Al parecer, las sanciones que Putin-Rusia ha recibido de parte de las
naciones occidentales ha llevado a un grupo de dirigentes e intelectuales rusos
a plantearse la posibilidad de introducir el modelo de la autarquía en Rusia. A
muchos observadores occidentales tal sistema les parece el comienzo de un
auténtico desastre que precipitará a Rusia a la ruina más absoluta. Lo que
temen es que los rusos en su desesperación terminen por comportarse como el
bíblico Sansón y al grito de : “İMuera yo y los filisteos!”, nos arrastren con
ellos en su caída.
Al día de hoy, con tantas mutaciones, yo ya me creo todo. He de confesar,
sin embargo, que este “creerme todo” no se deriva de la Fe religiosa, o sea de
la esperanza, sino de todo lo contrario: del creer resignado del que considera
posible cualquier evento por descabellado que éste sea justamente porque ha
perdido la confianza en que algo vaya a ir en una dirección - hacia arriba – ,
y no en otra: hacia abajo. Es un
creer que no sé si nace de la teoría de la relatividad, de la del caos, o de
alguno de los muchos modelos matemáticos ideales que pululan - (no encuentro
ningún otro término que describa mejor el movimiento de dichos modelos) – por
ahí.
Pero antes de que tales desastres sucedan no me resisto a tratar de
reflexionar acerca de una cuestión que a pesar de no dominar en profundidad,
(¿cuántos europeos pueden jactarse de conocer la naturaleza rusa?), sí me atañe
como parte afectada.
Del tema de la autarquía rusa me ocupé sucintamente en un blog titulado “Una tarde en el circo”, aparecido el
18 de Agosto del 2014. Al final de dicho blog, aclaré que mi interés por los
sistemas pedagógicos me había llevado a descubrir que uno de los modos de
conseguir modificar la conducta de un
niño era impidiendo que se relacionara con los otros tanto como su
participación en las actividades del grupo. Se trataba, en resumidas cuentas,
de mantenerlo aislado hasta que rectificara su actitud inicial. Dicha
estrategia pedagógica, que aún se sigue practicando, se basa en el
método conducticta de estímulo-respuesta: la sociabilidad natural del individuo
determina que si lo sometemos a un estado de soledad, esto le llevará finalmente a repeler su antiguo proceder y a
adoptar los comportamientos que en un primer momento ha rechazado.
También expliqué allí que dicho hallazgo me
obligó a preguntarme qué pasaría si aquél individuo poseyera en sí mismo la
fuerza suficiente para resistir el chantaje del grupo y su propia soledad.
Observé que, cosa curiosa, muchos de los que consideramos grandes hombres parecían
haberse enfrentado a la misma situación y haber conseguido resistir a la
presión del grupo y a su aislamiento. De dicha observación saqué en enseñanza
que: a) Es mejor estar sólo que mal acompañado. b) El individuo, si es un
auténtico individuo, vale por sí solo más que el individuo que ha
depositado su individualidad en el grupo. Al verdadero y auténtico individuo
depositar su individualidad en el grupo no le reporta ningún beneficio. Más
bien al contrario. Especialmente hoy en día, que los intereses están tan bajos.
c) Los que determinan el aislamiento de un individuo auténtico raramente
consiguen en grupo más de lo que ese individuo auténtico consigue por sí solo.
Terminé el tema preguntándome si
Rusia-Putin podría llegar a ser el auténtico individuo capaz de romper el espejismo
o si únicamente se trataba de lograr que un círculo superara al otro .
La respuesta sigue siendo difícil y no
se me pasa por alto el hecho de que encontrarla no depende de mí. Pese a todo,
no me resisto a trazar mi propia teoría. Si los matemáticos son capaces de
construir tantos modelos que al final se vislumbran como falsos porque según
ellos no se habían considerado unas determinadas variables, o éstas ni siquiera
habían surgido cuando se construyeron, no veo la razón de que yo no pueda
elaborar mi propia tesis. Por una vez, y aunque no me guste, utilizaré el
Principio de Identidad en mi provecho.
Al contrario de lo que sostienen la
mayoría de los analistas, no creo, sinceramente que la autarquía constituya en
sí misma un verdadero problema. Como forma de vida ha existido en todas las sociedades. Conviene remarcar que el fenómeno del
autarquismo no es producto ni de una nueva moda ni de una transformación de
aquélla filosofía de los años sesenta y setenta que inspiró el espíritu de las comunas
hippies. A diferencia de tales corrientes de pensamiento, el objetivo principal
de la autarquía no es el de romper con los esquemas vigentes de la sociedad en
la que se encuentra sino el de bastarse a sí mismo. En este sentido es
importante hacer incapié en que la autarquía no tiene nada que ver con
aislamiento y sí con autosuficiencia. Es cierto que muchas comunas se hicieron
autosuficientes pero sólo como un instrumento para conseguir la libertad que
ansiaban. La autosuficiencia representaba un medio, no un fin.
Por eso que la autarquía ha existido siempre, no ha sido el fracaso de las comunas sino el devenir de la Historia el que se ha encargado de mostrar los
riesgos que la autosuficiencia como sistema conlleva. El primero y más
importante: la obstaculización que la autarquía representa para el desarrollo
social, económico e intelectual. En efecto, hay muy pocos individuos, y todavía
aún menos sociedades, lo bastante fuertes como para poder satisfacer todas y
cada una de sus necesidades por sí mismos. Esto genera el peligro de que el
instinto de desarrollo-expansión de unos determinados individuos y sociedades –
los más fuertes – subyuguen a los individuos y sociedades más débiles
condenándoles a la esclavitud. En general, el progreso del noble autarca
termina necesitando de vasallos dependientes. Si no lo consigue, las
consecuencias son o su estancamiento o su servidumbre.
Es por eso, pues, por lo que históricamente
visto, a las fuerzas débiles no les ha quedado más remedio que unirse para
combatir a esos que le sobrepasaban en poder. Poder que unas veces era justo y
nacía del propio carácter extraordinario del individuo que lo detentaba, mientras que otras, en cambio, era el producto de la tiranía ejercida contra los
débiles. Si Nietzsche, Huxley y otros muchos se ocupan del individuo que
ostenta el Poder justamente, los revolucionarios prefieren centrarse en
aquéllos que lo detentan injustamente. Es importante hacer esta distinción para
evitar posteriores confusiones y malinterpretaciones que llevan a considerar
como contrarias posturas que, en realidad, tratan de aspectos diferentes de la misma cuestión.
Lo que es innegable es que la historia
de la humanidad, o al menos de una gran parte de ella, no es otra cosa que la
lucha entre las diferentes fuerzas dirigidas a conseguir alcanzar y mantener una
libertad que más que metafísica se trata de una libertad física, primero;
económica, después y finalmente, intelectual.
Si la autarquía dificulta – por no
decir, impide – el desarrollo de un individuo y de una sociedad ¿dónde radican
sus ventajas? Las ventajas están contenidas en un refrán que todos conocemos:
“Más vale solo, que mal acompañado.” La autarquía de un individuo o de una
sociedad señala los buenos tiempos, tantos como los malos. Pero no nos
equivoquemos, los buenos tiempos que muestra la autarquía son los del propio
individuo autarca; los malos, los de su vecino. Con ello quiero decir lo
siguiente: cuando a uno le van bien las cosas, raramente necesita al vecino.
Así que puede refugiarse tranquilamente entre sus cuatro muros de piedra y
dejar que su existencia transcurra pacífica y libremente. Cuando le van mal,
raramente puede mantenerse en la actitud autarca. Su precariedad le obliga a
lanzarse a la búsqueda-conquista de nuevos territorios. En cambio, si es al
vecino al que le van mal las cosas es mejor que cierre fronteras, antes de que
el vecino entre a arrebatarle sus pertenencias.
Es importante hacer todas estas
consideraciones porque en estos momentos, el panorama internacional está sumido
en una crisis tan profunda y en una confusión de tal magnitud que ha empezado a
producirse un movimiento de algunos ciudadanos – minoritario, es verdad, pero
no por ello menos movimiento- tendente a adoptar con la ayuda de la técnica una
existencia autosuficiente que les permita separarse del “mundo civilizado”
tanto como les sea posible, sin renunciar por ello a la comodidad de la
electricidad. Sin llegar a tales extremos, no cabe duda que en las últimas
décadas ha aumentado notoriamente el interés por la casa energéticamente
independiente. Que se trate de un lento proceso no se debe a la falta de deseos
para conseguirlo sino a los costes que entraña.
Así pues, por unas causas u otras, no
cabe duda de que asistimos incluso en nuestra sociedad occidental a un fenómeno
autárquico. Lamentablemente ello no es signo de bonanza sino de todo lo
contrario. La autarquía del individuo significa que el individuo ha decidido
alzar muros frente a una sociedad que cada vez le resulta más inquietante,
desconocida y ajena. No son muchos los que lo pueden hacer. Sólo los más
fuertes, los más resueltos, los que son capaces de cargar con todas las
consecuencias de sus actos, por duras que éstas sean. Sólo los individuos a los
que Nietzsche se refiere. Europa y las naciones que la componen también están
empezando a hacerlo. ¿Qué otra cosa son si no las políticas restrictivas de
trabajo incluso para los propios europeos, el control de la libre circulación
que no tardará en ponerse en marcha para vigilar los movimientos de los
islamistas fundamentalistas europeos, la protección de las fronteras con
respecto a la inmigración?
En este sentido, la autarquía rusa
podría considerarse, en principio, una actitud ante el miedo que le produce los
conflictos contra los que sus vecinos están luchando y en los que ella,
“Putin-Rusia”, no se quiere ver envuelta. Ha participado hasta ahora, sí. Pero
dejemos la cuestión aquí y volvamos por un momento a aquel niño al que se le
mantenía separado del grupo para que reconsiderara su actitud. Durante un
tiempo se le ha prohibido participar en las actividades comunes y sólo se le ha
permitido contemplar cómo los otros jugaban y lo mucho que parecían divertirse.
Cuando los educadores consideran que dicho niño está dispuesto a cambiar su
comportamiento lo introducen en el grupo. Es posible que los educadores tengan
razón y ese niño sea a partir de aquél momento un individuo grupal. Pero
también es posible que aquél chico, al entrar en contacto con el grupo, observe
que lo que él consideraba especial era simplemente producto de la lejanía. Era
la visión desde afuera de la risa de los otros y de su aparente diversión lo
que hacía de ese grupo algo especial. Sin embargo, ahora que se encuentra
dentro y tiene la posibilidad de co-actuar con él, se da cuenta de lo mucho que
se aburre con ellos, de la estupidez de sus risas, de la banalidad de sus
conversaciones. Es entonces cuando vuelve a recordar los motivos de su
disconformidad con las normas que lo regían y vuelva a rechazarlas con más
virulencia aún si cabe.
¿Nadie se ha detenido a pensar que tal
vez esta y no otra sea la conclusión a la que ha llegado Putin-Rusia? ¿Nadie se
ha detenido a pensar que tal vez considere que la corrupción de las mafias
rusas no se diferencian mucho de las mafias americanas, que la corrupción de
sus oligarcas no difiere de la corrupción de los oligarcas americanos? ¿Nadie
se ha detenido a pensar que Putin-Rusia siente lástima de una Europa tan
debilitada y cansada como la Rusia misma?
Y pese a todo. El gran desafío al que
tiene que enfrentarse cualquier autarca no es el alzamiento de muros contra el
vecino sino la constitución de los esquemas y estructuras de su propia
existencia, de modo que pueda vivir en paz y a salvo. De lo contrario, no hará
falta ningún enemigo exterior para vencerle porque será la gangrena la que lo
abocará a su fin. Son justamente estos esfuerzos los que se muestran en la
magistral obra de Jules Verne “Los náufragos del Jonathan”. Las normas de una
sociedad y el modo en que se aplican son tan importantes como la personalidad
de la autoridad que dirige esa sociedad. Entre la absoluta libertad y la
absoluta tiranía se abre un enorme espacio por el que el barco social puede y
debe navegar. Al timonel corresponde mantener la ruta adecuada.
Mi tesis con respecto a Rusia es como
sigue: si consideramos a Putin como el máximo exponente político del pueblo
ruso, podemos conferirle también, al menos en teoría, el puesto de rey.
Siguiendo tales consideraciones, habremos de aceptar entonces que su poder
depende en gran medida de los nobles. Fuerza es que exista una constante
negociación de poder entre Putin-rey y los oligarcas-nobles. De lo que se trata
a fin de cuentas es de la capacidad de Putin para jugar al ajedrez contra unos
adversarios tan diestros como él en dicho deporte. Desde mi punto de vista para
alzarse con la victoria es importante, fundamental, que Putin consiga atraerse
las simpatías del pueblo.
Otro punto esencial es qué pretende
Putin caso de lograr la victoria.
Si lo único que pretende es ganar
prestigio, sus días pasarán, como pasaron los de sus antecesores, teñidos por
la apatía del pueblo y la corrupción de las élites. Los lobos de las estepas
seguiran ahuyando con su triste y melancólica voz en las frías y solitarias
noches del invierno.
Pero si utiliza su victoria no para
convertirse en tirano, como piensa occidente, ni para regalársela a la Iglesia
Ortodoxa, sino para conseguir contener los intereses, siempre insaciables, de los nobles y conseguir que el pueblo ruso
se reponga de tantas heridas, de tantos procesos kafkianos, de tantos siglos de
sometimiento a sus propios dirigentes, de tanto autoritarismo inútil e
indecente, entonces tal vez pueda ser inscrito en la Historia como el
reformador ruso. Los tiempos andan revueltos. Muchos quisieran ver en Rusia el hombre
fuerte y auténtico. Pero ¿puede alguien que ha sufrido tanto, que ha padecido
tanto, como ha sufrido y padecido Rusia convertirse en el hombre auténtico y
firme que necesita Europa en estos momentos, en el faro que muchos desearían
que existiera?
Esta quizás es la cuestión principal que separa a los europeos; igual
que los separó cuando se produjo la revolución bolchevique. Muchos vieron en
ella el inicio de un nuevo mundo; otros, la muerte del mundo equilibrado.
En
realidad, lo único que significó fue el fin de las esperanzas del pueblo ruso
de liberarse algún día de los yugos que la mantenían atada. Las estructuras de
poder y dominio se mantuvieron. Sólo cambiaron los nombres de los tiranos. ¿Guerra
Fría, decimos? ¿Cómo se puede hablar de Guerra Fría cuando se habla de un
régimen que ha llevado a la muerte a tantos compatriotas? No. No fue una Guerra
Fría. Tal vez contra el mundo occidental, tal vez contra los Estados Unidos.
Pero resulta cínico llamar Guerra Fría a la Guerra que un sistema político mantuvo
contra sus propios súbditos. Ignorar este hecho constituye un grave error,
tanto por parte de Occidente como –más aún- por parte de Rusia.
No me
cabe duda de que Rusia puede ser autárquica. Autárquica por políticamente autosuficiente, lo que también incluye desde mi punto de vista, el aspecto moral e intelectual de sus estructruras sociales, no
por aislada económicamente. El aislamiento económico sólo es imaginable en las tribus más primitivas, pero incluso dentro de ellas sus miembros practican el trueque. En un mundo global como el nuestro, dicho aislamiento económico resulta, sencillamente, tan impensable como absurdo. Las relaciones rusas pueden dirigirse a China tanto como a
Latinoamérica. Puedo incluso admitir que debido a la crisis económica en la que
está envuelta Europa tener relaciones con ella o no tenerlas, no afecta
demasiado a los intereses rusos. Tal vez este año, por aquéllo de las frutas y
verduras. En un par de años ha podido Rusia encontrar otros graneros o incluso
aumentar los suyos propios. Del mismo modo que Europa se mueve alrededor de la
cultura americana, hay otras naciones que llevan moviéndose alrededor de la
cultura rusa. Que dichas naciones se hayan decantado por el mundo occidental es
producto no sólo de sus ansias de libertad sino sobre todo, de sus deseos de
bienestar económico. Pero al igual que ha pasado en una parte de Ucrania, los
afectos rusos no tardarán en aparecer y en hacerse con el poder en cuanto
empiecen las dificultades económicas. Como ya dijo Quevedo: “Poderoso caballero
es Don dinero”. Que los pro-rusos empiecen a imponerse en las antiguas repúblicas
soviéticas no es sólo una consecuencia de la propaganda sino de la debilidad económica
de los pro-europeos. La propaganda es un instrumento que todos utilizan y
desvincularse de sus influjos no es fácil. Sobre todo porque a la propaganda,
que hace uso de nuestra ignorancia, hay
que sumar, ya es hora de admitirlo, nuestros propios prejuicios.
Si lo
que realmente pretende Putin es construir una nación grande, fuerte y
autárquica, el imponerse a los nobles rusos ha de llevar aparejadas una serie
de reformas tendentes en primer lugar a editar normas que permitan la
convivencia, así como a garantizar su cumplimiento. Todos sabemos, por
experiencia, que el cumplimiento de la ley nunca es igual para todos. Pero por lo
menos ha de llegar a ser lo menos desigual posible. En segundo lugar ha de enseñar a los ciudadanos rusos a confiar
en su propio sistema y en sus propias estructuras. Esto sólo es posible si se
permite que la sociedad rusa pueda usar de su libertad. Los grandes hombres, que son los que construyen un gran estado nunca se sienten a gusto con una corbata atada alrededor del cuello y cualquier tirano debería saber por experiencia que antes se les mata que se les consigue adaptar a las convenciones. Y si al final se logra su adaptación a las imposiciones del medio, entonces han dejado de ser grandes hombres y trabajar les resulta imposible. La libertad desarrolla
la responsabilidad individual y favorece el comercio. Esto quizás es lo más
difícil. Ya lo explicó Platón en el Mito de la Caverna. Llega un momento en que
salir de la cueva donde ha transcurrido la existencia, se hace más penoso que
seguir en ella e incluso una vez fuera, muchos siguen recordándola con añoranza. Si por el contrario, Rusia decide seguir el modelo chino, el de la
política de la armonía de los contrarios, tendra que aceptar, al igual que aquél,
el surgimiento de un gran país con una sociedad débil.
La
Alemania del Oeste no dudó en ayudar a la Alemania del Este a conseguir salir de la cueva en la que estaban. La
una tendió la mano y la otra confió en ella. En mi opinión que, como ya he
dicho antes, es la opinión de una simple observadora y no la de una experta,
Rusia lleva esperando que Europa le tienda una mano desde hace tiempo. Me da la
impresión de que su autarquía es consecuencia de su pérdida de esperanza por
que esto pueda llegar a producirse. Putin-Rusia no entiende cómo Europa quiere
seguir jugando con Estados Unidos cuando Europa sabe que los Estados Unidos le
están haciendo trampas. Lo que no sabe Putin-Rusia, o no quiere aceptar, es que
Europa, por el momento, prefiere jugar con un tramposo antes que con alguien
del que teme que le quite su libertad. Aunque se trate únicamente de una
libertad ilusoria.
Una
cosa es cierta: a la hora de juzgar al vecino hay que ser sumamente precavidos.
No vaya a ser que analizando los problemas del otro e intentando solucionarlos,
vayamos a olvidar los nuestros.
Isabel
Viñado Gascón
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