A
los otrora militarizados alemanes, la situación lamentable en la que se
encuentra su ejército parece haberles cogido desprevenidos. Su asombro me
asombra. Ya en mi blog: “¡Qué viene el lobo!” me había detenido a nombrar este
problema que no solamente afecta a Alemania sino a toda Europa y en mi blog “Humor
negro” intenté analizar las diferentes respuestas que Europa podía dar a los
numerosos conflictos internacionales, a pesar de ser consciente de que ninguna
resultaba satisfactoria. Tres eras las alternativas que consideré probables:
lanzarse a la guerra, concentrarse en resolver la crisis y sentarse a esperar a
ver qué sucedía finalmente. Había un cuarta: la de dedicarse a jugar al ajedrez
con Rusia. Lamentablemente el ajedrez, al igual que la buena lectura, siempre ha
sido una actividad minoritaria.
Curiosamente,
y he aquí mi asombro, anunciar el ministro Schäuble sus pretensiones de
concentrarse en resolver la crisis y empezar a sucederse las averías en los equipos de las fuerzas armadas ha sido
todo uno. Hasta tal punto que el ejército alemán no sólo no es capaz de tomar
parte en una guerra, ¡tampoco en una misión de paz! Las tropas se ven obligadas
a permanecer en tierra porque los aviones no funcionan. En realidad, nada
funciona. Ni tan siquiera los soldados están bien entrenados.
Y
uno se pregunta, sólo se pregunta, si todas estas informaciones dan cuenta de
la realidad real o se trata más bien de una realidad virtual, por llamarla de
algún modo.
¿Es
un recurso del Ministerio de Defensa para así conseguir un aumento de los fondos
dedicados a armamento sin ser censurado por la opinión pública y por los
partidos de la oposición que defienden una política pacifista? ¿Encierran, por
el contrario, tales averías la prueba evidente de que Alemania no puede de
ninguna manera entrar en un conflicto bélico o son más bien la constatación de
que Europa necesita un ejército europeo porque la compra de armas resulta
excesivamente costosa para un sólo país?
Sean cuales sean las respuestas, lo cierto es que Alemania se
encuentra ante un momento clave de su historia.
La
adquisición de nuevo armamento implica al mismo tiempo claudicar en la guerra contra la crisis
económica. Por otra parte, el ahorro en equipamiento militar no supone vencer a
una crisis que se está tragando a los Estados europeos poco a poco pero
inexorablemente. Es una
cuestión de tiempo que las fisuras provoquen maremotos. La cuestión, pues, no es
si se puede o no se puede detener un maremoto. La cuestión es cómo preparar a
la población para protegerse cuando éste se produzca.
Alemania
podría convertirse en el último reducto al que los desheredados de este mundo
llegan pero ¿puede albergar un país tantos desheredados sin que ello le aboque
al caos o a la dictadura? ¿Cuánto tiempo? ¿Puede el último reducto convertirse
en el inicio de la esperanza? ¿En la esperanza de qué? ¿Contra qué es lo que
hay que luchar? ¿Contra la crisis? ¿Contra el IS? ¿Contra el IS y sus aliados? ¿Contra
el terrorismo del IS? ¿Contra el ébola? ¿Se puede luchar contra todos ellos o se
trata más bien de una disyuntiva en la que la respuesta positiva a una de las
posibilidades determina la respuesta negativa a las otras?
En
medio de tanta incertidumbre la voz de mi amigo Carlos Saldaña retumba en mis oídos:
-
No te
preocupes por la ola, Isabel. Mutará.
Mutará,
sí. Mutará. En qué nueva cosa se transformará, eso es lo que me preocupa.
Sobre
todo cuando a lo lejos veo aparecer las sombras negras de los maltusianos...
Isabel
Viñado Gascón
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