de su trabajo, los otros se quejan aún más fuerte del horario del suyo. Sea el que sea. Y es mejor quejarse, porque de no hacerlo los otros le reprocharán su suerte, aunque más que suerte sea fortaleza de ánimo para soportar los embates.

Rusia, sin embargo, es “únicamente” un problema aunque muchos se refieran a él como si de un lío se tratara y otros tantos estén trabajando duramente para conseguir convertirlo en un lío. Si logran sus propósitos, la política racional habrá sufrido un duro revés. No sé muy bien quién y cómo ha iniciado el problema. Lo que sí digo es que deberían empezar a acercar posiciones. Para ello los rusos han de olvidarse de lo que fueron pero ya no son, de lo que quisieron ser pero no fueron y los americanos han de olvidarse de su imagen para concentrarse en su ser.

Las relaciones entre Estados Unidos, Europa y Rusia son hasta el momento problemáticas y por tanto, hasta el momento, susceptibles de ser resueltas. La cordura, el raciocinio, juegan un papel tan importante como la voluntad de Poder, de la cual, por otra parte, escasos individuos pueden independizarse. En el tema del lío con el Islam, Rusia – diga lo que diga y piense lo que piense- está tan implicada como Europa y los Estados Unidos. Su amistad con Siria es tan inestable como la amistad de los Estados Unidos con Arabia Saudí. Y lo mismo en lo que al lío de la Pegida se refiere. Que en estos instantes Rusia esté divirtiéndose e incluso alentando a estos líos, no significa en absoluto que no deba ella misma de enfrentarse a ellos. Que Siria, según los periódicos, empiece a constituirse en amenaza atómica e Iran la esté ayudando a conseguirlo pertenece al lío. Va a haber más.

La guerra todavía no ha empezado, pero las partes se están organizando y los ejércitos están comenzando a limpiar sus oxidadas armarduras. La causa que la provoque – no me canso de repetirlo- carece de interés. Los engranajes están en marcha. Tal vez ya lo estaban hace cuatro años, cuando los teóricos de la conspiración anunciaban una futura guerra en Europa. Profetas o causantes, Quién lo sabe. Europa: campo de batalla. Habrá guerra y habrá dictadura. Es una cuestión de tiempo. Las habrá por mucho que se repita una y otra vez que tales voces pertenecen a individuos derrotistas y a teorías de la conspiración. ¿Quiénes serán los culpables de la futura barbarie que aguarda a Europa a las puertas de la esquina?: ¿Club Bilderberg? ¿Illuminatis? ¿Anticristo? ¿Extraterrestres, tal vez? La Historia se encargará de decirlo. Nosotros tendremos suerte si lo sobrevivimos.

Lo cierto es que los terroristas ya le han declarado la guerra a Occidente alegando un atentado contra su Religión. Los descontentos por su parte, lo hacen cada vez que exigen de Occidente que les devuelva un bienestar que la deuda y la necesidad de su devolución impiden y una identidad que ya no existe, del mismo modo que tampoco existe la identidad del ciudadano que habitaba en el Imperio Austro-húngaro. Ellos mismos se encargan de proponer y exigir recetas mágicas. La más fácil: “todos fuera menos nosotros”. Los descontentos declaran la guerra a Occidente amable y pacíficamente: lanzando la piedra y escondiendo la mano; permitiendo que la extrema derecha alemana, nunca muerta, nunca tan moribunda como los propios alemanes querían creer que estaba, se reestructure. Ha sido el bienestar – y no el cambio de ideas- la que la ha mantenido silenciosa todo este tiempo. Ahora está empezando a despertar nuevamente.

De momento, Europa y sus tranquilos ciudadanos se han decidido por la moderación. Se trata de mantener los esquemas existentes hasta donde ésto sea posible. No es que no conozcan los defectos de sus sociedades, pero unos son optimistas y creen que es cuestión de un par de reformas para que la sensatez vuelva a imperar. Otros, actúan moderadamente cara al público y en cuanto cierran el local se lanzan escaleras abajo hacia el sótano, a seguir transformándolo en un bunker o a revisar el arsenal que llevan introduciendo allí desde hace décadas y que se incrementa con cada nueva Nochevieja. Algunos han decidido dejar pasar al vencedor, sea quién sea, con tal de que el vencedor le deje vivir a él. La Historia muestra que unos van y unos vienen. Para qué pues intentar frenar el curso de la Historia... La moderación de algunos es constitucional: “La ola vendrá pero todavía no está aquí. Cuando esté aquí podremos empezar a actuar”- dicen.

No sé cuánto tiempo podrá mantenerse la moderación. Depende de la virulencia con que ataquen los terroristas, de la rapidez y de la fuerza con las que se extiendan las protestas en la sociedad, de la cuestión europea, de la reacción de los futuros gobernantes ante la crisis económica.

Particularmente no creo que dure mucho.

Ya lo he dicho: la reflexión pocas veces consigue deshacer el nudo dentro del tiempo fijado. Lo más normal es que alguien saque las tijeras del bolsillo y corte el nudo por la mitad. ¡Zas!

El nudo deshecho.

La cuerda partida.

“¡Eso es trampa!”

El terrorismo también es una trampa. Hagamos lo que hagamos el terrorismo acabará con nuestra forma de vida. La seguridad va a tener que ser cada vez más exhaustiva, sobre todo después de que hayan amenazado con atentados a supermercados, restaurantes y similares. El incremento de esa seguridad y de esa vigilancia supone una ruptura de nuestro valor máximo: la libertad.

Ironías de la vida, Europa empieza a encontrarse justo donde se encontraron los Estados Unidos después del 2001. Al paso que vamos terminará haciendo lo mismo que la India: en cada Centro Comercial soldados armados. En cada plaza, soldados armados. En cada hotel, soldados armados.

¿Podemos huir del lío?

Demasiado tarde.

Estamos dentro de él.

¡Ah! Cuánto echo de menos aquéllas interesantes partidas de ajedrez del último verano...

Yo sigo confiando, realmente todavía confío, en la genialidad que caracteriza a Putin jugando al ajedrez. Si mi confianza es cierta, si de verdad está intentando la jugada que yo creo que está intentando, Putin no sólo será un magnífico jugador de ajedrez. También habrá salvado a Europa. No me atrevo a decir nada. Al fin y al cabo, la situación –como ya digo-  es un lío. No es conveniente hacerse falsas ilusiones. Lo sabemos.

Los líos siguen dándome dolores de cabeza.

No hay forma de solucionarlos.

La moderación nos da tiempo para prepararnos para lo inevitable pero – lamentablemente-no deshace el nudo.

“Consolation número 4” de Liszt suena dulcemente.

El imperio de Liszt se derrumbó.

Queda la música.

Isabel Viñado Gascón

 

 

 

 

 

No comments:

Post a Comment