¿Para qué
escribir cuándo todos sabemos que las últimas noticias son, en realidad,
variaciones sobre el único tema que interesa, o sea: la falta de dinero?
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Primer problema: Unión de Länder en
Alemania
Parece ser que ahora en Alemania una serie de
Länder proponen unirse. A algunos les asombra que
este proyecto surja justo cuando en Europa una serie de regiones están luchando por
conseguir independizarse de los países a los que han estado unidas durante
siglos.
¿Fenómenos contrarios?
En absoluto. Simplemente distintas respuestas para intentar solucionar un
mismo problema: la deuda y el endeudamiento.
Ya expliqué en mi blog “El libro de la semana”, en el post “Benito Cereno”
que no es que los alemanes, al contrario de lo
que les pasa a los pueblos de carácter postmoderno (por llamarlos de algún
modo), no estén preocupados por la cuestión de la existencia. Pero desde su
perspectiva, la existencia constituye un problema, no una tragedia. Y –como
todos los problemas de este mundo- tiene una solución. Puede ser que su
búsqueda les suma en profundas disquisiciones, en complicados razonamientos o
en laberintos irracionales y monstruosos. Puede ser que sus esfuerzos les
conduzcan al agotamiento mental y espiritual o al más profundo de los enfados.
Pero nunca aceptarán la premisa de que la existencia carece de sentido. Los
alemanes albergan la absoluta e irrebatible convicción de que la solución está ahí y de
que simplemente hay que descubrirla. En cuanto a la colectividad se
refiere, no conozco a ningún alemán que soporte a su vecino. Ello le
insta a dictar un sinfín de normas jurídicas dedicadas a regular sus relaciones
hasta el más mínimo detalle, de manera que para cada pequeño conflicto exista
una solución. Así pues, la comunicación con el de al lado se reduce a saludos
sumamente corteses y a un par de pequeñas observaciones acerca del tiempo, del
jardín o de las vacaciones. El alemán es un hombre práctico por naturaleza y
tradicional por costumbre.
Así pues, el alemán ama su independencia tanto como su libertad. La
libertad cuesta dinero. La independencia exige un carácter fuerte y
disciplinado. La falta de dinero impiden ejercitar la una y desarrollar la
otra.
Es necesario remarcar que “falta de
dinero” no es lo mismo que “no tener dinero”. Una persona puede no tener dinero para ir al cine, para
hacer un viaje o para comer en un restaurante, pero eso no implica que no pueda
cubrir sus necesidades mínimas. Sólo en el caso de que no pueda cubrir es
cuando se puede hablar de falta de dinero.
No es simplemente que la cuenta bancaria esté en cero. Es que está en números
rojos. Urge entonces determinar qué gastos se pueden reducir o incluso
eliminar. Pero cuando eso ya no es posible, es cuando hay que unir fuerzas o, por el contrario,
buscar la suerte por separado.
¿De qué depende que se siga una u otra opción?
De la confianza que tengamos en las fuerzas de nuestro vecino. A nadie le
gusta ser utilizado.
En España sabemos que la figura del pícaro sigue dominando la esfera. Así
que el unirse obliga a detenerse a considerar primero quién de ellos se va a
llevar “más tajada”. Y no es infrecuente encontrar que la comunicación se
torna imposible por aquéllo de “donde dije digo, digo Diego”. Así pues, ante
una posible unión, la desconfianza es mutua. Con esto no estoy tratando de
afirmar que el alemán no tenga defectos. El más importante de todos es, sin
dudal alguna, su falta de memoria. En general, no suele acordarse de nada. Por
eso, seguramente, lo anota todo. No sólo lo que él dice y hace. También lo que
dicen y hacen los demás. A partir de ahí, la única labor es la de la
interpretación. Pero de eso ya se ocupan los juristas.
El alemán ha de poner, sin embargo, un especial cuidado en elegir a sus
socios. Al motivo anteriormente enunciado, hay que sumar el hecho de que sus
recursos – no nos cansaremos de repetirlo- son especialmente limitados. El
clima es frío, la tierra pobre. Ama a sus bosques porque sabe que ellos
constituyen su único refugio en caso de necesidad. Son los bosques los que
históricamente le han calentado y los bosques los que le han alimentado e
incluso protegido del enemigo. Esa escasez habitual a la que constantemente ha
tenido que hacer frente ha hecho de él un hombre austero en el gasto, parco en
palabras, y activo en el hacer. Por eso al alemán, salvo que sea absolutamente
necesario, le molesta utilizar retóricas vacías, como la de la solidaridad y
otras lindezas. Él prefiere ir al grano. Y a este respecto hay que reconocer que cuando
está en su casa y no tiene que preocuparse de las susceptibilidades ajenas, es
incluso aún todavía más directo.
La proposición que plantea la unión de una serie de vecinos significa en
primer lugar, que saben que se encuentran dentro de una situación tan sumamente
difícil que resulta imposible superarla con sus posibilidades individuales. Y
en segundo lugar, que son conscientes de que de superar dicha situación depende
su propia supervivencia. La conclusión es que quizás la única medida a adoptar
sea la de la cooperación. Y si la cooperación se vislumbra como alternativa es porque
están absolutamente seguros de que cada uno de ellos van a remar al mismo
tiempo, en la misma dirección y con las mismas fuerzas.
¿Lo llevarán a cabo?
Yo, francamente, espero que no.
Esa unión significaría que las cosas van mal, realmente mal.
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Segundo Problema: Gran Bretaña tiene que
aportar más dinero del acostumbrado a la UE.
Y claro, Gran Bretaña no quiere. Nigel Farange se frota las manos. Él y
todos los otros partidos que, al igual que el suyo, están defendiendo en sus
respectivos países la salida del euro y el abandono del sueño europeo.
Al parecer, la cooperación entre los distintos Estados europeos sólo ha
sido posible en tiempo de ventura. Cuando la tormenta arrecia, prefiere
lanzarse el grito de “!sálvese quién pueda!”.
En cierto modo es comprensible. Se ha abusado del empleo del término “solidaridad”
hasta un punto en que ha pasado a ser sinónimo de “beneficencia”, para los unos
y de “ayuda pagada”, para los otros. Unos se niegan a que sus fuerzas sean
utilizadas para alimentar a los vagos que durante años han vivido por encima de
sus posibilidades. Los otros se oponen firmemente a conventirse en los esclavos
de los que les quieren tiranizar con inaceptables condiciones económicas para
de este modo conseguir el éxito de las economías de sus naciones.
¿La desunión de Europa?
Espero que no.
Dicha desunión significaría que las cosas van mal, realmente mal.
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Tercer problema: Los bancos.
Parece ser que los Estados Unidos quieren dejar de inyectar estímulos en la
economía del país en forma de dinero y hacer lo que en Europa no se atreven a
hacer: subir los tipos de interés. ¿Por qué no? Porque los europeos andan
comprando deuda por aquí y por allá, lo cual –claro- les impide, por la cuenta
que les trae, subir los tipos. Algunos barajan incluso la posibilidad de que a
partir de una determinada cantidad, las personas privadas estén obligadas a
pagar por los depósitos que las personas privadas guardan en los bancos.
Uno de los principales juristas del “Deutsche Bank”, se ha suicidado y
parece que no es el primero. ¿Y? Francamente ¿A quién puede asombrarle tal
hecho? Que el Deutsche Bank tiene problemas, graves problemas, es un secreto a
voces. Los esfuerzos por salvar la vida de un gigante que sufre de cáncer han
resultado infructuosos. Ahora sólo queda determinar cuándo se va a anunciar su
muerte. El acta de defunción todavía no se ha firmado. Se trata de ganar
tiempo. ¿Para qué? Nadie lo sabe. Los optimistas piensan que pretenden repartir tantos impermeables como sean posibles para protegernos de la que se nos
avecina. Los pesimistas, en cambio, predicen que la tormenta va a ser de tal
calibre que los impermeables no van a servir de gran cosa y que quieren salvar
lo único que realmente les preocupa: su propio pellejo.
Ante la crisis que sufren los bancos, la fusión parece inevitable.
¿La unión bancaria?
Espero que no.
Ello propiciaría el que los bancos dejaran de ser los ladrones de guante
blanco que todos conocemos para pasar a convertirse en mafias
organizadas internacionalmente. Algunos aseguran que ya lo son.
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Cuarto problema: Los jóvenes que quieren
ir a alistarse al IS
Los medios de comunicación no cesan de preguntarse por qué tantos jóvenes
están intentando unirse al IS.
En un mundo de locos como en el que actualmente vivimos, que algunos jóvenes
quieran ir a luchar por causas que constituyen a todas luces una locura es, tal
vez, lo menos asombroso. Ya no sé ni cuántas veces lo he escrito, ni cuántas
veces lo he dicho. Los jóvenes no quieren tolerancia. La tolerancia juvenil
actual se ha convertido en un pacto de no agresión de unos grupos a otros y no
tiene nada que ver con ninguna forma de comunicación que se precie. Los jóvenes
anhelan la virtud, es cierto. Pero desean algo aún más importante que las
virtud: la fe, los sueños vivos, la aventura.
Se les ha acostumbrado a ver películas en las que los héroes ya no son
guapos y bien vestidos con una clara visión de dónde acaba el bien y empieza el
mal. Sus héroes han sido en general antihéroes: mal vestidos, malolientes,
rudos en sus maneras, contrarios a los esquemas establecidos...
Se les repite que las organizaciones son corruptas, que los políticos roban
a los ciudadanos, que provocan el paro, que las empresas se nutren de esclavos a los que pagan salarios insuficientes para cubrir los gastos mínimos, que las estructuras están caducas, que los medios de comunicación
les mienten, que la información no es información sino manipulación.
Se despiertan en un mundo real en el que las palabras no sirven para buscar
la verdad sino para reflejar el cinismo de los caracteres de quiénes las usan. El
silencio se ha convertido en la única defensa del justo.
La Iglesia predica el perdón pero ¿cómo perdonar al que ni siquiera se siente
en la obligación de pedir perdón porque pedir perdón significa rebajarse al
enemigo? La consecuencia de ese amor universal del que habla la Iglesia implica
el perdón universal ¿pero qué pasa con el perdón al malvado de turno del aquí y
ahora? ¿Qué pasa con ése que está a mi lado, ése que me ha hecho tanto daño tantas
veces y al que he perdonado tantas veces que ni siquiera se considera obligado
a arrepentirse de su conducta, de modo que yo he terminado por debilitarme,
mientras él ganaba la arrogancia del vencedor insensato? ¿Qué pasa con ese que destroza
a diestro y siniestro por twitter, por facebook y confunde bondad con debilidad
y fuerza con despotismo?
En ese estado de locura general, unos jóvenes se mimetizan con los cínicos
y se integran en el sistema; otros, se refugian en la soledad de su habitación, otros se lanzan al suicidio y a la autodestrucción,
otros acribillan a balazos a sus compañeros y otros se largan a tierras lejanas
a luchar por principios por los que morir.
Aunque parezca asombroso: la unión y la desunión no juegan en este caso
ningún papel relevante.
Por si acaso todavía no lo han comprendido: lo importante aquí es el morir,
no los principios.
Isabel Viñado Gascón.
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