Tuesday, May 26, 2015

Nota de última hora


La amonestación que hace dos días lanzaron los Estados Unidos a los soldados del ejército iraquí recriminándoles sus pocas ganas de luchar me parece del todo inaceptable. Esos hombres a los que pública y notoriamente se les recrimina su cobardía  llevan más de veinticinco años involucrados en una lucha que en muy pocos momentos han podido considerar "suya". Tan pronto eran "los malos", como "los sometidos", como "los liberados", como "los rebeldes". Esos soldados han visto morir a sus padres y abuelos, han visto morir a sus amigos, a sus hijos y, francamente, lo que los unos y los otros y los del más aquí y los del más allá hagan, les resulta indiferente. Han visto cómo caían derrocados regímenes totalitarios y cómo los que les sucedieron no fueron mejores. No tienen ganas de luchar por nada y mucho menos por nadie. Los intereses por los que se supone que esta vez tendrían que morir no son sus intereses. Su único interés radica en seguir vivos y si tienen que dejar pasar al ejército cortacabezas para no perder la suya le dejarán pasar. En realidad, a estas alturas, dejarán pasar a cualquiera que llame a su puerta. A esto unos le llaman cobardía. Otros, le llaman sensatez. El papel que han jugado los Estados Unidos en la guerra del Golfo ha sido cuestionado por casi todos, y eso incluye a los países aliados; imagínense ustedes qué no habrá sido dicho y pensado en el propio Irak.

¿A quién le preocupa realmente el bienestar del pueblo iraquí?

¿A quién le preocupa otra cosa que no sea su propio interés?

Los grupos de soldados chiitas que tan eficazmente están luchando tienen un interés: anexionarse una parte del Irak, cuanto más mejor. Los grupos iraquíes luchan contra el IS porque los Estados Unidos así lo han determinado. Se trata de estabilizar la zona. "Qué estabilización", se deben preguntar los soldados iraquíes, "en una zona en la que nunca la ha habido". Arabia Saudí, por su parte, apoya a los Estados Unidos no por amiga sino porque la unión hace la fuerza y ella está bastante interesada en mantener el Poder que detenta. Turquía tiene sus propias intenciones y es un colaborador un tanto misterioso: si bien su colaboración con el Occidente le reporta grandes beneficios, no está dispuesta en modo absoluto a permitir el establecimiento de un Estado Kurdo. Y en lo que a los kurdos se refiere, han sido puestos por los Estados Unidos como ejemplo de valentía olvidando con ello, o queriendo olvidar,  que la lucha de los Kurdos sirve, sobre todo, a conseguir el objetivo por el que desde hace tanto tiempo luchan: un Estado Kurdo que Turquía nunca aceptará libremente.

Lo hemos dicho desde el principio: en esta guerra los aliados de los Estados Unidos no son aliados ni de los Estados Unidos ni del Occidente; ni siquiera son aliados entre sí. En realidad la alianza contra el IS la conforman países que luchan juntos para defender sus propios intereses económicos y políticos. Con los americanos no les une ni siquiera el sentimiento de la simpatía y si estuvieran seguros de que ayudar a los extremistas les permitiría seguir en el poder, más de uno de ellos se mostraría bastante dispuesto a colaborar para que el Imperio saliera derrotado. 

El problema es que no pueden confiar en el IS. 

El IS en su radicalidad quiere transformar el mundo espiritual y políticamente y por tanto no está dispuesto a acatar las órdenes de gobiernos de la zona que ellos consideran decadentes y corruptos, y que no han observado las leyes del islam adecuadamente.El IS es antioccidental, anticristiano, sí. Pero el IS es también el movimiento "anticorrupción" de la zona. Ése justamente es uno de los elementos que los periódicos occidentales desatienden. La reiterada pregunta de por qué tantos jóvenes están dispuestos a abandonar a sus familias y una vida en la que las necesidades materiales están más o menos cubiertas, se responde atendiendo a los crímenes y vejaciones que cometen. Esta respuesta es aceptada por los espectadores del sillón que, con "!qué monstruosidad!" por comentario, vuelven a cambiar de canal.

Pero no es válida. Los jóvenes no se van para asesinar así sin más. No es una banda de psicópatas los que se están yendo y los que se quieren ir. Los jóvenes se van para buscar la regeneración moral y espiritual que su sociedad no tiene. 
Están equivocados, sí. La renovación moral de un individuo nunca está fuera de él. Nunca son los otros los que pueden conseguirlo, es cierto. El joven también lo sabe. Pero el joven es idealista y cree en su cambio y en el cambio de los otros y a partir de ese cambio y de esa unión de los regenerados, en una transformación del grupo. El joven cree que es posible una reforma espiritual del mundo. Acepta la necesidad de la violencia para "limpiar" el mundo. Lo que buscan esos jóvenes es transformación espiritual. Y esta búsqueda es algo que no debería infravalorarse, porque esa búsqueda, al contrario de otras,  está llevada por una Fe Viva. Éste, éste es el verdadero problema al que hay que enfrentarse. Los jóvenes no van atraídos por la violencia sino por la transformación espiritual que creen que se va a producir y en la que desean tomar parte. Que ese deseo de colaborar en dicha transformación viene reforzada e incluso producida por el miedo al futuro, por la inseguridad laboral y por el odio a los valores occidentales, es total y absolutamente cierto. Que esos jóvenes están equivocados, también.
Pero repito: no estaría de más dedicarse a pensar en el tema de la renovación espiritual, de la Fe en cambiar el mundo y en crear sociedades de hombres santos y libres por aquello de que la Fe hace libre, por mucho que a más de uno le parezca un asunto baladí, apto únicamente para ingenuos. Los jóvenes que van son ingenuos y en su ingenuidad creen y en su creencia luchan y matan. Esto es algo que, repito, no hay que olvidar si se quiere entender el problema en su justa medida en vez de conformarse con respuestas cada vez más simples y más asombrosas por incomprensibles. 

El IS tiene un brazo militar, sí; pero también tiene un brazo político y una cabeza económica, amén de piernas informáticas. Mientras un brazo se dedica a perpetrar crímenes inenarrarables, los otros se reúnen para planificar las fases posteriores. No olvidemos que ya están en la segunda fase y al paso que van no tardarán en alcanzar la tercera. Su territorio se expande, sus aliados crecen no sólo en esa zona; también en África. Los enemigos están debilitados, exhaustos y divididos. Se habla del ejército iraquí, pero el ejército sirio no tardará -suponiendo que no lo esté ya- en encontrarse en sus mismas circunstancias. Los sirios hoy buscan refugio en Europa, es muy posible que mañana la busquen en el IS, con el que a fin de cuentas comparten la misma cultura y la misma religión, aunque entendidas de forma distinta. 


Los que no tardarán en entrar dentro de poco en acción son los grupos religiosos occidentales. El problema al que éstos se enfrentan es, sobre todo, de orden interno. La Iglesia cristiana está debilitada y muy pocos fieles están llevados de una Fe viva. 

Si Occidente quiere sobrevivir y vivir necesita apoyarse en una Fe Viva, una Fe que le permita sostener su existencia y luchar por ella. El laicismo ha perdido la guerra. La mujer ha perdido la guerra. Los valores de pluralidad, tolerancia, solidaridad, van palideciendo a medida que la crisis económica amenaza el Estado de Bienestar, por mucho que no dejen de repetirse una y otra y otra vez.

El problema, más bien la tragedia, es que la pluralidad de valores y el escepticismo de los últimos tiempos han determinado que ningún valor, ninguna virtud, nos parezca demasiado importante, ya no digo para morir, ni siquiera para vivir con ella, no vaya a ser que seamos tachados de "serios", de "dogmáticos" y de "soberbios".

¿Qué valor ha quedado al final en Occidente?

- El dictamen de la Opinión Pública.

¿Dónde están los virtuosos de Occidente?

En sus casas, meditando, haciendo oración, leyendo, reflexionando.

Igual que en estos momentos está haciendo Benedicto XVI.

Afuera llueve y hay demasiado ruido.


Isabel Viñado Gascón







Saturday, May 23, 2015

Guerra humanitaria

Una que soy yo, se asombra de que a alguien le pueda asombrar de la brutalidad de la que hacen gala los ejércitos implicados en la guerra de Oriente Medio; esa del IS contra los demás y de la de los demás contra el IS, como si no hubiéramos visto nunca las monstruosidades de la que los hombres son capaces, como si no hubiéramos tenido noticia de la guerra de Yugoslavia, de Nigeria, de las Torres Gemelas de New York...

El IS es un movimiento que hace unos meses se encontraba todavía en un primer estadio: en ése en el que un grupo pretende construir su propio Estado o como ellos le denominan: Califato. En esa primera fase, el ius belli no está legitimado por la ley sino por la voluntad constitutiva. Dicha voluntad inicial es indómita, cruel, narcisista y desorganizada, ya se trate de un movimiento militar o de una formación política. No obstante, si consigue sobrevivir el caos que caracteriza dicho periodo originario es muy probable que consiga establecerse y expandirse.

Mi esperanza era, a qué negarlo, que el mismo IS terminara destruyéndose a sí mismo a causa de los conflictos internos, la droga y la miseria. Pero al parecer el apoyo que constantemente recibe del exterior, las ofertas de adhesión de otros grupos armados, las victorias conseguidas muchas veces por la intimidación y desmoralización que su crueldad ejercida y filmada ha provocado en las fuerzas de resistencia y, sobre todo, las disparidades que separan y enfrentan a las tropas enemigas, más ricas y mejor equipadas pero con pocas ganas de lanzarse a aventuras por las que en este momento no sienten un verdadero interés – le han terminado proporcionando grandes ventajas;  ventajas con las que en un principio no contaban y que, ciertamente, hubiera sido mejor que nunca hubieran conseguido.

Ahora el IS está en el segundo estadio: el de clarificación. Cada vez encontrará más simpatizantes: unos por interés y otros porque creerán encontrar en dicho movimiento la fuerza de la renovación del Hombre, como si el Hombre fuera un Todo en el Uno y un Uno en el Todo y por tanto, también fuera posible una renovación en masa: “la renovación del Hombre”, dicen. Dicen “la renovación del Hombre” por el mismo motivo que hablan de “la culpa del Hombre” y de “tu culpa”: porque no se atreven a decir “mi renovación”. Porque “mi renovación” y “mi culpa” son cargas demasiado pesadas y es mejor creer que uno vale demasiado como para tener que arrastrar esos sacos consigo mismo.

“Der Spiegel”  publica que el ejército iraquí y las milicias chiitas apoyadas por Irán están consiguiendo resistir y vencer al IS; sin embargo el periódico alemán teme que las tropas chiitas sean tan brutales como las del IS. También se muestra sumamente preocupado por la inhumanidad de los separatistas pro rusos en una actuación que todavía no se califica como guerra sino como un conflicto armado.

Pero ¿en qué piensan los periodistas cuando escriben tales líneas?  
La guerra es matar sin saber por qué se mata. La guerra no tiene nada que ver con un crimen por amor o con un robo por hambre. Allí, por lo menos, aún encontramos principios y deseos de un hombre, de un único hombre, por conseguir y proteger sus propios intereses. En cambio la guerra es matar, matar indiscriminadamente, matar sin ni siquiera pensar, matar al enemigo y a todos los que hagan falta, para conseguir desmoralizarlo.
La guerra es un juego sin reglas, por mucho que los políticos y las organizaciones internacionales se empeñen en recordarlas y en hacerlas cumplir. La guerra sólo tiene una norma: sobrevivir. Como desertar está prohibido, sólo queda una posibilidad: matar para no morir y en última instancia: matar para vencer. En la guerra no hay ni buenos ni malos, sólo muertos y supervivientes.

¿Violencia con reglas?  Eso no es una guerra. Eso es boxeo. Y todo lo que no sea boxeo es un “sálvese quién pueda” y un “Dios nos coja confesados”.

Tan fácil, tan sencillo.

¡Por Dios, lo vemos todos los días! La guerra no tiene nada que ver con la política.

No entiendo cómo es posible que algunos periodistas todavía no sepan que la guerra es, por definición, una práctica en la que la violencia más virulenta está permitida y costeada por la autoridad de los gobiernos, con el permiso de la ley. Los crímenes de guerra se revisan después de la contienda y siempre, cosas de la vida, por el ejército vencedor. Sí, curiosamente son siempre los vencidos los que han perpetrado crímenes contra la humanidad, nunca los vencedores. El problema de los soldados no es el problema de seguridad que tienen los ciclistas: “casco sí”, “casco, no”;  la principal cuestión que preocupa a los soldados no es la de saber qué vehículo tiene prioridad en el giro a la derecha, sino la de mantener la disciplina y las virtudes del asesino en activo. El desorden, la desidia, la apatía, el consumo de drogas incontrolado, la ausencia de mandos fuertes... todo ello son factores muchos más destructivos que el enemigo mismo.

¿Inhumano?

La gente habla de la brutalidad de la guerra y olvida lo crueles que son esos corrillos de desocupados y desocupadas que se reúnen para inventar líos, para propagar rumores falsos, para hacer culpables de los inocentes e inocentes de los culpables.

 ¿Inhumana la guerra?

No. La guerra no es inhumana.

Es el Hombre el que es inhumano.

Ese Hombre, capaz de afirmar que la guerra es el origen del progreso, el origen del desarrollo. Ese Hombre, capaz de cantar la heroicidad e idealismo de la guerra, cuando lo único que hay en ella es hedor y maldad. El mismo hedor y la misma maldad que se respira en los corrillos de desocupados y desocupadas que para entretener su tedio y su cansancio de nunca hacer nada, se dedican a sacrificar a un inocente, asesinándolo con la perversidad de sus lenguas y sus ignomiosas mentiras envueltas en sensiblería de víctima de telenovela. Y los inocentes ni siquiera tienen la posibilidad de defender su honor porque hoy día el honor encuentra poca defensa: ¡Mira que enfadarse por tan poca cosa! ¡Qué radical! Todo es una broma, cualquier insulto es una broma; o libertad de expresión; o simplemente una opinión. Esas guerras de desocupados y desocupadas que siembran de cadáveres las calles, cadáveres que nadie ve porque sus cuerpos siguen en pie aunque sus almas yacen asesinadas, sólo Dios sabe dónde...

Der Spiegel se preocupa de que la mujer sea violada y esclavizada por el IS.

A mí me preocupa que los periódicos prevean un próximo gran auge de la industria del porno. Me preocupa la sexualización de la vida diaria. Se ha convertido a la mujer en un objeto sexual y por si fuera poco muchos están convencidos de que la mujer estaba deseándolo. 
¿Cómo no van a pensarlo si ese es el mensaje que les lanzan todos los días? Mujeres liberadas para las cuales el sexo ha pasado de ser el sinónimo de “hacer el amor” a ser anunciado como una de esas cremas de las que se promete que una aplicación tres veces al día garantiza la eterna juventud. El sexo ha dejado igualmente de cumplir la función reproductiva tradicional y se ha convertido en un “aperitivo” de esos que se toman a cualquier hora del día. La nueva moda, o al menos, la nueva moda que pretenden introducir es la de que las mujeres tengan a sus hijos por fecundación artificial, asistida o como ustedes quieran, después de haber descongelado los ovarios que en su día fueron congelados y se unan a los espermatozoides igualmente congelados-descongelados.

Y en esto consiste lo que muchos denominan “el nuevo feminismo”.

En fin...

No sé ni cuántas veces lo he dicho ya.

El laicismo se ha traicionado a sí mismo.

La mujer también.

Si el IS vence, el mundo desembocará en una época de barbarie y salvajismo.

Al paso que vamos, el mundo también desembocará en el salvajismo y en la barbarie aunque el IS sea derrotado.

¿De qué me asombro?


Isabel Viñado Gascón.

Wednesday, May 20, 2015

Reformas educativas en Francia y en Italia

A veces una, que soy yo, se levanta con la extraña sensación de no haber dormido bien. Me acuerdo entonces de un cuento de los hermanos Grimm que leí de niña: un soldado había sido hechizado y su encantamiento consistía en levantarse cada noche para ir a trabajar sin que él tuviera conciencia de ello, debido a lo cual todas las mañanas notaba perplejo lo agotado que se encontraba. De haberlo escrito hoy, los hermanos Grimm no hubieran recurrido a los traviesos geniecillos: habrían preferido utilizar la abducción extraterrestre que, a fin de cuentas, viene a ser lo mismo. La única diferencia estriba en que en los cuentos de los hermanos Grimm, el final es casi siempre un final feliz; en cambio, los temas de extraterrestres están tomando unos vericuetos sumamente arriesgados y yo, francamente, me pregunto adónde quieren ir a parar y si tan siquiera saben adónde van a ir a parar.

Me preparo un café y antes de empezar la jornada doy un rápido repaso por los periódicos de medio mundo. Nada interesante, salvo las reformas educativas en Italia y en Francia. Busco en Youtube alguna noticia al respecto. De repente y sin pretenderlo, me tropiezo con un video de Youtube que se titula: “el Dios de la Biblia no es el Dios que creemos”, o algo por el estilo. En la portada aparece un extraterrestre encapuchado. Ni me inmuto. Ya he visto demasiados videos al respecto y casi todos terminan concluyendo lo mismo: El Dios de la Biblia era un extraterrestre que se oponía a que el hombre tuviera opción al conocimiento. Una primera interpretación a este “hecho” es que Lucifer es, en realidad, el Prometeo que consigue que el hombre salga de su oscuridad. Así pues, la puerta satánica abierta de par en par. Existe, también, una segunda interpretación: ese Dios de la Biblia que se opone al conocimiento y progreso del hombre es el Dios de los judíos. Con esto se abre la puerta al antisemitismo ¿sólo al antisemitismo? Algunos creen que sí. Lo siento por ellos: se equivocan; puesto que el Dios de la Biblia es el Dios de Abraham, esto abre la puerta al antisemitismo, al antiislamismo y al anticristianismo.

La cabeza sigue golpeándome con insistencia, pero con insistencia también busco qué les molesta a los franceses y a los italianos de sus respectivas reformas educativas. Durante la indagación me topo con Zemmour, con Todd, con Marine Le Pen, con Mechelon, con Alain Sorel... Aclararme no me aclaran nada pero no tengo más remedio que descubrirme ante hombres y mujeres que han hecho del dominio de la palabra un arte. ¡Qué bellos discursos! Ningún insulto, ninguna descalificación malsonante. A lo más que llega Todd es a comparar el optimismo de Manuel Valls con el del general Petain. El entrevistador finge escandalizarse pero le insta a explicar su punto de vista y nuevamente es elevada la vilipendiada palabra hasta los altares.

Tras un por aquí y un por allá, descubro los motivos de la ira que enciende al mundo de la educación francesa e italiana. En Italia los profesores reclaman seguridad en el empleo y los alumnos la separación entre empresa y colegio; al menos, eso dice uno de ellos. En Francia, la cuestión es más compleja. Los nuevos planes de estudio reducen aún más las enseñanzas del latín y del griego, algunos hablan incluso de “desaparición” de tales asignaturas del plan curricular; se potencia el trabajo en grupo; se intensifica el aprendizaje del inglés y del alemán, pero este último idioma deja de impartirse un año antes en las clases de excelencia; y por último, el estudio de la Historia se ocupa someramente de autores ilustrados como Voltaire y dedica páginas y páginas a la brutal colonización europea; por último, algunos, los más extremistas supongo, aseguran que la nueva reforma educativa concede una importancia exagerada al mundo musulmán, que introduce un igualitarismo radical, destrozando así el valor republicano por excelencia: el de la meritocracia. Se alude a la importancia de la lengua materna, en este caso el francés y a veces, intuyo una leve crítica a las nuevas generaciones que no leen. Ya nadie utiliza el término “motivación”, el de “integración” e “igualdad” , en cambio, resuenan con insistencia.

La luz me molesta. Corro las cortinas y dejo la habitación en una agradable semipenumbra. “¡Qué suerte tienen estos franceses!” me digo, “siempre con nuevas discusiones. Aquí en Alemania, en cambio, sólo tenemos las huelgas, mucho más aburridas, de los maquinistas de locomotoras para reivindicar un aumento salarial; nada de luchar por ideologías: mayor poder adquisitivo y basta. Luego, y después de cubiertas las necesidades más prioritarias, ya sopesarán ellos qué ideología pueden comprar con las posibilidades económicas de que disponen.

Esos son los alemanes. Los franceses y los italianos primero discuten, luego salen a la calle, a continuación escriben un par de libros, acuden a unos cuantos programas de la televisión, charlan, discuten y vuelven a salir a la calle, que está más animada que la casa de uno y vuelven a manifestarse por alguna otra cuestión de suma importancia.

No. No malpiensen. No me estoy burlando ni de los franceses ni de los italianos. Simplemente me asombro de la ingenuidad que muestran en ese incansable empeño de manifestarse por todo, incluso por la comida que se sirve a los escolares en los comedores de los colegios.  Sí, lo confieso, me parece absurdo que las madres anden quejándose constantemente de la bazofia que se sirve a los escolares y luego, a la salida de las clases, ellas mismas les atiborren con paquetes de patatas fritas y dulces del supermercado; me asombra que exijan que sus hijos coman sano y luego ellas preparen la cena a base de alimentos prefabricados y, sobre todo, me maravilla que se manifiesten por la reforma de la restauración masificada, o sea, de los catering, en vez de manifestarse a favor de que los niños y los papás vuelvan a ir a casa a comer que es, en mi honesta opinión, la única petición realmente subversiva, la única que verdaderamente revolucionaría  el sistema. ¡Y cómo lo revolucionaría!

Vuelvo a repetir: manifestarse hoy en día, a excepción hecha de unos pocos y concretos casos, es, sencillamente, de ingenuos. Sé perfectamente de lo que hablo porque yo, en mis tiempos, también participé en algunas concentraciones, marchas y sentadas. De lo cual, y por muy políticamente correctos que fueran mis motivos, me arrepiento. Me arrepiento no por los motivos, que como digo eran sumamente nobles, sino porque fui llevada, casi arrastrada, por el grupo, sin ni siquiera saber muy bien por qué iba. Justo la impresión que me causaban algunos de los estudiantes italianos y algunos de los contertulios franceses. Y una, que soy yo, ha dejado, llegada a una cierta edad, de preguntarse por los motivos de la manifestación, para dedicarse a cuestionar quién y quiénes son capaces de conseguir lo que ya ni la Iglesia ni los Sindicatos hoy en día consiguen: levantar a tantos espectadores de su sillón.

En cualquier caso, y volviendo al tema que nos ocupa – el de las reformas educativas – he de decir que es más complicado de lo que a simple vista parece.

En el caso de Italia, los profesores quieren seguridad en el puesto de trabajo. Esto es algo que todos los empleados desean y que cada vez menos poseen. Así pues, la cuestión no incumbe a unos pocos sino a muchos. En lo que a la necesidad de contratar a más profesores se refiere, debo recordar que la natalidad en Italia ha decrecido considerablemente en los últimos tiempos y que la crisis ha determinado que las clases con veinte alumnos sean lo que han sido siempre: un lujo. Y como tal debe ser pagado. En cuanto al chico que afirma que no quiere que la industria se adentre en el terreno del colegio, me parece sumamente loable salvo por un pequeño detalle que el joven, en su fiebre por el estudio, olvida. Al colegio no se va a aprender sabiduría. Al colegio se va para aprehender conocimientos que posibiliten a su poseedor un puesto de trabajo. Si los padres se niegan tan pertinentemente a que sus jóvenes infantes se apliquen en algún oficio ello únicamente se debe a su observación de que aquéllos que pasan más tiempo sentados detrás de un pupitre obtendrán después un mayor beneficio económico debido, posiblemente, a la paciencia que exige estar veinte años sin hacer nada digno de consideración. Como  ese “nada digno de consideración” impide que puedan ser útiles a las empresas, es por lo que éstas – muy sensatamente- han decidido hacer lo que ni los padres ni los profesores han podido hacer en las últimas dos o tres generaciones: educarlos para la vida.

Resumiendo, -  y a falta de otros datos-, en Italia, el fenómeno de las protestas por la reforma educativa no deja de ser una simple anécdota que ayudará, eso sí, a potenciar la educación privada, en sus vertientes religiosa y laica.

Respecto a la reforma educativa francesa, mi valoración es bien diferente.

Desde hace cierto tiempo, en Francia no se está preparando una reforma, ni siquiera a nivel social. Lo que allí se prepara es una auténtica revolución en toda regla y entonces, como solía decir una amiga mía que nunca iba a misa: ¡que Dios nos coja confesados!

Los franceses hablan y hablan y vuelven a hablar. Y uno, debido seguramente a la deformación producida por haber pasado demasiado tiempo entre alemanes luteranos, se pregunta cuándo tienen tiempo para pensar hablando tanto como hablan. Adivinarlo no es difícil. Los franceses hacen lo que hacía Oscar Wilde con sus obras de teatro: pensar, organizar, idear, mientras hablan. Por eso el discurso del frances no puede ser nunca rectilíneo, sino que se trata siempre de un camino hecho a base de trompicones, de saltos, de silencios, de contradicciones y rectificaciones, de precisiones lingüísticas que son, también, precisiones analíticas de lo considerado hasta el momento. En la conversación francesa casi no caben los insultos personales porque lo importante no es la persona sino las cuestión tratada.

Eso, el tema de la charla, es para los franceses lo que para los ingleses la resolución de un crimen: un asunto apasionante del que nada ni nadie puede distraerlos.

Y del mismo modo que los ingleses han de seguir un determinado método de observación, deducción y confirmación para hallar al culpable y juzgarlo convenientemente, los franceses utilizan el sistema de observación, consideración (o discusión) y determinación (o ejecución) para considerar un asunto desde sus más insólitas perspectivas. En esa fase, todavía es posible calmar y dirigir sus ánimos; todavía cabe el razonamiento y su contraria: la manipulación. Pero después, igual que los ingleses encierran al culpable, los franceses inician su revolución.

Ahora se encuentran todavía en la primera fase y los diálogos que se escuchan son de lo más variopintos y diferentes que uno pueda imaginarse: la religión musulmana, el antisemitismo, la religión cristiana, el ateísmo, el laicismo, la masonería, la crisis, el desempleo, los refugiados, los extranjeros... Sin embargo, las diferentes voces van afinando ideas y la idea más importante en Francia no es Europa: es Francia. Y esto no por simple chauvinismo, sino por necesidad: no en Alemania sino en Francia, es donde se están ultimando y se ultimarán los preparativos para decidir la suerte de Europa.

Y a pesar de lo que muchos creen, el principal dilema no es el de islam si o islam, no. Se trata ante todo y en primer lugar de la cuestión religiosa en su radicalidad. Los fanáticos de una Fe contra la de los otros, y todos ellos a su vez contra los laicos y los ateos. Se trata también de la lucha de las ideologías radicales: izquierda y derecha. Al contrario de lo que sucede en España, en donde las ideologías políticas son una mezcla de todo un poco, en función de qué y cómo se obtienen más electores,  las ideologías políticas en Francia siguen radicalizadas y radicalizándose. 
Con la reforma educativa, la izquierda moderada cree hacer concesiones al igualitarismo y lo único que hace es facilitar que los hijos de la derecha acudan en masa a los colegios privados, en los que serán educados, como siempre lo han sido, para ocupar en el futuro los mejores y más importantes puestos de la sociedad francesa que es, salvo excepciones, lo que siempre han hecho. Los de izquierdas hacen cultura, los de derechas la compran.
Que los planes educativos se centren en los crímenes coloniales, no es lo malo. Lo trágico es que se olvide a Voltaire y a Montesquieu, enemigos a muerte de la derecha más oscura, determinando que este olvido haga imposible que las jóvenes generaciones utilicen las armas que ellos utilizaron: la inteligencia, la perspicacia, el humor y, en caso de ser necesario, la huida honrosa a tiempo. Se les priva de aquéllos que tan fiera y elegantemente supieron enfrentarse a la oscuridad, condenándoles de esta forma a permanecer sumidos en ella irremisiblemente.

Hollande, Valls y su ministra de educación creen que la reforma educativa sirve a la educación republicana, gratuita, laica y no sé cuántas cosas más pero en realidad sirve a la derecha más radical, que uno pueda imaginarse. ¿Marine Le Pen? Marine Le Pen no es la única y posiblemente ni siquiera la más extrema. La auténtica derecha francesa sigue anclada en el siglo pasado utilizando una y otra vez las estrategias y las intrigas que le han ayudado a sobrevivir incluso en los peores tiempos.

El problema no es que se aleccione a los alumnos sobre los delitos perpetrados en las colonias, lo terrible es que se les oculte la cultura latina y griega. Ya lo dije en uno de mis blogs: traducir griego, lo que se dice traducir griego, no lo conseguí nunca. Sin embargo, adoré cada una de las clases recibidas porque a la tediosa media hora que la profesora dedicaba a la gramática le seguía la fascinante media hora de cultura helena. Mundos tan maravillosos, en los que los héroes conversaban con los dioses y éstos, a su vez, con los simples mortales, no los había visto nunca antes. Febrilmente me introduje en la lectura de las tragedias y de las obras clásicas, el amor a las cuales no me ha abandonado hasta el día de hoy y sin las cuales, honestamente, no sé cómo hubiera sido capaz en más de una ocasión de sobrevivir a los avatares emocionales.

Y eso, esto también lo va a llevar a cabo la reforma educativa francesa.

¿Creen ustedes, realmente lo creen, que los padres cultos y educados, esos hombres que sienten por la palabra no amor sino veneración, van a permitir que sus hijos desconozcan a un Esquilo, a un Esopo, a un Homero? 

No. Ustedes no lo creen.

Yo tampoco.

De repente, la educación pública pierde a los grandes ilustrados, espadachines con la pluma, y a los grandes héroes en los que nuestra cultura se inspiró para crecer y desarrollarse, sin que por ello mejore la formación laboral de los futuros hombres. A los ciudadanos del mañana se les priva hoy de la educación teórica, al tiempo que la formación práctica sigue olvidada y arrinconada por despreciada. Mucho "Mode design" y mucho "haut couture", pero salvo en los colegios de los antroposofos, los alumnos de hoy en día ya no aprenden ni a coser ni a tricotar. Mucho "bricolage" y mucho "hágalo usted mismo" pero los jóvenes ya no aprenden ni marquetería, ni electricidad en los colegios. Por no saber, no saben ni cómo se cambia una bombilla. Que lo aprendan en casa. Que lo aprendan, sí. Como aprenden matemáticas, biología y literatura. En los tiempos que corren o los padres ayudan a los hijos o contratan profesores particulares. ¡Y consideramos anticuada y nos burlamos de la visión del maestro que impartía las clases en la casa del alumno para que éste no tuviera que desplazarse al colegio a relacionarse con la "ralea" de alrededor!

¿Qué queda, pues, en las aulas republicanas? Lo que quedan son muchachos más preocupados por resolver la fragilidad de su existencia material a los que la escuela les sirve motivos de resentimiento y de culpabilidad según el caso, pero ninguna puerta de salida, o una puerta demasiado estrecha para la mayoría. Quedan sí, los idiomas extranjeros. Pero seamos honestos, la mayoría elige el estudio de la lengua española antes que de la alemana y, en cualquier caso, el aprendizaje de un nuevo idioma no soluciona el más importante: el del dominio de la materna que, habida cuenta de lo poco que hoy en día se lee y la simplicidad de los diálogos de las películas, es cada día más insustancial y cosa de unos pocos. 

La reforma educativa francesa va a repercutir negativamente en las libertades ciudadanas y lejos de permitir la integración de las clases más desfavorecidas en la sociedad va a acentuar la escisión entre alumnos de colegios privados y alumnos de colegios públicos.

El otro día hablaba de la productividad. En enseñanza se ha incentivado la productividad. Se quieren aulas llenas, se quieren conocimientos concretos, se quieren conocimientos científicos, se quieren técnicos, se quieren agricultores, se quieren artesanos, se quieren poetas....

Al final tenemos la productividad en cadena, la productividad 3D pero no tenemos calidad. Y no me refiero a las aulas, ni a los libros, ni a la disponibilidad de medios electrónicos que de eso, digan lo que digan, están sumamente bien acondicionados los colegios. Me refiero a la calidad de los alumnos e incluso, si me apuran, a la calidad de los maestros, de los profesores. Alumnos y profesores se han acostumbrado a reprocharse mutuamente la culpa de su fracaso y cuando esto no ha sido posible han buscado las causas de su miseria en el exterior. Lo cierto es que ambos: alumnos y profesores están desesperados porque su situación es, sencillamente, insostenible.

Todo no puede ser.

La producción en cadena, el 3D será la escuela republicana vacía y vaciada. 
La producción de calidad, será en la escuela privada, religiosa o laica, poco importa.

Tal vez sería hora de que los franceses conservaran sus sabios maestros republicanos y se decidieran a introducir las estructuras alemanes: colegios gratuitos para todos, con distinto perfil según los intereses de cada cual: incentivación en deporte, en idiomas modernos, en lenguas clásicas, en ciencias naturales, en bellas artes...

No lo harán. Los franceses sienten una alergia innata a casi todo lo que provenga de más allá del Rin. Motivos, desde luego, no les faltan y en los tiempos que corren, marcados por la crisis económica,  muchos círculos intelectuales disfrutan jugando al juego de: “el malo es el alemán, los malos son los alemanes”.

Quizás habría ir considerando la posibilidad de que no todas las mentes son teóricas, que más bien lo son las menos, Entre "vivir para estudiar" y "estudiar para vivir", se extiende un gran abismo que no tiene nada que ver con la distinción "pobres"/ "ricos". La libertad del inmensamente rico de dedicarse al estudio, no le proporciona necesariamente dicha afición. Quizás va siendo hora de admitir que lo único a lo que aspira la mayor parte de los alumnos es a obtener un certificado que les permita acceder lo antes posible a un mercado laboral y desde allí poder ascender, igual que los antiguos aprendices se esforzaban por lograr el grado de maestría; cuando finalmente se reconozca y se acepte este deseo, podrán crearse plataformas en las que poder formarlos, en lugar de tenerlos aburridos y amargados sin hacer uso de sus verdaderas capacidades y sus verdaderas expectativas. Pero los políticos prefieren mantenerlos “encerrados” en los colegios antes que admitir que no tienen las estructuras adecuadas para formar a los aprendices de los nuevos oficios e imponen la enseñanza obligatoria no para fomentar el conocimiento sino para que las estadísticas de paro juvenil no se disparen y a continuación obligan a los profesores a aprobar al mayor número posible de alumnos para que las estadísticas de fracaso se mantengan a un bajo nivel, de modo que puedan demostrar el éxito de sus reformas y de su trabajo. Los políticos prefieren regalar titulitos, aunque  éstos debido a su inflación hayan perdido cualquier resto de validez y sólo originen aulas asfixiadas por la agresividad, el malhumor y la desidia, la pasividad no sólo de los alumnos, también de los profesores y de los padres. Eso es, al parecer, lo que ellos entienden por "educación democrática". Los políticos se sienten tan satisfechos con sus políticas educativas que no entienden que son precisamente dichas políticas del "todos iguales" en un mundo donde reina la desigualdad, - cuando no la ley de la jungla- , las que fomentan la frustración, el resentimiento y la violencia social. Los alumnos pudientes, salvo trágicas excepciones, consiguen realizar su camino; los socialmente desprotegidos necesitan a Homero para soñar y un martillo para vivir. La nueva reforma les despoja de  Homero y sigue sin darles el martillo.

Por otro lado, no estaría de más que los colegios se olvidaran de potenciar el trabajo en grupo para incentivar, de entrada, el trabajo individual. Un grupo constituido por chicos que son incapaces de trabajar solos no puede funcionar. Primero hay que animarles a descubrir el mundo por sí mismos ¿no hablamos siempre de individualidad y de potenciar las diferencias y las diferentes opiniones? ¿cómo pueden conseguirlo los chicos si no se enfrentan a ningún gran reto por sí solos?

Quizás estas medidas, aunque no consiguieran resolver el problema del estudio, porque el problema del estudio y del conocimiento, se diga lo que se diga, es personal y yo me atrevería, llegado el caso, incluso a afirmar que intransferible,  ayudaría a resolver las cosas.

¿Por qué esta terrible sensación de que nos precipitamos inexorablemente en el reino de la barbarie, un reino con muchos libros pero con los clásicos arrojados a las mazmorras?

Debe ser el dolor de cabeza.

Ah, estas abducciones extraterrestres...

Isabel Viñado Gascón


Tuesday, May 19, 2015

El misterio de la desaparición de dinero en metálico como forma de pago. Georges Ugeux. Le Monde.

No me dirán ustedes que no es raro que de la noche a la mañana, el Sheriff de Notting Hill, en una de sus nuevas tácticas de recaudación, decida que lo mejor para combatir la economía sumergida es limitar el pago en metálico. Limitarlo, dice. Lo que él en realidad quisiera es hacerlo desaparecer. No tardará, no tardará. De momento, el siempre paciente y tolerante sheriff se conforma con limitar la circulación de la moneda.

Y yo, claro, me asombro.

“¿Cómo es posible,” - me pregunto, - “que el sheriff de Notting Hill, tan inteligente en lo que se refiere al tema de la recaudación del dinero ajeno, no  se haya detenido a pensar en el aumento de la actividad –productiva y bien productiva- de los hackeadores – tan inteligentes o más que el sheriff de Notting Hill en lo que a la toma de posesión del dinero ajeno respecta?”

“¿Cómo es posible?” –me pregunto una y otra vez.

Unos dicen que es una cuestión de posturas ideológicas y otros que es una cuestión que afecta a la libertad. A mí esto no me convence. Si algo caracteriza al sheriff de Notting Hill es su falta de ideología. En cuanto a la libertad, no conozco persona más liberal que nuestro sheriff: permite cualquier acción a cualquiera con tal de que ello le beneficie... a él, claro.

Llamo a mi amiga Carlota Gautier. Está sumamente ocupada preparando el traslado a los Estados Unidos. Su marido, un apasionado hombre de negocios, ha decidido instalarse allí. Al parecer aquí las estructuras se tambalean peligrosamente. Francamente, no entiendo su preocupación. Estoy absolutamente convencida de que el marido de Carlota ya era un hombre de negocios incluso antes de nacer. No sé. A veces me asalta la sospecha de que él, al contrario de los otros espermatozoides, nunca ganó la “gran carrera de la fecundación” corriendo: la negoció.

“En el inicio de una crisis como esta en la que nos estamos adentrando que, suponiendo que todo se desarrolle adecuadamente, no durará menos de mil años, nosotros”, explica risueña Carlota, “en vez de irnos a la periferia, que era lo que proponía Asimov en su novela “Fundación”, nos vamos justo al centro del Imperio. ¿Qué te parece?”

“Mal. Qué me va a parecer. Mal, muy mal. No es agradable perder una amiga.”, contesto.

“No me vas a perder”, me tranquiliza Carlota.

Y como sabe que la única manera de sacarme del abismo emocional es proporcionarme temas de conversación interesantea me pregunta por mis blogs.

¡Ah, vanidad de vanidades...!

Le explico el asunto que desde hace un par de días me tiene consternada y poco después tenemos que colgar: uno de sus hijos la necesita. Sin embargo, un par de horas más tarde, Carlota me envía un link acerca de nuestra última cuestión: la de la prisa de algunos gobiernos por limitar la circulación del dinero en metálico.

El link es la copia de unos de los blogs que aparecen en su periódico favorito: el “Le Monde”. Está escrito por un tal Georges Ugeux, de profesión banquero. Lleva por título:  “Es incontrolable la mundialización financiera ?”  (“La mondalisation financière est-elle incontrôlable?

En opinión de Ugeux el problema al que se enfrenta la mundialización financiera, también observado por el gobernador Jakob Frankel, es que las actuales carreteras están mal acondicionadas para que por ellas transisten adecuadamente los nuevos bólidos financieros. Limitar la velocidad no es una medida adecuada: aunque los accidentes desaparecieran, se produciría el colapso. Lo primordial, asegura Ugeux es armonizar las reglas que organizan la mundialización financiera. Entre los propios reguladores no hay acuerdo sobre cuáles son las normas deseables y cuáles no. Por tanto, afirma el banquero francés, no es posible dejar este tema únicamente en manos de los reguladores, además, en vez de seguir introduciendo nuevas regulaciones que no son coherentes, sería mejor detenerse primero a evaluar las fuerzas y las debilidades de las ya existentes.  En cualquier caso, considerar a los mercados de capital como enemigos de la mundialización no llevará a ninguna solución.

Tres son los riesgos que considera Ugeux:

1.       El riesgo de liquidez. Es un riesgo que aparece cada vez más frecuentemente en el centro de las preocupaciones. Es un riesgo mal valorado y mal dirigido. La liquidez de los mercados disminuye creando riesgo de contagio.

2.       La volatilidad de los flujos de capital crea distorsiones nocivas para la economía real. Ya no es discrecional limitar la creación de instrumentos que fragmenten el mercado.

3.       El nuevo instrumento de Financial Stability Board du G20 (TLAC) busca aumentar la capacidad de absorción de pérdidas, pero contiene un riesgo estructural de inestabilidad institucional.

Según Ugeux, depender de flujos de capital sin tener un mercado nacional es sumamente arriesgado, como también es igualmente peligroso seguir manteniendo artificialmente, debido a las políticas de intervención masiva de los bancos centrales, el nivel tan bajo de los intereses.

La conclusión de Ugeux es que Grecia debería irse a formar parte de los países emergentes porque incluso tiene más problemas económicos que algunos de ellos y que el Instituto Internacional de Finanzas no tiene ningún motivo para sentirse triunfalista.

Nosotros, francamente, tampoco. Que no hay dinero, lo sabíamos. Que en tiempos de papel moneda, la liquidez se convertió en un problema desde que los Estados perdieron sus respectivos Bancos Centrales, y que se acentuó debido a los préstamos que el vecino del segundo tan generosamente ofrecía y que los Estados y Fuenteovejuna tan cortésmente aceptaban, lo intuíamos; que el mercado es cada vez más global, lo cual significa más concentrado y, por tanto, cada vez más difícil de fragmentar, lo veíamos venir; que en el Titanic los alemanes e incluso los franceses, cada cual a su modo y manera, están intentando desesperadamente  tapar los agujeros por donde entra el agua, lo que en economía se llama “aumentar la capacidad de absorción de pérdidas”, lo hemos dicho repetidamente...

Pero que haya tenido que ser el señor Georges Ugeux, un banquero, el que lisa y llanamente aclare la cuestión mientras el sheriff de Notting Hill da explicaciones que no convencen a nadie...

En fin, aquí les dejo el link, por si desean leer ustedes mismos la solución del misterio.

http://finance.blog.lemonde.fr/2015/04/20/la-mondialisation-financiere-est-elle-incontrolable/


Isabel Viñado Gascón.

Monday, May 18, 2015

Productividad ¿Qué productividad?

La mayoría de los comentaristas económicos están convencidos de que la solución mágica para salir de la crisis global reside en el aumento de la productividad.

Y yo, como de costumbre, me asombro.

Me asombro de que haya tan pocas voces que se levanten en contra de esta idea.

Me asombro de que tantos que se declaran a sí mismos escépticos radicales, se muestren dispuestos a aceptarla como premisa directora no sólo en el ámbito económico, también en el moral e incluso en el existencial; de que tantos amantes del hedonismo y del Estado de bienestar adopten la productividad como modelo de vida a seguir. De repente, no sólo las empresas han de ser productivas, no sólo las máquinas, no sólo los trabajadores: también los ancianitos, también las ancianitas, han de ser productivos si quieren vivir más. Productividad como fuente de vida, productividad como fuente de eterna juventud...

Y una, que soy yo, se asombra de que nadie, absolutamente nadie se pregunte en qué consiste ese brebaje mágico que al parecer ha de digerir la sociedad si quiere sobrevivir; que nadie, en tiempos en los que las empresas de alimentación están obligadas a especificar cada uno de los ingredientes que componen los productos que lanzan al mercado, exija, en cambio, conocer el contenido de tal brebaje; que ni siquiera esos pacientes a los cuales los médicos temen tanto no sólo por su profundo conocimiento de la medicina sino por la cohorte de abogados que llevan en el bolsillo cuando acuden a su consulta, pidan que se les aclare los efectos secundarios y beban sin rechistar la pócima de la productividad.

Y sobre todo, lo que más me asombra, a qué negarlo, es que en tiempos en los que no se habla más que de austeridad, sólo unos pocos – los pesados, los “aguafiestas”, los conspirativos, los que “nunca se enteran de nada”- pregunten cómo puede ser posible combinar ambos componentes en un mismo fármaco, por muy mágico que éste sea; que sólo unos pocos muevan la cabeza pensativos y farfullen entre dientes que de la combinación de ahorro y productividad difícilmente pueden surgir buenos resultados.

Creo que ya lo he dicho alguna vez. El asombro tiene efectos muy diferentes: a veces nos impulsa a la ira, otras a la risa, algunas a la reflexión y otras al encogimiento de hombros para seguidamente pasar a ocuparnos de temas más comprensibles. En este caso, me lanza a ir de tiendas o, como ahora se dice, a ir de shopping. Entro en una tienda de ropa de ésas que se llaman “low cost” y, como de costumbre, empiezo a marearme. Es cierto que sufro de alergia a los comercios y que eso de sublimar las frustraciones a través del consumo pocas veces me ha dado resultado, pero el mareo de hoy es más acentuado que en otras ocasiones y he de sujetarme rápidamente al primer sostén que encuentro para no caerme. Abro los ojos con cuidado.

Ahora entiendo la razón de mi desfallecimiento: la tienda está llena de ropa.

Sí, ya sé. En una tienda de ropa es normal que haya ropa.

Pero lo que me desconcierta, lo que me aturde, es que haya ¡tanta ropa!

Tres o cuatro plantas en las cuales se acumula un número indeterminado y posiblemente indeterminable, de vestimentas; ropa hacinada aquí y allá que hace imposible moverse con soltura: no sólo resulta complicado detenerse a examinar las prendas, es que además hay que ir sorteando cuidadosamente la multitud de percheros con ruedas en los que hay,- más que colgados, apretujados, casi comprimidos -, cientos de colgadores con ropa, que obstaculizan el paso por los ya de por sí angostos pasillos. Hace calor. La ventilación es escasa. Ante el miedo a sufrir un nuevo desvanecimiento, me dirijo a la salida .

Una conocida me saluda sonriente y me muestra orgullosa sus adquisiciones. Con muy poco dinero ha conseguido renovar todo su armario. “El día ha sido sumamente productivo”, afirma convencida. Le expreso mi admiración, sobre todo por haber sido capaz de encontrar lo que deseaba en un lugar como aquél.

Salgo. Voy a una tienda un poco más cara. También allí se amontona la ropa pero los pasillos son más anchos y el aire acondicionado funciona satisfactoriamente. En la tercera tienda, los precios son tres veces superiores a los de la primera tienda. En la cuarta, lo que exige sentarse no es el amontonamiento de ropa: son los precios y la implacable persecución a la que las vendedoras someten al cliente.

Una cosa tienen todos los establecimientos en común: el estilo es el mismo, las telas empleadas son las mismas o sumamente parecidas. Este año imperan los pantalones vaqueros rotos, la ropa neo hippy, las camisetas de algodón mal cortadas y mal cosidas que, francamente, dudo que sobrevivan a los tres meses de verano. Luego, claro, están los sub estilos: rock, pinky, piji, hipster... para aquéllos grupos que pretenden ser diferentes pero que, en cualquier modo, siguen igualmente unas determinadas pautas a la hora de vestir. En definitiva: variar, varía el precio: los demás factores permanecen constantes. Así pues, la productividad en el área de la costura no ha significado la ruptura con la moda directiva, ni con los estilos y estilismos. Simplemente ha incrementado el número de prendas y este incremento ha propiciado la disminución de la calidad de las mismas.

Voy a un supermercado. Decenas de marcas con los mismos productos a los cuales les une un gusto idéntico: el de los intensificadores de sabor. Frutas y verduras traídas desde los más remotos puntos del planeta, maduradas antes de tiempo, conservadas en cámaras frigoríficas e insípidas al paladar. Entro en una librería. Los libros atiborran las estanterías. Una gran productividad literaria, en efecto. Pero ¿una mayor calidad? Novelas históricas, novelas románticas, estudios de marketing, estudios de psicología, todos ellos voluminosos tochos escritos deprisa y corriendo para no perder el momento comercial en el que deben aparecer a fin de proporcionar los mayores beneficios posibles. Se escribe más, posiblemente incluso también se lee más. ¿Se escribe y se lee atendiendo a la calidad? 
A la salida, un vistoso escaparate adornado con composiciones flores, me invita a penetrar en una floristería. Las diferentes variedades de flores que no huelen absolutamente a nada iluminan y colorean la estancia. Compro un par de rosas con aroma a ambientador. En la zapatería de al lado se amontonan zapatos todos de forma y estilo parecidos, confeccionados a base de plástico y materiales de baja calidad. Encuentro a una conocida; es licenciada en química: le cuento mis pesares. “No sé de qué te extrañas, responde burlona,- también en la ciencia, la productividad se concentra en un par de campos de investigación: los más populistas, los más rentables. En química, por ejemplo, o te dedicas a la bioquímica o puedes olvidarte de encontrar un trabajo interesante. Hace unos años, en cambio, era la petroquímica.”

Llego a casa y extenuada me dejo caer en el sillón durante unos minutos. Luego me dirijo a la cocina y me preparo un café. Miro a través de la ventana. Los rosales del jardín tienen este año más capullos que el anterior. Los contemplo con cierta desasosiego. ¿Serán tan bellos como los de la primavera pasada?  Me vuelvo a mi taza: una taza antigua de porcelana que una amiga ya anciana me regaló. Una bella taza, de las que ya no se fabrican...

Lo que en nuestros días caracteriza a la productividad es el aumento de los artículos comerciales fabricados por medio de la producción en cadena, en un desesperado intento de las empresas por aumentar sus beneficios. Esto no tiene nada que ver ni con la pluralidad ni con la originalidad y mucho menos, por supuesto, con la calidad.

Por consiguiente, y aunque algunos no dejen de repetirlo hasta la saciedad, el aumento de productividad no determina un aumento de la calidad, ni en el plano material ni en el intelectual; tampoco significa un aumento de la pluralidad y mucho menos de originalidad. Lo que una y otra vez se nos presenta son simples variaciones del mismo tema; variaciones que cambian tan frecuentemente que no queda espacio para desarrollar la inventiva ni la imaginación. En la actualidad, los modistos más innovadores, los floristas y agricultores más perfeccionistas, los escritores y los  pintores más originales, permanecen ajenos al circuito de la productividad y viven, hoy como ayer, refugiados en sus cuarteles de trabajo, ajenos a las pretensiones del gran público y de las grandes empresas, malviviendo seguramente en un cuartucho a medio amueblar y pensando cómo es posible que no encuentren ni un sólo cliente, habiendo tantos como hay... Y al final, una de dos, o abandonan sus trabajos para no morirse de hambre o siguen adelante con sus ideas, soportando las sonrisas de conmiseración de sus amigos y conocidos, que precisamente por ser de conocidos y amigos, son siempre las peores, las que más duelen...

El otro tema que nos preocupaba consistía en cómo era posible combinar la austeridad con el aumento de productividad, cómo compaginar el precepto de la moderación en el gasto, que es en suma lo que el concepto de “austeridad” determina,  con el consumismo exigido por dicho incremento de la productividad.

Ciertamente es difícil, por no decir imposible. Sin embargo, existe un punto en el que tal interrelación es factible: ése en el que la disminución del precio de la mercancía – debido al aumento de la productividad y a la menor calidad de los materiales utilizados para su confección – posibilitan al comprador la adquisición de tres pares de zapatos, por poner un ejemplo, cuando antes compraba solamente uno.

Es justamente en este punto donde se sitúa el consumismo que actualmente padecemos y digo “padecemos”, porque se trata de un consumismo febril de baja calidad, de baja originalidad, de baja personalidad. Por mucho que nos afanemos en afirmar que las prendas que lucimos, las cafeterías a las que acudimos, los libros que leemos, revelan nuestro carácter individual, lo cierto es que todos, - con excepción de unos pocos, cada vez más minoritarios, - lucimos prendas salidas de la factoría de la productividad: cuanto más, mejor. Y como además de lo que se trata es que los artículos –sean del tipo que sean, incluso los intelectuales- no se queden sin vender, se potencia el marketing, la uniformidad se convierte en “trend topic” y se hace de lo igual, el puente de comunicación social:   “No te quedes atrás, ¡únete a la moda!”, es el lema.

La austeridad y el aumento de productividad, se juntan de la mano y se van a pasear, ahora sin dinero en efectivo. Se impone el pago con tarjeta. Ya lo hemos dicho: el sheriff de Notting Hill necesita llenar las vacías arcas del condado y el pobre, se pasa el día y la noche pensando en nuevos métodos para conseguirlo. Hay que reconocer que la inventiva no le falta. Se trata, explica, de luchar contra la corrupción. Loable causa, desde luego. Sin embargo, algunos periódicos se muestran contrarios a tal idea y sacan el estandarte de la libertad. A mí las palabras tan grandes me causan cada día más espanto, por eso prefiero ondear la bandera del “dejadme en paz”. Con eso me conformo.

En cualquier caso, me asombra que el sheriff de Notting Hill haya pasado por alto tres cuestiones que la retirada del dinero en metálico conlleva: la primera es que aunque el pago con tarjeta combata la economía sumergida, ello ayudará a incrementar, sin duda alguna, la productividad de los hackeadores. En segundo lugar, es que los parados y desterrados de la sociedad no disponen de una cuenta bancaria puesto que los gastos que le originan sobrepasan los mínimos ingresos con los que sobreviven. La introducción de alguna medida dispuesta para solucionar este problema acarrearía nuevos costes adicionales, que, a no ser que alguna empresa se beneficie de esto, no sé si realmente merece la pena y la tercera cuestión es la de la caridad – por llamarla de alguna manera- hacia los mendigos callejeros. A no ser, claro, que los viandantes se muestren austeros en su generosidad y los buenos hackeadores “robinhoodianos” decidan dedicarse a solucionar la vida de dichos menesterosos, si Hacienda les desgrava...

Sólo faltaba la amenaza de subida de los intereses, lo que sin duda aumentará los beneficios de unos y  la austeridad de otros.

En conclusión: austeridad en todas las esferas y aumento de la productividad en todos los ámbitos.
Nuevamente el Todo en el Uno y el Uno en el Todo.

¿Qué esperaban?

Isabel Viñado Gascón



                                                                                                                                                                          





Wednesday, May 13, 2015

Acerca de mis blogs y del Orden Eterno e Inmutable.

Jorge vuelve a llamarme. Esta vez para quejarse. “Tus comentarios son muy largos. Encuentro muchas erratas e introduces demasiados elementos”, dice contrariado, “ni te imaginas el tiempo que tardo leyendo y la cantidad de ideas en las que tengo que pensar. Como sigas así, te vas a quedar sin lectores”, concluye.
Me callo. No por falta de argumentos sino porque el asombro me impide articular palabra. Me pasa siempre. El silencio se prolonga un par de segundos, tiempo durante el cual los pensamientos se agolpan en mi cerebro sin que mi boca permita darles salida. Me gustaría decir a Jorge que no escribo para ganar lectores sino porque necesito ordenar mis ideas. Si las escribo en un blog no es para que media Humanidad lea lo que ya de por sí sabe sino para que no desaparezca lo que yo pienso: en mi caso resulta más seguro publicar mis artículos en Internet que tenerlos guardados en el archivo y no tanto por el miedo a los hackeadores anónimos sino porque corro el riesgo de pretar el botón equivocado. Soy un desastre para la técnica, lo admito; no creo que este aspecto vaya a mejorarse ni a medio ni a largo plazo.  Escribo, es cierto, a la velocidad del pensamiento que, en mi caso, supera a la de la luz, por falta de tiempo y paciencia; luego poco a poco voy corrigiendo el texto. Y escribo tanto porque es el único método que me sirve de utilidad para meditar, estructurar y aclarar mis ideas. Soy consciente de que en nuestros días, que son los únicos que conozco, exponer oralmente lo que uno piensa es considerado como una falta de educación a no ser, claro, que se trate de una conferencia. Pero que también pueda reprocharse que  alguien escribe demasiado... 
Pensaba que el telégrafo había quedado en desuso.

Tanta red social para al final conversar y dialogar tan poco...

La mayoría de las conversaciones se reducen a palabras sueltas, a frases slogan cuyo contenido no se puede desarrollar porque los oyentes no disponen ni del tiempo ni del interés mínimo necesario. Automáticamente surge la consabida pregunta : “¿Cuál es el punto?" , sin entender, sin ni siquiera admitir, que el punto es el nombre del tema pero no el desarrollo del tema. Peor aún: muchos de los encuentros orales son simples disparos de balas destinadas unas veces a herir y otra a matar al interlocutor. A mí me gustaría saber qué hacen hoy en día las otras personas para poder pensar y recapacitar. Yo, francamente, no conozco otro método más efectivo que el de la pluma y el papel; y desde luego no estoy dispuesta en ningún modo a cuestionar por qué dedico tanto esfuerzo a lo que me gusta, cuando muchas veces ni siquiera nos planteamos por qué hacemos lo que no nos gusta.
Me callo y luego envío  mi respuesta a Jorge a través de estas líneas, aun a riesgo de que también él se haya apuntado a la nueva moda de leer en diagonal...

Jorge por su parte, ha aprovechado mi silencio para pasar a otra cuestión que le interesa más. “Ultimamente la vida de los bloggeros corre peligro”, me advierte un tanto preocupado. – “¿Por qué?”, pregunto. – “¿No te has enterado? En Bangladesh han asesinado a unos cuantos; por ser ateos.” – explica.
 – “Los del Orden Eterno e Inmutable, imagino. No te preocupes Jorge, -  le digo, - el que quiere matar, mata. Y morir, al fin y al cabo, es ley de vida.”
Y ante verdad tan evidente, pasamos a tratar otros asuntos que ya no vienen al caso.

El Orden Eterno e Inmutable. Siempre el mismo Orden: o dices y haces lo que yo digo y hago, o eres hombre muerto. El Orden Eterno e Inmutable, ayer de unos, hoy de otros y mañana del resto, pero siempre el mismo: sangriento y tirano, blandiendo la espada de la Fe Eterna e Inmutable para destrozar vidas y familias. Se denomina y le denominan “el Orden Eterno e Inmutable” pero en realidad no defiende ni a Dios ni a la Fe ni a la Virtud. Lo único que hace es asesinar, mentir, corromper, sembrar el terror, la destrucción, la miseria, promover la incultura, la esclavitud, la indolencia mental y espiritual... Ese es el “Orden” que se llama a sí mismo “Eterno e Inmutable!”.

¡Defender a Dios! ¡Menuda soberbia la suya!

¡Dios no necesita defensores!  ¡¿Desde cuándo Dios el creador, Dios el Omnipotente, necesita que un mosquito le defienda de otro mosquito?!

¿Se hace necesaria una espada que salvaguarde la Virtud Eterna e Inmutable?
!La Virtud tampoco necesita de la sangre para asegurar su trono.!

La Verdadera y Eterna Virtud no exige: se exige.

La Verdadera y Eterna Virtud no impone: se impone.

La Verdadera y Eterna Virtud no prohibe: se prohibe.

La Verdadera y Eterna Virtud no mata: crea.

La Verdadera y Eterna Virtud no siembra la destrucción: siembra la luz

Y cuando esto no es posible, no alza la espada: se refugia en la soledad.

El Orden Eterno e Inmutable que ayer fue de unos, hoy de otros y mañana será del resto... no es ni Orden, ni Eterno ni Inmutable. Sólo es una excusa más, de las muchas que ya existen, para que un hombre mate a un semejante sin sentir remordimientos, ni culpabilidad alguna por ello; para hacer de un asesino un héroe; y de un impulso criminal, un ideal.


Isabel Viñado Gascón                                                                       





Tuesday, May 12, 2015

Pequeñas bombas, grandes guerras

Los periodistas alemanes del „Der Spiegel“ califican de pequeña bomba las declaraciones del ministro de Hacienda alemán, que propone la celebración de un referendum en Grecia para que los ciudadanos helenos decidan si están dispuestos a aceptar las medidas imprescindibles y necesarias para seguir en la zona euro o si, por el contrario, prefieren otras.

Resulta asombroso que denominen “pequeña bomba” a algo que a mí, francamente, me parece una explosión atómica y no precisamente porque Grecia vaya a salir de la zona euro. Eso se veía venir incluso en los momentos en los que los periodistas mostraban grandes esperanzas al respecto.

En mi opinión lo realmente terrible es que ni los representantes griegos ni los representantes europeos están dispuestos a “cargar con el muerto”. Los responsables de la nación griega no lo quieren y los representantes de la Unión Europea, tampoco. ¡Ah! ¡Qué cosas! Si al parecer ni Dios ni el Infierno existen, una se pregunta asombrada cuáles son los motivos de esta negativa a aceptar la responsabilidad sobre asuntos mundanos y bien mundanos. Si los grandes principios y los eternos pecados han agotado su vigencia y hoy en día nadie se mueve por grandes Ideas y Valores – y esto donde mejor lo vemos es en los espectáculos estrellas donde una serie de concursantes deben convivir durante una serie de semanas-  una no se explica de qué pueden tener miedo estos sesudos hombres y mujeres que dirigen los entresijos de las altas y las bajas políticas...
Todos sabemos que nihilismo afirmaba que Dios (y en consecuencia también el Infierno) había muerto y que ello “condenaba” al hombre a ser libre. Lamentablemente esta libertad en vez de llevarlo a los más altos niveles espirituales parece haberlo precipitado a los más profundos y oscuros abismos. Todo el que puede utilizar su libertad la utiliza para hacer fuerza de su Poder y puesto que no hay ningún axioma moral en el que éste deba sustentarse todo se reduce al empleo de la fuerza (si no puede ser física, entonces verbal), de estrategias de viejo truhán y de conclusiones del tipo: “esa es mi opinión” e incluso “yo hago lo que quiero”.

Entonces ¿cuál es el motivo de que todos se muestren tan reacios a firmar la partida de defunción de un moribundo?

¡Ah!

Ninguno de los “padres de la Patria”, ninguno de los “padres de la Unión”, desea pasar a la posteridad como actor de  “una muerte asistida”. Primero, porque tal posibilidad está prohibida y condenada por la Ley y segundo, porque los lugares habitados antiguamente por el Dios y el Infierno cristiano han sido ocupados en nuestros días por un Dios mucho más implacable y un Infierno mucho más temible:

La Opinión Pública.

Y como nadie desea ser condenado por ese Dios intransigente y ciego que es la Opinión Pública, puesto que la condena no la sufriría en el mundo del más allá sino en el mundo del más acá y eso sí que duele, se ha empezado a hacer en política lo mismo que se hace en moda: reinventar.

En moda, no se sabe muy bien si por falta de ideas, por comodidad o simplemente para asegurarse el beneficio económico,  unas veces se desempolva el estilo de los años setenta y otras el de los cincuenta. Igualmente, en política se ha pasado de utilizar el discurso  de los tiempos de la Primera Guerra Mundial a redescubrir y a reinterpretar el discurso medieval. Eso sí, con dioses cambiados, como ya hemos dicho.

Consiguientemente no debe suscitar extrañeza alguna que los representantes de uno y otro lado están pensando en que sea la propia Fuenteovejuna la que decida.

No nos llevemos a engaños: esto en ningún modo puede ser considerado como un juicio salomónico. ¡Qué más quisiéramos nosotros y, sobre todo, que más quisieran los que lo proponen! No. De eso podemos estar seguros y bien seguros: caso de que dicho referendum se celebre no será ningún juicio salomónico. Será un Juicio de Dios, también llamado ordalía medieval.

Los dirigentes públicos y Fuenteovejuna dejarán que el nuevo Dios – o sea, la todopoderosa “Opinión Pública”- decida quién tiene la razón y quién, no. Será la Opinión Pública y no Fuenteovejuna, aunque muchos piensen y defiendan lo contrario, porque Fuenteovejuna, ya se sabe, es buena parroquiana y sigue las directrices de ese nuevo dios.

Los padres de la Patria respirarán aliviados, los de la Unión, también. Estos genios de la táctica del ajedrez, de la estrategía de la retórica, y de la fuerza del dinero, podrán reposar sus cabezas sobre la almohada y reponer energías antes de enfrentarse a nuevas lides.

¿Y la Opinión Pública? ¿Qué será de ella en el supuesto de que fracase?

Si Fuenteovejuna, después de haber sacrificado a sus propios hijos durante siglos por el Dios de Abraham, no ha tenido el más mínimo escrúpulo en declararlo muerto, imagínense los pocos reparos que puede tener en acribillar a la Opinión Pública. Decapitará a la Opinión Pública y erigirá otro dios en su lugar o volverá al anterior o decidirá lo que cantaba aquel mejicano: no tener trono ni reina ni nadie que bien le quiera pero, con dinero o sin dinero, seguir siendo el rey. Fuenteovejuna, alegre y triste, siempre fiel y siempre traidora, es eternamente libre no por elevación espiritual sino porque ni ella misma sabe lo que va a hacer en el minuto siguiente.

Pero volviendo al tema que nos ocupa: ¿Cuáles pueden ser las consecuencias que de dicha votación puede desprenderse?

-Si se celebra ese referendum y los griegos votan que están a favor de las medidas, los costes sociales y personales serán sencillamente enormes. No una generación sino varias es lo que hace falta para poner en pie un país que está en todos y cada uno de sus aspectos, no sólo en el económico, extenuado. Si votan que están a favor de las medidas europeas, están aceptando su muerte en favor de la posibilidad de que sus nietos quizás vivan mejor.

-Si votan que están en contra de las medidas, el resultado no será mucho más alentador. De Grecia ha emigrado tradicionalmente una gran parte de su población: los mejores. Y no han vuelto. Más bien se han llevado lo que podían llevarse. Al fin y al cabo, ni siquiera residen allí. Los que quedan son los que han aprendido a apañarse. El problema es que el “apaño” se ha ido reduciendo hasta condenarlos a la autarquía y no en el sentido político, sino en el más puro sentido económico. La autarquía, ya lo dijimos, exige nobles lo suficientemente fuertes para gobernar sobre sus súbditos sin tener contrincantes que se le enfrenten. Pero en el momento en que uno de esos nobles se considera más poderoso que su vecino y quiere incrementar sus ganancias a costa de apropiarse de las riquezas del de enfrente, no hace falta ser  profeta para predecir un enfrentamiento bélico entre los que atacan y los que se defienden. De tal situación sólo la Opinión Pública, puede ser considerada responsable puesto que los "nuevos regidores medievales" se han limitado a seguir su dictamen.

Parecería pues que la primera opción es la más aconsejable: 

Un par de generaciones se sacrifican en favor de las futuras generaciones.

Esta frase alude, sin duda, a la visión que se tiene del primer capitalismo industrial, especialmente el inglés. Dicha concepción sostiene a grandes rasgos que aquellos trabajadores de principios del diecinueve ayudaron con sus esfuerzos y sufrimientos a transformar la sociedad agrícola en una moderna sociedad industrial y que sus nietos recogieron los frutos de sus sudores.

Sin embargo por muy bien que suene y por muy frecuentemente que se sugiera, lo cierto es que tal escenario se corresponde mejor con la atmosfera propia de los folletines, tan en moda en aquella época, que con una exposición socio-histórica de la realidad. Mujeres, hombres y niños que mueren de enfermedades, hambre y cansancio difícilmente pueden servir de apoyo a generaciones futuras. Lo que transformó para bien las condiciones de las generaciones futuras no fue la extenuación de las anteriores, que debido a su agotamiento se habían quedado sin fuerzas para dar el relevo a sus sucesores, sino la bonanza que dichas generaciones futuras experimentaron en el momento concreto que les tocó vivir.

El desarrollo de la técnica tampoco influyó en la mejoría de sus condiciones. Al menos no a priori. Pueden estar seguros de que la técnica hubiera permanecido en manos de unos pocos, los económicamente privilegiados, de no haberse dado dos circunstancias que propiciaron la apertura democrática de la misma. La primera y más importante de todas fue el mercantilismo de la técnica. Las máquinas no resultaban menos costosas que la esclavitud humana pero producían más. La técnica y sus productos habían pasado de ser los adelantos del progreso a los que sólo unos pocos podían optar, a convertirse en una nueva mercancía a vender. El nuevo comercio tenía los vendedores y el producto, sólo faltaban los compradores. Por consiguiente hacía falta potenciar este elemento. Y la única forma era, claro, mejorar la calidad de la vida de una población que ya no era absolutamente necesaria como esclava pero sí como consumidora. La segunda circunstancia, la guerra. En efecto, los conflictos bélicos obligan a desarrollar técnicas que difícilmente pueden quedar en manos de unos pocos, cuando de lo que se trata es de vencer al enemigo. Se necesitan, pues, numerosos expertos capaces de manejarla y capaces de entenderla y mejorarla. Ello implica la necesidad de impulsar la educación lo cual, a su vez, precisa de un número mayor de alumnos que sólo pueden asistir regularmente a las aulas si sus condiciones de vida son mínimamente soportables.

En suma: la dialéctica del liberalismo no existe. Lo que sustenta al liberalismo no es la dialéctica sino la matemática. El axioma matemática que define el comercio es aquél que establece que para obtener un beneficio X se necesita un vendedor, un producto y un comprador. Las complicaciones, claro, vienen a la hora de determinar y aclarar cada uno de esos conceptos. Los sistemas económicos como el comunista – e incluso el socialista- son en realidad antieconómicos, ya que por definición se oponen al axioma matemático del comercio; de ahí que las reformas sociales que introducen a duras penas producirán  los resultados esperados. 
Lo lamento. No es una cuestión de opinión sino de axiomas matemáticos.

Podemos, claro, afirmar contundentemente que el comercio no es requisito indispensable en una sociedad humana. Teniendo en cuenta que el trueque es una de las prácticas más antiguas de la Humanidad, permítanme dudarlo. Por eso me parece más sensato pedir una renta básica que permita tanto las supervivencia del comercio como de los incapacitados para dicha actividad, antes que pretender la implantación de un sistema comunista, contrario per se a la naturaleza humana. Los funcionarios de las Administraciones Públicas, los profesores de Universidad, los auténticos hombres de Iglesia, todos ellos han vivido en realidad, de una renta básica, ya sea la del Estado, la de la Institución Universitaria. Cuando no la ha habido, la existencia de los hombres teóricos ha sido enormemente precaria. En algunos países todavía en la actualidad, el hombre sabio vive de la caridad de los otros. Y es que los hombres especialmente espirituales no son capaces de desarrollar el espíritu darwinista que la supervivencia exige..Para ellos, se dediquen a lo que se dediquen, pido una renta básica.

A la vista de todas estas consideraciones, comprenderán ustedes mi reticencia a admitir que el sacrificio de la actual generación griega vaya a permitir la supervivencia de las siguientes.

Sin embargo hay un punto sobre el que si me lo permiten quisiera volver.

Se trata de la  cuestión que afecta a la actitud de los dirigentes europeos y griegos que, pese a sus diferencias, parecen mostrarse de acuerdo en dejar decidir a la Opinión Pública. Hemos dicho que tienen miedo pero no hemos dicho de qué. ¿De equivocarse? Dios mio, se equivocan todos los días. Errare humanum est. ¿Para ayudar a Fuenteovejuna a tomar las riendas de su propio destino? Fuenteovejuna las toma siempre y siempre las suelta: cuando se aburre.

Quizás los dirigentes griegos pueden temer de las iras de Fuenteovejuna; es cierto, pero ¿los europeos? ¿los alemanes? ¿cuál es el verdadero motivo de su desasosiego?

Si examinamos atentamente las frases:

                        Grecia yace moribunda en su lecho de muerte
                        Alemania no quiere ser declarada culpable

Observaremos que a pesar de lo que muchos creen, no es posible establecer entre ellas ningún nexo de unión: ninguna conjunción copulativa, ninguna conjución adversativa, ninguna conjunción causal...

La sentencia “Grecia yace moribunda en su lecho de muerte y Alemania no quiere ser declarada culpable” es tan errónea como la afirmación “Grecia yace moribunda en su lecho de muerte pero Alemania no quiere ser declarada culpable”, o “Grecia yace moribunda en su lecho de muerte porque Alemania no quiere ser declarada culpable”.

Un alemán declararía muerta a Grecia sin mover una sola pestaña si ello fuera necesario para el bien común o para su propio bien. No crean: a veces me asalta la sospecha de que los alemanes son más de horda que de sociedad y por eso la orquesta sigue al dirigente o no sigue – que es lo que está pasando ahora en la Filarmónica.

En cualquier caso, un alemán firmaría la defunción de Grecia sin ningún tipo de remordimiento. ¿Cómo sentir remordimiento por el fallecimiento de alguien cuando se está total y absolutamente convencido de que se le ha estado cuidando con esmerada paciencia aguardando una mejoría que todos sabían que no iba a ocurrir?

¿A qué se debe entonces su miedo?

El motivo no es Grecia.

La razón de su miedo es Europa.

La razón de su angustia es Alemania misma.

Aunque algunos intenten hacer creer que el origen de la próxima hecatombe que nos aguarda es externa, esto no es cierto. Los conflictos exteriores forman parte de la vida de cualquier individuo cuya vida transcurra en sociedad y no en una cueva aislada. Del mismo modo, los conflictos exteriores constituyen un elemento natural en las relaciones de los pueblos y el gran reto es lograr que dichos conflictos no se conviertan en armados y puedan resolverse por medio de la política. Las últimas bravuconadas de China y Rusia realizando conjuntamente maniobras militares en el Mediterráneo es más una anécdota que una amenaza real. Algunas veces tengo la impresión de que los hombres de Estado son como niños. ¿Y que niño se resistiría a utilizar los barcos grandes si los tuviera? Debe ser emocionante, desde luego. Lo cierto es que Rusia teme a China más que a los Estados Unidos y va a tener que ser bastante habilidosa si no quiere perder Siberia en los próximos tiempos. Siberia para empezar. Luego ya se verá... Pero ese es otro tema.

El conclusión: el exterior hará lo que siempre hace: obligar al enemigo a enfrentarse a sus propias debilidades, mostrarle las limitaciones e insuficiencias que le caracterizan y provocar una desmoralización lo suficientemente grave para mantenerlo inactivo una buena temporada o para aprovecharse de su fragilidad e iniciar la conquista... 
Incluso aun en el supuesto caso de que Grecia recibiera dinero de Rusia o de cualquier otro Estado que no pertenece a la Unión Europea ello no habría de ser considerado como una salvación de Grecia, sino como otro modo de muerte. Un prestamista que presta a un hombre ahogado en deudas no es un santo. Es un prestamista. El hombre santo no le presta el dinero: se lo regala. Así pues, cuando el exterior propone una ayuda hay que recordar sin demora alguna la Iliada; aquélla que se refiere al caballo de Troya.

Mientras Grecia agonizaba, nadie notaba el tumor que inexorablemente crecía en el resto de Europa – Alemania incluida.

Y el tumor, por su propia naturaleza, nunca se encuentra en el exterior.

El tumor que tiene Europa en estos momentos es interno y bien interno. La pregunta es si se trata de un tumor maligno o de uno que es extirpable. Grecia significa esa operación quirúrgica. Los alemanes están visiblemente asustados pero no, como ya digo, por la muerte de Grecia sino por los resultados que tal intervención ofrezca. Los alemanes sospechan y lo sospechan cada vez con más fuerza, que el tumor es maligno y que las posibilidades de curación son escasas por no decir nulas. Temen que se les haga responsables por tercera vez consecutiva de las desastrosas consecuencias a las que pronto o más pronto habremos de enfrentarnos. Alemania no quiere, de ningún modo, volver a ser “el malo de la película”. Alemania se niega a ser considerada otra vez el encendedor de una mecha que, de todas formas, ya está encendida.

Esta vez le toca a Fuenteovejuna.

A Alemania no le importa adoptar duras medidas si esto le convierte en el reformador de Europa, en el motor de Europa. Pero la locomotora corre cada vez más el peligro de descarrilar y la gran velocidad que toma a ratos lejos de librarle de ello, agudiza el riesgo. Las empresas familiares más importantes de Alemania hacen frente a discusiones que no son meras diferencias de opinión sino crisis de ruptura. Siemens ha despedido a unos cuatro mil trabajadores; Lufthansa tiembla; las huelgas de trabajadores se suceden; los grandes almacenes y comercios más importantes del país no dejan de cerrar filiales.

El comercio, la base fundamentadora de cualquier sociedad, ha sido tocado de muerte. Sobran vendedores, sobran productos y sobran compradores. ¿Qué es pues lo que falla?

Lo que ha fallado no ha sido la realidad real sino la realidad virtual. La gran pregunta es por qué y cómo se ha de pagar realmente lo que sólo ha tenido lugar en la virtualidad.

¿Han oído ustedes hablar de las diferentes dimensiones del Universo?

¿Han oído ustedes hablar de los viajes interestelares, de los agujeros negros como lugares de conexión entre distintos universos y distintas dimensiones y tiempos?

¿Han oído ustedes hablar de la Guerra de los Mundos?

Pues eso.

Isabel Viñado Gascón