Escribí esta pequeña reflexión acerca de Europa en el año 2012´y se encuentra publicado en mi blog "El libro de la semana". Lo que me
sorprende no es sólo que mi análisis haya conservado su actualidad, sino que yo
misma esté todavía de acuerdo con los presupuestos que sostenía en aquél
entonces. Debo reconocer que mi amigo Jorge Iranzo sigue sin admitir lo
referente a dejar el control de la política monetaria en manos del Estado
nacional. Jorge nunca ha ocultado su escepticismo ante la posibilidad de que un
Estado nacional pueda encargarse del tema sin caer en la ineficacia o en la
corrupción. Yo por el contrario sigo convencida de que si el Estado no puede
lograrlo, tampoco lo pueden hacer las entidades financieras privadas. Los
escándalos en los que muchos de los bancos se han visto envueltos – y nos han
envuelto- representan un buen ejemplo de lo que digo. En este sentido me siento
sumamente orgullosa del análisis que en su día realicé acerca de la inflación y de la deflación.
La cohesión europea ha sufrido y sufre enormemente ante los embates
económicos. La población está cansada. No niego que muchos han vivido
seguramente “por encima de sus posibilidades”, pero hay que admitir que son
justamente éstos los que también están sufriendo las consecuencias más duras.
El paro sigue constituyendo en una gran parte de Europa un grave problema. No sólo
el paro juvenil. También resulta terrible el paro de esos adultos de cerca de
cincuenta años, que se han visto involucrados en las diferentes “mini-crisis” (¿anuncio
tal vez del maremoto que se nos avecina?) aparecidas sobre todo en los llamados
“países del Sur”, desde principios de la década de los ochenta y que les ha
obligado a retornar a las casas de sus padres. No vuelven solos. Les acompañan
sus propios hijos.
Las costumbres y las virtudes se resienten, al igual que se difumina lenta
pero inexorablemente la esperanza de poder salir del túnel. Incluso en la austera
y disciplinada Alemania empiezan a surgir voces, aunque tímidas y vacilantes,
que se plantean la eficacia de las políticas de ajuste que se están llevando a
cabo. Hoy como ayer sostengo que la deuda es impagable. Lo único que me
molestaría enormemente es que para salvar a un sistema – el financiero- hubiera
de perecer una sociedad –la europea. Siempre he estado a favor de recaudar
impuestos. Creo que un Estado no es una empresa privada y por tanto tiene el
deber de preocuparse incluso de esos ciudadanos que por unas u otras causas no
son capaces de hacerse cargo de sí mismos. Sin embargo no soy comunista. Mi
individualismo me lo impide. El pensar que alguien va a coger el fruto de mi
trabajo y va a repartirlo sin mi consentimiento me resulta insufrible. Del
mismo modo, me disgusta que los ciudadanos se vean ahogados económicamente
porque hay que pagar – les dicen- las consecuencias de sus pecados, mientras
veo a tanto malvado absoluto seguir haciendo de las suyas. A nosotros nos está pasando
lo mismo que a Adán y a Eva: que estamos siendo expulsados del Paraíso, a pesar de que sólo se nos puede acusar de estupidez. Porque sí : es cierto que Eva
aceptó la manzana, pero no es menos cierto que si en esta historia Eva es la
tonta por cogerla, la serpiente es la
auténticamente malvada por ofrecerla sabiendo que pasaría lo que pasaría.
Al final, los únicos castigados son, encima, los pobres tontos. De la verdadera malvada la historia ni se preocupa. Total, no es difícil imaginarlo. Los malos ya se sabe: al infierno con ellos. Bien, bien... Pero, a ver, díganme ¿qué pasa, si como en este caso, el infierno constituye su hábitat natural?
Al final, los únicos castigados son, encima, los pobres tontos. De la verdadera malvada la historia ni se preocupa. Total, no es difícil imaginarlo. Los malos ya se sabe: al infierno con ellos. Bien, bien... Pero, a ver, díganme ¿qué pasa, si como en este caso, el infierno constituye su hábitat natural?
Tanto laicismo para al final descubrir, mal que nos pese, que todavía no
hemos salido de los tiempos bíblicos... En fin, ya conocen ustedes mi
inclinación a elucubrar.
Dos observaciones finales.
En uno de los apartados hablo del fin de las ideologías. “Actualmente,
salvo contadas excepciones, los ciudadanos “creen” tan poco en la Ideología
como en la Iglesia. Tan poco en el César como en Dios. La ideología considerada
como expresión pública exhaló su último aliento en las revueltas del 68. Todos
los movimientos estudiantiles y protestas sindicales acaecidas desde entonces
han resultado cada vez más artificiales”.
A pesar de los diferentes movimientos ciudadanos que han promovido la
aparición de nuevos grupos políticos que llevan una enorme carga ideológica en
sus propuestas, sigo considerando acertadas mis palabras. Estoy convencida de
que una gran parte de sus seguidores lo son, no en virtud de dicha ideología,
sea cual sea, sino en virtud de la denuncia que hacen tanto de la corrupción
como de la pérdida de identidad que se está produciendo en su sociedad. Es la
denuncia y no la carga ideológica la que lleva a sus partidarios a adherirse a
dichos nuevos grupos. Me gustaría equivocarme y pensar que a esos jóvenes que
integran sus filas les han dirigido sus convicciones políticas. Mucho me temo
que lo que les ha impelido a unirse a tales movimientos ha sido la
desesperación ante una situación actual que parece agravarse sin remedio, así
como el deseo de castigar a todos los que han participado en la creación de
dicha situación. Es la rabia y no la esperanza. Políticamente visto, esto es, a
medio plazo, un suicidio político y promete grandes sacudidas sociales.
La segunda observación se refiere a los nacionalismos. En el 2012 escribí: “El
deseo de muchos de regresar a los nacionalismos e incluso a los regionalismos,
resulta sumamente peligroso ya que únicamente beneficia a los competidores: “divide
et impera.”
En lo que al tema económico y político se refiere, sigo pensando lo mismo. Muchos
creen que las macrosociedades son injustas cuando muchas veces las mayores
injusticias y atrocidades imaginables contra un ser humano se cometen dentro de
la propia familia, dentro del propio grupo.
Sin embargo, estoy igualmente convencida de que cada individuo debe poder
decidir su pertenencia a un grupo y por lo mismo, que un grupo ha de tener la
capacidad de decisión de pertenecer a una determinada comunidad y la comunidad
a una determinada nación y la nación a una entidad supranacional. Esta voluntad
de pertenecer a un grupo y no a otro, es lo que yo entiendo por libertad. Las
leyes, como las normas morales, han de servir a la libertad del individuo y no
al revés. Impedir que una comunidad que quiere decidir si desea pertenecer o no
a una determinada nación o si quiere o no quiere continuar perteneciendo a
ella, cumpla ese deseo de decidir, me parece un craso error. Justificar la
prohibición recurriendo al imperio de la Ley me parece un tanto cínico. Las leyes
están hechas para servir a las necesidades de los individuos y no al contrario.
Precisamente por eso constantemente se reforma la legislación, derogando unas
leyes y publicando otras nuevas. Es por eso por lo que en muchos países se ha
introducido la posibilidad de matrimonio entre homosexuales así como la
permisión del aborto, todos ellos temas tabú no hace mucho tiempo.
Aludir al imperio de la ley, aunque esa Ley sea la Constitucional, no significa
solucionar el problema. Significa aportar uno nuevo al ya existente. De repente
al deseo de independencia de ese grupo hay que sumar la necesidad de reformar una
ley que se ha quedado obsoleta al no contemplar la nueva – o no tan nueva-
situación. Y lo digo hoy, precisamente hoy, que es cuando el señor Mas ha
declarado en Cataluña que no se celebrará la consulta el día 9 de Noviembre.
El problema catalán no se quiere resolver, pero no por el imperio de la Ley Constitucional, como algunos aseguran, sino porque permitir esa consulta significaría abrir la Caja de Pandora en lo que a la unidad de España se refiere.
Éste – el de Ser o No Ser- es el verdadero problema y no el del cumplimiento de una Ley que además de prever la posibilidad de ser modificada, ya experimentó una reforma en el 2011. Lo que pasa es que como se trataba de dinero y no de grandes palabras como Unidad nacional, la cosa pudo resolverse más fácilmente. A mí, que cada vez más me cansan las palabras, las de los otros, se entiende, porque lo que es yo, como pueden observar, no dejo de hablar, me gustaría pensar que con la declaración de Mas de no celebrar la consulta, al menos no como estaba planeada, se han resuelto las tensiones que hasta el momento se habían acumulado. Me gustaría. Algo me dice que no va a ser. Lo más racional sería que los partidos independentistas se unieran en Cataluña. Si ganaran con mayoría absoluta podrían afirmar que esa es la dirección que quieren los ciudadanos y trabajar, por tanto, en consecuencia. Lo que pasará seguramente, es lo que se está empezando a leer en los periódicos, es que las corrientes independentistas se enfrentarán las unas a las otras en su carrera por alcanzar el poder, Mas se verá relegado a un segundo plano por haber fracasado políticamente y por el problema Pujol. El deseo independentista catalán se transformará nuevamente en una petición de más dinero y de más competencias políticas a Madrid. Madrid se lo concederá hasta la medida de lo posible, que no será mucho porque las otras Autonomías estarán controlando cada céntimo y en general todo seguirá como siempre. Una tercera opción es que el deseo de los ciudadanos de constituir una nación independiente llegue a ser tan poderoso que se inicien manifestaciones en la calle y altercados con los no nacionalistas. Lo más probable entonces es que tales protestas callejeras terminen siendo también manifestaciones contra la crisis y la corrupción.
El problema catalán no se quiere resolver, pero no por el imperio de la Ley Constitucional, como algunos aseguran, sino porque permitir esa consulta significaría abrir la Caja de Pandora en lo que a la unidad de España se refiere.
Éste – el de Ser o No Ser- es el verdadero problema y no el del cumplimiento de una Ley que además de prever la posibilidad de ser modificada, ya experimentó una reforma en el 2011. Lo que pasa es que como se trataba de dinero y no de grandes palabras como Unidad nacional, la cosa pudo resolverse más fácilmente. A mí, que cada vez más me cansan las palabras, las de los otros, se entiende, porque lo que es yo, como pueden observar, no dejo de hablar, me gustaría pensar que con la declaración de Mas de no celebrar la consulta, al menos no como estaba planeada, se han resuelto las tensiones que hasta el momento se habían acumulado. Me gustaría. Algo me dice que no va a ser. Lo más racional sería que los partidos independentistas se unieran en Cataluña. Si ganaran con mayoría absoluta podrían afirmar que esa es la dirección que quieren los ciudadanos y trabajar, por tanto, en consecuencia. Lo que pasará seguramente, es lo que se está empezando a leer en los periódicos, es que las corrientes independentistas se enfrentarán las unas a las otras en su carrera por alcanzar el poder, Mas se verá relegado a un segundo plano por haber fracasado políticamente y por el problema Pujol. El deseo independentista catalán se transformará nuevamente en una petición de más dinero y de más competencias políticas a Madrid. Madrid se lo concederá hasta la medida de lo posible, que no será mucho porque las otras Autonomías estarán controlando cada céntimo y en general todo seguirá como siempre. Una tercera opción es que el deseo de los ciudadanos de constituir una nación independiente llegue a ser tan poderoso que se inicien manifestaciones en la calle y altercados con los no nacionalistas. Lo más probable entonces es que tales protestas callejeras terminen siendo también manifestaciones contra la crisis y la corrupción.
Porque lo cierto es que con o sin independencia catalana, los
verdaderos desafíos en España siguen siendo, a mi juicio, la crisis y la corrupción. No nos engañemos:
la corrupción no es cosa exclusiva de los políticos. La ejercen más a menudo porque están más cerca. Pero la corrupción está también en el bolsillo de Fuenteovejuna, aunque este bolsillo sea más pequeño y quepa menos.
Al fin y al cabo, para ser sinceros, fuerza es admitir que lo que llevó a Eva a coger la manzana no fue precisamente el hambre...
Isabel Viñado Gascón
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