Como hoy va de películas, tomaré
otra como referencia : “Maze Runner”. En esa película un grupo de científicos
utilizan a un grupo de jóvenes como conejillos de indias para llevar a cabo sus
experimentos. Lo peor del caso es que el espectador no es capaz, yo al menos no
lo fuí, de dilucidar para qué sirven dichos experimentos. Uno de los científicos
hace una pequeña observación acerca de un nuevo Adán y Eva, pero no explica el
por qué ni el para qué. El espectador tiene la sensación de que se trata de
experimentar por el mero placer de experimentar. Es como si estuvieran jugando un
juego que consiste en preguntar: ¿Qué pasaría si a estos individuos los sometiésemos
a tales y a tales pruebas? Y a continuación llevan esa idea a la práctica para,
en efecto, saber qué pasa. Mi famoso “hagan sus apuestas” también forma parte
del juego. Así que los científicos se dedican a calcular cuántos van a
conseguirlo y cuántos no. Todo muy sensato. Todo muy científico.
Todo de locos.
Y ahí justamente radica el
problema. En los últimos cincuenta
años el mundo occidental, que es el que yo conozco, se ha deshecho alegremente
de la carga de las palabras de la esfera de las Humanidades, por considerarlas
obsoletas, aburridas y vacías de contenido, para en su lugar ir a caer en las
garras de la palabrería psicopática e insensata que consiste en creer que
cualquier discusión es una confrontación dialéctica en la que vale mentir y
engañar porque no se busca la verdad racional ni la empatía emocional, sino sólo
ganar y que además está convencida de que, en virtud de la igualdad y la
tolerancia, una simple opinión está al mismo nivel que una reflexión crítica y
meditada sobre ese tema.
En los próximos cincuenta años
mucho me temo que si la situación sigue desarrollándose en la misma línea que
ahora, lo más seguro es que la humanidad termine desvinculándose igualmente de
la ciencia, de la verdadera ciencia que exige largos periodos de esfuerzo y
dedicación, para correr a abrazar al cientifismo, a los científicos locos, a la
psicopatía que se ayuda de la ciencia para ocultar su anormalidad psicológica y
en vez de eso, hacerla aparecer como brillantez cerebral, a la superstición
cientificista, a los juegos de experimentación con individuos que, por más que
se adhieran voluntariamente, no djearán de ser simples juegos de experimentación.
Juegos que no conducen a nada, salvo a divertir a unos cuántos. Juegos que
contestarán a preguntas tales cómo ¿cuántas veces hay que masticar antes de
tragar? ¿cuántas veces se cierra y se abre el párpado en un mínuto? ¿Cuánto
tiempo puede aguantar un hombre de pie sin caerse? Y cosas por el estilo.
Carlota tiene razón. Ha educado a
sus hijos para un mundo en extinción. Lo que afuera les espera es la barbarie.
Tal vez Bertrand Russel tuviera razón, después de todo, y la humanidad tenga
que caer en la barbarie antes de poder alcanzar un estadio superior en el
edificio de la civilización. ¡Quién sabe!
Isabel Viñado Gascón
Nota: En mi blog “El libro de la
semana”, he escrito varias entradas referidas al libro de Aldous Huxley: “Contrapunto”.
Las entradas V y VI, están dedicadas a considerar los temas de la limitación de
la Razón (V) y de la limitación y peligros que unas emociones desbordadas entrañan
(VI).
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