Tuesday, April 21, 2015

La hipocresía de Fuenteovejuna y la discutida reforma penal para menores.

Ayer un chico de trece años fue al colegio. Asesinó a un profesor e hirió a algunas otras personas. Hoy la “Nueva Inquisición”, o sea, la “Opinión Pública”, no sólo exige su cabeza; pide, también, una reforma de la Ley Penal de modo y manera que los menores de catorce años adquieran responsabilidad penal. Uno de los periódicos incluso convoca una votación al respecto. El resultado no puede ser más claro: Un noventa por ciento de los que han votado está a favor de la propuesta.

Mientras tanto, otros ciudadanos andan preguntándose en qué ha fracasado la educación en España. Las teorías al respecto son variadas: las instituciones, que con sus políticas de tolerancia y permisividad despojaron a los maestros de su autoridad; los maestros, que lo permitieron; los padres, que querían el aprobado para sus hijos... El denominador común a todas estas respuestas es la misma: la falta de autoridad y de respeto en la sociedad actual.

Y bien... ¿qué quieren que les diga?

¡HAY COSAS QUE CLAMAN AL CIELO!

Y esta: la hipocresía de Fuenteovejuna, es una de ellas.

A veces cuando me despierto tengo la impresión de que estoy en una pesadilla. Hoy es una de esas veces. Y es que la hipocresía de Fuenteovejuna, su necedad, no se si mental pero en cualquier caso espiritual, me hiela el alma. 

En una época de política de reinserción de los presos y de los enfermos mentales en la sociedad, en un país en el que constantemente se reivindica que los etarras encarcelados sean trasladados a prisiones cercanas a sus familias, Fuenteovejuna se dedica a considerar la posibilidad de que los menores de catorce años  vayan al mismo lugar del que se pretende que los monstruos de la sociedad salgan lo antes posible para no terminar siendo peores de lo que entraron; se pretende encerrar a chicos que no saben dónde tienen la cabeza en los mismos sitios que los expertos juran y perjuran que son simplemente escuelas de corrupción física, mental y moral.

Una de dos: o los expertos nos han estado engañando, con lo cual todas esas políticas de reinserción del delincuente no sirven para nada y hay que volver al garrote vil, o tienen razón. Si tienen razón en considerar que la cárcel no es un buen lugar para el adulto  y que hay que intentar otra vías ¿qué no habremos de intentar con chicos que aún no han empezado a vivir y ya han de cargar con un muerto a sus espaldas el resto de su vida? ¿ No es bastante castigo, ya? Aunque se reinserte, aunque se cure – en el caso de que se trata de un brote psicótico- ¿no es terrible el no poder desprenderse de ese momento de su vida? A mí, francamente, me parece aterrador que alguien quiera meterlo en la cárcel cuando la sociedad ya ha establecido lugares adecuados para tales menores. Mucho más aterrador me parece si de lo que se trata es de un enfermo mental que ni hoy ni nunca va a poder asumir responsabilidad de sus actos.

¡Ah! Esta Fuenteovejuna siempre con sus patéticos “pobrecito”, siempre con sus falsos “te quiero, te quiere”... 

 ¡Hipocresía, vil y villana hipocresía con la que ocultar su insaciable sed de sangre!

La educación ha fallado – afirma dignamente sin que nada ni nadie la enternezca. Con esa dignidad aprendida de los Césares de este mundo. Pero la de Fuenteovejuna es una dignidad tan falsa y timorata como todo lo que dice y hace. Simplemente una pose. Detrás no hay nada. Es un simple gesto. Detrás el vacío: ¿intelectual?
¡Peor aún! ¡espiritual!

Fuenteovejuna cuando no duerme, quiere espectáculo: cuanto más sangriento mejor.

¡Vivan los toros, y olé!

¿Quién está en contra de los toros?

¿Quién está en contra de la Fiesta Nacional?

¡Traición a la Patria!

¡Al patíbulo con él!

No es suficiente con la emoción de las elecciones; no es bastante con que los delitos fiscales hayan adquirido una gravedad paralela e incluso superior a la del asesinato con alevosía. No. Es necesario que los chicos menores de trece años vayan a la cárcel.

“La educación ha fallado” – repite. Y mueve la cabeza como si el asunto le preocupara mucho, como si ni siquiera le permitiera conciliar el sueño.

“Se ha perdido el respeto”, “se ha perdido la autoridad” –repite una y otra vez.

Lo repite porque suena bien, porque son esas frases, justamente, las que le hacen parecer más digna y más sensata de lo que es. Porque tales frases ocultan no sólo su necedad; también su estulticia. Diciendo tales frases, Fuenteovejuna se siente sabia.

¿Qué respeto y que autoridad? ¿Ese respeto y esa autoridad que permitía a los padres golpear a los hijos con el cinturón y a los maestros con el palo o la regla de madera? ¿Qué autoridad? ¿Esa que hacía de los jóvenes cómplices y colaboradores de los régimenes fascistas? ¿Esa que permitía a los pederastas abusar de sus alumnos? ¿Esa que obligaba al silencio para no ser expulsado del centro? ¿Esa que obligaba a callar para no ser un apestado en la familia y en la sociedad? ¿Esa basada en el diálogo manipulador y sentimentaloide del “haz lo que quiero que es por tu bien”? ¿Esa que es “por tu bien” porque si no haces lo que yo te digo, te enteras?

En vez de hablar de una autoridad que significa mi autoridad hacia el otro y de un respeto que no significa más que el respeto del otro hacia mí, sería mejor admitir que Fuenteovejuna es hipócrita en sus pretensiones y en sus comportamientos, que la Opinión Pública es necia y cuando no está dormida pide emociones. En vez de buscar culpables que justifiquen sus errores, Fuenteovejuna debería entonar el “mea culpa”. Tal vez entonces podríamos llegar a una solución distinta a la del linchamiento.

Isabel Viñado Gascón.




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