Ayer un chico de trece años fue al colegio. Asesinó a un profesor e hirió a
algunas otras personas. Hoy la “Nueva Inquisición”, o sea, la “Opinión Pública”,
no sólo exige su cabeza; pide, también, una reforma de la Ley Penal de modo y
manera que los menores de catorce años adquieran responsabilidad penal. Uno de
los periódicos incluso convoca una votación al respecto. El resultado no puede
ser más claro: Un noventa por ciento de los que han votado está a favor de la
propuesta.
Mientras tanto, otros ciudadanos andan preguntándose en qué ha fracasado la educación
en España. Las teorías al respecto son variadas: las instituciones, que con sus
políticas de tolerancia y permisividad despojaron a los maestros de su
autoridad; los maestros, que lo permitieron; los padres, que querían el
aprobado para sus hijos... El denominador común a todas estas respuestas es la
misma: la falta de autoridad y de respeto en la sociedad actual.
Y bien... ¿qué quieren que les diga?
¡HAY COSAS QUE CLAMAN AL CIELO!
Y esta: la hipocresía de Fuenteovejuna, es una de ellas.
A veces cuando me despierto tengo la impresión de que estoy en una pesadilla.
Hoy es una de esas veces. Y es que la hipocresía de Fuenteovejuna, su necedad,
no se si mental pero en cualquier caso espiritual, me hiela el alma.
En una época de política de reinserción de los presos y de los enfermos
mentales en la sociedad, en un país en el que constantemente se reivindica que
los etarras encarcelados sean trasladados a prisiones cercanas a sus familias, Fuenteovejuna
se dedica a considerar la posibilidad de que los menores de catorce años vayan al mismo lugar del que se pretende que
los monstruos de la sociedad salgan lo antes posible para no terminar siendo
peores de lo que entraron; se pretende encerrar a chicos que no saben dónde
tienen la cabeza en los mismos sitios que los expertos juran y perjuran que son
simplemente escuelas de corrupción física, mental y moral.
Una de dos: o los expertos nos han estado engañando, con lo cual todas esas
políticas de reinserción del delincuente no sirven para nada y hay que volver
al garrote vil, o tienen razón. Si tienen razón en considerar que la cárcel no
es un buen lugar para el adulto y que
hay que intentar otra vías ¿qué no habremos de intentar con chicos que aún no
han empezado a vivir y ya han de cargar con un muerto a sus espaldas el resto
de su vida? ¿ No es bastante castigo, ya? Aunque se reinserte, aunque se cure –
en el caso de que se trata de un brote psicótico- ¿no es terrible el no poder
desprenderse de ese momento de su vida? A mí, francamente, me parece aterrador
que alguien quiera meterlo en la cárcel cuando la sociedad ya ha establecido
lugares adecuados para tales menores. Mucho más aterrador me parece si de lo
que se trata es de un enfermo mental que ni hoy ni nunca va a poder asumir
responsabilidad de sus actos.
¡Ah! Esta Fuenteovejuna siempre con sus patéticos “pobrecito”, siempre con
sus falsos “te quiero, te quiere”...
¡Hipocresía, vil y villana
hipocresía con la que ocultar su insaciable sed de sangre!
La educación ha fallado –
afirma dignamente sin que nada ni nadie la enternezca. Con esa dignidad aprendida de los Césares de este mundo.
Pero la de Fuenteovejuna es una dignidad tan falsa y timorata como todo lo que
dice y hace. Simplemente una pose. Detrás no hay nada. Es un simple gesto.
Detrás el vacío: ¿intelectual?
¡Peor aún! ¡espiritual!
Fuenteovejuna cuando no duerme, quiere espectáculo: cuanto más sangriento
mejor.
¡Vivan los toros, y olé!
¿Quién está en contra de los toros?
¿Quién está en contra de la Fiesta Nacional?
¡Traición a la Patria!
¡Al patíbulo con él!
No es suficiente con la emoción de las elecciones; no es bastante con que
los delitos fiscales hayan adquirido una gravedad paralela e incluso superior a
la del asesinato con alevosía. No. Es necesario que los chicos menores de trece
años vayan a la cárcel.
“La educación ha fallado” – repite. Y mueve la cabeza como si el asunto le
preocupara mucho, como si ni siquiera le permitiera conciliar el sueño.
“Se ha perdido el respeto”, “se ha perdido la autoridad” –repite una y otra
vez.
Lo repite porque suena bien, porque son esas frases, justamente, las que le
hacen parecer más digna y más sensata de lo que es. Porque tales frases ocultan
no sólo su necedad; también su estulticia. Diciendo tales frases, Fuenteovejuna
se siente sabia.
¿Qué respeto y que autoridad? ¿Ese respeto y esa autoridad que permitía a
los padres golpear a los hijos con el cinturón y a los maestros con el palo o la
regla de madera? ¿Qué autoridad? ¿Esa que hacía de los jóvenes cómplices y
colaboradores de los régimenes fascistas? ¿Esa que permitía a los pederastas
abusar de sus alumnos? ¿Esa que obligaba al silencio para no ser expulsado del
centro? ¿Esa que obligaba a callar para no ser un apestado en la familia y en
la sociedad? ¿Esa basada en el diálogo manipulador y sentimentaloide del “haz
lo que quiero que es por tu bien”? ¿Esa que es “por tu bien” porque si no haces
lo que yo te digo, te enteras?
En vez de hablar de una
autoridad que significa mi autoridad hacia el otro y de un respeto que no
significa más que el respeto del otro hacia mí, sería mejor admitir que
Fuenteovejuna es hipócrita en sus pretensiones y en sus comportamientos, que la
Opinión Pública es necia y cuando no está dormida pide emociones. En vez de
buscar culpables que justifiquen sus errores, Fuenteovejuna debería entonar el “mea
culpa”. Tal vez entonces podríamos llegar a una solución distinta a la del
linchamiento.
Isabel Viñado Gascón.
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