Wednesday, May 20, 2015

Reformas educativas en Francia y en Italia

A veces una, que soy yo, se levanta con la extraña sensación de no haber dormido bien. Me acuerdo entonces de un cuento de los hermanos Grimm que leí de niña: un soldado había sido hechizado y su encantamiento consistía en levantarse cada noche para ir a trabajar sin que él tuviera conciencia de ello, debido a lo cual todas las mañanas notaba perplejo lo agotado que se encontraba. De haberlo escrito hoy, los hermanos Grimm no hubieran recurrido a los traviesos geniecillos: habrían preferido utilizar la abducción extraterrestre que, a fin de cuentas, viene a ser lo mismo. La única diferencia estriba en que en los cuentos de los hermanos Grimm, el final es casi siempre un final feliz; en cambio, los temas de extraterrestres están tomando unos vericuetos sumamente arriesgados y yo, francamente, me pregunto adónde quieren ir a parar y si tan siquiera saben adónde van a ir a parar.

Me preparo un café y antes de empezar la jornada doy un rápido repaso por los periódicos de medio mundo. Nada interesante, salvo las reformas educativas en Italia y en Francia. Busco en Youtube alguna noticia al respecto. De repente y sin pretenderlo, me tropiezo con un video de Youtube que se titula: “el Dios de la Biblia no es el Dios que creemos”, o algo por el estilo. En la portada aparece un extraterrestre encapuchado. Ni me inmuto. Ya he visto demasiados videos al respecto y casi todos terminan concluyendo lo mismo: El Dios de la Biblia era un extraterrestre que se oponía a que el hombre tuviera opción al conocimiento. Una primera interpretación a este “hecho” es que Lucifer es, en realidad, el Prometeo que consigue que el hombre salga de su oscuridad. Así pues, la puerta satánica abierta de par en par. Existe, también, una segunda interpretación: ese Dios de la Biblia que se opone al conocimiento y progreso del hombre es el Dios de los judíos. Con esto se abre la puerta al antisemitismo ¿sólo al antisemitismo? Algunos creen que sí. Lo siento por ellos: se equivocan; puesto que el Dios de la Biblia es el Dios de Abraham, esto abre la puerta al antisemitismo, al antiislamismo y al anticristianismo.

La cabeza sigue golpeándome con insistencia, pero con insistencia también busco qué les molesta a los franceses y a los italianos de sus respectivas reformas educativas. Durante la indagación me topo con Zemmour, con Todd, con Marine Le Pen, con Mechelon, con Alain Sorel... Aclararme no me aclaran nada pero no tengo más remedio que descubrirme ante hombres y mujeres que han hecho del dominio de la palabra un arte. ¡Qué bellos discursos! Ningún insulto, ninguna descalificación malsonante. A lo más que llega Todd es a comparar el optimismo de Manuel Valls con el del general Petain. El entrevistador finge escandalizarse pero le insta a explicar su punto de vista y nuevamente es elevada la vilipendiada palabra hasta los altares.

Tras un por aquí y un por allá, descubro los motivos de la ira que enciende al mundo de la educación francesa e italiana. En Italia los profesores reclaman seguridad en el empleo y los alumnos la separación entre empresa y colegio; al menos, eso dice uno de ellos. En Francia, la cuestión es más compleja. Los nuevos planes de estudio reducen aún más las enseñanzas del latín y del griego, algunos hablan incluso de “desaparición” de tales asignaturas del plan curricular; se potencia el trabajo en grupo; se intensifica el aprendizaje del inglés y del alemán, pero este último idioma deja de impartirse un año antes en las clases de excelencia; y por último, el estudio de la Historia se ocupa someramente de autores ilustrados como Voltaire y dedica páginas y páginas a la brutal colonización europea; por último, algunos, los más extremistas supongo, aseguran que la nueva reforma educativa concede una importancia exagerada al mundo musulmán, que introduce un igualitarismo radical, destrozando así el valor republicano por excelencia: el de la meritocracia. Se alude a la importancia de la lengua materna, en este caso el francés y a veces, intuyo una leve crítica a las nuevas generaciones que no leen. Ya nadie utiliza el término “motivación”, el de “integración” e “igualdad” , en cambio, resuenan con insistencia.

La luz me molesta. Corro las cortinas y dejo la habitación en una agradable semipenumbra. “¡Qué suerte tienen estos franceses!” me digo, “siempre con nuevas discusiones. Aquí en Alemania, en cambio, sólo tenemos las huelgas, mucho más aburridas, de los maquinistas de locomotoras para reivindicar un aumento salarial; nada de luchar por ideologías: mayor poder adquisitivo y basta. Luego, y después de cubiertas las necesidades más prioritarias, ya sopesarán ellos qué ideología pueden comprar con las posibilidades económicas de que disponen.

Esos son los alemanes. Los franceses y los italianos primero discuten, luego salen a la calle, a continuación escriben un par de libros, acuden a unos cuantos programas de la televisión, charlan, discuten y vuelven a salir a la calle, que está más animada que la casa de uno y vuelven a manifestarse por alguna otra cuestión de suma importancia.

No. No malpiensen. No me estoy burlando ni de los franceses ni de los italianos. Simplemente me asombro de la ingenuidad que muestran en ese incansable empeño de manifestarse por todo, incluso por la comida que se sirve a los escolares en los comedores de los colegios.  Sí, lo confieso, me parece absurdo que las madres anden quejándose constantemente de la bazofia que se sirve a los escolares y luego, a la salida de las clases, ellas mismas les atiborren con paquetes de patatas fritas y dulces del supermercado; me asombra que exijan que sus hijos coman sano y luego ellas preparen la cena a base de alimentos prefabricados y, sobre todo, me maravilla que se manifiesten por la reforma de la restauración masificada, o sea, de los catering, en vez de manifestarse a favor de que los niños y los papás vuelvan a ir a casa a comer que es, en mi honesta opinión, la única petición realmente subversiva, la única que verdaderamente revolucionaría  el sistema. ¡Y cómo lo revolucionaría!

Vuelvo a repetir: manifestarse hoy en día, a excepción hecha de unos pocos y concretos casos, es, sencillamente, de ingenuos. Sé perfectamente de lo que hablo porque yo, en mis tiempos, también participé en algunas concentraciones, marchas y sentadas. De lo cual, y por muy políticamente correctos que fueran mis motivos, me arrepiento. Me arrepiento no por los motivos, que como digo eran sumamente nobles, sino porque fui llevada, casi arrastrada, por el grupo, sin ni siquiera saber muy bien por qué iba. Justo la impresión que me causaban algunos de los estudiantes italianos y algunos de los contertulios franceses. Y una, que soy yo, ha dejado, llegada a una cierta edad, de preguntarse por los motivos de la manifestación, para dedicarse a cuestionar quién y quiénes son capaces de conseguir lo que ya ni la Iglesia ni los Sindicatos hoy en día consiguen: levantar a tantos espectadores de su sillón.

En cualquier caso, y volviendo al tema que nos ocupa – el de las reformas educativas – he de decir que es más complicado de lo que a simple vista parece.

En el caso de Italia, los profesores quieren seguridad en el puesto de trabajo. Esto es algo que todos los empleados desean y que cada vez menos poseen. Así pues, la cuestión no incumbe a unos pocos sino a muchos. En lo que a la necesidad de contratar a más profesores se refiere, debo recordar que la natalidad en Italia ha decrecido considerablemente en los últimos tiempos y que la crisis ha determinado que las clases con veinte alumnos sean lo que han sido siempre: un lujo. Y como tal debe ser pagado. En cuanto al chico que afirma que no quiere que la industria se adentre en el terreno del colegio, me parece sumamente loable salvo por un pequeño detalle que el joven, en su fiebre por el estudio, olvida. Al colegio no se va a aprender sabiduría. Al colegio se va para aprehender conocimientos que posibiliten a su poseedor un puesto de trabajo. Si los padres se niegan tan pertinentemente a que sus jóvenes infantes se apliquen en algún oficio ello únicamente se debe a su observación de que aquéllos que pasan más tiempo sentados detrás de un pupitre obtendrán después un mayor beneficio económico debido, posiblemente, a la paciencia que exige estar veinte años sin hacer nada digno de consideración. Como  ese “nada digno de consideración” impide que puedan ser útiles a las empresas, es por lo que éstas – muy sensatamente- han decidido hacer lo que ni los padres ni los profesores han podido hacer en las últimas dos o tres generaciones: educarlos para la vida.

Resumiendo, -  y a falta de otros datos-, en Italia, el fenómeno de las protestas por la reforma educativa no deja de ser una simple anécdota que ayudará, eso sí, a potenciar la educación privada, en sus vertientes religiosa y laica.

Respecto a la reforma educativa francesa, mi valoración es bien diferente.

Desde hace cierto tiempo, en Francia no se está preparando una reforma, ni siquiera a nivel social. Lo que allí se prepara es una auténtica revolución en toda regla y entonces, como solía decir una amiga mía que nunca iba a misa: ¡que Dios nos coja confesados!

Los franceses hablan y hablan y vuelven a hablar. Y uno, debido seguramente a la deformación producida por haber pasado demasiado tiempo entre alemanes luteranos, se pregunta cuándo tienen tiempo para pensar hablando tanto como hablan. Adivinarlo no es difícil. Los franceses hacen lo que hacía Oscar Wilde con sus obras de teatro: pensar, organizar, idear, mientras hablan. Por eso el discurso del frances no puede ser nunca rectilíneo, sino que se trata siempre de un camino hecho a base de trompicones, de saltos, de silencios, de contradicciones y rectificaciones, de precisiones lingüísticas que son, también, precisiones analíticas de lo considerado hasta el momento. En la conversación francesa casi no caben los insultos personales porque lo importante no es la persona sino las cuestión tratada.

Eso, el tema de la charla, es para los franceses lo que para los ingleses la resolución de un crimen: un asunto apasionante del que nada ni nadie puede distraerlos.

Y del mismo modo que los ingleses han de seguir un determinado método de observación, deducción y confirmación para hallar al culpable y juzgarlo convenientemente, los franceses utilizan el sistema de observación, consideración (o discusión) y determinación (o ejecución) para considerar un asunto desde sus más insólitas perspectivas. En esa fase, todavía es posible calmar y dirigir sus ánimos; todavía cabe el razonamiento y su contraria: la manipulación. Pero después, igual que los ingleses encierran al culpable, los franceses inician su revolución.

Ahora se encuentran todavía en la primera fase y los diálogos que se escuchan son de lo más variopintos y diferentes que uno pueda imaginarse: la religión musulmana, el antisemitismo, la religión cristiana, el ateísmo, el laicismo, la masonería, la crisis, el desempleo, los refugiados, los extranjeros... Sin embargo, las diferentes voces van afinando ideas y la idea más importante en Francia no es Europa: es Francia. Y esto no por simple chauvinismo, sino por necesidad: no en Alemania sino en Francia, es donde se están ultimando y se ultimarán los preparativos para decidir la suerte de Europa.

Y a pesar de lo que muchos creen, el principal dilema no es el de islam si o islam, no. Se trata ante todo y en primer lugar de la cuestión religiosa en su radicalidad. Los fanáticos de una Fe contra la de los otros, y todos ellos a su vez contra los laicos y los ateos. Se trata también de la lucha de las ideologías radicales: izquierda y derecha. Al contrario de lo que sucede en España, en donde las ideologías políticas son una mezcla de todo un poco, en función de qué y cómo se obtienen más electores,  las ideologías políticas en Francia siguen radicalizadas y radicalizándose. 
Con la reforma educativa, la izquierda moderada cree hacer concesiones al igualitarismo y lo único que hace es facilitar que los hijos de la derecha acudan en masa a los colegios privados, en los que serán educados, como siempre lo han sido, para ocupar en el futuro los mejores y más importantes puestos de la sociedad francesa que es, salvo excepciones, lo que siempre han hecho. Los de izquierdas hacen cultura, los de derechas la compran.
Que los planes educativos se centren en los crímenes coloniales, no es lo malo. Lo trágico es que se olvide a Voltaire y a Montesquieu, enemigos a muerte de la derecha más oscura, determinando que este olvido haga imposible que las jóvenes generaciones utilicen las armas que ellos utilizaron: la inteligencia, la perspicacia, el humor y, en caso de ser necesario, la huida honrosa a tiempo. Se les priva de aquéllos que tan fiera y elegantemente supieron enfrentarse a la oscuridad, condenándoles de esta forma a permanecer sumidos en ella irremisiblemente.

Hollande, Valls y su ministra de educación creen que la reforma educativa sirve a la educación republicana, gratuita, laica y no sé cuántas cosas más pero en realidad sirve a la derecha más radical, que uno pueda imaginarse. ¿Marine Le Pen? Marine Le Pen no es la única y posiblemente ni siquiera la más extrema. La auténtica derecha francesa sigue anclada en el siglo pasado utilizando una y otra vez las estrategias y las intrigas que le han ayudado a sobrevivir incluso en los peores tiempos.

El problema no es que se aleccione a los alumnos sobre los delitos perpetrados en las colonias, lo terrible es que se les oculte la cultura latina y griega. Ya lo dije en uno de mis blogs: traducir griego, lo que se dice traducir griego, no lo conseguí nunca. Sin embargo, adoré cada una de las clases recibidas porque a la tediosa media hora que la profesora dedicaba a la gramática le seguía la fascinante media hora de cultura helena. Mundos tan maravillosos, en los que los héroes conversaban con los dioses y éstos, a su vez, con los simples mortales, no los había visto nunca antes. Febrilmente me introduje en la lectura de las tragedias y de las obras clásicas, el amor a las cuales no me ha abandonado hasta el día de hoy y sin las cuales, honestamente, no sé cómo hubiera sido capaz en más de una ocasión de sobrevivir a los avatares emocionales.

Y eso, esto también lo va a llevar a cabo la reforma educativa francesa.

¿Creen ustedes, realmente lo creen, que los padres cultos y educados, esos hombres que sienten por la palabra no amor sino veneración, van a permitir que sus hijos desconozcan a un Esquilo, a un Esopo, a un Homero? 

No. Ustedes no lo creen.

Yo tampoco.

De repente, la educación pública pierde a los grandes ilustrados, espadachines con la pluma, y a los grandes héroes en los que nuestra cultura se inspiró para crecer y desarrollarse, sin que por ello mejore la formación laboral de los futuros hombres. A los ciudadanos del mañana se les priva hoy de la educación teórica, al tiempo que la formación práctica sigue olvidada y arrinconada por despreciada. Mucho "Mode design" y mucho "haut couture", pero salvo en los colegios de los antroposofos, los alumnos de hoy en día ya no aprenden ni a coser ni a tricotar. Mucho "bricolage" y mucho "hágalo usted mismo" pero los jóvenes ya no aprenden ni marquetería, ni electricidad en los colegios. Por no saber, no saben ni cómo se cambia una bombilla. Que lo aprendan en casa. Que lo aprendan, sí. Como aprenden matemáticas, biología y literatura. En los tiempos que corren o los padres ayudan a los hijos o contratan profesores particulares. ¡Y consideramos anticuada y nos burlamos de la visión del maestro que impartía las clases en la casa del alumno para que éste no tuviera que desplazarse al colegio a relacionarse con la "ralea" de alrededor!

¿Qué queda, pues, en las aulas republicanas? Lo que quedan son muchachos más preocupados por resolver la fragilidad de su existencia material a los que la escuela les sirve motivos de resentimiento y de culpabilidad según el caso, pero ninguna puerta de salida, o una puerta demasiado estrecha para la mayoría. Quedan sí, los idiomas extranjeros. Pero seamos honestos, la mayoría elige el estudio de la lengua española antes que de la alemana y, en cualquier caso, el aprendizaje de un nuevo idioma no soluciona el más importante: el del dominio de la materna que, habida cuenta de lo poco que hoy en día se lee y la simplicidad de los diálogos de las películas, es cada día más insustancial y cosa de unos pocos. 

La reforma educativa francesa va a repercutir negativamente en las libertades ciudadanas y lejos de permitir la integración de las clases más desfavorecidas en la sociedad va a acentuar la escisión entre alumnos de colegios privados y alumnos de colegios públicos.

El otro día hablaba de la productividad. En enseñanza se ha incentivado la productividad. Se quieren aulas llenas, se quieren conocimientos concretos, se quieren conocimientos científicos, se quieren técnicos, se quieren agricultores, se quieren artesanos, se quieren poetas....

Al final tenemos la productividad en cadena, la productividad 3D pero no tenemos calidad. Y no me refiero a las aulas, ni a los libros, ni a la disponibilidad de medios electrónicos que de eso, digan lo que digan, están sumamente bien acondicionados los colegios. Me refiero a la calidad de los alumnos e incluso, si me apuran, a la calidad de los maestros, de los profesores. Alumnos y profesores se han acostumbrado a reprocharse mutuamente la culpa de su fracaso y cuando esto no ha sido posible han buscado las causas de su miseria en el exterior. Lo cierto es que ambos: alumnos y profesores están desesperados porque su situación es, sencillamente, insostenible.

Todo no puede ser.

La producción en cadena, el 3D será la escuela republicana vacía y vaciada. 
La producción de calidad, será en la escuela privada, religiosa o laica, poco importa.

Tal vez sería hora de que los franceses conservaran sus sabios maestros republicanos y se decidieran a introducir las estructuras alemanes: colegios gratuitos para todos, con distinto perfil según los intereses de cada cual: incentivación en deporte, en idiomas modernos, en lenguas clásicas, en ciencias naturales, en bellas artes...

No lo harán. Los franceses sienten una alergia innata a casi todo lo que provenga de más allá del Rin. Motivos, desde luego, no les faltan y en los tiempos que corren, marcados por la crisis económica,  muchos círculos intelectuales disfrutan jugando al juego de: “el malo es el alemán, los malos son los alemanes”.

Quizás habría ir considerando la posibilidad de que no todas las mentes son teóricas, que más bien lo son las menos, Entre "vivir para estudiar" y "estudiar para vivir", se extiende un gran abismo que no tiene nada que ver con la distinción "pobres"/ "ricos". La libertad del inmensamente rico de dedicarse al estudio, no le proporciona necesariamente dicha afición. Quizás va siendo hora de admitir que lo único a lo que aspira la mayor parte de los alumnos es a obtener un certificado que les permita acceder lo antes posible a un mercado laboral y desde allí poder ascender, igual que los antiguos aprendices se esforzaban por lograr el grado de maestría; cuando finalmente se reconozca y se acepte este deseo, podrán crearse plataformas en las que poder formarlos, en lugar de tenerlos aburridos y amargados sin hacer uso de sus verdaderas capacidades y sus verdaderas expectativas. Pero los políticos prefieren mantenerlos “encerrados” en los colegios antes que admitir que no tienen las estructuras adecuadas para formar a los aprendices de los nuevos oficios e imponen la enseñanza obligatoria no para fomentar el conocimiento sino para que las estadísticas de paro juvenil no se disparen y a continuación obligan a los profesores a aprobar al mayor número posible de alumnos para que las estadísticas de fracaso se mantengan a un bajo nivel, de modo que puedan demostrar el éxito de sus reformas y de su trabajo. Los políticos prefieren regalar titulitos, aunque  éstos debido a su inflación hayan perdido cualquier resto de validez y sólo originen aulas asfixiadas por la agresividad, el malhumor y la desidia, la pasividad no sólo de los alumnos, también de los profesores y de los padres. Eso es, al parecer, lo que ellos entienden por "educación democrática". Los políticos se sienten tan satisfechos con sus políticas educativas que no entienden que son precisamente dichas políticas del "todos iguales" en un mundo donde reina la desigualdad, - cuando no la ley de la jungla- , las que fomentan la frustración, el resentimiento y la violencia social. Los alumnos pudientes, salvo trágicas excepciones, consiguen realizar su camino; los socialmente desprotegidos necesitan a Homero para soñar y un martillo para vivir. La nueva reforma les despoja de  Homero y sigue sin darles el martillo.

Por otro lado, no estaría de más que los colegios se olvidaran de potenciar el trabajo en grupo para incentivar, de entrada, el trabajo individual. Un grupo constituido por chicos que son incapaces de trabajar solos no puede funcionar. Primero hay que animarles a descubrir el mundo por sí mismos ¿no hablamos siempre de individualidad y de potenciar las diferencias y las diferentes opiniones? ¿cómo pueden conseguirlo los chicos si no se enfrentan a ningún gran reto por sí solos?

Quizás estas medidas, aunque no consiguieran resolver el problema del estudio, porque el problema del estudio y del conocimiento, se diga lo que se diga, es personal y yo me atrevería, llegado el caso, incluso a afirmar que intransferible,  ayudaría a resolver las cosas.

¿Por qué esta terrible sensación de que nos precipitamos inexorablemente en el reino de la barbarie, un reino con muchos libros pero con los clásicos arrojados a las mazmorras?

Debe ser el dolor de cabeza.

Ah, estas abducciones extraterrestres...

Isabel Viñado Gascón


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