Friday, May 8, 2015

Brexit e inmigración

Leo los periódicos. Más bien los ojeo. En los últimos tiempos me he acostumbrado a pasar rápidamente por encima de titulares que, pese al tamaño de sus grafías, no contienen ninguna información relevante. Nada que no sepamos ya. Nada que no nos podamos imaginar. Los comentarios pretenden ser análisis objetivos de los acontecimientos diarios; en realidad sólo expresan las opiniones individuales de cada uno de ellos. Y eso, francamente, también lo puedo hacer yo. No es la prensa de papel la que está en crisis. También la prensa digital lo está. Y lo está no por falta de noticias sino por una superabundancia de las mismas. Todo es noticia: desde lo más grave hasta lo más nimio y ello porque lo nimio, curiosamente vende más. Lo nimio son las pequeñas curiosidades que deberían quedar inmortalizadas en los periódicos comarcales pero no en los nacionales. Son ésas que en todas sus variedades y modalidades hacen referencia al gato que ha trepado al árbol, no puede bajar y ha habido que avisar a los bomberos; esas que, en cualquiera de sus gamas y géneros, informan que la vecina del tercero tiene una relación extraconyugal con el vecino del primero; esas que aunque se denominan a sí mismas “consejos para la vida” igual podrían denominarse el consultorio de Elena Francis, o consultorio de la señorita Pepis y ésas, finalmente, que detallan las numerosas posibilidades que la ciencia abre (pero todavía no ha abierto) y que muchas veces parecen los inventos del TBO o guiones de ciencia ficción.

En el fondo es siempre lo mismo. Unos, los menos, hacen cultura y otros, los más, la compran. Unos, los menos, construyen el mundo y otros, los más, observan y analizan la construcción. Unos, los menos, mueven el mundo y otros, los más, lo paralizan.

El espectador en su sillón aprieta aquí y allá buscando nuevas emociones pero todo le aburre. Contentar al espectador es difícil. Lo nimio, también. No por nimio sino por conocido.
Algunos pretenden obligarle a levantarse de su sillón y otros, en cambio, aseguran que cuando el espectador se incorpora rompe más de lo que arregla. Están seguros de que el día que lo haga significará que la catástrofe acaba de llamar a la puerta y no se irá hasta que le abran. Así que tal vez lo mejor sea dejarlo dormitar en su sillón e incluso acercarle una cerveza, para que – y nunca mejor dicho- se sienta más cómodo.

Hoy aparece una noticia que a él le resulta muy divertida pero que, en cambio, a mí me aburre: las elecciones británics.
Cameron ha ganado. Esto genera grandes expectativas porque se verá obligado a cumplir su promesa de convocar un referendum sobre una posible salida de las Islas Británicas de Europa. En dicho caso,¿hará Europa lo mismo que hizo Inglaterra cuando se convocó el referendum de independencia de Escocia, blandirá la espada del miedo y enumerará las terroríficas consecuencias que tal abandono provocaría? ¿Se mudará la vieja madre británica a vivir a casa de la madura hija americana?
Los independentistas escoceses que tan buen porcentaje han alcanzado ¿seguirán luchando por su independencia y exigirán convocar nuevas elecciones o se conformarán con practicar una independencia de facto? 
¿Cuál será la política exterior que los conservadores, independentistas y britániconacionalistas (UKIP) llevarán a cabo? ¿Política anti inmigratoria? ¿Qué pasará con las barrios de extranjeros no europeos asentados en las Islas Británicas? 

Todo esto despierta el interés del espectador.

A mí me aburre.

Que Europa se desmembrene completamente es una posibilidad remota porque las potencias a las que tiene que hacer frente son enormes. “Globalización” significa cada vez más ”Concentración”. Las empresas se concentran en unas pocas manos y las que se quedan fuera permanecen a la intemperie, temiendo que algún rayo o alguna fiera la devore; los medios de comunicación se concentran en unos cuantos individuos y es escasa y minoritaria la cobertura de los independientes; las personas se concentran en las ciudades y pocas se sienten con fuerza de ir a pueblos deshabitados a enfrentarse con caciques de oscuro abolengo.

En mi opinión se seguirá jugando al divertido juego de “Todos con todos y ninguno con ninguno”, que básicamente consiste en lo que ya dijimos: que los amigos de mis amigos - que hoy son amigos, pero mañana ya no – puede ser que hoy lo sean y mañana también.

Con o sin Cameron, las Islas Británicas seguirán haciendo negocios con quienes les proporcionen beneficios – con independencia de su procedencia, raza y religión. Y se negarán a admitir – o al menos, les pondrán tantas trabas como sea posible- a aquéllos que –con independencia de su procedencia, raza y religión – les generen gastos. Esto, claro, no incluye a los ciudadanos británicos por aquéllo de la unidad familiar, pero gracia, desde luego, no les hace. Si por algunos fuera, cogerían a esos británicos, que sólo cuestan dinero al erario público y se los llevarían bien lejos; fuera los fumadores empedernidos, fuera los desempleados. Los fornicadores no, que aumentan el nivel demográfico; los borrachos tampoco, que incrementan el P.I.B y favorecen las exportaciones. Las Islas Británicas lo explican con el tono que adquirieron en su época expansiva y que es un tono que oscila entre el desafiante de los piratas y el excéntrico de los caballeros. Pero no nos engañemos: aunque los otros países del Continente no se atreven a decirlo porque les preocupa el escándalo y el “qué diran”, piensan lo mismo. Están esperando a que uno lo haga, para hacerlo todos. ¡Que alivio no haber sido el primero! En cuanto a la solidaridad que la Fuenteovejuna industrial con tanta sonoridad proclama y exige, lo cierto es que durará lo que dure el centavo que Fuenteovejuna guarda en el bolsillo. Luego la Fuenteovejuna decibélica pedirá a los gobernantes que arregle la situación insostenible.

No tardará mucho tiempo en que esto: la desaparición de la solidaridad, se produzca. En primer lugar, porque estamos en época de recaudación y hay que recaudar todo lo posible para solivientar una deuda que es, por definición, imposible de pagar. Y es imposible porque por un lado hay que pagar una deuda y por otro, hay que endeudarse para generar dinero. Si hemos logrado entender el problema de la doble naturaleza de Jesús (aunque para ello hicieran falta unos cuantos garrotazos) no me cabe la menor duda de que también terminaremos entendiendo esto. En segundo lugar, porque los emigrantes que llegan a nuestras costas no son espectadores sentados en el sillón sino héroes, que han de luchar por su supervivencia desde su nacimiento, y que gracias a su fuerza, a su tesón y a los dioses de la vida, han llegado a donde han llegado. No espectadores sino héroes son los que a nuestras costas consiguen arribar y por tanto, y al decir de Nietzsche, una parte de su naturaleza es dionisiaca y la otra apolínea; una es demoníaca y la otra divina.

Los héroes están llegando y no esperarán a que el espectador les abra la puerta. Ellos mismos la abrirán.

Y yo – que no soporto por más tiempo el argumento de la solidaridad, porque por falso e hipócrita me enfurece; porque hablan de solidaridad muchos de los que no tienen ni una sola palabra amable para sus semejantes más cercanos, porque utilizan el término como un programa político igual que las obras de caridad eran utilizadas por las antiguas beatas como reclamo cristiano, me pregunto, me lo pregunto todos los días, en función de qué valores hemos de prohibirles el paso y en función de qué valores les hemos de admitir. Puesto que la pobreza difícilmente puede considerarse un valor, ya que es un estado de hecho, la solidaridad tampoco puede aceptarse como tal. Sobre todo porque la solidaridad, al decir del magnífico Brecht, sólo es posible entre aquéllos que se encuentran en el mismo barco y nosotros no lo estamos.

¿Qué valores pueden ser alegados para no permitirles la entrada?

¿La libertad? Ellos simbolizan la libertad.

¿La pluralidad?  Ellos simbolizan la pluralidad.

¿La justicia? ¡Ellos claman justicia!

Pero no, no son los valores los que les cortan el paso ¿Qué entonces?

Los argumentos. ¡Ah! Los argumentos...

¿El de la raza?

No me hagan reir. Se buscan todos los días a marcianitos verdes para jugar con ellos, inventamos todos los días secuestros alienígenas que dan como resultado no se sabe muy bien si bebés híbridos o una nueva especie ¿y se exige la conservación de una raza pura en un mundo de hombres que defienden la globalidad, la pluralidad y la libertad?

¿El de la religión?

¿Qué religión? ¿La cristiana? Por si todavía no lo saben, murió en el Concilio Vaticano II y no murió antes porque dos guerras mundiales y un par de fascismos le permitieron agonizar un poco más de tiempo. La Iglesia habla de volver a los orígenes, cuando se practicaba en pequeñas comunidades y parece ignorar que eso, justamente, es lo que existe hoy en día: pequeñas comunidades que se amplian milagrosamente cada vez que se anuncia una romería o la visita del Papa.

¿El económico?

De todos, éste es el único argumento racional. En época de crisis y de paro, cuando los impuestos de los Estados se dedican a ajustar antiguas y nuevas deudas y las distancias entre los distintos grupos que componen la sociedad se hacen cada vez mayores, el ser generoso se hace difícil.

Ellos, los que vienen, reflejan nuestras debilidades, nuestra falta de valores auténticos, nuestros miedos. Tenemos miedo a perder la vida, la casa, el coche y los veraneos. Tenemos miedo a perder el trono de arena en el que nos sentamos. A ser descubiertos en nuestras contradicciones, en nuestras miserias morales. Tenemos miedo a que suceda éso que hemos visto suceder en tantas películas: que la entrada del desconocido provoque el silencio de la orquesta, que el baile se detenga y que los allí presentes queden en suspenso sin saber muy bien qué hacer. No desea invitarlo pero ser descortés o empezar a tiros, tampoco. ¿No bastaría con que alguien se acercara a susurrarles al oído que se trata de un evento privado? No. No bastaría.

Si en vez de estar tan preocupados por el pago de la deuda nos dedicáramos a incentivar la vida en un continente llamado África, que muere y es asesinado todos los días; si en lugar de especular con viajes a Marte, tan peligrosos como costosos,  estuviéramos interesados en la posibilidad de convertir África en un lugar habitable, habitable y no sólo explotable, tal vez entonces el sistema capitalista generaría los beneficios a los que siempre aspira y no aflorarían únicamente los sistemas despóticos y tribales que allí afloran.

En vez de empeñarnos en buscar voluntarios que inicien la construcción de planetas lejanos tal vez no estaría de más el encontrar voluntarios para construir como es debido el continente terrestre. Y construir no es simplemente ir a curar enfermos, para completar nuestro curriculum vitae o indoctrinar religiosamente. Convertir es transformar, mejorar, desarrollar y sobre todo amar hasta el punto de que el que ama y lo amado se fundan en un solo ser. Y África no sea ni blanca ni negra sino un continente de seres y los africanos no sean ni negros ni blancos, sino simplemente hombres.

Pero al paso que vamos ni África va a convertirse en la amante amada de Europa ni Europa va a ser el caballero andante de África. Los inmigrantes no son los desterrados de este mundo. Son los jueces del nuestro. Ellos, los héroes a fuerza de sobrevivir a la muerte,  no obedecen a nada ni a nadie. No están dispuestos a adaptarse a un sistema y mucho menos a un sistema industrial en el que cada hombre es un tornillo. Ellos, los héroes, no se avendrán jamás a ser tornillos porque justamente ese ha sido uno de los motivos que los ha impulsado a salir de la estrecha y asfixiante atmósfera en la que se encontraban. Los héroes vienen hambrientos y sedientos, pero no aceptarán más formas de vida que las suyas.

¿Por qué? ¿Porque no conocen otras? No.

Porque saben que nuestra sociedad proporciona comida y bebida pero debilita los instintos y enturbia los valores.

El mayor problema de todos:

¿Dónde están los héroes de Europa?

Isabel Viñado Gascón


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