Algunos videos de YouTube resultan sumamente interesantes. Muchos se dedican
a identificar a la masonería, a los místicos rosacruces y a los invisibles
Illuminatis con el Anticristo y todo lo que se le parezca. Y a esta conclusión
llegan, como no podía ser menos, la mayoría de las creencias religiosas de este
mundo llamado Tierra. Lo cierto sin embargo es que masones y compañía deambulan
perdidos por sendas desconocidas. Por no ser, no son ni Hamlet. En todo caso,
más bien Ofelia. Así que de ser verdadera esta afirmación, el Anticristo sería
más digno de lástima que de otra cosa.
En mi opinión no son las actividades ilegales y las secretas maquinaciones
las que las han arrastrado al estado de miseria en el que tales grupos se
encuentran, ni tampoco es resultado del ataque furibundo de sus enemigos al
que, por otra parte, están acostumbrados desde su nacimiento. No. Su deplorable
situación se debe, como ya he dicho en algún lugar de mi blog de “El libro de
la semana”, a la traición que ellos mismos cometieron contra sus propios
principios. Esto obligó a desertar de sus filas a las mentes y almas más
brillantes. Silenciosa y dignamente, éstas decidieron retirarse a sus aposentos
privados en cuanto comprendieron con resignado dolor que la mediocridad también
había ido a instalarse allí.
Es, por tanto, equivocado identificar a la élite con la masonería o grupos
afines. Aunque se está produciendo en nuestros días un fenómeno asombroso
consistente en hacer retroceder en el tiempo a la sociedad europea y de repente
ya no se escriben novelas de ciencia ficción sino históricas; ya no se habla
del futuro sino de la Edad Media y la identificación de la situación actual con
la vivida alrededor de los años que precedieron la Primera y Segunda Guerra
Mundial empieza a resultar preocupante porque empieza a ser habitual ver cómo
se utilizan los mismos términos y se manejan los mismos esquemas que en ese
tiempo, resulta imposible hacer resucitar las influencias de la masonería, de
los rosacruces y de los extraños Illuminati.
Para ser justos, la culpa no es sólo suya. A decir verdad, la sociedad ya no necesita a estos grupos. Los objetivos que las guíaban han sido superados con creces por las nuevas generaciones y los
ideales que defendían o bien han sido abandonados por éstas por considerarlos obsoletos
o bien han sido deformados por las nuevas interpretaciones que se les ha otorgado. No
me extraña que ante tal panorama anden buscando algunos consuelo al calor de la
Iglesia Católica, sempiterna enemiga
pero también sempiterna compañera de fatigas.
¿A quién culpar entonces? ¿De quién desconfiar?
Hay un grupo que suele pasar desapercibido. Lejos de esconderse se muestra
sumamente activo. Sin embargo, pocos se han detenido a observarlo con
detenimiento. Es como ese alumno que el profesor descubre de forma casual el
último día de curso porque su comportamiento es tan normal que pasa
desapercibido. Lo mismo sucede con el grupo al que me refiero: los malthusianos.
La idea de Malthus es simple pero grandiosamente conspirativa: la población
crece geométricamente, mientras que los alimentos lo hacen en una proporción
aritmética. Eso significa que los alimentos no serán suficientes para
satisfacer las necesidades de la humanidad, lo que provocará guerras y
catástrofes de todo tipo hasta llegar a una reducción considerable del número
de componentes de la especie humana.
Esto, aparentemente, no plantea graves problemas. Es – por llamarlo de
alguna manera – una apuesta. Malthus apuesta que la población va a aumentar
mucho más rápidamente que sus recursos y que esto va a generar grandes
calamidades. Otros autores, como Marx, lanzan otra apuesta y afirman que el
problema no consiste en una falta de existencias sino en una mala repartición
de las mismas.
No obstante, imaginemos por un momento que unos cuantos malthusianos se
reúnen en secreto y deciden que, en efecto, la población humana está aumentando
en exceso y que es necesario, por tanto, tomar medidas que detengan dicho
proceso. Es importante subrayar que en dichas reuniones tales sujetos se
refieren a la población humana como si ellos no formaran parte de ella, como si
no comieran, no bebieran y no procrearan. Como si fueran extraterrestres
controlando el mundo. Incluso cuando afirman “somos demasiados”, hay que saber
que se trata de una afirmación incompleta. En realidad, a lo que se refieren es
a que: “Somos demasiados. Vosotros sobráis.”
Así que antes de que la
falta de alimentos origine guerras y conflictos incontrolados e incontrolables,
tratan de desarrollar estrategias que les permita dirigir el asunto.
Los anticonceptivos y el hedonismo no parecen haber sido suficientemente
efectivos. Se hace por tanto imprescindible introducir métodos que no por ser antiguos
resultan menos efectivos. Uno es la guerra, el otro es la enfermedad. Los
deseos de paz de los ciudadanos y el desarrollo de la medicina complican la
realización de sus objetivos.
Hasta ahora.
Al parecer los grupos más
radicales de malthusianos han conseguido que lo que los videos más exagerados
de YouTube venían denunciado desde hace años: el deseo de algunos de reducir a
la población, empiece a considerarse como una teoría real de la conspiración y
no sólo como cuentos de miedo.
En este momento ni siquiera me extraña que amigos y enemigos hayamos de enfrentarnos
dentro de poco tiempo a tres guerras: contra los Islamistas fundamentalistas,
contra Rusia y contra el ébola. Eso sin contar las guerras regionales, claro.
¿Y cómo sigue la historia?
Bien.
Se organizan tres frentes principales de acción para controlar el conflicto
sin olvidar que en cada conflicto existen dos partes. Ello determina cinco
grupos de acción enfrentándose a la muerte además de un virus que antes de
morir, suponiendo que lo haga, matará al suficiente número de individuos como
para pasar a los anales de la historia humana.
Estados Unidos y compañía
se enfrentan a los islamistas fundamentales.
Alemania está obligada a
prepararse para un futuro conflicto con Rusia.
Francia – esa era la idea-
había de enfrentarse al ébola. Digo que esa era la idea porque hace un par de
días leí lo que no tuve tiempo para comentar: la conclusión a las que sesudos
científicos habían llegado, que aseguraba que Francia, con un 75% de
posibilidades, era el país europeo en el que antes aparecería el ébola, seguido
de Inglaterra con un 50%. Como suele pasar cuando los sesudos científicos
juegan a elaborar modelos ideales en sus despachos de estatística, esta vez han
vuelto a equivocarse y el país elegido por el ébola ha sido... España, que en
un principio ni siquiera era favorita.
Si eso les pasa a los científicos y sus juegos de modelos, imagínense ustedes qué
no les pasará a los que se dedican a jugar a las conspiraciones. Como suele
decirse: “Se hacen planes y salen planetas”.
No obstante, en el caso que nos ocupa, el de los malthusianos, resulta difícil que no ganen la partida. A
ellos, excepción hecha de sí mismos, les da igual quién muera. Lo importante es que unos cuantos - cuantos más
mejor- mueran.
Ya se encargarán los supervivientes de enterrarlos.
Nota:
No teman.
Esto que acaban de leer es sólo una teoría de la conspiración.
Como todos ustedes saben, las teorías de la conspiración son siempre
falsas. De sobras es conocido que para matar y morir no hace falta conspiración
alguna. Nos bastamos nosotros solitos.
Es cosa de hombres.
¿Y el ébola?
¡Ah! El ébola.
No es humano y además muta.
La primera vez que escuché hablar de él fue a
comienzos de los años noventa cuando mi amigo, el médico Carlos Saldaña,
acababa de volver de África.
A mi me asombra que se haya expandido tanto en tan
poco tiempo.
A él, en cambio, le admira que haya tardado tantos
años en hacerlo.
Isabel Viñado Gascón
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