Monday, October 20, 2014

Hipocresía social y el ébola


Ayer por la noche me llamó mi amiga Carlota. Había ido al cine con su marido a ver una película. Al terminar de verla, me dijo, en lo único que pensaba su marido era en tomarse una aspirina. Ella, en cambio, estaba sumamente enfadada. Enfadada con la sociedad y con la hipocresía que la suele caracterizar. Enfadada por haber sido tan ingenua. Enfadada por haber creído en los constantemente proclamados ideales de paz y justicia...

Debo confesar que al principio no entendía a qué se estaba refiriendo.

“Desde que me casé”, explicó, “sólo he oído advertencias en contra de los juguetes que tuvieran que ver algo con la guerra. Nada de tanques para los niños, nada de pistolas. Hubo una época en la que incluso las pistolas de agua estaban mal vistas en determinados círculos. Para los niños, todo lo que tuviera que ver con la violencia era nocivo. Para las niñas, todo lo que pudiera despertar los instintos sexuales. No te puedes ni imaginar, Isabel,  la discusión que se originó en nuestro grupo de amigos cuando una de la veces que les invitamos a comer, nuestras dos hijas se presentaron a saludarles acompañadas de sus nuevas muñecas: unas barbies.
Las barbies fueron motivo de conversación el resto de la tarde que, debido a este motivo, se alargó más de lo acostumbrado. Las barbies sexualizaban a las niñas, aseguraban; las barbies simbolizaban un modelo femenino orientado a convertir a la mujer en un objeto sexual, pendiente únicamente de la moda... La conclusión fue que yo, Carlota Gautier, asustada por los perniciosos efectos que me auguraban, aproveché la primera oportunidad que tuve para esconder las barbies sin dejar huella.”

“Y ahora ¿qué?”, preguntaba encolerizada, “¿Con qué crees que me encuentro ahora? ¡Las películas no son películas! ¡Son un curso de carnicería a distancia! ¡Carne, carne, carne! Es lo único que ves. Ya no hay películas ni de acción ni de amor. Ahora sólo hay películas de violencia y sexo. Ya no hay películas que sirvan de excusa para que los actores mantengan conversaciones interesantes y amenas. Ahora los diálogos sólo muestran la manipulación psicológica que unos personajes tratan de ejercer sobre los otros. ¿Y yo? Yo no he preparado a mis hijos para que sean capaces de integrarse en un mundo de psicópatas. Ahora comprendo por qué en cada clase, en cada curso, pertenecen siempre al grupo de los “raros”. Claro. Están con los otros dos o tres que, al igual que los míos, no han tenido acceso a internet hasta los trece o catorce años y siempre con seguimiento paterno. Los juegos de ordenador que les he comprado a mis hijos han sido de fútbol o de estrategia comercial y ni siquiera aún así hemos dejado de jugar  los domingos, después de comer, a algún juego de mesa, todos juntos. ¿Y qué me dices de las niñas? Clase de música y clase de deporte. Baloncesto, la una; atletismo, la otra. En baloncesto, un simple roce ya significa una falta y en atletismo, ni te cuento...

¡Vivir para ver! Y yo ¡Yo he sido tan ingenua que en vez de preparar a mis hijos para que sean capaces de integrarse en el mundo de psicópatas que les espera, lo único que he hecho ha sido hacerles creer que los sacrosantos valores de la Ilustración, la palabra incluida, seguían conservando vigencia! ¡Cómo he podido estar tan ciega!”

No sé cuánto tiempo le durará el enfado. Tampoco sé cuándo ella y su marido volverán a pisar una sala de cine. Al menos en un punto le doy la razón: la sociedad es hipócrita. Y lo es, no sólo en lo que a educación se refiere. También en lo que se refiere a sus miedos. A mí, por ejemplo, me asombra el tratamiento mediático que se está haciendo del problema del ébola. Hasta un grado en que la hipocresía de la que se queja Carlota me parece más que hipocresía, cinismo.

Hace poco menos de dos meses se nos avisaba de la gravedad de la epidemia, de la facilidad con la que se transmitía, tanto, que parecía que un simple roce bastaba para que se produjera el contagio; de los altos índices de mortalidad, de la rapidez con la que se extendía...

Entonces se tranquilizaba a la población afirmando que las posibilidades de que llegara a Europa eran sumamente escasas. Sin embargo, ya ha llegado. Y no sólo a Europa. También a los Estados Unidos. Fuenteovejuna, entonces, piensa en esos lugares repletos de gente extraña con los que se está en continuo contacto, sin ni siquiera notarlo: aeropuertos, estaciones, aviones, trenes, autobuses, centros comerciales... Y Fuenteovejuna, tiembla.

La respuesta que recibe de la sociedad, vía periódicos y demás medios de información, no se hace esperar: Fuenteovejuna no tiene que preocuparse ni caer en el histerismo. El contagio no es tan fácil como en un principio a causa del desconocimiento sobre esta enfermedad, se dijo. Además los laboratorios están trabajando para conseguir una vacuna que no tardará en ver la luz. De hecho, ya existen unos primeros ensayos. Es una cuestión de paciencia. Unas pocas semanas y todo resuelto. No hay que angustiarse por tan poca cosa...

Y yo, como de costumbre, me asombro.

Como todos sabemos el virus del ébola no es nuevo y tampoco era desconocida la magnitud de los efectos que provocaba. Al menos desde mediados de los años 70 se sabía de su existencia y ya había habido, dicen, un primer brote que había logrado ser controlado. A muchos les extraña aquél  primer éxito de las autoridades sanitarias en África, sobre todo teniendo en cuenta que  las personas se regían por las mismas costumbres que en la actualidad  a la hora de visitar a los heridos y de enterrar a los muertos y que son, se dice, las responsables de que no se haya podido detener ésta nueva epidemia.

Mi pregunta, sin embargo, es de distinta índole. Si elaborar una vacuna era cuestión de semanas ¿por qué precisamete ahora y no antes? ¿Por qué se asumió el posible peligro que se ha vislumbrado como real, de dejar morir a más de 4000 personas amén de su expansión por el resto de la superficie terráquea e incluso en un crucero, en vez de dedicarse a investigar una solución a la que es posible llegar en un par de meses?

En definitiva: ¿Por qué ahora y no antes? ¿Es tal vez, porque alguien – no sé quién- se beneficia de ello? ¿Tal vez porque económicamente resulta más rentable vender diez mil, cien mil vacunas, que  vender sólo cuatro? ¿Más rentable vender diez mil jeringuillas, diez mil guantes, diez mil trajes anti-contagio, que vender sólo cinco?

Son preguntas que a mí me gustaría que alguien me ayudara a resolver. Pero en vez de eso, se tranquiliza a la población, se la tacha de histérica, se le dice que las enfermedades que provoca su sistema de vida -cáncer, diabetes, infartos- han causado y causan más muertes que el ébola. A los que así argumentan se les olvida que la diferencia estriba en  que unas enfermedades no son contagiosas y la otra, sí. Se les olvida que hasta hace dos meses se nos ha repetido hasta la saciedd lo contagioso y mortal que es el virus del ébola, hasta el punto de que se ha llegado incluso a afirmar que los enfermos morían en un noventa por ciento de los casos. Se les olvida que se aseguró que era practicamente imposible que llegara y ha llegado. Así pues, el miedo de Fuenteovejuna no me asombra. Lo que me asombra es que la sociedad y su portavoz: los medios de información, se asombren de su miedo.

Hay otro motivo por el que toda esta historia me asombra. Constantemente se nos asusta con el calentamiento global, con las terribles consecuencias para la supervivencia de la Tierra. Se nos insta a actuar porque ahora – se repite una y otra vez- es el momento de actuar. Hemos llegado tarde pero todavía, con esfuerzo, se puede resolver la situación a nuestro favor. El éxito no es seguro pero hay que intentarlo. Todos tenemos que colaborar. Es una tarea que pertenece a la Humanidad y que cada generación a partir de ahora va a verse obligada en cumplir.

Para muchos, el calentamiento global es la antesala del fin del mundo. Para otros, lo es la inversión de los Polos magnéticos. Nuevamente escenarios apocalípticos a los que Fuenteovejuna asiste sin saber muy bien qué decir ni qué hacer. Y a ese no saber qué decir ni qué hacer le llaman apatía, indecisión, falta de concienciación y qué se yo.

No. El miedo por el ébola no es injustificado ni histérico. El miedo por el ébola es un miedo sensato y cabal porque es un miedo y una preocupación ante un hecho que está ahí y al que hay que hacer frente. La enfermera española parece ser que, gracias a Dios, se ha curado. A ella hay que agradecerle que sospechara que se había contagiado y que se mantuviera alejada de su marido y de sus vecinos durante el periodo de incubación. De no haber dado importancia a sus décimas de fiebre, de haber ido saludando y dando besos a diestro y siniestro, con el calor que hace en Madrid y con lo que a veces se suda, a esta hora estarían enfermos unos cuantos más. Se ha afirmado que fue al médico de familia sin revelar que había estado en contacto con un enfermo de ébola. En vez de utilizar este dato para reprocharle subliminarmente su irresponsabilidad, debería servir para introducir un nuevo  motivo de preocupación en el tema. En efecto, lo que el silencio de la enfermera ha demostrado es que los médicos de familia no saben diagnosticar esta enfermedad. Aquél que acuda sin sospechar que un enfermo le ha contagiado porque por ignorar incluso ignora que esa persona estaba enferma, no será correctamente tratado. Ése, y no el problema del silencio, es el que debería haberse reflejado en los medios de comunicación. En vez de eso, España sigue pareciendo un patio de vecinas: “que lo ha dicho; que no; que donde dije digo, digo Diego.”

Es la sensatez de esa enfermera la que ha impedido el contagio en masa. Y es esa sensatez, precisamente, la que hay que agradecer.

¿Buscar culpables? Eso ya no es hipócrita. Es cínico. Se acusa a los políticos de haber trasladado a Madrid desde África a los misioneros. Si no lo hubieran hecho, hubieran sido, al decir de muchos, inhumanos. Lo han hecho, y son inconscientes.

En casos como estos, si el contagio no se extiende, al miedo se le denomina “histeria”. Y si el contagio se extiende, se denomina a la tranquilidad “falta de precaución” e “insensatez”.

La verdad es que los adjetivos de “histeria” o “falta de precaución”, no son adjetivos que puedan utilizarse a priori, sino únicamente cuando la enfermedad se ha controlado o, por el contrario, cuando ésta se ha propagado en exceso.

Isabel Viñado Gascón

 

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