Thursday, October 16, 2014

Bolsas bursátiles y Casinos


Llueve.

Ayer anunciaban en el Spiegel alemán que los servicios secretos de Estados Unidos y Rusia estaban dispuestos a colaborar contra el IS. Hoy, también en el Spiegel, aparece la noticia de que Putin acusa a Obama de hacer chantaje a Rusia. Veo que Estados Unidos y Rusia siguen jugando al ajedrez. Eso me alegra. Lo que sí me gustaría señalar es que el ajedrez es cosa de dos y no de tres. Se pueden realizar, eso sí, partidas simultáneas pero, repito,  no con más de dos jugadores. No es que tres representen una pesadilla. Es que, en el caso del ajedrez, constituyen una imposibilidad. Conviene no olvidarlo si se desea comprender que justamente  por este motivo la partida que juegan el señor Putin y el señor Obama no es la misma que la que en estos momentos juegan la señora Merkel y el señor Putin y tampoco la misma que la que están disputando la señora Merkel y el señor Obama.

En los periódicos españoles el mayor problema es el colapso que hubo ayer en el mercado bursátil. La bolsa, dicen, se desplomó. La crisis económica mundial se agudiza y en algunos países como España, especialmente. Los turistas extranjeros que visitan la Península siguen sin notar nada. Bares y cafeterías en las que encontrar sitio resulta difícil, hombres y mujeres sonrientes, gente guapa... “¡Ah!” - les digo- “¡Es que la procesión va por dentro!” Pero como Alemania no es lugar de procesiones, ni lo entienden. Ellos prefieren dedicar sus energías a sacar agua del Titanic, mientras los franceses parecen decididos a morir con la copa de champán en la mano, al par que se pisan los unos a los otros en el callo que más les duele.
Cada cual se adhiere a un grupo u otro en virtud de su carácter. El mío, qué se le va a hacer, pertenece al primero. Primero, porque la esperanza es lo último que se pierde. Y segundo porque, como dice la canción, “solo le pido a Dios que la reseca muerte no me encuentre vacio y solo sin haber hecho lo suficiente”. Ni los alemanes ni los franceses son optimistas. Simplemente reaccionan a su modo y manera. Los optimistas, por su parte, dicen que esta caída de los valores bursátiles no es una crisis real, únicamente se trata de una corrección del mercado. Yo me pregunto qué es “real” hoy en día. Y sobre todo ¿qué es “real” en bolsa?

 Aunque sé que lo que voy a decir escandalizará a muchos, la Bolsa y el Casino me parecen lugares muy parecidos: en ambos resuena en mis oídos una alegre voz que exclama: “¡Hagan sus apuestas!”

Tres son los puntos en común que, en mi opinión, les caracteriza.

-          Tanto a la Bolsa, (antiguamente se llamaba jugar en bolsa) como al Casino les une el riesgo, la incertidumbre y el azar.

-          Da igual que se trate de un novato, de un aficionado o de un jugador profesional, la banca siempre gana. Todos los jugadores son remisos a aceptar este punto así que muchos de ellos se dedican a elaborar complejos modelos matemáticos que demuestren que hay una “ley” que les va a garantizar el éxito.

-          Esto, el que la banca siempre gana, es algo en lo que raramente piensan todos ellos mientras van ganando y que no tardan en olvidar cuando pierden.

No me cabe duda de que ambos –bolsa y casino- mueven cantidades ingentes de dinero pero generar beneficios, lo que se dice generar beneficios, sólo genera a unos pocos: generalmente a los propietarios, que para ello necesitan de un gran número de participantes. Cuantos más participantes, mayor es el beneficio a recaudar. No es extraño, por tanto, que todos estos propietarios traten de convencer e incluso demostrar a Fuenteovejuna lo rentable que es participar en bolsa o jugar en el casino. No sólo es rentable. También reviste al jugador de una gran categoría social.

Así, un individuo que no conocemos nos asegura que si le compramos participaciones en su empresa – sea del tipo que sea- participaremos en los beneficios que recoja sin necesidad de involucrarnos en los problemas de la empresa. No habremos de enfrentarnos a los problemas que surjan con los trabajadores, ni tendremos que dedicarnos a buscar clientes o nuevas vías de mercado. Sin embargo, puedo ganar grandes sumas de dinero. Los riesgos son nimios. Suena bien. Demasiado bien, para ser real.

En realidad, la compra de acciones supone una patrocinación a las empresas. No mucho más. Si el jugador  las vuelve a vender justo en el instante en que ha conseguido un pequeño beneficio, descubrirá que, después de haber pagado al banco los gastos que éste le carga por la gestión, no ha ganado mucho más de lo que le hubieran proporcionado los intereses de depósito.  Si no lo retira, que es, lo que en general recomiendan los expertos en bolsa, tiene que ser consciente de que las grandes sumas virtuales de dinero que acumule desaparecerán en una u otra crisis. Las explicaciones que reciba le podrán satisfacer más o menos, pero desde luego no le harán recuperar su dinero.

Descorramos las cortinas, dejemos traspasar la luz y volvamos a las enseñanzas de nuestros bisabuelos. Ésas que afirmaban que “nadie da duros a pesetas”. Hoy en día como ya no hay ni duros ni pesetas parece que dichas enseñanzas han perdido validez. Nada más lejos de la verdad. Nuestros bisabuelos sabían por experiencia propia que “el maná no baja del cielo”. Les bajó a quienes les bajó, cuando les bajó. O sea, a unos pocos elegidos. Pero no a nosotros, corrientes mortales. Ganar dinero resulta, por tanto, una ardua y difícil tarea y es difícil conseguirlo sin trabajar.

Hay una serie de jugadores que, en efecto, obtienen grandes sumas de dinero (y que, igualmente, las pierden). Estos jugadores se dedican profesionalmente a esta actividad, lo cual quiere decir que también ellos disponen de empresas y que están, por consiguiente, sumamente interesados tanto en que se conozca las enormes fortunas que han hecho en bolsa, como en mantener el sistema.

Igual que el de los bancos, el de la bolsa es un sistema circular y cerrado. Puede ser que unas empresas tengan participaciones en otras, que se fusionen o que se separen. La información privilegiada adquiere en este circuito una importancia esencial porque dicho tipo de información pone en peligro la confianza que ha de imperar en dicho sistema. Los jugadores novatos y aficionados no están, por más que así se los hagan creer, dentro de ese sistema. Las ganancias que reciben no son más que anzuelos para que sigan jugando. La advertencia de que no hay que darse por vencido y que hay que tener paciencia y seguir jugando, igual. La bolsa se ha desplomado porque del mismo modo que los bancos, ha llegado un momento en el que el sistema cerrado en el que se organiza se ha quebrado. Pero no ahora, mucho antes.  Los bancos como la bolsa están intentando solucionar algo que no tiene solución y eso porque los modelos matemáticos y la economía real no van de la mano. No han ido nunca.  Es curioso. Vivimos en tiempos que aseguran que Dios es sólo un constructo de la mente y de la sociedad y sin embargo nos empeñamos en negar que la mayoría de lo que tiene que ver con el mundo financiero también lo es.

Desde luego, patrocinar a las empresas beneficia, qué duda cabe, a la sociedad. Ayuda a que se mantengan los puestos de trabajo y la competitividad de las empresas que en ella existen. Pero en tiempos de crisis, los ciudadanos deberían ser conscientes de que su patrocinación va a resultar inútil. Muchas de ellas se encuentran ahogadas por las deudas y por las dificultades, no ya de expasión,  sino incluso de mantenimiento. Los acontecimientos políticos a los que tan sensibles parecen  mostrarse las bolsas, se debe, sencillamente, a que dichos acontecimientos generan consecuencias económicas. El miedo del que hablan los economistas no es un miedo sentimental, es un miedo que se puede calcular y generalmente se calcula en pérdidas. La bajada en bolsa significa no sólo que la economía va mal y que las empresas van mal. Significa, sobre todo, miedo.  Los test de stress que ha llevado a cabo el BCE en los bancos europeos es una nube demasiado negra para ser ignorada, a pesar de que muchos se empeñen en creer y hacer creer que un resultado positivo de los mismos la alejará.

Sigue lloviendo...

Isabel Viñado Gascón

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