Esta mañana he leído en el periódico que crece el número de chicos que repiten un curso y que sienten desinterés por los estudios. Para solucionar el problema, los jesuitas experimentan con nuevos métodos pedagógicos y en Finlandia
están considerando seriamente la idea de reducir el número de asignaturas: “Menos
asignaturas y más saber”, podría ser la divisa.
Sin embargo, antes que nada
habría que atender a dos aspectos, a mí modo de ver esenciales:
Primero, que el estudio no es
cosa de muchos sino de pocos y que la mayoría se interesa por las ventajas
prácticas que le pueda aportar - esto es, un trabajo, un ascenso social, mejor calidad de vida- más que por el enriquecimiento espiritual
que tal estudio conlleva.
Ahora a los escolares se les obliga a engullir una serie de conocimientos que nadie sabe muy bien qué les pueden aportar. El saber por el saber, sigue siendo -hoy como ayer- cosa de una reducida minoría, y lo que aprenden en la escuela no les sirve gran cosa para conseguir los objetivos reales a los que aspiran. Con los escolares se hace lo que las madres hacen con los hijos que se niegan a comerse los garbanzos: se les tiene horas y horas delante de la comida, ya fría. Unas veces, se les intenta convencer; otras, se juega con ellos y de repente la cuchara se transforma en un avión que quiere aterrizar dentro de la boca. El primer avión lo consigue y el segundo termina estrellado y con todo el equipaje desparramado por la ropa del crío. En ocasiones se les retira el plato de la mesa y se les vuelve a ofrecer a la hora de la cena y del desayuno del día siguiente hasta que el hambre, que no las ganas, le obliga comérsela. Pero ahora es un plato frío, que no sabe a nada. Y el niño, claro, no lo saborea. Lo traga incluso tapándose la nariz para sobrellevar mejor el desagradable momento.
Todo esto conserva su validez mientras los padres saben qué los garbanzos son fundamentales en la dieta del joven. El problema es cuándo hay tanta cantidad de comida que garbanzos o lentejas, francamente, lo mismo da y cuando el otrora irrebatible: "porque lo digo yo", hace tiempo que ha dejado de ser un argumento.
Con los estudios sucede que ya no se sabe qué hay que estudiar para encontrar un empleo, qué es importante saber para ser un hombre "de bien", tanto en sentido moral como social. Los planes de estudios muestran tanta confusión como los que los preparan y así al muchacho los conocimientos se le presentan como al mal comedor los garbanzos: frios y sin sabor. Se tragan porque no hay más remedio pero uno ignora el sabor porque los ha engullido con la nariz tapada, pensando en terminar cuanto antes con asunto tan desagradable y molesto.
Ahora a los escolares se les obliga a engullir una serie de conocimientos que nadie sabe muy bien qué les pueden aportar. El saber por el saber, sigue siendo -hoy como ayer- cosa de una reducida minoría, y lo que aprenden en la escuela no les sirve gran cosa para conseguir los objetivos reales a los que aspiran. Con los escolares se hace lo que las madres hacen con los hijos que se niegan a comerse los garbanzos: se les tiene horas y horas delante de la comida, ya fría. Unas veces, se les intenta convencer; otras, se juega con ellos y de repente la cuchara se transforma en un avión que quiere aterrizar dentro de la boca. El primer avión lo consigue y el segundo termina estrellado y con todo el equipaje desparramado por la ropa del crío. En ocasiones se les retira el plato de la mesa y se les vuelve a ofrecer a la hora de la cena y del desayuno del día siguiente hasta que el hambre, que no las ganas, le obliga comérsela. Pero ahora es un plato frío, que no sabe a nada. Y el niño, claro, no lo saborea. Lo traga incluso tapándose la nariz para sobrellevar mejor el desagradable momento.
Todo esto conserva su validez mientras los padres saben qué los garbanzos son fundamentales en la dieta del joven. El problema es cuándo hay tanta cantidad de comida que garbanzos o lentejas, francamente, lo mismo da y cuando el otrora irrebatible: "porque lo digo yo", hace tiempo que ha dejado de ser un argumento.
Con los estudios sucede que ya no se sabe qué hay que estudiar para encontrar un empleo, qué es importante saber para ser un hombre "de bien", tanto en sentido moral como social. Los planes de estudios muestran tanta confusión como los que los preparan y así al muchacho los conocimientos se le presentan como al mal comedor los garbanzos: frios y sin sabor. Se tragan porque no hay más remedio pero uno ignora el sabor porque los ha engullido con la nariz tapada, pensando en terminar cuanto antes con asunto tan desagradable y molesto.
Segundo, los chicos difícilmente
pueden sentir interés por lo que a su propia sociedad le resulta completamente
indiferente. Si la sociedad únicamente se interesa por los restaurantes de
moda, los complejos turísticos, la última moda e ingresar dinero pero no por el
buen teatro y la buena literatura es casi seguro que los jóvenes seguirán esa
tendencia. Si los valores que se respetan son el culto al cuerpo y las reuniones
sociales pero no la meditación y la reflexión serena, es previsible que los
jóvenes también lo hagan. Los jóvenes son hijos de su tiempo. Rebelarse contra
determinados valores resulta siempre difícil porque conlleva el ostracismo
social que ha de convivir con las dudas que asaltan a la joven alma sobre si ha
hecho lo que debía o no; si ha sido su razón o su orgullo la guía de su
rebeldía...
Es curioso: antiguamente solamente se dedicaban a estudiar los que no servían para otra cosa y ahora sólo se dirigen al aprendizaje de los oficios los que de ninguna manera sirven para estudiar. Con ello no se ganan sabios sino bostezos y sí, en cambio, se pierden muchos buenos artesanos y constructores.
En vez de preocuparnos por el
estudio teórico de los jóvenes – para el cual sólo unos pocos elegidos están dotados y por el cual sólo unos pocos de esos elegidos siente un verdadero interés, lo cual no es de extrañar porque sus biografías
muestran que la mayor parte de ellos más que "elegidos" debería llamarse“condenados” – quizás fuera mejor encauzarles hacia el estudio práctico. Nuestros hijos no serán más sabios de lo que son,
es cierto; pero desde luego sí menos ignorantes y seguramente más felices
consigo mismos porque aunque siguieran desconociendo las hazañas y descubrimientos de otros
hombres, sabrían de lo que ellos son capaces. Serían conscientes de sus potencias
y de sus potencias potenciadas.
¡Quién sabe! A lo mejor entonces dejaban de encerrarse
en mundos virtuales para ir a colaborar en la construcción del edificio del
mundo real.
Isabel Viñado Gascón
No comments:
Post a Comment